"Los niños no corren cuando les voy a matar. Están agarraditos. Qué risa, se abrazan entre sí cuando les voy a matar". Después de asesinar a su tía Janaína y a sus primos el 17 de agosto de 2016, Patrick envió a su amigo Marvin ese mensaje. Era uno más de los centenares que intercambió con él in situ desde el lugar del crimen.
"Fue su mayor error. Al ver el selfi que le envió a Marvin, algunos no podíamos ni tenernos en pie", dice Alberto Martín, uno de los abogados de la acusación del caso. Faltaba por llegar su tío Marcos, y entretanto, en el lapso de cuatro horas que pasaron hasta la llegada de la última persona que iba a asesinar, se dedicó a contarle a su colega todo lo que estaba haciendo y a limpiar la casa. Cuando terminó todo, escribió: "Tengo hambre, voy a hacerme un bocadillo de atún. Me lo he ganado".
Todos estos detalles están siendo revelados en la primera sesión del juicio por el cuádruple crimen de Pioz que se celebra en la Audiencia Provincial de Guadalajara. Patrick, 22 años, se encuentra a la izquierda de la sala, con la muñeca izquierda esposada a la silla de terciopelo granate. Al principio de la vista, incómodo, se acomoda la mano ya que la correa parece apretarle. Justo enfrente, en el otro extremo de la sala, los 9 ciudadanos que forman parte del jurado popular. Condena solicitada: prisión permanente revisable.
La primera sesión del juicio es una sesión monográfico en la que solo hablará él y en la que solo se hablará de él. En ella, quedará detallado un meticuloso y maquiavélico plan, esbozado en jornadas y lugares diferentes. Un plan a través del cual el asesino se pertrechó de todo lo necesario para llegar después al chalet 594 de Pioz. Patrick esbozó una macabra estrategia en forma de asesinatos secuenciales para luego acabar cometiendo el crimen.
La frialdad en persona
"Estamos ante uno de los crímenes más espeluznantes y horribles, de los más terribles que he visto en mi carrera profesional. Y de arrebato, ninguno". Rocío Rojo, la fiscal jefe provincial, esboza su alegato con la voz quebrada. Es la primera en hablar en la sala del juicio. Patrick, varios metros más allá, sentado solo en una silla, permanece impasible, con el mismo rostro de piedra, la misma máscara que lleva exhibiendo los dos últimos años, los que han pasado desde el inicio del caso.
Patrick Nogueira es un tipo frío hasta en los colores que escoge para vestirse en el día que comienza el juicio por sus crímenes: una camisa cuello Mao azul clara, pantalones beige tipo chinos. La barba, cuidadosamente afeitada. Apenas surge gesto alguno del rostro del asesino. Escondido tras unas gafas de pasta de color negro, asiste, con la mirada perdida, al proceso penal por el cuádruple asesinato que cometió sin esbozar un solo movimiento, como si fuera el juicio de otro, o quizás como si ni siquiera él mismo se encontrase allí.
No hay duda de que Patrick asesinó a sus tíos y a sus dos primos. Es algo en lo que todas las partes concuerdan. En el juicio, la batalla se centrará, por tanto, en el estado mental de Nogueira, y así ha quedado enfocado desde el primer día.
La fiscal insiste: lo de Patrick no fue un arrebato momentáneo. Planeó el crimen durante varios días, llevó todos los objetos necesario para cometerlo, eligió el momento en que acercarse a la casa, teniendo en cuenta el orden en el que debía asesinarlos a todos. Luego procuró deshacerse de las pruebas. Es lo mismo que defienden los abogados de las acusaciones, Rosa Periche y Alberto Martín, insisten en la misma idea: "Para matar no hay que estar loco, hay que ser malo".
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En cambio, la defensa del joven brasileño presentará batalla en ese sentido, intentando demostrar las anomalías que dicen que existen en el cerebro del asesino. "Patrick no es como ustedes. Patrick tiene un fallo cerebral que predetermina la conducta", dice Bárbara Royo, la abogada del asesino de Pioz.
A lo largo de toda la mañana, Patrick ha permanecido sentado sin mostrar emoción alguna. No será hasta la tarde cuando se levante al centro de la sala para responder las preguntas de las partes. Entretanto, su pose es la de una cabeza baja, una mandíbula apretada, la misma frialdad personificada.
Apenas un metro de distancia se interpone entre los asientos del público y el hueco que ocupa el descuartizador de Pioz, un demonio silencioso, modoso en la vestimenta, con la imagen ensayada de niño bien. La misma distancia que se interponía entre Patrick y su tía Janaína en la cocina del chalet 594 de la urbanización La Arboleda. Janaína estaba ocupada fregando los platos, de frente al fregadero, de espaldas a su sobrino. Fue entonces cuando Patrick se acercó y le clavó la navaja en el cuello. Fue el primero de la secuencia.