Hace pocas semanas, un desconocido solitario se instaló a vivir en el número 1 de la calle Córdoba, en El Campillo, un pueblo de 2.000 habitantes en la comarca minera de Huelva. Su octogenario padre, Manuel, que hace una década había comprado esta vieja casita, había venido después de este verano y había comunicado a un vecino de calle que dentro de poco un hijo suyo “que viene de Barcelona” iba a mudarse a la vivienda, que llevaba años vacía. No dijo nada más sobre el pasado de este vástago suyo. Lo suficiente para que nadie se extrañara cuando lo vieran. El hijo era Bernardo Montoya, quien ha sido detenido por el rapto y muerte de Laura Luelmo. Hermano gemelo de Luciano Montoya: ambos suman ya dos asesinatos de mujeres. Laura, podría ser la tercera víctima si se confirman las sospechas.
Bernardo llegó a El Campillo, a bordo de un coche Alfa Romeo negro del año 1998. Era un hombre de mediana edad, con perilla y pelo corto canosos, de alrededor de 1,70 o 1,72 de estatura, de complexión delgada y atlética, de músculo apretado. Lucía un tatuaje en el brazo izquierdo y una cadena plateada con una cruz colgante. El desconocido no tenía relación con los vecinos de la calle más allá de un saludo correcto al cruzarse con ellos. Pasaba mucho tiempo sentado en un sillón en la puerta de la casita; cuando hacía sol, en camiseta de tirantas. No llamaba la atención. No sabían ni cómo se llamaba. Para algunos, era sólo “el gitano” nuevo de arriba de la calle Córdoba.
En la primera semana de diciembre, ocurrió una novedad en su vida. Una joven llegó a para vivir sola en la casita de enfrente, a cinco metros de distancia, la del número 13. Era la casita que el padre del desconocido había construido sobre un solar y que luego había vendido a la actual propietaria, que se la había alquilado a la recién llegada. Desde la ventana de su pequeño dormitorio-salón, amueblado con una cama, un televisor, una nevera, un sillón y un aparador, el hombre podía ver la puerta de la casita de su vecina. Pero también podía observarla más de cerca aún cuando se sentaba en su propia puerta y la veía entrar y salir.
Hace este miércoles una semana, la joven llama por teléfono a su novio, que vive lejos de El Campillo, y le dice que va a salir a correr por los alrededores. Es su último rastro de vida. Al saltar la alarma por su desaparición, España descubre quién es Laura Luelmo como si fuera un ser querido de la familia a quien se conoce muy bien: tiene 26 años, mide 1,65, luce melena castaña lisa, es delgada; en las fotos que ella comparte en sus redes sociales posando con su mejor sonrisa, y que sirven a sus buscadores para difundir el mensaje urgente de que hay que encontrarla, se ve que está en la flor de la vida.
En lo profesional, Laura es profesora de artes plásticas e ilustradora; como ciudadana, combate con la palabra las injusticias y la violencia, también la del machismo. Es de Zamora y ha dejado allí un puesto de profesora interina para aceptar una sustitución en Andalucía, en el instituto de secundaria Vázquez Díaz de Nerva, dando clases de plásticas desde el 4 de diciembre. Ha alquilado su modesta casita en El Campillo, a 8 kilómetros de Nerva. Va y viene en su coche, un Kia azul oscuro modelo Cerato. Después del puente de la Inmaculada, reanuda la incipiente rutina de trabajo y paseos. Pero al tercer día de su segunda semana en el pueblo, desaparece.
Al no contestar al teléfono, sin señal desde las ocho de la tarde del mismo día, y no acudir al instituto al día siguiente, su familia denuncia que algo le ha pasado. Sólo había salido a correr un rato en ropa deportiva. El viernes la buscan más de 200 personas entre guardias civiles, voluntarios y miembros de Protección Civil, y su nombre, su rostro y su vida son ya conocidos por todos: es entonces, paradójicamente, gracias al drama y a los medios de comunicación, cuando muchos de los vecinos de su pequeña calle se enteran de quién es la joven que acababa de llegar hace unos días a la casa del número 1, frente a la del desconocido. No les había dado tiempo de hablar con ella; alguno, incluso, sólo había visto su coche azul y se había preguntado de quién era. Entre el jueves y el viernes ya se sabe todo de la vecina Laura. Entonces empiezan a preguntarse quién es de verdad el vecino de enfrente.
Según se ha conocido este martes, Laura murió dos o tres días después de la desaparición de aquel fatídico miércoles. Por lo que mientras la búsqueda de la joven profesora ya se había activado y cientos de personas intentaban conocer su paradero, ella seguía -todo apunta a que raptada- con vida. Murió el 14 o 15 de diciembre, según el primer estudio, de un fuerte golpe en la cabeza con un palo o una piedra. Algunas heridas en su cuerpo indican que trató en todo momento de defenderse.
Los Montoya, rumbo a Huelva por Los Aguilera
El detenido, el principal sospechoso desde el inicio, el vecino de enfrente se llama Bernardo Montoya Navarro y tiene un hermano gemelo, Luciano. Nacen hace 50 años, en 1968, en el seno de una familia numerosa de Badajoz que acaba emigrando a Cataluña, a la provincia de Barcelona. En la primera mitad de los años 90, la pareja de hermanos se muda con sus padres al pueblo de Cortegana, en la sierra de Aracena, provincia de Huelva, donde entre sus 5.000 habitantes vive un grupo importante de vecinos gitanos de unos 250 miembros, concentrados sobre todo en el barrio de Las Eritas.
Su vínculo con Cortegana se debe a que la familia Montoya ha entroncado aquí con la de los Aguilera. En Barcelona, en Lloret de Mar, se quedan otros hermanos mayores. Las acciones de los hermanos Bernardo y Luciano romperán la vida de toda Cortegana en poco tiempo. A finales de 1995, Bernardo, enganchado a la heroína y la cocaína, se cuela en la casa de una vecina del pueblo , Cecilia, de 82 años, para robar. La anciana lo sorprende, él le clava un cuchillo en el cuello y huye. La víctima sobrevive y lo denuncia. Mientras está libre a la espera del juicio por el asalto a a la anciana, en el que se le acusa de allanamiento de morada y lesiones, una noche, sobre las 23.30 horas del 13 de diciembre de 1995 -el mismo día en que 23 años después desaparece Laura), Bernardo coge un machete y se cuela en la casa de la denunciante por el hueco de una ventana, empujando el cristal. Su intención es impedir que Cecilia declare en su contra. Acallarla.
Bernardo se esconde detrás de la puerta del dormitorio y cuando entra la mujer la ataca con el machete como un depredador humano. Le asesta una primera puñalada en la región dorsal y ya con Cecilia en el suelo le da otras seis puñaladas en el cuello hasta matarla. El asesino ingresa cinco días después en prisión, el 18 de diciembre -el mismo día en que lo detendrán por el crimen de Laura 23 años después-. El 5 de noviembre de 1997 la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Huelva lo condena a 17 años y 7 meses de cárcel: 15 años de prisión y destierro de Cortegana durante cinco años por un delito de asesinato; 2 años y 7 meses de cárcel y pago 2.700 euros de multa por un delito de obstrucción a la justicia y 2 meses de arresto mayor y 600 euros de multa por un tercer delito de allanamiento de morada.
La Audiencia, en la sentencia de la que ha informado ayer el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, condena además a Bernardo a pagar 72.000 euros de indemnización al hijo de la víctima. El tribunal establece también como hechos probados que Bernardo sufre una grave adicción a la heroína y a la cocaína y que cuando mató a Cecilia tenía levemente afectada su voluntad, por lo que aplica en el delito de asesinato una atenuante analógica.
Bernardo va a la cárcel, donde se convierte en un tipo aún más duro. Él deja de ser un peligro en Cortegana. Pero no su hermano Luciano. Cinco años después del asesinato que conmocionó a sus vecinos, Luciano entra en la madrugada del 15 de octubre en un disco-bar del pueblo y sustrae varias tarjetas bancarias y sanitarias y unas llaves del bolso de una clienta. Es el bolso de María del Carmen Martínez Coronado, una vecina de 36 años, madre separada con dos hijas pequeñas, que está allí con sus amigas. Él se va y ella, al darse cuenta del hurto, sale a la calle para denunciarlo en la Guardia Civil. En el camino se encuentra al ladrón y se lo recrimina. Luciano niega ser el autor. La víctima denuncia a las 6 de la madrugada en el cuartelillo y le pide luego a un amigo que la lleve en coche a casa de su madre.
Luciano imita a su hermano cinco años después
Luciano, que se ha colado por una ventana en esa casa, como hizo su hermano Bernardo cinco años atrás en la de la anciana a la que asesinó, coge un cuchillo en la cocina al ver llegar a María del Carmen, la mujer a la que acaba de robar un rato antes. En cuanto entra, la aborda sujetándola por detrás y la mata acuchillándola en el tórax y el cuello. La hoja del cuchillo se le queda clavada en la garganta. A Luciano lo detienen enseguida. La Sección III de la Audiencia Provincial de Huelva lo juzga entre el 5 y el 7 de noviembre de 2001 y, tras ser hallado culpable por el jurado popular, lo condena a 15 años de prisión por asesinato. El acusado confiesa los hechos en la última sesión. El caso es tan claro que hasta su abogado defensor, Antonio Fernández, que al principio pedía su absolución, se acaba uniendo a la petición de la Fiscalía y las acusaciones particulares que ejercen los familiares de la víctima y el ayuntamiento de Cortegana, como informa entonces el letrado al diario Abc.
Los hermanos Bernardo y Luciano ya suman dos asesinatos de mujeres; las dos, degolladas. Los gemelos ya están en la cárcel. Pero cuatro años, dos meses y dos semanas después del segundo asesinato, ocurre un tercero, el 1 de enero de 2005. Mateo Vázquez, joven con 35% de discapacidad intelectual, aparece ahorcado con su cinturón y con signos de haber sido golpeado y robado. Detienen a tres vecinos de Cortegana, también gitanos como los hermanos Bernardo y Luciano Montoya. Es el tercer payo asesinado por gitanos en poco más de nueve años. Buena parte de la población estalla de ira y al final de una manifestación pidiendo seguridad, el 16 de enero, centenares de personas se desvían hasta el barrio de Las Eritas y atacan a las familias gitanas en una visceral venganza colectiva que no distingue inocentes y culpables: destrozan casas, queman coches y establos mientras sus aterrorizados habitantes esperan dentro, a oscuras, que pase la ola de violencia. Esta noche, no hay muertos por poco.
Bernardo consume años en prisión y cuando entra en el número 12 le conceden en abril de 2008 un permiso penitenciario. Como tiene prohibido ir a Cortegana, se viene a la casita que su padre ha comprado en el cercano pueblo de El Campillo, en el número 1 de la calle Córdoba. Los que lo ven entonces lo recuerdan como un hombre de melena rizada larga, barba, aspecto descuidado. Sigue con sus problemas de adicciones. El 26 de abril, sábado, sobre las siete de la tarde, aún de día, va al parque Los Cipreses, casi vacío, y asalta a una vecina de 27 años que pasea con su perro pastor alemán, Xurco. La agarra por detrás, le pone un cuchillo en el cuello y le ordena “¡Cállate y vente pa’bajo!”. El perro ladra, la mujer le da un codazo, Bernardo, borracho, cae el suelo y ella huye y se salva de lo que podía haber acabado como una violación, robo y asesinato. Lo condenan (ha informado la familia a este periódico) a tres años de cárcel por esta nueva agresión con cuchillo y contra una mujer.
En su permiso tenía que ir a firmar cada día al puesto de la Guardia Civil en El Campillo pero faltó tres días sin que ningún guardia ni agente de la autoridad viniera a buscarlo por el reiterado incumplimiento, según ha contado a este periódico la familia de la mujer a la que asaltó con el cuchillo entonces. Sólo cuando ella lo denunció por la agresión, lo detuvieron. Podía haber sido su segunda víctima mortal.
Desde su puerta observaba a Laura
Bernardo termina de cumplir su pena por el asesinato de la vecina de Cortegana en 2013, según ha precisado el TSJA, pero continúa aún en prisión un tiempo más para purgar la condena por la agresión a la vecina de El Campillo. En marzo de 2015 está libre, pero no tardará mucho tiempo en volver a prisión. En junio de ese año duerme otra vez entre rejas por un robo con violencia: condenado a dos años y 10 meses. Esta pena la cumplió hace apenas dos meses. Así, Bernardo aparece de nuevo, diez años después, en la casita de El Campillo. Esta vez parece fuerte, recuperado, con buen aspecto. No lo reconocen como el mismo de 2008. Nadie tampoco avisa de que ha llegado el agresor de la vecina que escapó por poco, el mismo que mató a una anciana en Cortegana hace 23 años.
Las vidas de Bernardo y Laura, la nueva vecina, se encuentran en este pedacito de calle. Ella le cuenta por teléfono a su novio que se siente incómoda, vigilada por el vecino que la mira sentado en la puerta de la casa de enfrente.
La joven profesora desaparece el miércoles y el viernes por la noche, sintiéndose cercado, Bernardo huye en su Alfa Romeo negro de su casa. No sabe que la Guardia Civil le ha colocado desde el primer momento un localizador en el coche y que lo está controlando. El sospechoso no es Luciano, el hermano también condenado por matar a una mujer (acaba de salir de la cárcel de Ocaña, después de la desaparición de Laura; ha tenido que cometer más delitos aparte de aquél de 2000 por el que lo condenaron a 15 años), sino Bernardo, el que está libre.
El lunes al mediodía un voluntario encuentra el cadáver de Laura en un camino sin salida junto a un vertedero minero a 6,5 kilómetros de la calle Córdoba. Bernardo, que se ha refugiado en su antiguo pueblo o cerca, empieza a ponerse nervioso, según fuentes de seguridad consultadas por EL ESPAÑOL. En un control, este martes, no se detiene con su coche, el Alfa Romeo negro en el que creen que trasladó el cuerpo de Laura, que apareció con signos de haber sido estrangulada y un golpe al menos en la cabeza; cercado, escapa a pie campo a través y lo detienen. Ahora tienen que demostrar que fue él. No será fácil, dicen en el entorno de la investigación, lograr derrotarlo en el interrogatorio y que un tipo encallecido como él revele qué pasó.