Y a la quinta la degolló: antes de matar a Fátima, 'El Quique' maltrató a otras cuatro novias
- La mujer de 36 años de origen marroquí vivía en el piso de arriba del asesino, quien la asesinó de tres cuchilladas en cuello, pecho y muslo. Su hijo menor descubrió el cadáver en el portal.
- "Yo, si mi mujer no me tiene la camisa planchada, ¡se la meto por la boca!”, decía el asesino machista por su barrio, Los Pajaritos de Sevilla.
- Una mujer asesinada a puñaladas en su portal en el barrio sevillano de Los Pajaritos.
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En el buzón del número 3 de la calle Carena de Sevilla figura en pulcra letra de imprenta el nombre del vecino que vive solo en el piso 2º izquierda: Enrique Román Bernasconi. Nacido en 1967, Enrique, o Quique, como lo conocen, es alto, de 1,80 por lo menos, musculoso, y lleva el pelo rubio un poco largo, en una melena rizada que hace que algunos lo apoden también como El Puyol, en alusión a la cabellera del antiguo capitán del Barcelona FC y de la selección. A no pocas mujeres El Puyol sevillano les resulta lo suficientemente atractivo a sus 51 años como para subir con él hasta su piso. Por eso tiene fama de mujeriego entre los y las que lo ven por la calle acompañado de una u otra.
El escenario urbano de sus conquistas no tiene nada de fantasía romántica de cuento de hadas, por mucho que las calles del barrio de Madre de Dios lleven nombres de constelaciones de estrellas, como la de la Carena o Carina de su dirección: la barriada de Madre de Dios, la fronteriza de Los Pajaritos, en la acera de enfrente (con la que forma un todo continuo), y La Candelaria forman el distrito de Tres Barrios, tristemente conocido por ser el más pobre de toda España, con gravísimos problemas de desempleo y delincuencia común que estigmatizan a la zona. Enrique, sin trabajo fijo, encaja profesionalmente con el patrón mayoritario entre los vecinos adultos. Con conocimientos de mecánica, ayuda en el taller de un hermano y hace chapuzas varias, como fabricar rejas. Tiene una camioneta, pero tendrá que venderla para subsistir. Sus parejas más duraderas y sus amantes ocasionales son mujeres, como él, que sobreviven a la precariedad económica del barrio con trabajos, si lo tienen, mal pagados, tanto españolas como inmigrantes extranjeras, en particular marroquíes.
Marroquíes como Fátima, una mujer 15 años más joven que él que hace unos ocho o nueve años, según recuerda un vecino en el bloque, se mudó con su hija, su hijo y el padre de los niños, también marroquí, justo al piso de arriba de él, el tercero izquierda. Será su futura presa. Su inmediatez se aprecia muy bien desde la calle: en el segundo, la ventana con reja blanca de él; arriba, a dos metros, en otro piso diminuto, el de ella y su familia.
Unos años después de la llegada de su atractiva vecina, a Quique lo deja su pareja de entonces, otra mujer marroquí con una hija que huyendo de sus maltratos acaba en una casa de acogida y después se va a vivir a Córdoba para alejarse de él. Por incumplir reiteradamente el alejamiento sobre esta pareja denunciante, el Juzgado de lo Penal 2 de Sevilla lo condena el 14 de marzo de 2014 a 14 meses de cárcel por quebrantamiento, aunque al apelar la condena ante la Audiencia Provincial (que la rebajará a 11 meses), él sigue en libertad hasta principios de 2017, según ha aclarado esta semana el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y ha informado el Diario de Sevilla.
Separado de esa mujer que lo ha denunciado, Quique inicia en junio de 2016 una relación sentimental, pero sin convivir, con su vecina de arriba, la también marroquí Fátima. Todo ocurre a la vez que ella sigue conviviendo con su marido y padre de sus hijos, según precisa un vecino que este miércoles por la noche vuelve al bloque después de pasar el día trabajando fuera (es de la afortunada minoría con empleo). “El marido de Fátima le destrozó el coche” al amante como venganza, recuerda este vecino a EL ESPAÑOL. De Quique dice que era el típico mal vecino que amarga al bloque entero: “Era un violento, pero sólo con quienes él sentía que eran inferiores a él. Abusaba de su altura y su musculatura. Una vez cortó el agua a todo el bloque porque decía que otro vecino le estaba mojando de arriba. Las mujeres subían con él y luego bajaban los peldaños de tres en tres corriendo en cuanto se daban cuenta de cómo era”.
Sobre las 18.30 de la tarde del 2 de diciembre de 2016, Fátima y su hija mayor, entonces de 11 años, van en el coche que conduce Enrique; madre e hija se bajan, él, enfadado, sale, la empuja y le arrebata el bolso a Fátima, y empuja a la niña que intercede por su madre, aunque sin causarles daños físicos. Y se va en coche con el bolso, dejando a su amiga sin las llaves de casa. Fátima, según detallará la Fiscalía, denuncia lo ocurrido pero luego se niega a ratificar la denuncia, renuncia a declarar y a que la examine un forense. El proceso judicial, pese a su silencio, siguió adelante. La Fiscalía pidió en el juicio el 30 de junio de 2017 que a Enrique Román Bernasconi lo condenaran a un año de cárcel y dos años de alejamiento de la víctima a más de 300 metros por delitos de coacciones en el ámbito familiar y maltrato leve. Pero el día siguiente, 1 de julio, el Juzgado de lo Penal 12 de Sevilla lo absuelve porque no hay pruebas contra él para desvirtuar su presunción de inocencia. Ni declara Fátima ni la única testigo. Si hubiera continuado con su denuncia y hubiera hablado en el juicio, posiblemente habrían condenado al acusado y Enrique tendría prohibido acercarse a Fátima a menos de 300 metros hasta mediados de 2019, lo que le habría obligado a irse del piso colindante con el de Fátima.
Por el contrario, por haber callado, por miedo, por lástima u otra razón, la madre y trabajadora que se ganaba la vida como limpiadora tuvo que seguir viviendo encima de Enrique, con el que rompió la relación, y pasar cada día varias veces por su puerta.
"Si no me tiene la camisa planchada, ¡se la meto por la boca!”
Hacia principios de 2017, ocurrió otro incidente que retrata al vecino mujeriego y abusón del 2º izquierda. Una noche estaba, bebido, bebiéndose un cubata, solo, en el bar La Morena, a pocos metros de su vivienda, como hacía habitualmente. El dueño, Rafael, cuenta a EL ESPAÑOL que este cliente hacía frecuentes comentarios de machista violento en voz alta ante el resto de la parroquia, pero eran tan grotescos, tan prototípicos, tan brutales, que pensaban que sólo podían ser fanfarronadas exageradas, bromas sin base real. Decía, por ejemplo, “yo, si mi mujer no me tiene la camisa planchada, ¡se la meto por la boca!”.
Pero esa noche, con el cubata entre las manos en una mesa en la terraza, Enrique dio un salto cualitativo en sus provocaciones. “Había dos mujeres con sus maridos sentadas en la mesa de al lado. Los maridos estaban de espaldas a él y las mujeres de cara. Él les hacía gestos, les sacaba la lengua, hacía así con la boca”, dice el dueño del bar refiriéndose a la simulación de una felación. “Las mujeres me hicieron señas, yo temía que los maridos se dieran cuenta y se liara. Hablé con el Quique y le dije que parara, que ni una más. Pero él seguía, y me dijo, ‘¡voy a venir y voy a tirarme a tu mujer!’. Ya no aguanté más, le dije, se acabó, le quité lo que le quedaba del cubate, lo tiré al fregadero y lo cogí del brazo para decirle que se fuera. Él me cogió de la camisa y me tiró al suelo. Al levantarme, vi que estaba en posición con los puños y, para defenderme, le di yo a él. Unos días después vino un policía para notificarme que tenía un juicio. Me había denunciado. La fiscal en el juicio me acusaba a mí como si fuera un criminal, yo explicaba que tuve que defenderme, pero nada. Él estaba allí sentado muy callado. Me condenaron a pagarle 300 euros. Los pagué al día siguiente, los 300 euros mejor pagados, porque no volvió al bar. Cuando pasaba por enfrente, agachaba la cabeza y no miraba hacia aquí. Era violento con quien él creía que era inferior, con las mujeres”, dice Rafael, insistiendo en la definición del otro vecino acerca de la doble cara del mujeriego agresivo con sus parejas sometidas y apocado con los que le plantaban cara.
De sus brotes violentos da cuenta otro vecino de calle. “Hace unos meses, Quique bajó de su piso de noche y le pegó una paliza a dos chavales que estaban en el portal porque le molestaba el ruido”, rememora Antonio, que de violencia en el barrio tiene experiencia directa: su amigo José Ocaña Candela murió apuñado en agosto de 2017 por el hombre, el marroquí Omar Mimi, al que le había alquilado una habitación (y cuatro meses antes, en abril, una mujer toxicómana de 40 años fue asesinada a cuchilladas en la vecina calle Perdiz).
Sería poco después del juicio como “víctima” en la pelea que él provocó en el bar cuando tuvo que ingresar en prisión por una condena distinta. Estaba ya en la cárcel cuando en marzo de 2017 llegó la orden de cumplir, además, la pena por el quebrantamiento de la medida cautelar sobre la pareja maltratada anterior. Así que Fátima se libró de su presencia durante algo más de un año, hasta que el 19 de marzo de este 2018 Enrique quedó en libertad y volvió a su piso de la calle Carena. Al piso debajo justo del de su antigua novia. Para cuando volvió, había ocurrido un cambio transcendental en la vida de Fátima. A principios de febrero de este año, la mujer, de 36 años, denunció por malos tratos a su marido marroquí, el padre de sus hijos, y esta vez sí siguió con la acusación adelante ante el Juzgado de Violencia sobre la Mujer 3 de Sevilla, de modo que el hombre fue enviado a prisión preventiva, donde sigue ahora.
Víctima de dos maltratadores en pisos colindantes
Fátima, víctima de dos maltratadores en pisos colindantes, se vio por fin sola y libre, pero un periodo cortísimo, entre el ingreso en prisión del marido en febrero y el regreso el 19 de marzo de su antiguo amante. Conforme avanzaba el tiempo, ella se mostraba cada vez más independiente, según recuerda una trabajadora social que la trató cotidianamente en la Asociación Social y Educativa La Candelaria, cercana a su vivienda, adonde ella acudía desde hacía varios años para llevar a su hija (ahora de 13 años) y su hijo (de 11) a actividades educativas y participar ella misma en grupos de madres.
Era una mujer “muy guapa, alegre, vivaracha, resuelta, inquieta, independiente”, que trabajaba de limpiadora pero demostraba tener preparación para empleos más cualificados. Se implicaba en la educación de sus hijos y en la suya propia. Se había sacado el carné de conducir, hablaba muy bien el castellano y vestía “a la occidental, sin velo”. Mujeres de la asociación la habían prevenido sobre Quique, con fama de maltratador; la antigua pareja que tuvo que huir de él yéndose a Córdoba había sido también usuaria del centro con su hija. Tras el episodio de su denuncia abortada, Fátima había cortado con él, consciente por experiencia propia de que tenían razón las advertencias de sus amigas.
Pero en cuanto Quique salió de la cárcel, comprobó que era imposible apartarlo de su vida: vivía en el piso de abajo. Enseguida, Enrique Román volvió a intentar reanudar la relación con Fátima, con la ventaja para él de que su competidor, el marido, estaba en la cárcel. Fátima, que vivía en el piso con sus dos hijos y una amiga marroquí, le contó a otra compatriota que el hombre llevaba desde hace meses “acechándola” y que se sentía “vigilada” por él, aunque no alertó en su entorno de que temiera un ataque suyo. “¡Este hombre no me deja a mí!”, le confió, molesta, a su amiga, según ha contado ésta ahora en la asociación. Sin embargo, en ningún momento volvió a denunciarlo por esta inquietante ronda suya. Más bien, a Fátima le preocupaba la reacción de su marido por su denuncia y había avisado al centro para que nadie recogiera a sus hijos tras las actividades, por miedo a que alguien se los llevara. La mujer recibía protección periódica del grupo Diana, especializado en violencia de género, de la Policía Local de Sevilla, pero en relación al marido encarcelado, no al vecino, sobre el que no pesaba ninguna orden de alejamiento sobre ella.
Entre tanto, mientras acechaba a Fátima, Enrique acumuló denuncias por malos tratos de otras tres mujeres (cinco en total incluyendo la retirada de Fátima, sin contar con otras que hayan podido sufrir abusos y nunca lo comunicaron a las autoridades), denuncias estas tres que tramita aún el Juzgado de Violencia sobre la Mujer 3 de Sevilla y por tanto son recientes, de los últimos meses.
La escalada de maltratador en serie del machito del barrio saltó a otra dimensión este martes, 23, de amanecida. Fátima bajó pasadas las ocho para acompañar a su hija mayor al instituto. A la niña, dice el vecino de calle Antonio, no quería ir sola por miedo al vecino y antiguo amigo de su madre. El miedo era fundado. Cuando subía las escaleras de vuelta, sola, Fátima se encontró con Enrique, armado con un cuchillo. Le cortó el cuello. Además de degollarla, le asestó dos cuchilladas letales en el pecho y en un muslo, a la altura de la femoral.
El maltratador en serie la degolló
Su hijo, alarmado porque su madre no llegaba para llevarlo a él al colegio, salió fuera y se encontró a su madre en el rellano, ensangrentada. La llamada al 112 se recibió a las 8.48 de la mañana. Enrique se fue, tiró el cuchillo en una alcantarilla y se fue al hospital Virgen del Rocío a curarse unas heridas que se produciría en el posible forcejeo con la víctima. Allí lo detuvo la Policía. El gallo parecía muy poca cosa una vez detenido, dijo uno de los policías que lo detuvo. Hoy viernes pasará por la mañana a disposición judicial.
Así, a la quinta denunciante, el maltratador en serie la degolló. Dejó huérfanos de madre a los dos niños, que, a falta de parientes directos de la víctima en España, están acogidos ahora con una familia amiga.
En la puerta de la asociación que frecuentaba Fátima, donde la ayudaban a rebelarse y ser independiente, libre de parejas opresoras, luce aún el anuncio de un curso sobre prevención de violencia machista dirigido en especial a mujeres inmigrantes que empezaba el mismo día de su asesinato. Una trabajadora social denuncia: “Lo que no nos podemos explicar es cómo alguien así, con sus antecedentes, estaba libre en la calle”.
La plataforma de asociaciones de Tres Barrios llevan años reivindicando que Estado central, Ayuntamiento y Junta de Andalucía aplique aquí un Plan Integral de rescate social, como en otras zonas. Denuncian que el centro local de servicios sociales (a los que había recurrido y de quien recibía ayuda Fátima) tiene tan poco personal que están colapsados. La Asociación Pro Derechos Humanos y la plataforma vienen denunciando desde hace meses que, aunque las urgencias se atienden sobre la marcha, estas primeras citas corrientes, en las que pueden detectarse casos muy graves que requieren intervención inmediata, soportan esperas de hasta cinco meses.