La difícil vida del taxista Rubén en huelga contra Uber y Cabify: un hijo, dos hipotecas y un crédito
Pagó 140.000 euros de licencia hace dos años y medio para vivir del taxi. Trabaja con preocupación por la “competencia desleal” de las VTC.
27 enero, 2019 00:46Noticias relacionadas
Rubén Donaire se levanta a las siete de la mañana. A veces, incluso, antes. Depende de si tiene que recoger a algún cliente fijo, de si tiene que cumplir con algún servicio a domicilio. Después, ‘hace’ la calle. Va de un lado a otro. No para. Echa 16 horas, lo máximo que puede. Necesita dinero para hacer frente a todas sus deudas. Tiene dos hipotecas, la de la licencia del taxi y la de la casa; un crédito, el del coche comprado hace un año; un niño de cinco años al que darle un futuro; y la cuota de autónomo. Esa es su vida. No quiere cambiarla. Por eso, esta semana, ha hecho huelga. “He podido perder hasta 150 euros al día. Más, incluso, en plena feria de turismo”, se lamenta en conversación con EL ESPAÑOL. Pero considera que era una “necesidad”, que merecía la pena a pesar de los costes.
Lleva 13 años pegado al volante. Iba para policía, pero se quedó por el camino. “Mi padre era taxista y me insistió. ‘Sácate la cartilla (permiso de circulación)’, me decía. Lo hice y comencé a trabajar con él”, recuerda. Los primeros nueve años lo hizo como asalariado. Y, hace dos años y medio, se compró la licencia. En total, tuvo que pagar 140.000 euros, hizo una inversión mirando al futuro. “Yo no puedo dejar esto. No hace tanto que he hecho un desembolso importante”, explica. No quiere renunciar a su vida; no contempla otra alternativa.
El panorama ha cambiado mucho desde que empezó. “Antes se podía trabajar durante 24 horas. Yo y mi padre compartíamos taxi. Yo curraba 12 horas y él, otras 12. ¡Eran otros tiempos! Estábamos en plena burbuja inmobiliaria, había muchos clientes, mucha gente moviéndose en taxi… y ganábamos mucho dinero”. Pero llegó la crisis y la regulación del sector. El trabajo menguó, muchos parados buscaron refugio laboral en el taxi, aparecieron las VTC… Todo se complicó. Los ingresos menguaron poco a poco hasta llegar a la situación actual. “Yo, por ejemplo, estas Navidades, he facturado entre un 30 y un 35% menos”.
La crisis dio a luz una nueva normativa para los taxis: 16 horas de trabajo como máximo al día y dos días libres a la semana marcados por el Ayuntamiento en Madrid (“en mi caso, el viernes y uno de los del fin de semana”). Y, mientras, las VTC se fueron incorporando al parque automovilístico. “Eso sí, con otras condiciones. Ellos no tienen regulación de vacaciones, pueden estar 24 horas, los siete días de la semana… Es competencia desleal. No se puede tener dos servicios similares con distintas normas”, apuntilla Rubén.
“Hartos de estar hartos”
El pasado lunes, los taxistas iniciaron su segunda huelga indefinida en menos de un año. Empezaron en Barcelona y han continuado en Madrid, coincidiendo con Fitur (Feria de Turismo Internacional). “Estamos hartos de estar hartos”, se escuchaba, esta semana, entre el rumor de proclamas en Ifema. Allí, desde el primer día, ha estado Rubén, yendo a casa a ducharse, asearse, pero durmiendo poco y apurando la voz en manifestaciones, unas programadas y otras improvisadas. “No nos engañemos: esto tiene un coste tanto a nivel de imagen como de dinero. Hay muchos ciudadanos que son fieles. Otros, directamente, dicen: ‘Si no me das servicio, me cojo un Uber o un Cabify’. Vamos a perder a parte de los usuarios, eso es una realidad’”, comenta.
La imagen del sector ha quedado manchada por la agresividad de una parte de los manifestantes –aunque no del conjunto– y por el ingreso del taxista que se tiró –o fue atropellado, depende de a quién le pregunten– que se encuentra en coma inducido. Y, por otro lado, en lo económico, el sector se juega mucho: “Estamos perdiendo miles de euros en esta huelga. Esto es fácil. Que los políticos decidan: o liberalizan todo el sector del taxi y nos indemnizan o hay que hacer algo”, comenta. “Estamos muy mal. Sólo así se explica que hagamos esto”, puntualiza otro huelguista en Ifema.
Como Rubén, otros muchos han adquirido licencias en los últimos años y se han endeudado. “Actualmente, estarán entre 125.000 y 140.000 euros en Madrid”. Una cantidad muy superior a la que tienen que hacer frente las empresas VTC (estas cuestan entre 5.000 y 50.000 actualmente, dependiendo de la Comunidad Autónoma) y contratan a conductores a los que pagan en torno a los 1.000 euros brutos. “¿Jodidos? Estamos todos”, denunciaban los taxistas en Ifema.
Por eso, una de las peticiones históricas del sector es que haya una licencia de VTC por cada 30 de taxis. Actualmente, sin embargo, no es así. Hay cinco taxistas por cada VTC. O lo que es lo mismo: 65.657 licencias de taxis por 13.000 de VTC en España. En Madrid, ciudad con más desigualdad, son 15.576 por 6.559; y en Barcelona, 12.549 por 2.418.
QUÉ MÁS RECLAMAN
La primera petición es que exista un margen de tiempo determinado (y que vaya más allá de los 15 minutos) desde el momento en que se pide el VTC hasta que se recoge al usuario. Exigen, además, que se prohíba la geolocalización de los Uber o de los Cabify, que los coches tengan que volver a sus bases después de cada servicio, que no utilicen las paradas de taxis para recoger clientes y que haya una regulación de días libres y horas.
Pero nada de eso les ha sido concedido en los últimos días. La Comunidad de Madrid, el viernes, ofreció a los taxistas regular las VTC en función de la distancia y no del tiempo a fin de evitar la captación ilegal y diferenciar los servicios. Además, el 50% de las flotas de Uber y Cabify tendrían que descansar el fin de semana. “Es insuficiente”, catalogaron las distintas asociaciones de taxistas. “Mantenemos la huelga”.
Y así seguirán. “Es una cosa de todos, no sólo de los taxistas. Nosotros somos tan solo somos una parte de este sistema en el que conviven Glovo, Deliveroo… Multinacionales precarias que nos ‘invaden’ y acaban con el trabajo de calidad”. Rubén lo tiene claro: “Si esto sigue así, estoy seguro de que muchos taxistas van a plantearse irse a su casa”. La lucha sigue. Y en su casa lo saben. Asumen que, este mes, incluso, igual tienen que pedir un microcrédito para solventar la huelga. Un drama. El suyo y el de muchos de sus compañeros.