Todavía tiene la mirada distraída y la conversación es un poco confusa. Puede que por los 38 grados de fiebre que la tienen encamada en el hospital o por la resaca del viaje con el que ha salvado a sus hijos. Se llama Aïssata Conde y dio a luz a unos gemelos prematuros poco después de bajarse de una zódiac en la que atravesó el Mediterráneo junto a otros 45 inmigrantes sudafricanos.
Enferma “del vientre bajo” - como ella dice-, esta joven de 23 años decidió dejar Guinea y marcharse a Europa a sabiendas de que era la única opción de que su embarazo prosperase. A más de 4.000 kilómetros está su marido, que ya sabe que ha vuelto a ser papá; a apenas unos metros están sus niños, Hassan y Alouseyne, de 24 semanas de gestación, que se reponen en dos incubadoras de una arriesgada travesía que les aseguró la supervivencia. Aïsata insiste: “No he venido para mejorar mi vida, emigré a Europa para salvar a mis hijos”.
La joven está tumbada, tapada con mantas hasta el cuello, en una cama del hospital Materno Infantil Virgen de las Nieves de Granada. En la quinta planta, en una habitación reservada para ella sola, recibe las atenciones de los profesionales sanitarios que se pasan recurrentemente a ver cómo se encuentra.
Una de las enfermeras chapurrea algo de francés, Aïssata no habla otro idioma, además de un dialecto guineano. Los médicos que llevan su caso aseguran que la historia de esta joven guineana es excepcional. Solo recuerdan un caso similar, hace dos años; el de otra mujer inmigrante que dio a luz dos niños prematuros poco después de arribar a la costa andaluza. Por eso refuerzan sus mimos y se vuelcan con ella.
De Conakri a Granada
“Aquí estoy a salvo”, repite Aïssata a los reporteros de EL ESPAÑOL en una conversación en la que la joven narra la travesía que la llevó de Conakri, la capital de Guinea, hasta Granada. Todo empezó en agosto, cuando supo que estaba embarazada.
En Guinea vivía con su marido, Ibrahim Camara, ingeniero de la construcción, y su hijo, Mohamed, de ocho años. Junto con la noticia de su embarazo también llegó el diagnóstico de una enfermedad de la que ella asegura no saber el nombre. Insiste en señalarse el “vientre bajo”, para referirse a ella. Sus médicos, amparándose en la confidencialidad con el paciente, tampoco revelan la causa que dinamitó la tranquilidad de la que Aïssata disfrutaba en su país, donde cursaba tercero de Relaciones Internacionales, según asegura.
Explica la guineana que su ginecólogo le dijo que la enfermedad que le afectaba tenía solución si pasaba por el quirófano; pero una posible intervención tendría impacto en su embarazo. Ante el elevado riesgo de perder a sus hijos, Conde y su marido declinaron la oferta del médico y exploraron nuevas alternativas. Una llamada a su cuñado, que vive en Francia, les reveló la opción de emigrar. “En Europa está la única garantía para tus hijos”, oyeron. Y Aïssata decidió arriesgar para que su embarazo prosperase.
En verano, el matrimonio aceptó que debían separarse. Él se quedaría en Conakri junto a su hijo Mohamed y trabajando en una empresa privada como ingeniero, y ella cruzaría embarazada medio África hasta llegar a Marruecos, punto de partida de su viaje en zódiac hasta España. Su ginecólogo recomendaba irse cuanto antes.
Los dolores iban a más y la enfermedad se hacía más dura a medida que pasaban los días. Había que hacerlo. Aunque los ahorros se fueran quedando por el camino. El pasaje les costó unos 3.000 euros. Y a Aïssata todavía le cuesta pronunciar la cifra sin contener el aliento. Perder el dinero no fue lo peor.
Dos meses de viaje duro para salvar a sus hijos
Hace dos meses empezó su periplo que acabó el pasado sábado, en torno a las ocho de la tarde, cuando Salvamento Marítimo encontró la embarcación en la que viajaba Aïssata junto a otras 45 personas más. La versión oficial, la de quienes los rescató, habla de una expedición de 159 personas, entre las que viajaban 27 mujeres y nueve niños, que se trasladaban en tres pateras en las cercanías de la isla de Alborán. Todos fueron llevados al Puerto de Motril y todos estaban en buen estado de salud según la Cruz Roja.
—¿Cuál fue el peor momento del viaje?
—[Aïssata duda]. Cuando empezó el dolor, mientras que íbamos andando desde Nador, en Marruecos, al punto de encuentro en el que nos subiríamos a la zódiac. Fueron cinco kilómetros recorriendo una llanura de noche, y hacía mucho frío. Mis compañeros me daban ánimos para que siguiera andando. Algunos me ayudaban, me sostenían. Y yo seguía caminando, aunque me encontraba muy mal.
Aïssata narra su peripecia a trompicones. La fiebre parece nublarle los recuerdos. Asegura que no tuvo miedo de nadie, tampoco de la policía marroquí. Aunque pasa de puntillas por este tema, en el que no se encuentra cómoda.
A las dos de la madrugada del jueves al viernes, entre el 3 y el 4 de enero, Aïssata se subió a la zódiac con destino a España. La joven no esconde que lloró, y mucho, al salir a mar abierto y ver cómo la embarcación subía y bajaba por el efecto de las olas. Las caras de miedo entre sus compañeros alentaron aún más su temor. No llevaba nada de equipaje, solo su ropa y un teléfono móvil que cayó al agua durante la travesía. La barca de plástico zozobraba y sus ocupantes impactaban unos con otros por la fuerza del mar. Se echaba las manos al vientre de la molestia. Todo empeoró cuando los dolores que había padecido durante el trayecto a pie se multiplicaron. Y Aïssata empezó a sangrar.
Sus compañeros se preocupaban por ella. Todos estaban alarmados. La joven explica, gracias a la ayuda del traductor jubilado Francisco del Árbol —implicado en este tipo de situaciones e intérprete para EL ESPAÑOL—, cómo le dedicaban palabras de ánimo. Aïssata rezaba a Alá.
“Le di las gracias a Alá”
Casi dos días después de su partida de Nador, sus oraciones se materializaron en una embarcación de Salvamento Marítimo. “Me sentí aliviada”, explica. “Le di gracias a Alá, porque vi que todo estaba resuelto”.
La expedición acabó en el puerto de Motril, aunque a Aïssata todavía le quedaba una parte del trayecto por completar. Una vez en tierra firme, la joven se dirigió a un voluntario de la Cruz Roja. Estaba sangrando y preocupada, y la llevaron a un médico. Todo se precipitó.
“El médico me dijo que debía dar a luz ya y yo le respondía que no, que era pronto, que todavía no me tocaba; pero ellos insistieron en que debía hacerme una cesárea”, cuenta Aïssata. Y así fue como nacieron Hassan y Alouseyne, con un peso de 650 gramos y 24 semanas de gestación.
Según su relato, algo confuso por la fiebre, su marido supo que Aïssata había llegado sana y salva a Europa gracias a la llamada de un policía. Más tarde, después de dar a luz y ser trasladada de Motril al hospital Materno Infantil de Granada, ella misma pudo hablar con Ibrahim. Se emociona al recordar cómo le contó que ya habían sido padres de nuevo y cómo todo se había precipitado.
Quiere traer a su marido y su hijo a España
“Sé que mis hijos no habrían nacido de no haber salido de mi país”, asegura Aïssata, que ahora quiere que su marido y su hijo puedan venir desde Guinea hasta España.
Mientras que eso sucede, Aïssata está acompañada por la Fundación EMET Arcoíris, de Montilla (Córdoba), que desde el pasado 18 de abril presta un servicio de primera acogida para mujeres inmigrantes irregulares subsaharianas que llegan a las costas andaluzas en avanzado estado de gestación o con menores de poca edad.
“Aïssata está en medio de ambos supuestos”, explica Auxiliadora Fernández, la directora del Centro Ödos, que en griego significa acompañamiento, un programa piloto en Europa y que pretende replicarse en otros países. “El futuro de ella, al igual que el del resto de mujeres, dependerá de lo que ellas decidan —sigue—; nosotros les damos un recurso para que puedan conseguir la unidad familiar, pero también información de su situación por si deciden irse a otro país europeo”.
En el centro, al ser una iniciativa sostenida con fondos privados, podrá quedarse sin límite de tiempo. Aunque hay otros recursos que le pueden ser brindados por otras asociaciones que trabajan para la preparación prelaboral o el aprendizaje del idioma.
Nacer en España no otorga la nacionalidad española, pero Aïssata podría solicitar asilo. Fernández entiende que, aunque no provenga de ningún país en conflicto bélico o de una familia en la que ha habido maltrato, la situación de enfermedad y el peligro que suponía para la vida de sus hijos sí justifican recurrir a esta posibilidad. “El de Conde es un caso excepcional, de especial vulnerabilidad, de hecho es la primera vez que atendemos a una mujer fuera de nuestro centro; aunque en su caso, es obvio que sea así”, concluye la directora, que desconoce qué futuro decidirá la guineana para ella y sus hijos. Si decide quedarse o irse a otro país.
Aïssata solo tiene a su cuñado en Europa. Vive en Francia, pero al perder el teléfono móvil en el Mediterráneo no tiene forma de dar con él. No recuerda su número y olvidó preguntárselo a su marido en la única conversación que el matrimonio ha mantenido. Por eso insiste en que le dejen un teléfono con el que contactar con él.
En el hospital, Aïssata está a apenas un pasillo de distancia de sus dos hijos. A escasos metros, en dos incubadoras, los pequeños Hassan y Alouseyne pasan sus primeros días de vida entre tubos que entran y salen de sus diminutos cuerpos. En la Unidad de Cuidados Intensivos hay otras madres junto a sus hijos prematuros, pero, por ahora, la joven guineana solo puede verlos cuatro veces al día. Ahí aprovecha para darles el pecho o sacarse la leche para sus retoños.
En la habitación no hay nada que le recuerde a su vida en Guinea. Viste una bata con los logotipos de la Consejería de Salud de la Junta y hay un par de zapatillas rosas junto a su cama. No hay fotos. Los únicos recuerdos están en su cabeza.
Hoy, viernes, 11 de enero, no podrá verlos debido al proceso de fiebre que atraviesa desde hace días. Los médicos le desaconsejan que se acerque a ellos. Aunque Aïssata sabe que están bien atendidos y no repara en elogios para el equipo médico que los atiende. “Sé que en mi país no hubiesen salido adelante”.
—¿Se considera una mujer valiente?
—[Guardia silencio y se emociona, no hace falta traducción, dice que sí con una sonrisa].