El Mesías del cristianismo llegó un 25 de Diciembre. Lo profetizó Isaías en el 760 AC ante el panorama de corrupción que reinaba en su mundo. "Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga”. El próximo sábado, 1 de diciembre, llegará a México un nuevo “Mesías”; aquel que representa a los treinta millones de mexicanos que convirtieron al eterno candidato en presidente de México. Hablamos de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), 65 años, el redentor de los oprimidos que se servirá de corrupción, de las mafias del poder que han controlado por decenios el país y del neoliberalismo para imponer un cambio radical de régimen y autoproclamarse salvador de México.
Un nuevo presidente que, gracias al hartazgo de 70 años de gobiernos del PRI (Partido Revolucionario Institucional) y la holgada mayoría obtenida en las pasadas elecciones, le permitirán implantar la que denomina “Cuarta Transformación”. Una revolución que cambiará al país, la Constitución e instituciones sin una oposición que pueda evitarlo.
Como estandarte, ondea la bandera de la austeridad, esa medida que siempre aplauden los que menos tienen y más esperan, pero que oculta una realidad incuestionable. Para llevar adelante las promesas electorales, el presidente necesitará recursos económicos de lo que hoy no dispone. El presupuesto actual de 5,6 billones de pesos está comprometido al 80% y, de ellos, el 50% corresponde al pago de la deuda. Necesitará de un milagro aún mayor que el de la multiplicación de los panes y peces que Jesucristo realizó en Bethsaida para sacar adelante los planes prometidos. Más aún cuando el compromiso fue no subir ni crear nuevos impuestos. La solución pasará inevitablemente por el aumento de la presión fiscal y ondear simultáneamente ante el pueblo la bandera de la austeridad. No habrá aviones presidenciales, lujos, palacios, guardaespaldas, ni sueldos en la administración o en el gobierno más altos que el suyo. 74.313 pesos mensuales, poco más de 3.229 euros/mes; lo que para algunos augura la desbandada de funcionarios cualificados y la irrupción de una creciente mediocridad en los puestos claves de la administración.
Un infarto en 2013 le cambió la vida
Pero, ¿quién es el hombre que se esconde detrás de las máscaras del nuevo presidente? ¿Un hombre de paz, un mesías, o un lobo con piel de cordero que, repitiendo sus palabras, no se conformará con ser el títere de los empresarios que han dirigido el país los últimos treinta y seis años? AMLO se siente cómodo en la primera definición: “No perseguiré a personajes del pasado ni caeré en la venganza”.
Un líder modesto, acostumbrado a vivir en una casa humilde de un barrio obrero de la capital, aficionado al béisbol, que, de joven, estudió Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma (UNAM) y al que aún se le recuerda durante su mandato como jefe de gobierno de la Ciudad de México (2000-2005). Cada mañana se levanta a las cinco, toma un café negro e inicia las primeras reuniones de trabajo con sus colaboradores. Un hombre que en apariencia huye de conflictos, pero a la vez de firmes convicciones exponiéndolas pausadamente. Dicen que fue a raíz del infarto agudo de miocardio que sufrió en diciembre del 2013: se le practicó una angioplastia colocándole un dispositivo en la arteria coronaria para restaurar el flujo sanguíneo. Según sus propias palabras se encuentra bien de salud, “gracias a la ciencia, al creador y a que siempre echa para adelante”. Cada mañana toma Amlodipino para la tensión arterial y prevenir un nuevo infarto.
Los escándalos de sus hijos
Padre de cuatro hijos, los tres mayores los tuvo con su primera esposa, Rocío Beltrán, fallecida en 2003 a los 46 años como consecuencia de una enfermedad degenerativa. El más pequeño, Jesús Ernesto, con su actual esposa, Beatriz Gutiérrez Müller; periodista, escritora y doctora en literatura que rehúsa ser primera dama y exige que se le llame por su nombre de pila. Le separan dieciséis años de su esposo, pero le unen el amor por México y el gusto por la Historia.
Los hijos, especialmente los dos primeros, han dado muestras de un intenso carácter. José Ramón se vio envuelto en un escándalo durante la pasada campaña electoral tras gritar: “Cerdos. Son unos cerdos y vais a perder las elecciones”, al candidato a la presidencia Ricardo Anaya en el aeropuerto de Mérida. Un temperamento fuerte que se ya se vio en redes sociales tras su enfrentamento con Juan Ignacio Zavala, hermano de la también candidata a la presidencia Margarita Zavala, empleando calificativos como “corrupto, difamador, frívolo, cínico, pusilánime. Una auténtica lacra”.
Tampoco se libra de escándalo el segundo de los hijos, Andrés Manuel Jr., captado en una protesta encabezada por su padre luciendo unas zapatillas de la marca Louis Vuitton de 800 dólares. Los tres mayores tienen actualmente cargos en el partido Morena, fundado por su padre en 2012. Morena es una coalición de partidos de izquierda al estilo de las Mareas de Podemos, que dice estar “al servicio del pueblo, la nación y contra el autoritarismo”. Un proyecto político que busca impulsar el desarrollo a través de las iniciativas privada y social, promoviendo la competencia, pero ejerciendo la responsabilidad del Estado en las actividades estratégicas reservadas por la Constitución, en la planeación del desarrollo y como garante de los derechos sociales.
AMLO, el desconfiado
Pero, cómo definir políticamente a López Obrador (AMLO), un hombre unido a la política desde que en los años setenta comenzara militando en el PRI al que tanto terminó despreciando; un político profesional especialmente sensibilizado ante la marginación de los pueblos indígenas y las miserias de una sociedad dividida entre ricos y pobres y, ambas clases sociales, envueltas en el manto de la institución más democrática de México: la corrupción que inunda el todo.
Para Alberto Fernández, politólogo egresado de la UNAM y de la New School for Social Research, el principal factor que define la relación de Andrés Manuel López Obrador con la democracia “es la desconfianza. El tabasqueño desconfía de los demás políticos, adversarios y aliados por igual; desconfía de lo que percibe como fuerzas oscuras empeñadas en detenerlo. Pero de quien más desconfía es de la ciudadanía y, sobre todo, de sus votantes”.
Quizás no le falten motivos para la desconfianza. La historia más reciente de México nos habla de corrupción, impunidad y connivencia de los políticos con el crimen organizado.
Le comparan con Chávez y con Maduro
Adversarios que temen perder privilegios le comparan con Chávez y con Maduro. Dicen que representa el mayor peligro al que se enfrenta México desde la Revolución, quizás porque, en este caso, la memoria es selectiva. Pero, ¿es racional ese temor cuando ni tan siquiera el nuevo presidente ha jurado todavía el cargo?. Dicen que “si parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, probablemente es un pato”. Es el temor a lo desconocido, miedo a repetir en México los errores de la revolución bolivariana y a un presidente de corte mesíanico al que le parace no gustarle la crítica.
Lo dejó claro tras la publicación en la revista Proceso de una portada titulado “AMLO SE AÍSLA. EL FANTASMA DEL FRACASO”. La respuesta fue contundente e inmediata: ¨No seré un dictador. Habrá libertad de expresión, pero si me faltan al respeto diré que mienten y que actúan por consigna”. Excusatio non petita, accusatio manifiesta, que reza el dicho latino.
Hace solo unos días, el pasado 13 de noviembre, López Obrador soplaba las velas de un pastel en Yucatan celebrando su 65 cumpleaños después de reunirse con los gobernadores que apoyarán la construcción del Tren Maya. Se le veía mas sonriente que de costumbre. Feliz.
“Ya no me pertenezco, –dijo–, ya soy de la nación”. De inmediato se encendieron las alarmas y las redes estallaron con el vídeo de Hugo Chávez repitiendo esa misma frase desde el balcón del palacio de Miraflores el día de su reelección en Venezuela. Saltos, al vacío del subconsciente, que alientan el temor a la paralización de inversiones y a la fuga de capitales que, como en el caso de España, han permitido que la vivienda haya subido un 40% en barrios como el Salamanca. Por el contrario, para millones de ciudadanos, la llegada de AMLO es el inicio de una nueva Revolución, con mayúscula, que revierta la situación de extrema pobreza en la que vive el 53% de la población. Conjugar crecimiento y desigualdad será su reto.
Expropiaciones mineras que prenden la mecha
De lo que ya no hay duda es que la transición de terciopelo que se ha vivido desde las elecciones entre el Presidente Enrique Peña Nieto (PRI) y López Obrador (Morena) ha terminado para siempre. Lo confirmaba el escritor, político y activista sindical hispano-mexicano Francisco Ignacio Taibo II, a quien AMLO ha situado como director de Fondo de Cultura económica. Taibo, incidiendo en ese espíritu de cambio que propugna el nuevo presidente, propone iniciar inmediatamente las expropiaciones en el sector minero, alentando a los trabajadores a movilizaciones. “Los mineros tienen que venir al Congreso y exigir que se expropien las minas. Necesitamos removilizar la sociedad que ganó las elecciones”, dijo, desatando el pánico entre los empresarios del sector que han visto reducir dramáticamente el valor de las acciones en la Bolsa mexicana.
Uno de los temores más acusados es la posible polarización de una sociedad hasta ahora aparentemente dormida que, posiblemente, como aducen los analistas financieros, terminará generando conflictos laborales interminables, paralizando al país y supondrá el fin de un ciclo de prosperidad.
Alfredo Coutiño, director para América Latina de Moody's Analytics asegura que, “López Obrador tomará una economía en desacelaración y con nubarrones que se pueden volver más pesados en la medida que continúen acciones propuestas que atenten contra las inversiones en el país como la cancelación de la construcción de nuevo aeropuerto de Ciudad de México o la iniciativa de eliminar algunas comisiones bancarias. Acciones que generan una percepción de que las cosas no solo serán como se dijeron en la campaña electoral sino que se tomaran acciones que significan un riesgo para la propiedad privada y las inversiones tanto nacionales como extranjeras”.
Intervención del sector bancario
La propuesta de los dirigentes de Morena, el partido del López Obrador, de intervenir en el sector bancario mexicano ante las “desproporcionadas comisiones e intereses que la banca aplica en México ya originó la semana pasada pérdidas del valor accionarial del BBV, Santander, CitiBank, Banorte e Imbursa superiores a los 91.000 millones de pesos (3.900 millones de euros)" y con ello, la depreciación del peso mexicano, que esta semana se sitúa en los 20,51 frente al dólar norteamericano. El valor más bajo de los últimos años.
Pérdidas que se suman a las causadas tras la decisión de cierre del nuevo aeropuerto de Ciudad de México, estimadas en doscientos mil millones de pesos (8.600 millones de euros). Un cierre que expertos en comercio internacional consideran como actos de expropiación, cuando lo que en realidad significan es un claro mensaje a los empresarios para que entiendan quién manda ahora en México. “Hay que notificarles a algunos que este ya es otro México –dijo AMLO-. No voy a ser florero, no estoy de adorno”.
La alternativa propuesta por el nuevo presidente tras el plebiscito con el que justificó el cierre del moderno aeropuerto pasa por la construcción de dos nuevas pistas en la base militar de Santa Lucía y la actualización de los actuales aeropuertos de Toluca y el saturado de Ciudad de México. Son opciones rechazadas por expertos internacionales como MITRE por el aumento de costes operativos para las aerolíneas, por los usuarios al tener que invertir cuatro horas en desplazamientos o en lo referido a la seguridad aérea, ante el riesgo que entraña mantener tres aeropuertos operando simultáneamente en un radio de acción de cincuenta kilómetros.
"Todo será consultado"
“Todo será consultado”, repetía una y otra vez López Obrador tras comunicar a los ciudadanos el resultado de una votación irregular y sin garantías democráticas. “Tenemos que acostumbrarnos a que sea el pueblo el que nos diga que hacer”.
“Como si el pueblo de México fueran exclusivamente los setecientos mil simpatizantes que votaron ese cierre en una consulta inconstitucional”, afirmaba Marcelo Torres Cofiño, ex presidente del PAN, el segundo partido más votado en las elecciones presidenciales. “Es la peor de las burlas. Fue una farsa. México necesita a un presidente de la república, a un hombre de Estado y no un bufón que traslada la responsabilidad a los votantes. Es una amenaza para la patria y esto es la antesala de Venezuela”.
La realidad es que setecientos mil votantes en un país de ciento veintinueve millones decidiendo, en un plebiscito sin garantías, el desarrollo futuro de México, no encajan bien con lo que esperan los mercados de la decimoquinta economía mundial. El mensaje recibido por los inversionistas fue de: “Peligro. Zona Roja” y las pérdidas sufridas en la Bolsa durante la semana se estimaron en 130.000 millones de pesos (5.649 millones de euros), las mayores de los últimos diez años, sin olvidar que el cierre supondrá la perdida 46.000 puestos de trabajo.
“Lo que pretendían los inversionistas y los empresarios del aeropuerto era hacer un gran negocio y convertir a Texcoco en un nuevo Santa Fe”, aseguraba un enfurecido y desconocido AMLO, dejando ver su rostro más amargo tras conocerse los daños ocasionados en la economía por su decisión. “Como si los empresarios fuésemos unos delincuentes por pretender obtener beneficios en nuestras inversiones, o fuera delito urbanizar una ciudad que lleva 40 años abandonada”, decía un conocido empresario involucrado en la construcción del nuevo aeropuerto a este periódico.
Diseñado por Norman Foster, el aeropuerto de CDMX será una más de las obras inacabadas que podrán observarse desde el espacio, porque en México nada dura más de un sexenio, el tiempo de permanencia en el poder del presidente de la República y sus respectivos lobbys.
Un presidente ajeno a las críticas
AMLO presentaba esta semana, el más esperado de los proyectos. Aquel que según sus palabras devolverá la paz a un país en donde cada año se registran 29.000 asesinatos. El mandato del presidente Enrique Peña Nieto se cerrará con 129.000 asesinados. Un plan de Seguridad Nacional cuyas líneas maestras pasan por la erradicación de la corrupción, repensar el enfoque de las drogas, canalizando los recursos hasta ahora empleados en su combate en programas de reinserción, prevención y salud. Amnistías, reducciones de penas y, reforzar la seguridad publica con la creación de nueva Guardia Nacional que dotará al ejercito del mayor poder que cualquier otro gobierno haya concedido a las fuerzas armadas. Decisión rechazada por la oposición al considerar que, como sucede en dictaduras latinoamericanas, se militariza al país, y también rechazado por decenas de lideres sociales y organizaciones civiles como el colectivo #FiscaliaQueSirva y #VamosPorMas, que no comprenden que López Obrador se niegue aprobar una reforma Constitucional para dotar de autonomía plena a la Fiscalía, y sin embargo, impulse un cambio de la Carta Magna para dejar en manos de los militares la seguridad ciudadana.
Lamentos y protestas que parecen no hacer mella en el nuevo presidente, que vive a sus 65 años su momento de gloria, ajeno a las críticas de nepotismo tras el nombramiento de su esposa Beatriz Gutiérrez al frente de Consejo Asesor externo de la Coordinación Nacional de Memoria Histórica y Cultural de México; un nuevo organismo que pretende recuperar el acerbo cultural e histórico perdido en el extranjero.
Pero, el más deseado de los proyectos del presidente, la joya más ansiada y prometida en la campaña electoral, será la construcción de un Tren Maya en el que se tiene previsto invertir 150.000 millones de Pesos (6.500 millones de euros) y al que pocos, excepto sus correligionarios, consideran prioritario. Un tren que recorrerá 1,500 kilómetros por zonas hoteleras de Cancún, Playa del Carmen y selvas de los estados de Quintana Roo, Chiapas, Campeche, Yucatán y Tabasco, el estado en el que López Obrador vino al mundo en Tepetitán un 13 de noviembre de 1953. Proyecto para el que el pasado fin de semana se realizó una nueva multiconsulta popular para la aprobación del proyecto así como los del Istmo de Tehuantepec que unirá el Atlántico y el Pacífico, subida de pensiones, concesión de becas, construir refinerías o plantar un millón de hectáreas de arboles frutales y maderables. Porque este será el espíritu que moverá las grandes decisiones del nuevo gobierno durante los próximos seis años de legislatura. Será –dice AMLO– un gobierno participativo; por mucho que protesten académicos, científicos, escritores, artistas y organizaciones indígenas de Yucatán. “El pueblo manda y respetare lo que decida”. Ya lo dijo Isaías: “Un rey, el Mesías, reinará con justicia. La tierra será un desierto hasta el día de la restauración y del recogimiento”.