Laura Sanz nunca había salido de España. Pero su sueño era ir a París, siempre lo decía. El pasado viernes fue el cumpleaños de su marido, Luis Miguel Fontán, y él decidió darle la sorpresa que ella llevaba tiempo esperando. Habló con la madre de su pareja para que cuidara de sus tres hijos y se llevó a Laura al aeropuerto sin que ella, hasta que pasó el check-in, supiera que iba a la ciudad del amor.
Pero la crueldad que tiene a veces el azar se encargó de que la segunda luna de miel de la pareja se tiñera de negro. La habitación en la que estaban Laura y Luismi estaba frente a la panadería que este sábado explotó en la capital francesa y, de nuevo el azar, Luismi sólo tuvo algunos rasguños pero Laura murió.
Antes de las nueve de la mañana del sábado, un grupo de bomberos acudió a la panadería Hubert, localizada en el número 6 de la parisina calle Trévise. Les habían alertado porque olía a gas y podía haber una fuga. Con los bomberos ya allí la panadería explotó, destrozando los edificios de 200 metros a la redonda y dejando un saldo de cuatro fallecidos -entre ellos dos bomberos-, 10 heridos graves y 37 leves. Laura murió poco después de la explosión en el Hospital Universitario de París.
“Ella era increíble”, dice Rebeca, una sobrina suya, de 16 años, antes de romperse. Lo cuenta en la plaza principal de Burguillos, la localidad de Toledo de la que era Laura. “Era muy alegre y muy familiar y, ahora, no asimilas lo que ha pasado”, relata a EL ESPAÑOL. “Ir a París era su sueño y lo cumplió, aunque ahora el marido dice que le han matado en vida, que su corazón se ha ido con ella”, añade.
En Burguillos, las banderas de los edificios oficiales ondean a media asta, adornadas por un crespón negro. Todos están conmocionados y los vecinos se acercan a la casa de la madre de Laura, Loli, para decirles que lo sienten. Loli camina alrededor y fuma sin decir nada, como ida de sí. Saluda pero no reacciona a más y se mete en su terraza sin hablar con nadie, donde sigue fumando. Están con ella gran parte de los 10 hermanos que tenía Laura.
Todos transmiten la sensación de estar en ello, de estarlo asimilando y dicen que a veces no se lo creen. Unos lloran, se consuelan entre sí, y hablan con ternura de su hermana. Sin embargo, a ratos asoma un cabreo que les está comiendo por dentro: creen que la respuesta tanto del Ayuntamiento de Burguillos como la del consulado español en Francia no han estado a la altura.
“La prioridad es repatriar el cadáver”
“Los tienen ahí, abandonados”, relata a este diario Rubén Sanz, uno de los hermanos de Laura y padre de Rebeca. Se refiere en plural a su cuñado, a su hermano mayor y a su padre, José Luis Sanz. Tanto el padre como el hermano llegaron ayer a la capital francesa gracias a las peripecias del Motor Club Krackens, la asociación motera a la que pertenece José Luis y que se movilizó para juntar el dinero y mandarlos a Francia.
“A pesar de que pasó ayer, los de la embajada no fueron hasta hoy. Ahora nos están diciendo que el trámite para repatriar el cadáver es de 10 días… ¿10 días para traerla aquí? Que piensen en la familia, si pasan ocho días mi madre se muere”, cuenta Rubén con resentimiento, y reconoce que la prioridad es repatriar el cadáver. Gracias a las presiones, las autoridades han comunicado este domingo que el proceso se acortará hasta dos o cuatro días.
Los tres familiares de Laura les han contado a sus hermanos que se sienten indefensos. Que no hablan el idioma, que nadie les agiliza los trámites, que no tienen ayuda psicológica, y que además el consulado fue a buscarles al aeropuerto y les dejó en el hospital y nada más. Para más inri, a las 4.00 de la mañana les echaron del hospital y no les dejaron volver a entrar hasta las 8.00, con el cuerpo de Laura ya en la morgue. La única ayuda que han recibido, asegura Rubén, es la de un matrimonio de franceses que cuando se enteró de la noticia se acercó al hospital y les ofreció su casa.
“Lo que pedían hacer en vez de poner las banderas a media asta es mandar un traductor porque ellos no hablan francés”, dice Rubén. “Lo que queremos es que mi hermana esté aquí cuanto antes, que esté con su familia. La familia está destrozada y ahora más aún sabiendo que están abandonados”, añade.
Rubén dice que la única ayuda que habían recibido hasta esta mañana fue la de una pareja de franceses que se enteró de la noticia y se acercó al padre y al marido de Laura para ofrecerles su casa. Pero se sienten perdidos y esta noche pasaron cuatro horas en la calle desde que el hospital les echó hasta que les dejaron volver a entrar, con el cuerpo de Laura ya en la morgue.
“Que no encienda la tele”
Cuando la madre de Laura entra en casa, una hermana le dice a otra “que no encienda la tele”. Este domingo por la mañana a Loli se le fue la entereza que había conseguido reunir tras asimilar lo que había pasado. Fue cuando encendió la televisión y vio un vídeo grabado por uno de los testigos del suceso. En él aparecía Luismi, todavía en calzoncillos pidiendo ayuda y con Laura entre sus brazos.
Laura tenía 38 años y trabajaba desde los 16 en el supermercado La Despensa de Santa Bárbara en Toledo. Por lo general era cajera, pero trabajaba tan bien que la usaban un poco para todo. Los que la conocían remarcan su continua positividad, que siempre era muy alegre. Al hacerlo, los recuerdos se les cuelan en el ojo y rompen a llorar.
Después de estar con su madre, un hermano de Laura y su mujer hablan de los tres hijos que Laura deja atrás. Los tres son pequeños, menores de 10 años y piden que su edad no se sepa y critican que las que se han publicado en la prensa están mal.
Pero el problema no es ese, el problema es que los niños no saben que su madre ha muerto. Les quieren proteger, no saben cómo decírselo, e intentan que no vean las cámaras que se han acercado hasta esta localidad de poco más de 3.000 habitantes. Creen que debería decírselo el padre, pero por teléfono no lo va a hacer, aunque el padre no va a volver hasta que lo haga con Laura, y los niños sabían que sus padres deberían volver el lunes y se extrañarán. Nadie sabe cómo decirles que su madre no va a volver.