Insultos, amenazas de muerte y abucheos. Así fue la bienvenida que los reos más peligrosos, entre ellos etarras, yihadistas que perpetraron el atentado de Las Ramblas y bandas organizadas, le brindaron a Bernardo Montoya, el asesino confeso de la profesora zamorana Laura Luelmo, mientras avanzaba esposado y cabizbajo por el pasillo que comunica las diferentes galerías de la zona de aislamiento del centro penitenciario de Sevilla II, en Morón de la Frontera, al que acababa de llegar.
Caminaba por un callejón prácticamente sin salida. Los funcionarios abrían reja tras reja de ese módulo, mientras a ambos lados los presos le advertían. El final del camino era el que sería su hogar durante al menos tres meses: una galería de aislamiento de la que saldría solo cuatro horas al día al patio y sin más compañía que la que él mismo podía darse.
Esto ocurría tan sólo hace ocho días. El 28 de diciembre, Instituciones Penitenciarias autorizaba el traslado del asesino de Laura Luelmo de la prisión provincial de Huelva, donde había entrado el 22 de diciembre, a la cárcel de Morón de la Frontera. Las razones: en el módulo de Huelva Montoya había coincidido con Balla Mousa, un peligroso recluso senegalés. De haberse quedado allí, la cárcel onubense podría haberse convertido en "un polvorín", alertaban los sindicatos prisiones. Algo en lo que coinciden también desde la prisión sevillana: "Se le cambió de cárcel para salvaguardar su integridad", señalan a este diario.
Aunque, tal vez, no era el único motivo. El modulo de Enfermería de la prisión provincial, en el que estaba al principio Bernardo Montoya, también podía ser "otro polvorín" de consecuencias imprevisibles. Había una "falta alarmante" de personal sanitario tras el intento de envenenamiento de seis enfermeros el pasado mes de noviembre. Lo que había provocado que más de la mitad de la plantilla del servicio estuviese en situación de incapacidad laboral.
Lo tienen amenazado de muerte
Bernardo Montoya ya ha cumplido una semana en el penal sevillano y según revelan fuentes penitenciarias a EL ESPAÑOL, el reo mantiene una actitud fría, seria e indiferente hacia los funcionarios y los presos, a pesar de que estos últimos lo tienen amenazado de muerte desde el día que llegó. "Va a lo suyo, está adaptado a vivir en la cárcel porque es reincidente. No sabe vivir en la calle", explican.
Los primeros días de Montoya en la prisión, sin embargo, fueron más tensos, justifican, después de haber confesado que había matado a la joven profesora Laura Luelmo. El preso mostraba una actitud desafiante, pero "siempre acataba las órdenes" que los funcionarios le daban y, por el momento, no se ha producido ningún incidente.
Aunque los funcionarios de prisiones tienen que tener "especial cuidado" cuando lo trasladan de un sitio a otro porque los demás presos "quieren agredirle". Aunque él se mantiene o intenta, al menos, ser frío al respecto, Montoya, según explican desde la prisión sevillana, sí que "busca que lo lleven al módulo de enfermería" -dónde estaba en la cárcel onubense- para "tener más libertad que en aislamiento y que los presos no se metan con él".
Su vida se reduce básicamente a estar entre las cuatro paredes que forman su celda. Allí desayuna, come y cena cuando los internos, que se encargan de cocinar en la prisión, acompañados de funcionarios, le llevan los platos. Al principio, Montoya sí que optaba por salir solo al patio para que le diese el aire, ya que allí no podía relacionarse con nadie. Pero, según apunta un funcionario a este diario, ayer renunció a esas cuatro horas de tiempo libre.
El equipo técnico de la prisión le hizo una visita el segundo día para valorar su conducta, hacerle un examen psicológico y advertir, si se daba el caso, de que el preso podía quitarse la vida. Sin embargo, el médico descartó por completo que se tuviese que aplicar un protocolo de suicidio. "El preso ha estado 16 años en la cárcel, no va a atentar sobre sí mismo y si lo hace, se lo hará a otro, no a él mismo", cuenta un funcionario.
Cabe recordar que sobre Bernardo Montoya pesa un gran historial delictivo y penitenciario: fue condenado en 1995 a 17 años y 7 meses de cárcel por asesinar a una anciana, intentó matar y violar a otra mujer durante un permiso en 2008, fue condenado de nuevo por quebrantamiento de condena y en 2016 cometió dos robos con violencia tras lo que regresó a prisión. Salió a principios de octubre del pasado año y dos meses después mató a la profesora zamorana de 26 años, Laura Luelmo.
Ha vuelto a su realidad, la cárcel
Una experiencia -Bernardo Montoya tiene 50 años y 20 de ellos los ha pasado entre rejas-, señalan funcionarios penitenciarios a este diario, que hace que el preso esté completamente adaptado a vivir en prisión. "Cuando ingresó por primera vez en la cárcel, era un interno agresivo y conflictivo, pero después cambió su conducta, se adaptó al medio y el trato con los funcionarios era correcto". Ahora, 24 años después, "aunque su actitud es indiferente hacia nosotros, Bernardo Montoya ha vuelto a su realidad, porque no sabe vivir en la calle".
Antes de entrar en la prisión de Huelva, tras decretarlo la titular del Juzgado de Instrucción 1 de Valverde del Camino, Elvira Mora Pulido. Bernardo Montoya pidió disculpas a la familia de la joven zamorana por lo que había hecho, ante la presencia de las cámaras de televisión. Lo hizo instante antes de meterse en el vehículo policial que le conducía a la cárcel y después de declarar ante la jueza. "Pido disculpas a la familia. Lo siento", fueron las palabras del asesino.
En cambio, Montoya no ha vuelto a repetir esas palabras o algo similar respecto al crimen que perpetró. "No nos consta arrepentimiento alguno por su parte", cuentan. Eso sí, prosiguen, seguro que "en su momento" cuando le evalúe la psicología dice arrepentirse "para tener beneficios penitenciarios".