Emilia lloró de alegría el día en que iDental le concedió una subvención del 75%. Por fin, le iban a arreglar la dentadura. Y, además, a un buen precio. “¡Cómo no me iba a fiar! Cárdenas lo anunciaba por televisión, había publicidad por todas partes…”. Dos años después, sus lágrimas son de tristeza. Lleva acumuladas muchas noches sin dormir, demasiados tratamientos y cientos de cajas de antiiflamatorios y antibióticos. Su vida, en 2016, derivó en una pesadilla inacabada en este 2018. “Me pueden devolver mi dinero o lo que sea, pero el sufrimiento vivido ya no me lo quita nadie. Me han destrozado la boca”, explica a EL ESPAÑOL.
Ella es una de las 300.000 personas afectadas por una estafa que comenzó en 2014 en Alicante. Allí tuvo su primer centro iDental. Un edificio enorme donde se impartían cursos de posgrado para protésicos dentales y odontólogos a los que se les brindaba la oportunidad de hacer prácticas con pacientes reales. Fue el arranque de una franquicia que llegó a tener repartidos 26 centros en España y que se anunciaba como “social” (por los precios y subvenciones que ofrecía).
Cuatro años después, aquel proyecto ha dado sus últimos coletazos con la detención de 10 personas vinculadas con las clínicas dentales. Entre ellos, Luis Sans, cabecilla de la trama y consejero de la franquicia. Él pretendía, según los investigadores, reproducir la estafa a través de testaferros en una nueva red de 27 centros llamada Institutos Odontológicos. Su arresto y el de sus ‘colaboradores’ trata de prevenir que se produzca otro caso similar al de iDental. A todos se les acusa por delitos de estafa continuada, apropiación indebida, falsedad documental, administración fraudulenta, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes.
Pero, para muchos de los afectados, ya es tarde. La mayoría acudieron llamados por los precios y las subvenciones que ofrecía la franquicia, que llegó a firmar acuerdos de colaboración con Cáritas, Cruz Roja o la Fundación para el Secretariado Gitano. Creyeron que aquella “asistencia dental social” con la que se publicitaba la clínica era real. Sin embargo, todos renegaron de los tratamientos más tarde. Muchos de ellos, en diferentes foros, acusando a las clínicas de haberles destrozado la boca –y la vida– y transmitido hepatitis. Pero bien, ¿cómo era posible? Los clientes lo tienen claro…
Dos años después, sigue sin sus dientes
Emilia, administradora de una de las plataformas de afectados, recibe a EL ESPAÑOL en su casa. Nos espera sentada con cientos de papeles en la mesa y una acumulación de cajas de antibióticos a su lado. “Cada tres meses tengo que tomármelos porque se me hincha la cara”, se queja, resignada. Acaba de llegar del médico con malas noticias. “Me han dicho que quizás me tenga que quitar los tres implantes que tengo en el lado izquierdo porque me provocan infección”, explica. Lleva dos años de sufrimiento. Mantiene su lucha, pero no sabe hasta cuándo aguantará. “No me puedo pasar la vida tomando purés”.
Ella acudió a la franquicia movida por su mensaje “social”. Había estado viviendo en Extremadura con su pareja y, al volver a Madrid, pensó en arreglarse la boca. No tenía mucho dinero y estaba sin trabajo. Escuchó en la radio un anuncio, pidió cita y le hicieron un presupuesto. Su tratamiento costaba alrededor de 10.000 euros. Tenía tan solo cinco dientes y necesitaba ponerse el resto. Le dijeron que le hacían una rebaja de casi el 75%. Aceptó con todas las condiciones. Veía cosas raras, pero no se podía imaginar que aquello fuera una estafa.
Para iniciar el tratamiento, necesitó el aval de su madre, pensionista. “Nos dieron 24 horas para pensarlo y aceptamos. El pago se quedó en 94’15 euros al mes. Lo podíamos asumir”. Firmar aquel papel, sin embargo, ha sido una de las peores decisiones que ha tomado en su vida. “Teníamos 15 días para echarnos para atrás, pero la primera llamada para que acudiera a la clínica fue después. Una vez aceptabas, estabas pillada”, asevera.
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Pasado el tiempo, recuerda lo esperpéntico del asunto. “Tenías que hacer una cola enorme hasta que te atendían, venían autobuses cargados con gente de Sevilla y después se iban con los dientes puestos… Yo veía gente joven atendiendo, pero pensaba: ‘Bueno, todos tenemos que empezar algún día”. Pero jamás imaginó que aquellos poco experimentados dentistas le fueran a complicar tanto la vida. Ella fue a que le arreglaran su dentadura y, tiempo después, le han destrozado, no sólo la boca, sino también su vida.
Una venda en los ojos
Al llegar, a Emilia le pusieron una venda en los ojos para que no viera nada. Tenía cinco dientes (los delanteros) y “un quita y pon” (como una especie de dentadura enganchada a los colmillos). Necesitaba que le pusieran todas las piezas que le faltaban. “Yo quería algo fijo porque lo que tenía, a veces, mientras hablaba, se me caía”. Total, que confió en que iDental solucionara sus problemas. Pero, desde el inicio, observó cosas sospechosas. “Por ejemplo, me hicieron una limpieza que costaba 600 euros… ¡Cómo podía ser tanto!”, se sorprende.
En aquella primera limpieza, le destrozaron “todos los dientes de adelante (los que eran suyos)”. Su pesadilla comenzó pronto. Desde entonces, acumuló tratamientos sin solución y mucho dolor. “Un día eché un líquido blanco por la nariz. Les dije: ‘¿No será del injerto que me han hecho?’. Me tuve que ir a urgencias”, explica. Con la cara hinchada y sin poder dormir, su única solución consistía en tomar antibióticos y antiinflamatorios. Sólo eso la consolaba en su desesperación. “En ese sofá –señala con su dedo en la salita de su piso– me he pasado muchas noches en vela”.
Emilia, una y otra vez, acudía pidiendo auxilio. Llamaba a iDental, pero no le cogían el teléfono. “Respondían solo si eras clienta nueva, pero si eras vieja, no”. Llegó, incluso, a escribirles por Facebook tratando de que alguien la atendiera. Nunca encontró salvación. Siempre tuvo que personarse en las clínicas para que le hicieran caso. “Y si te quejabas, te hacían vip y no tenías que pasar por las colas. Era la forma de que te callaras”.
Era un “caos”. iDental le garantizaba a los alumnos del curso de posgrado que pondrían 50 implantes a sus clientes, según Emilia, y los ponían costase lo que costase. “Esa era la razón por la que ellos te quitaban los dientes sí o sí, para después hacer sus prácticas”, denuncia. Eran ese tipo de malas praxis las que llevaron a los Colegios de Odontólogos a recibir un sinfín de quejas en muy poco tiempo (hasta 20 durante 2017 en Valencia, por ejemplo). Entre ellas, la falta de higiene o la inexperiencia de sus dentistas.
Mientras, Emilia ha tratado de rehacer su vida, pero le ha costado horrores. Cada dos por tres tenía que faltar al trabajo. “Estuve en el Supercor y recuerdo que me decían que sonriera. ¡Pero cómo iba a sonreír! Trataba de cambiarle los días a mis compañeros para ir a la clínica… Duré seis meses”. Su otra ocupación fue como charcutera. Entonces, también tuvo mala suerte, pero por otros motivos: le dieron un golpe mientras conducía y la echaron del trabajo.
Todo eso le afectó a su salud. Ha acudido a un psicólogo por depresión y ha tenido problemas de estómago. “Si la boca está mal, también le repercute al resto del cuerpo”, reconoce. ¡Hasta su hija ha sufrido las consecuencias! “Cuando ve iDental por la televisión, llora”. Y Emilia, mientras, recibiendo amenazas de la franquicia por sus quejas en las redes sociales. “Avisábamos de que ponían implantes de plástico, de que te ponían provisionales por fijos...”. Se siente indefensa y, como sus compañeros de lucha, busca culpables.
Luis Sans, estafador reincidente
El hombre al que todos los afectados quieren ver condenado es Luis Sans, cabecilla de la trama, consejero de la franquicia y ahora detenido por la Udef (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal). El empresario catalán, que se define también como conferenciante, emprendedor y coach, siempre ha estado bajo sospecha. Nacido en Barcelona y jugador de baloncesto durante su adolescencia, ha ido fundando empresas tendentes a la desaparición: dos de correos que quedaron el recuerdo, dos fábricas textiles en India que posteriormente vendió, la productora Brotherhood (sociedad pantalla de Intereconomía…), Tribo TV, que duró apenas unos meses… y suma y sigue.
Pero, sobre todo, se le conoce por fundar Weston Hill, empresa de capital riesgo, y por sus negocios con las clínicas dentales. Luis Sans, director general de VitalDent hasta 2010, fue despedido por estafar al erario y a la propia empresa en su día. Y, precisamente, Ernesto Colman, el propietario de la franquicia (también acusado de apropiarse de dinero, de blanquear…), fue el que lo puso en la calle. Un estafador echando a otro estafador. Qué cosas.
Vitaldent, sin embargo, ha sobrevivido, aunque sea con otros dueños y administradores. IDental, en cambio, ha cerrado. Esa es la diferencia entre ambas. Lo que sí es cierto es que en las dos ocasiones intentó llevarse dinero. Como trató abrir otra cadena, Institutos Odontólogicos, con más de 25 centros en todo el país –la mayoría en Cataluña–. En este último movimiento es cuando ha sido detenido junto a otros nueve compañeros de viaje.
Por eso, los afectados quieren su cabeza. Son conscientes de que no les podrán devolver sus dientes ni su sonrisa. Que nadie, obviamente, ni siquiera con mucho dinero, les dará lo que perdieron y lo que sufrieron. Que esas noches sin dormir, que esos dolores, que esas caras hinchadas, no las borra el tiempo. No, eso permanece en la memoria. Los afectados no olvidan. Es más, como en el caso de Amelia, siguen sufriendo las consecuencias.
Ella es el ejemplo más paradigmático de lo ocurrido. Cada mañana, se vuelve a levantar y, al mirarse al espejo, ve su boca vacía. Sólo mantiene los cinco de delante (donde le quitaron los nervios) de arriba, tres en la parte izquierda que probablemente le tengan que quitar por infección y algunos más en la parte de abajo. La estafa, por tanto, la sienten. No sólo en el bolsillo, sino también en su cuerpo. Siguen teniendo que acudir al dentista. Su lucha no ha terminado. Y, aunque saben que el dinero no terminará con sus problemas, piden que se cancelen los pagos y que alguien les subvencione el tratamiento que iDental jamás acabó. Simplemente, reclaman que alguien, por una vez, los trate como seres humanos y no como pacientes con una tarjeta de crédito en el bolsillo.