Después de que Ana Enjamio le dejase a los seis meses de empezar la relación, César Adrio comenzó una enloquecedora y enajenada campaña de acoso con la cual le hizo la vida imposible. Eso ocurrió antes de asesinarla a las puertas de su casa. La seguía a hurtadillas por las calles de Vigo, la perseguía a hurtadillas; si Ana, 25 años de edad, salía de fiesta, César se daba cuenta e iba al día siguiente al piso de ella para reprochárselo. Los intentos de él por seguirle la pista en todo momento llegaron a límites insospechados: uno de ellos fue la instalación de una aplicación en su móvil con la que podía conocer las personas a las que Ana llamaba por teléfono para luego enviarle mensajes ocultando su procedencia.
La noche del crimen, la del 16 al 17 de diciembre de 2016, Ana envió un mensaje a su madre durante la cena de Navidad de su empresa. Quedó pendiente, horas después, de avisarle de su regreso a casa. Este nunca se produjo. César Adrio la estaba esperando en el portal para propinarle 28 puñaladas. 12 de ellas, alojadas en la cavidad torácica, la alcanzaron directamente en el corazón y acabaron con su vida para siempre.
Dos años después, tras un extenso sumario, el juez ha decretado la apertura de juicio oral contra César Adrio. El juzgado de Violencia sobre la Mujer de Vigo le atribuye los delitos de asesinato, acoso, revelación de secretos y hurto. Además, le impone como primera medida que ingrese una fianza de 450.000 euros. Esa cuantía es la que reclama la fiscalía para que el sospechoso compense los daños morales que le causó a la familia de la víctima en estos dos años de calvario judicial.
La vida de Ana se truncó por completo en cuanto Adrio se cruzó en su camino. Se había mudado tiempo antes desde Boqueixón, uno de los bordes rurales y verdes de Santiago de Compostela. Llegó a Vigo con el objetivo de convertirse en ingenierra, así que se matriculó en Ingeniería Industrial. En junio de 2016 obtuvo el título universitario y se puso a buscar trabajo. No tardó demasiado en lograrlo; Ana era una joven aplicada y consiguió un puesto en una empresa auxiliar de Citröen en O Porriño. Allí conoció a César, a mediados del año 2015.
Una relación rota a los seis meses de empezar
Ana era una joven alta, medía más de 1,70, tenía el pelo castaño y los ojos claros. Los suyos la definen como una chica deportista, divertida, amante del gimnasio, de las series y de echar las tardes con los suyos. Una chica normal, como otra cualquiera, hasta que el monstruo se cruzó en su camino.
En diciembre de ese año, 12 meses antes del asesinato, Ana y César comenzaron a salir. Casado, con dos hijos, Adrio abandonó a su mujer y a sus pequeños: rompió en dos su matrimonio y se fue a vivir con Ana. Ella lo dejó con su novio para iniciar esa nueva relación. Llevaban juntos seis años.
La relación apenas duró dos trimestres, los que ella logró aguantar la convivencia con César. La vida con él resultó ser insoportable. 38 años de edad, el vigués adoptó con ella la actitud infantil de quien no es capaz de asumir una separación. Y entonces comenzó el acoso.
El fiscal lo relata todo al milímetro en su escrito de acusación: al enterarse de que Ana se había vuelto a ver con su anterior novio, César trató de evitar por todos los medios que retomasen la relación. Se obsesionó por completo. A algunos de sus más allegados les llegó a confesar razonamientos atroces: si él había roto su familia para estar con ella, y ella ahora no estaba con él, cómo iba a permitir que Ana volviese ahora con su exnovio. César se había impuesto esa máxima: si no estaba con él no estaría con nadie.
No obstante, ambos siguieron trabajando en la misma empresa. La situación llegó a un punto de no retorno en julio de 2016. La empresa filial de Citröen posee un centro en la localidad portuguesa y fronteriza de Valença do Minho. No les quedó otra que ir juntos en el mismo coche. En ese viaje, César le robó el teléfono.
Con el móvil en su poder, César trató de torpedear los intentos de Ana de volver con su ex. Así que le envió, desde el teléfono de ella, una fotografía en la que ambos aparecían desnudos de cintura para arriba tumbados en una cama. Se trataba de una vieja fotografía que conservaba y que había sido realizada durante esos seis meses de corto noviazgo.
El plan de acoso y de asedio de César prosiguió durante el verano gallego. Una noche de agosto, apareció de madrugada armando un enorme escándalo en la casa de Ana. A la joven no le quedó más remedio que abrirle la puerta para que dejase de gritar y de despertar a todos los vecinos. Horas después se marchó. Decidió que lo más importante era mudarse de allí por temor a que Adrio siguiese yendo a armarla. Encontró, por suerte, un piso compartido con otras dos chicas.
El último día de Ana Enjamio
El 16 de diciembre de 2016 era viernes. Ana celebraba esa noche la tradicional cena de Navidad de empresa con sus compañeros de trabajo. También César, irremediable y tristemente obsesionado con recuperarla –incluso si para ello tenía que hacer de su vida un calvario-, acudió a aquella celebración en un hotel del centro de Vigo. Ambos estuvieron sentados en mesas diferentes. Él no dejaba de mirarla. Llegó, incluso, según cuenta el fiscal en su escrito: a enviarle un SMS: “q guapa estás, impresionante, no sé si me resistiré (sic)”.
Después de la cena, durante el baile, César volvió a aproximarse igual en que ocasiones anteriores. Ana volvió a rechazarlo. A las cuatro de la mañana, la víctima decidió salir del hotel a dar una vuelta con tres compañeros del trabajo, dos chicas y un chico. A cierta distancia, escondiéndose como una hiena, apostado en las esquinas de las calles, César les seguía.
El grupo no tardó en advertir su presencia. Ana le exigió varias veces que se marchase. Todos se fueron en coche y él se quedó allí. A las cinco y cuarto de la mañana, una de las chicas dejó a Ana y al otro compañero justo enfrente de la puerta de sus casas. Pero César, oculto entre las sombras, ya esperaba. Le había dado tiempo a dirigirse hasta allí y esperar. Antes de que la chica llegase localizó su coche, le pinchó las ruedas con un cuchillo y volvió a esconderse.
Los hechos se precipitan en el momento en que Ana enfila el portal del edificio. El relato de la fiscal explica cómo la aborda por sorpresa, antes de que pueda cerrar la puerta. Ella suplica que se marche, que la deje en paz para siempre. César no la escucha. Tan solo presta atención a su bolsillo, del cual extrae una navaja de 11 centímetros.
César la acorrala y la obliga a llegar al fondo del portal, frente a la puerta del ascensor. Allí la acuchilla. Ana no deja de gritar. Él le tapa la boca con una mano, y con la otra le clava el arma en el cuerpo, una y otra vez: en el cuello, en el pecho, en el torso. Por todas partes.
Ana Enjamio trató de defenderse hasta el final. Los forenses detectaron hasta 28 cuchilladas. 12 de ellas la alcanzaron en el corazón. Seis lo atravesaron por completo. Quedó tendida en medio de un charco de sangre. A las seis y media de la mañana, un vecino descubrió el cadáver.
La geolocalización de los teléfonos de ambos resultó crucial para situarle en el escenario del crimen. No fue hasta un año después del crimen cuando la justicia norteamericana obligó a Google a proporcionar los datos que el juzgado de Vigo había solicitado para esclarecer el crimen. El presunto asesino borró todos sus perfiles digitales y todas las conversaciones que pudo haber mantenido con Ana, tanto en su teléfono como en el de ella en las horas posteriores al crimen. Sin embargo, sus huellas fueron localizadas en el lugar de los hechos. El fiscal ha solicitado 27 años de condena para el ingeniero. La acusación popular de la Xunta de Galicia solicita 33.
César Adrio fue detenido varias horas después de asesinar a Ana Enjamio, cuando ya se había deshecho de la ropa, del arma del asesinato y del móvil de la que había sido su novia, a la que acosó tras la ruptura hasta la muerte. Se esfumó del lugar en su Renault Mégane y se llevó consigo el teléfono móvil de Ana. Dejó una conversación de whatsappp abierta que la joven víctima nunca llegó a terminar.