Teresa puede volver a abrazar a su marido y a sus compañeros, que durante estos días se han convertido también en cuidadores. El esfuerzo de todos ellos ha logrado salvarle la vida. Actualmente, muchos de ellos han dejado de ser voluntarios para este tipo de casos, “solo quedan unos pocos, los más valientes”, relata. Sobre aquellos días en que trataron a los misioneros asegura que trabajaron “al límite” y tiene “la sensación de que estábamos un poco solos, toda la responsabilidad no puede recaer en un equipo de enfermeros, auxiliares y celadores. […] Era una situación nueva, sin saber exactamente lo que teníamos que hacer. Recuerdo que para quitarme el traje, un compañero me iba diciendo detrás de la ventando qué ir quitándome”