A eso de las nueve de la mañana del 16 de agosto de 2017, Salvador Rodrigo Lapiedra, (Salva para los amigos y también para Maje, la viuda negra de Patraix), encendió su teléfono móvil. Se encontraba en su chalet de Riba-Roja, una localidad del interior de la provincia de Valencia, y hasta allí se había acercado a esas horas intempestivas para deshacerse de su ropa, cubierta de la sangre de otro, manchada de muerte, de los restos de la persona a la que acababa de asesinar: Antonio Navarro, el ingeniero, el marido de Maje, María Jesús Moreno Cantó, la mujer a la que amaba, junto a quien imaginaba y suponía ya un idilio futuro en pareja. Fue entonces, tras arrojar el cuchillo homicida a una fosa séptica de su chalet, cuando cambió el estado de su whatsapp.
Se trata, a priori, de un gesto inocuo. Algo que sucede decenas de veces en decenas de teléfonos móviles cada día. Pero el hecho en sí no resultaba tan banal, precisamente porque lo había hecho él. Era el aviso de que todo había salido a la perfección: Antonio, el marido de Maje, yacía muerto en el garaje de su casa con ocho puñaladas en el tórax.
Horas después, según ha podido saber EL ESPAÑOL a través de fuentes cercanas al caso, sucedió algo que no estaba previsto. Salva recibió la llamada de una Maje nerviosa, alterada. Por teléfono, acordaron citarse en Valencia, en la casa de la hermana de la viuda negra.
Maje había roto el pacto. O eso dice Salva. En teoría, según su nueva versión, aquella llamada no estaba prevista. El simple gesto de cambiar el estado del teléfono debía bastar para conocer que sus intereses habían llegado a buen puerto y que su marido yacía desangrado y exangüe en el garaje del número 14 de la calle Calamocha. Su declaración ante el juez el pasado viernes, que ha podido conocer este periódico de fuentes cercanas al caso, está destruyendo los cimientos del muro construido muchos meses atrás.
Hasta ahora, sendas versiones habían discurrido en la misma línea: Salva se comería toda la responsabilidad. Y eso, claro, para él era un acto de amor. Acaso lo de ahora sea puro despecho, pero Salva la señala ya directamente como la autora intelectual del crimen. "Me comió la cabeza para que acuchillase a su marido", reveló ante el juez.
Cortar toda comunicación
El crimen, como ya contó este periódico, fue planeado muchas semanas atrás. Los mensajes, las cartas de 'amor', las llamadas telefónicas y los encuentros furtivos se convirtieron en la tónica habitual de Maje y de Salva, un hombre casado, con una hijita de 19 años y fan acérrimo de los videojuegos por internet. Pero como en las bodas, el novio no debe ver a la novia antes de entrar en la iglesia el día del enlace. Por eso durante las semanas previas al crimen, Salva dice que cortaron toda comunicación para que nadie los pudiera relacionar.
Así, nadie podría conocer sus propósitos. Hubo otra condición inapelable: sus teléfonos móviles estarían apagados en las horas previas y posteriores al crimen. Controlando cada aspecto, supieron que de ese modo lograrían despistar a la Policía y que no podrían utilizar esa prueba, crucial en estos casos, contra ellos en caso de que fuesen descubiertos. Los investigadores no tendrían localizados sus teléfonos en ningún repetidor en el momento del asesinato.
Salva cumplió con todos los detalles del plan de forma milimétrica. La noche anterior, Maje logró alertarle discretamente de que el coche de Antonio se encontraba dentro del garaje. Era la señal de actuar. Cuando se despertó, la mañana siguiente, apagó el teléfono a primera hora. Era 16 de agosto. Logró acceder al garaje antes de que Antonio Navarro, el marido de Maje, accediese a la cochera en busca de su vehículo. Se escondió entre varios automóviles cercanos y se quedó esperando en cuclillas. Perpetró el crimen. Borró las huellas (lo mejor que pudo). Se deshizo de sus ropas y del arma empleada en el asesinato. Y después modificó el estado de whatsapp de su teléfono.
Parecía que todo había salido a la perfección: por fin iba a alcanzar su ansiada vida al lado de la mujer a la que de verdad amaba. La que le prometía el cielo un día tras otro.
La que, dos años atrás, le comenzó a rondar (o eso creyó él) dejándole caer los mensajes furtivos en sus cartas de amor. Unas cartas que este año ha ido desvelando EL ESPAÑOL. Cartas que reflejan la frialdad de la viuda negra, la mujer que convirtió a un hombre casado y feliz en su recadero, en su amante y en su asesino. Este fragmento no había sido revelado hasta ahora:
Me gustaba, me atraía, ¡¡¡ lo deseaba!!! Pero... ¿por qué? Sé quién es, sé que está casado, lo veo feliz... He preguntado discretamente por él y mis posibilidades son nulas pero... su mirada me atrae, es distinta a cómo mira a las demás!! Se detiene a hablar siempre.
Su olor, su presencia, su mechita cayendo, su gorrito... Se detiene el tiempo, paro de trabajar, oigo su voz y salgo en su busca... Aunque no hablemos, que me vea, que sepa que estoy allí.