Los ‘pepos’, los súper perros adiestrados que protegen a mujeres maltratadas
- Liven, pastor belga, está adiestrado para defender a su dueña, lleva un bozal de impacto y sólo ataca en caso de peligro. Es parte del 'Proyecto Pepo', un programa destinado a entrenar canes para víctimas de violencia de género.
- El entrenamiento de estos perros protectores cuesta entre 3.000 y 6.000 euros, tarifa que se cubre gracias a la empresa 'Segurity dogs'. Esta iniciativa no recibe dinero de los 200 millones invertidos en violencia de género de los presupuestos generales.
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Liven es grandullón, delgado y esbelto. Tiene un año, vive en Vallecas (Madrid) y se debate entre comulgar con el Barcelona o apostar por el Madrid. No le gusta el fútbol, pero comparte casa con un can llamado Pep, por Guardiola, y con dos gatos. Uno se llama Piqué, por Gerard, el central blaugrana; y el otro, Lolo, el más neutral, al que le da igual la pelota. Este último es su preferido. Es como su hermano mayor. Juega con él, lo persigue y lo hace de rabiar, pero siempre con cariño. No tiene maldad. Es, según sus vecinos, un perro muy social. Comparte piso con todos ellos y, mientras tanto, en ese hogar plagado de animales, protege a Virtudes -o Tatiana, como la llaman sus conocidas- víctima de la violencia de género. Con ella pasa 24 horas. Duerme en su habitación, se despierta a su lado, la acompaña a por el pan y escucha sus reflexiones en silencio mientras pasean por el parque colindante a su casa.
En realidad, Liven se siente de Vallecas, pero nació en Navalcarnero (Madrid). Allí, Ángel Mariscal, impulsor del Proyecto Pepo (canes para proteger a mujeres maltratadas), lo adiestró para que fuera el escudo de Tatiana. Se lo dio casi recién nacido, cuando ella estaba embarazada de su tercer niño, Enzo, por el hijo de Zidane –ya ven, vive en una casa muy futbolera–. El perro de protección ha crecido junto a ella y no la pierde de vista. Por eso, escudriña a todo el que se le acerca. “¿Es de fiar?”, se pregunta, de primeras, para después acercarse, acurrucarse y darte su confianza. No tiene mala fe, pero sabe cuál es su trabajo: cuidar de su dueña, de sus hijos y del resto de animales de la casa.
Este pastor belga, al que sus vecinos también le atribuyen la virtud de ser acogedor, recibe a EL ESPAÑOL en su casa. Nos mira, de primeras, con atención, sin bozal -sí lo lleva en la calle-. Se inquieta, mínimamente, al ver la cámara. “¿Qué es eso?”, se pregunta, al detectar un micrófono lleno de pelo. Pero pronto templa los nervios. “¡Tranquilo, Liven, tranquilo!”. Y echa el freno. Se mantiene alerta, pero se relaja cuando se sienta junto a su dueña. Ve que no hay peligro. Escucha con atención cómo surgió su historia de amor con Tatiana, cómo llegó hasta él, lo mucho que sufrió antes de conocerle y todo lo que le aporta: confianza, tranquilidad… “Me da la vida”, espeta.
Visto con perspectiva, Liven desearía no haberla conocido nunca. O, mejor dicho, haberla encontrado en otras circunstancias. La vida de Tatiana, antes de entrar en Proyecto Pepo, era muy distinta. Responde a los cánones de cualquier historia sobre violencia de género –cada una con sus particularidades–. “Conocí a un chico ‘maravilloso’ a los 16 años”, empieza a relatar. “Los malos tratos comenzaron a a los seis meses. Lo achacábamos al alcohol. Estuve 17 años con él”. El resto, lo cuenta ella misma…
— Empezó muy pronto…
La primera torta me la pegó cuando teníamos 16 años en Badajoz. Me dijo que era porque había bebido. Pero después vino la segunda, la tercera… Te embaucan, te anulan… Yo no quería vivir eso, pero seguía pasando.
— Y fue a más.
Bastaba que te dijeran algo de él para que tu apostarás más por la relación. Yo lo quería sacar de esa vida y creía que lo podía hacer, pero con el tiempo te das cuenta de que es imposible. Él no iba a cambiar. Cuando tuve mi primer hijo, el mayor, la violencia fue aumentando hasta que tuve a mi hija. La familia me veía preocupada. Ellos sabían que pasaba algo porque él bebía y consumía. Tomé la decisión por una tontería. Él me chilló delante de mi familia y dije: ‘¡Hasta aquí!’. Estuvimos un año y medio viviendo juntos antes de dejarlo por completo. Después se marchó de casa y empezamos un proceso judicial muy largo. Ahora él tiene su vida y yo la mía, pero sigue molestando.
— ¿Se llegó a casar con él?
Sí, cuando iba a tener a mi hijo y antes de los nueve meses, dije: ‘Vamos a bautizarlo’. Y la familia me dijo: ‘¿Por qué no os casáis?’. Total, que lo hicimos por la iglesia. Pero ya me he divorciado. Ahora él tiene su trabajo y yo estoy bien con mis hijos. Sólo quiero ‘mundo perro’ y todo lo que nos aporta el Proyecto Pepo de Ángel Mariscal. No quiero problemas. En estas situaciones, cualquier cosa te descoloca la vida. Nos desestabilizamos muy rápido. Por eso las víctimas de violencia de género tardamos tanto en denunciar. Yo tardé seis horas en la Comisaría porque le tenía miedo. Pero, gracias a Dios, mi familia me apoyó.
Empezar de cero
Tatiana denunció, se divorció y cerró la puerta a su exmarido, pero sus problemas no acabaron tras firmar los papeles de la separación. Ese fue el primer paso. A partir de ahí, tuvo que dar muchos más. “Pasé por momentos muy duros. No quería salir de casa, tenía miedo a poner un pie en la calle, a dar paseos cerca de mi casa...”. Entonces, apareció el Proyecto Pepo en su vida. Esa fue su salvación. Llamó a Ángel Mariscal y le dijo que necesitaba ayuda. No pidió un perro. No, eso era lo de menos. Ella lo que esperaba es que alguien la sacara de la espiral donde se había metido. Dos años después, es otra persona diferente.
“El cambio es radical. Cuando llegan aquí, están destrozadas. No son capaces de mirarte a los ojos, te esquivan la mirada, no puedes tocarlas… Tienen muy baja la autoestima”. En ese momento comienza un proceso largo para tener un ‘Pepo’ (un perro de protección). Primero, pasan una entrevista con el director de seguridad, que valora el estado de cada una de ellas y estipula lo que necesitan. Por ejemplo, una orden de alejamiento. Después, una psicóloga experta en violencia de género redacta un informe para que pueda entrar en el proyecto y un etólogo mira que el perro pueda vivir en buenas condiciones.
Esos son los primeros filtros. Después, vienen los cursos: uno de 150 horas que habilita a las mujeres como adiestradoras –donde aflora el vínculo de protección–, otro de 20 horas que es el que hacen los guardas de seguridad, otro de perros de protección… “Vamos todos los domingos, semanas enteras… Hacemos todo lo que nos dicen y luego, en función de las circunstancias, cada una tenemos una raza de perro”, explica Tatiana. Ella recibió a Liven hace un año, cuando estaba embarazada de su tercer hijo, Enzo, el que ha tenido con su nueva pareja. Los dos anteriores (un niño y una niña) son de su anterior relación. “Desde el principio, cuando me dieron al perro, supe que era el mío”, cuenta ahora.
Tatiana es una de las afortunadas que ha podido formar parte de este programa. El proyecto comenzó por casualidad. “Estaba haciendo una exhibición de perros de seguridad en Ifema cuando se me acercó una chica. Me dijo que si podía ayudarla a adiestrar a su perro para que la ayudara a defenderse de su exmarido”. Ángel Mariscal, aquel día, dijo que sí. Ayudó a aquella mujer. Empezó a investigar qué tipo de perros podían realizar esta labor y cómo podía aflorar el instinto de protección en los animales. Dio a luz al Proyecto Pepo.
Desde entonces, las peticiones para formar parte del programa se han ido multiplicando. Ángel lo hace gratis (a este proyecto no se destina nada de los 200 millones invertidos en violencia de género de los presupuestos generales). No cobra dinero. Al contrario, cada mujer rehabilitada le cuesta entre 3.000 y 6.000 euros. Eso lo paga Segurity dogs (la empresa de perros de seguridad que tiene). “Todo compensa con tal de verlas sonreír junto a su perro”, reconoce. ¿El problema? Están desbordados. “Ahora mismo están por salir 10 usuarias y tenemos entre 20 y 25 más para entrar en el proyecto, pero si las autoridades piensan que esto es bueno, podemos ir más rápido”, reconoce.
La instrucción la hace él mismo. Cada domingo, acude a su finca en Navalcarnero, donde tiene a todos sus canes, y ayuda a estas mujeres a salir adelante. Las encuentra en el peor momento de sus vidas y las levanta. “En estos años nos hemos dado cuenta de que el perro es tan solo la punta del iceberg de todo lo demás. Nos damos cuenta de que, desde el primer momento, se empoderan, empiezan a bajar a la calle, se relacionan, tienen subidas de autoestima…”, explica.
Pero bien, ¿qué tienen de especial los ‘Pepos’? “Hay una diferencia fundamental. Con el perro de seguridad se trabajan tres instintos: el de caza, el de defensa y el de presa. Con el que les damos a las mujeres que han sufrido violencia de género tan solo se trabaja el de protección. Son como las madres que guardan a sus crías”, explica Ángel.
Equipamiento especial
A primera vista, son perros normales. De hecho, lo son, pero están adiestrados con un objetivo primordial: proteger a la mujer. Por eso, Liven, cuando bajamos a la calle, no para de mirar a todos lados. Está alerta. No ladra, pero sí observa. Lleva un chaleco con un arnés. “Si yo me veo en una situación de peligro, sólo tengo que tirar de él. Entonces, atacará”, explica Tatiana. ¿Para morder? No. El Pepo va equipado con un bozal de impacto y está entrenado para impactar en el cuello y en la cintura, pero lo único que hace es repeler. Intenta que le dé tiempo a la víctima de violencia de género a huir o a llamar a la policía. Esto podría haber evitado alguna de las 39 muertes por violencia de género que van en 2018.
— ¿Y su vida ha cambiado por completo?
Sí, porque no me separo de él nunca. Él me da todo lo que no me puede dar una persona. Sé que va a estar ahí. El principal problema es que no lo podemos llevar a todos sitios (restaurantes, colegios...). Las administraciones tienen que comprender que necesitamos que estén con nosotros. Aquí en el barrio no tengo problema, pero fuera…
— Aún así, ¿le ha servido para rehacer su vida?
Sí, he conocido a una persona maravillosa. Pago muchas cosas con él porque yo hay determinadas cosas que no tolero. Después de sufrir malos tratos, cuesta encontrar pareja. A nosotras nos cuesta relacionarnos con hombres. Pero yo lo he logrado. Tengo otro bebé y estoy muy contenta.
— Y Liven es parte de su felicidad. ¿Por qué le puso ese nombre?
Buscaba algo que tuviera que ver con la libertad. Me suena bien. Me gusta. Mi perro lo es todo, pero el proyecto necesita financiación. Esto puede salvar a muchas mujeres.
Bien lo sabe Tatiana, que ha recuperado la sonrisa. A los 16, cuando estudió peluquería y empezó a trabajar en una tienda de productos de estética, pensó que nunca volvería a estudiar. Ahora lo ha vuelto a hacer. Está a punto de terminar su formación como Técnico en Atención Sociosanitaria. En poco tiempo, comenzará sus prácticas para cuidar a personas mayores y discapacitados. Ella también quiere ayudar. Ha rehecho su vida. Es, de nuevo, feliz. Su vida ha cambiado por completo.
Toca despedirse. Liven nos mira. Ya nos conoce. No le damos miedo. Se da la vuelta. Tatiana sonríe. Regresan a casa. Allí le esperan tres críos, el abuelo y sus compañeros de viaje. Pep (Guardiola) lo recibirá ladrando: es el más pequeño, pero el que más ruido hace. Piqué lo mirará y seguirá a lo suyo. Y Lolo… Bueno, Lolo tratará de picarlo y hacerlo correr tras él. Ojalá y sus carreras sean sólo para eso. No habría mejor señal.