“Absoluto del bien o locura del mal, vicio o virtud, condena o salvación: tal es el universo cerrado por el que el perverso circula con deleite, fascinado por la idea de poder librarse del tiempo y de la muerte”.
El viernes 28 de octubre de 2016, la Policía Federal Brasileña irrumpe en una lujosa vivienda del norteño barrio de Bessa, uno de los más adinerados de cuantas barriadas conforman la ciudad de Joao Pessoa, capital del estado de Paraíba, Brasil. Se trata de la vivienda de Percival Henriques, un hombre alto, de pelo gris, gesto bonachón y sonrisa ancha que trabaja como ‘Conselleiro’ del Comité Gestor de Internet en Brasil. Al principio, Percival no entiende gran cosa, y por eso se muestra preocupado e inquieto ante lo que sucede. Pero los agentes no le buscan a él, sino a su hijo, Marvin Henriques Correia. El joven apenas acaba de cumplir los 18 años cuando es detenido como encubridor de un macabro crimen. Junto a él, esposado, los investigadores se llevan consigo tres cosas: su ordenador, su móvil y un libro que encuentran en su habitación: La parte oscura de nosotros mismos: una historia de los perversos, de Elisabeth Roudinesco. El libro que su amigo Patrick le había regalado meses atrás contiene fragmentos como el que abre este reportaje. Toda una colección de citas macabras.
Antes de salir de la casa, los agentes le comunican al padre de Marvin por qué se lo llevan detenido. Para encontrar la razón de que aquel joven flacucho, enclenque y aniñado saliera de su propia casa con las esposas puestas había que remontarse dos meses atrás, al 17 de agosto de ese mismo año, y echar una ojeada a unos mensajes de whatsapp que el joven envió de madrugada a más de 6.000 kilómetros de distancia. Concretamente, hasta el chalet 594 de la urbanización La Arboleda, en Pioz, Guadalajara, España. En ese instante, la ciudad de Joao Pessoa todavía está bañada por la luz del día, pero en pueblo castellanomanchego reinan ya las tinieblas.
-Concéntrate, no falles. Buena suerte.
Al otro lado del teléfono, con un cuchillo en la mano, su amigo François Patrick Nogueira Gouveia, 20 años de edad, descuartiza esa noche los cadáveres de su tío Marcos, de su tía Janaína y de sus dos primos pequeños después de haberlos asesinado a puñaladas. A sangre fría. Cuando termina, le envía a Marvin, su mejor amigo, compañeros de infancia y de barrio, el chico con el que compartía lo compartía todo, hasta sus macabros libros de cabecera, un selfi en el que posa con los cuerpos desmembrados de sus familiares.
- Tío, acabé.
-Jajajajaja Patrick el asesino.
(…)
-¿A quién le diste el primer navajazo? ¿A la mujer?
-Maté primero a la mujer. Y después a la mayor, de tres años. Luego al enano de un año. Pensé que me daría asco, pero soy un enfermo.
En septiembre de 2016 el caso salió a la luz de forma tan irremediable como el fétido olor procedente del interior de la casa de Pioz donde Patrick abandonó los cadáveres en cuatro bolsas de plástico. Ese hedor insoportable, a carne podrida, acabó inundando la entrada de la vivienda en la calle Los Sauces. Cuando los agentes de la Guardia Civil accedieron al interior se encontraron con los restos de una matanza cuyo responsable, Patrick Nogueira, será juzgado a partir de este miércoles en la Audiencia Provincial de Guadalajara. Según ha podido saber EL ESPAÑOL, los abogados de la acusación solicitan la máxima pena posible para el descuartizador de Pioz, y por cuadruplicado: cuatro condenas de prisión permanente revisable, una por cada uno de los asesinatos.
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La maldad hecha carne
Durante los meses previos al verano de 2016, Marcos y Janaína acogieron a Patrick, recién llegados a España e instalados en su piso de Torrejón de Ardoz. Pronto comenzaron los problemas de convivencia. Quizás el punto de inflexión para que la familia pusiese tierra de por medio fue un día de junio en el que Janaína estaba en casa con Patrick y con los dos niños. Patrick no soportaba a la chiquilla, la mayor de los dos menores; a su madre le espetó: “Tira la niña a la basura”.
Todos los vericuetos del caso serán expuestos, de nuevo, dos años después, ahora ante el juez y ante un jurado popular que será el encargado de emitir el veredicto. La defensa del joven asesino confeso tratará de jugar la baza de su inestabilidad psicológica para evitar la máxima condena.
La estrategia de la acusación orbitará en torno a los informes periciales que acreditan que el joven no padece ninguna enfermedad mental, que fue plenamente consciente de la secuencia de hechos y en que la maldad, todavía hoy, resulta algo inherente a él. Tanto como la falta de escrúpulos.
No se conoce todavía si la fuente de inspiración de Patrick hacia lo perverso es el libro antes citado, La parte oscura de nosotros mismos: una historia de los perversos. Está claro, eso sí, que este ejemplar se encarga, en cinco extensos capítulos, de narrar el origen de la perversión a través de distintos personajes históricamente perversos como el marqués de Sade. Y que Patrick lo tenía como uno de sus ejemplares predilectos. Y que se lo recomendó como un libro imprescindible a su mejor amigo en Brasil.
La historia de Patrick Nogueira es la historia de una mirada impenetrable, duro como un hueso e inexpresivo como un bloque de mármol sin tallar. Son contadas las imágenes que se tienen de él a lo largo de los dos últimos años: la llegada a España y posterior arresto en Barajas, la salida de la Comandancia de la Guardia Civil de Guadalajara, los vídeos de la reconstrucción del crimen de nuevo en la casa... En todas el semblante del joven es el mismo: monocorde e inalterable, el tono y la actitud de quien se prohíbe a sí mismo revelar, ni tan siquiera con sus ojos, el más mínimo sentimiento. O directamente de quien ni siquiera es capaz de expresarlo.
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Lo único que exhibió, semanas después de la detención de Patrick fue su desmesurado narcisismo, ese quererse más y antes que nadie, ese querer ser siempre el centro de atención: “Dentro de dos días, mi cara va a estar en todos los periódicos del mundo. Entonces se termina el suspense”, le escribió a su novia el 18 de octubre de 2016, desde el avión que le llevaba a España para entregarse.
Un estudio realizado en su día por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Albacete, Cuenca y Guadalajara, y revelado a finales de 2016 por este periódico, advertía en el asesino al menos 20 rasgos que coincidían con el perfil de un psicópata.
Ahí se apuntaba ya su seguridad en sí mismo, su tendencia al aburrimiento, su falta de empatía, su capacidad de manipulación su egolatría – “Es otra aventura de mi vida. Yo hago lo que mi cuerpo me pide. Yo sigo mis instintos”- o su gusto por la violencia, la misma que desató aquella tarde y que acabó sin previo aviso con los mismos familiares que le habían acogido en su casa durante meses. Idéntica a la que empleó el 12 de junio de 2013, tres años antes, cuando apuñaló en el cuello y en el vientre a su profesor de biología en plena clase. Fue acusado de asesinato. No fue a la cárcel porque era menor de edad. Se justificó diciendo que el maestro le había llamado “maricón”.
Los vídeos recogidos aquel día por las cámaras del instituto exhiben el momento del ataque, certero, sorpresivo y por la espalda. Cuando el hombre cae al suelo herido de gravedad, Patrick se quedó de pie, observando con indiferencia ómo aquel hombre se desangraba en el suelo.
La autoría del crimen, ya confesada por el propio Patrick, no será el centro del proceso. El juicio al descuartizador de Pioz será el proceso por el cual, por enésima vez desde su detención, se intentará comprender o dar alguna explicación el mecanismo de una mente perversa, un tipo que enumera de forma meticulosa todos los pasos dados durante el día del crimen pero que se bloquea cuando acuden a él las imágenes de los asesinatos. Durante una semana, la mente de Patrick será examinada. Todo irá encaminado a discernir el origen del mal que surge de él.
Ausencia total de arrepentimiento
“¿Dónde empieza la perversión y quiénes son los perversos? Desde la aparición del término en la Edad Media, se considera como tal a aquel que goza con el mal y con la destrucción de sí mismo o de otro”. Se trata de un párrafo del libro que en su día las autoridades brasileñas requisaron de la casa del cómplice del descuartizador de Pioz en Brasil. Quizá buscasen en él respuestas. Fue el propio asesino quien introdujo a su amigo en este ejemplar. Desde entonces, ambos jóvenes tenían en su poder la misma obra.
Fue en Joao Pessoa donde empezó y acabó todo: de donde Patrick salió buscando fortuna en Europa con los bolsillos repletos del dinero de sus padres y a donde volvió para refugiarse una vez cometido el crimen. El distrito de Bessa, donde vivía junto a su amigo Marvin, además de poseer la mayor aglomeración de rascacielos de la ciudad, está cercado por las aguas: por un lado, el río que da nombre a la metrópoli; por otro, la inmensidad inacabable del océano. Es una península rodeada casi por completo. En esa misma situación se encontró Nogueira una vez se descubrió su ADN en la escena del crimen, aunque si le afectó, no dio pie a que se le notase.
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Que Patrick Nogueira Gouveia es un tipo frío y sin escrúpulos quedó patente cuando EL ESPAÑOL dio a conocer en exclusiva el contenido del sumario y al advertir su comportamiento en el mes siguiente a que asesinase a su familia. Volvió al piso que había empezado a compartir con varias estudiantes en Alcalá de Henares. Les preguntó si conocían algún lugar en el que comprar una pala. Si le preguntaban por su tío, ya asesinado, decía que era “un hijo de puta” por haberse marchado a Guadalajara.
Hay un momento concreto, posterior al crimen, que refleja a la perfección la sangre fría y la frialdad del joven asesino brasileño. Al terminar de descuartizar los cuerpos, Patrick permaneció en la casa durante horas, limpiando a conciencia la sangre y apilando las bolsas con los cadáveres en el salón. Esa noche, cuando terminó de limpiar el interior del chalet de Pioz, sobre las seis de la madrugada, subió a la habitación de Marcos y Janaína, se quitó la ropa que llevaba y escogió como muda varias prendas de su tío, a quien acaba de descuartizar. Después, se pegó una ducha refrescante y se echó a dormir, como si nada de aquello hubiese ocurrido. Como si la cosa no fuera con él. A la mañana siguiente, como si fuera un día normal, un día cualquiera, se fue a entrenar al fútbol con su equipo, el Juventud de Torrejón.