Hay unos dos kilómetros y medio de camino desde la entrada del Valle de los Caídos hasta la basílica en la que está enterrada el dictador Francisco Franco. Bajo la lluvia de esta mañana del 20-N, cuatro jóvenes recorren a pie ese sendero rodeado de pinos que desemboca en la gran explanada bajo la cruz. Los adeptos llegarán empapados, con la gabardina calada, entrarán tarde a la celebración religiosa, y accederán al interior con la misa ya empezada. No les importa. Son seguidores incondicionales que acuden a la última llamada del cadáver del líder del régimen y de su tumba, la tumba de la polémica.
Quizás este 20 de noviembre haya sido el último aniversario de la muerte en la cama del autócrata con su cuerpo descansando bajo la losa situada a los pies del altar de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. La promesa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de sacar a Franco de allí tiene todas las papeletas de consumarse. Quizás por eso alrededor de 500 personas se congregaron en su interior para la celebración religiosa en honor del líder del régimen y de José Antonio Primo de Rivera. Quizás por eso o porque sale barato: ir a la misa de las once sale por el módico precio de cero euros.
Dos periodistas de EL ESPAÑOL asisten a la celebración religiosa, de una hora larga, en el interior del mausoleo de Cuelgamuros, mezclados entre los centenares de feligreses. Entre ellos, la plana mayor de personajes que en los últimos tiempos han salido a defender al líder del régimen: estaba su nieto, Luis Alfonso de Borbón, estaba Juan Chicharro, presidente de la Fundación Francisco Franco, estaba Pilar Gutiérrez, la autoproclamada mujer más franquista de España.
Estaba también, con un ramo de flores en la mano, Chen Xiangwei, conocido también como el chino 'facha' del barrio de Usera, condecorado por la fundación del dictador y dueño del bar Oliva, un establecimiento conocido por la profusión en sus paredes de simbología propia del régimen franquista. Todos ellos en las primeras filas.
Más que una misa, aquello fue una colección de simbología preconstitucional en todo su funesto esplendor: polos con el escudo de Falange, corbatas con la bandera de España enmarcadas en el azul del bando nacional, proclamas de ¡Arriba España!, la mano derecha en alto y besos de rodillas sobre la lápida.
La mayoría de los asistentes eran varones de mediana edad. Jóvenes y mayores, hombres y mujeres, todos acudieron al lugar. En la puerta, la Guardia Civil custodiaba la entrada al recinto, identificando a aquellos que exhibiesen la bandera franquista, la bandera del régimen. No en todos los casos lograron su propósito.
Una corona de flores
A las once de la mañana comienza a sonar el órgano de la basílica. Le acompaña un coro de niños cantores situados en la sillería de madera, tras el altar y la cruz. Ocho sacerdotes vestidos de púrpura acceden al presbiterio, donde se realiza la ceremonia, para dar comienzo al ritual. Hay incienso, hay cirios y hay cánticos de los feligreses con la mano en el pecho. Justo en ese instante, una pequeña comitiva camina por el centro de la nave y se dirige hacia la zona de la tumba, en los bancos de la parte delantera.
A la cabeza va la sonrisa agria de Pilar Gutiérrez Vallejo, autodenominada "mujer más franquista de España", portando una corona de flores para el dictador. Más tarde la depositará a sus pies.
Preside la ceremonia Santiago Cantera, abad de los monjes benedictinos. Se trata de un acto realizado con toda solemnidad. Llegada la parte del Evangelio, proclama:
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo,
donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste,
porque me amabas antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido,
y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer
y les daré a conocer tu Nombre, para que el amor que me tenías
esté en ellos, como también yo estoy en ellos.
"Yo me arrodillo en la tumba y me haces una foto"
En la homilía, el abad insiste en que Cuelgamuros es un lugar de recuerdo a todas las víctimas de la Guerra Civil. De uno y de otro bando. Y que los cuerpos de los difuntos tienen que gozar "de dignidad y respeto, para que reposen en paz".
Durante 15 minutos, su intervención recalca esta premisa y prosigue con la idea: el cuerpo de Franco, como está muerto, no puede realizar ningún daño. "En esos cuerpos ya no hay vida, no encontramos ningún peligro en ellos. No creemos en fantasmas, no nos asustan los muertos, no vivimos angustiados temerosos ante el mal que nos pueden hacer los cuerpos de los difuntos. Porque ciertamente no nos pueden hacer ningún mal".
La celebración transcurre con normalidad, con dos guardias civiles patrullando los pasillos laterales de la nave de la basílica, con las luces apagadas en el momento de la eucaristía confiriendo al habitáculo la apariencia de una caverna, tan solo la cruz del altar iluminada. Al paso de los monaguillos con la bolsa de los donativos, alguno de los adeptos arroja billetes de 50 euros a su interior.
Al finalizar la celebración comienza el espectáculo. Los sacerdotes solicitan que no se produzca ningún suceso escabroso que pueda revertirse en contra de la imagen del lugar. "Queremos recordar encarecidamente que, conforme al carácter sagrado de este lugar, eviten cualquier acto ajeno al ambiente de oración y de paz espiritual de la basílica del Valle de los Caídos".
Todo da igual. En cuanto la hilera de sacerdotes enfila la sacristía, la muchedumbre abandona los bancos y conforma una larga cola en dirección a los pies del altar, donde se encuentra la lápida con la tumba del dictador. Es el momento, dicen, de honrarla.
La rodean de inmediato. Algunos depositan los ramos de flores que llevan sosteniendo durante la hora larga que ha durado la misa. Luego se arrodillan con mucha profusión, con mucha parafernalia. Otros, se hacen la señal de la señal de la cruz en la frente para luego levantarse y cuadrarse como los militares hacían durante el régimen. Todos quieren inmortalizar el momento y por eso sacan sus teléfonos móviles. Otros, en algún instante, tras detenerse a observar la tumba, dan un paso al frente con el brazo derecho extendido y la cabeza alta. Como se hacía en la dictadura. Luego gritan "Viva Franco", o "¡Arriba España!", o alguna proclama similar.
Una mujer de unos 50 años se acerca al reportero en ese momento y le extiende su teléfono móvil, un sencillo Nokia de los antiguos. "¿Me puedes hacer una foto? Yo me pongo allí, me arrodillo delante de la tumba y disparas". La mujer posa sus rodillas sobre el suelo y besa la lápida, casi mezclando su cabeza con las flores que rebosan sobre la superficie de mármol. La cámara se acciona dos veces y la fotografía se realiza sin mayores inconvenientes.
La mañana en el Valle de los Caídos concluye. La procesión de los franquistas abandona Cuelgamuros enardecida tras una mañana de exaltación de la dictadura y de su simbología. Lo normal en el año 2018.