Desde bien temprano en la mañana de este domingo, en el Palacio de la Zarzuela se preparaba el dique de contención. Con Juan Carlos I en Abu Dabi (Emiratos Árabes) para disfrutar del gran premio de Fórmula 1, como es habitual en él, la Casa Real sabía que la actividad personal del otro rey de España volvería a causarle problemas. Una vez más.
Al final del día, Juan Carlos de Borbón no ha dejado de ser rey. Su condición de emérito —un apelativo que él detesta y considera prácticamente un insulto, como confirman fuentes cercanas a EL ESPAÑOL— le habría de mantener ya no en sus reales actividades, sino en la ejemplaridad que se le presupone al cargo. Le pese a quien le pese; a él, el primero.
Pero continúa descontrolado, es un verso suelto. Decidió acudir a la capital de los Emiratos Árabes y decidió hacerlo con su hija Cristina como escudera. Creó la crisis de las dos fotos. Zarzuela desaconsejó el viaje: “La idea era mala desde el principio. Anula viajes de trabajo, o más bien, se los anulan por sus problemas de salud y se marcha a ver la Fórmula 1. La foto es un buen mandoble para nosotros, para todos”, admite una fuente de palacio. Ya no sólo por intentar recuperar la imagen de la ex duquesa de Palma, sino porque saludó y se dejó inmortalizar junto al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, considerado por la CIA como el cerebro detrás del asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi el pasado 2 de octubre. El rey emérito de España apoyando a un presunto criminal en su lavado de imagen.
Juan Carlos y la casa real saudí, como familia
Ellos son como familia, porque Juan Carlos es muy querido en las cortes árabes, especialmente en Riad. Cómo negarse a la foto. "Si el rey emérito hubiera tratado de esquivar esa imagen, el gesto podría haber tenido consecuencias negativas para las relaciones bilaterales, marcadas por la dependencia económica de España de Arabia Saudí. Porque es uno de los principales suministradores de petróleo de España, y además, han adjudicado contratos por miles de millones". Pero, al hilo de la indignación que ha creado la imagen, la Casa del Rey ha tenido que salir al paso y manifestar que el saludo fue "estrictamente protocolario, sin ninguna reunión previa, ni posterior, y sin trascendencia institucional”.
Juan Carlos es, a ojos de la Constitución, rey vitalicio con carácter honorífico. El Real Decreto 470/2014, de 13 de junio, establecía que su tratamiento debía corresponderse a Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona, Príncipe o Princesa de Asturias. La etiqueta de “emérito” se gestó en mitad del proceso de abdicación en un triálogo entre Jaime Alfonsín, como futuro jefe de la Casa del Rey, Jordi Gutiérrez, jefe de Protocolo, y Rafael Spottorno, la mano derecha de Juan Carlos. A todos, en su momento, les pareció bien.
Ahora son muchos dentro del entorno de Felipe VI los que se arrepienten de esta decisión. “Si abdicas, lo dejas. No puedes estar a medias. Lo ideal hubiera sido hacer como han hecho en Holanda, donde la reina Beatriz pasó a ser princesa y sigue con algunos actos pero sin boicotear a su hijo Guillermo”, indican a este periódico fuentes de Zarzuela. “Pero el equipo del Emérito se negó en rotundo, querían conservar el título, porque no se le puede ni llamar emérito porque se cabrea. Ya lo decía la reina Sofía, el rey muere rey, pero nunca pensamos que lo fuera a decir tan en serio”.
Es un hecho que en España hay dos reyes, aunque sólo uno sea el verdadero. El actual equipo de Felipe VI lo sabe, como es consciente el propio Jefe del Estado de que quizás todo aquello fuera una mala idea. La imagen de su padre, antes blindada y hoy con todas las vergüenzas en primera plana, le pasa factura a la monarquía y, por tanto, a su propio reinado. Pero, ¿qué hacer al respecto? "Están en una encrucijada tremenda".
Enfadado con Felipe VI desde 2014
A sus 80 años, a Juan Carlos poco le queda por aparentar, debe pensar. Lleva enfadado con su hijo, el Rey, desde 2014. Atrás quedó el disimular sus lujos y privilegios, el fingir que su matrimonio con Sofía era el reflejo de cualquier familia idílica. Él pidió seguir siendo la representación de la Corona en Iberoamérica: se lo negaron. Así que su enfado está candente porque “tampoco va a ir a Brasil en enero y eso se suma a lo de México”, confirman trabajadores de Zarzuela. Los estrenos de López-Obrador y de Bolsonaro son dos de las grandes citas en el escenario político internacional y el Borbón no estará allí. Aunque no le pilló por sorpresa, sí que mostró su descontento. “¡A tomar por culo la bicicleta!”, llegó a exclamar por su exclusión del acto del país norteamericano, que tendrá lugar en apenas unas horas, el próximo día 1 de diciembre. Allí estará Felipe VI, el Rey verdadero, y no él.
Al que fuera Jefe del Estado se le ha relegado a un segundo plano mientras no paran de crecerle los escándalos. Desde sus escarceos amorosos a la publicación de las cintas de Corinna por este periódico, la imagen idílica de la cara visible de la Transición se está resquebrajando. Él tampoco pone demasiado de su parte: sus últimas apariciones públicas son en torno a momentos de ocio. Corridas de toros, regatas o comidas en grandes restaurantes… incluso se le apartó del tradicional posado en Mallorca por el aluvión de críticas que estaba recibiendo.
Se ha formado un núcleo de confianza en Galicia, una especie de corte regional liderada por Pedro Campos, sobrino de Calvo Sotelo. Es su refugio frente a su soledad. Pero ni allí se libra de las consecuencias de la mala imagen que da como el otro rey."¡Qué campechano!", "viva la República" o "a tope sin drogas" son sólo algunas de las burlas que el rey emérito Juan Carlos tuvo que escuchar hace unos días a la salida de un choco -taberna- del centro de Vigo, donde estuvo cenando junto a la Infanta Elena y Pedro Campos, el último amigo que le queda tras su jubilación forzosa.
Juan Carlos I también fue el gran ausente en los actos de aniversario por los 40 años de democracia el año pasado, algo por lo que se mostró herido. Este año apenas ha acudido a actos oficiales, más allá de algunos relacionados con la tauromaquia o sus propias celebraciones de cumpleaños. Se le ha visto en los momentos imprescindibles, como la Pascua militar o la famosa misa de Palma de Mallorca, cuando sucedió el rifirrafe entre las reinas. Y, desde el mes de junio, coincidiendo con la publicación de las cintas de Corinna, nada. Hace lo que quiere y le dejan llevando el título de rey de España, mientras Felipe VI intenta reflotar el prestigio de la institución.