-Hola, buenas, vamos a ir dos parejas esta tarde, por si alguien quiere pasarse. Vamos a ver y a catar el ambiente.
El mensaje, enviado al filo de las cuatro de la tarde, tenía que sonar creíble. Tenía que poseer el punto propio de esa jerga que solamente surge en estos foros virtuales. Una hora después, una veintena de comentarios se acumulaban en el chat. “¿A qué hora vais a ir? Me encantaría ver y participar”. “Tenemos ganas también, para ver, probar, hacer y todo en pareja”. También tenía que cubrirnos las espaldas, y por eso jugamos al despiste escribiendo que acudiríamos dos parejas a la cita. Al fin y al cabo, tan solo era el experimento de dos periodistas jugando a organizar encuentros furtivos con desconocidos. Todo para conocer de cerca (pero no tan de cerca) qué demonios es eso del cruising.
La palabra está últimamente en boca de todos. Es raro que no surja cada pocos días alguna noticia al respecto en la prensa regional. Esta misma semana, Diario de Mallorca publicaba una información titulada “Demasiado sexo para las dunas de Ibiza” en la que se relataba cómo esta práctica al aire libre estaban comenzando a perjudicar graves daños en el sistema dunar de la zona. Dos semanas antes, La Nueva España, se hacía eco de las quejas de los vecinos de Siero, Asturias, debido a los residuos abandonados en el parque por los protagonistas de estos encuentros sexuales. No hay semana que David Broncano no lo mencione en uno de sus programas de radio y televisión. Algo tendrá el cruising, supuse, que tan de moda está.
Al lugar al que acudimos hay que ir a propósito. No pilla a mano; eso sí, se encuentra a tiro de piedra del Palacio de la Zarzuela, la residencia de Felipe VI y Letizia, los reyes de España. El sitio idóneo para que dos reporteros de EL ESPAÑOL acudiesen a la llamada de la selva, a una sesión única rodeados de desconocidos. A echar la tarde entre arbustos y vehículos aparcados en sesión vespertina, al aire libre, bajo el frío y la intensa lluvia de finales del mes de enero.
Fue la visita de dos principiantes que simplemente acudían para comprobar en primera persona cuál es el ambiente, qué tipo de gente hay, qué peligros se le presentan a uno, qué balas es preciso esquivar, cuál es el procedimiento a seguir, cómo es devenir de los acontecimientos en uno de estos encuentros furtivos en medio de la nada.
El templo del cruising en España
Para quien no esté familiarizado con esta práctica, como era nuestro caso al iniciar el reportaje, es necesario precisar que el cruising son en encuentros sexuales que se producen en lugares públicos, por lo general de manera anónima y ocasional, y casi siempre con desconocidos. Para conocerlo mejor, había que elegir un emplazamiento con caché.
Los techados del Pardo, en la carretera Fuencarral-El Pardo, son algo así como la Meca del cruising en España. Ese era el veredicto, al menos, que se intuía al consultar una reputada web en esta materia, donde aparecen clasificados estos discretos parajes.
Según mispicaderos.com, el párking de El Pardo se ha convertido en un punto de peregrinación ineludible para los feligreses de esta singular parroquia. Es el más visitado y el mejor valorado. Hay auténtica veneración por este lugar, que viene a ser algo parecido a la Capilla Sixtina del cruising. No hay día que no se organicen encuentros en la página, no hay día en el que no aparezcan una veintena de mensajes de desconocidos ávidos de acudir a la zona.
A media hora del centro de la ciudad, a través de esta página web, los usuarios organizan quedadas para intercambiar parejas, para orgías para tríos. Otros, los voyeurs, simplemente acuden a observar, y a excitarse observando.
Solo hacía falta un coche, dos personas y una tarde para asistir a este punto de encuentro. Tras el mensaje colgado en la web, parecía que las plegarias podían ser escuchadas. Había un inconveniente: la intensa lluvia y el frío invernal fueron protagonistas en la tarde de este miércoles en Madrid. Aquello podía suponer un factor disuasorio para muchos aficionados que quisieran acercarse hasta el lugar. Así que nada, aquí hemos venido a jugar.
Sombras bailando en la oscuridad
Un coche rojo está aparcado a las siete de la tarde en la entrada de los Techados del Pardo envuelto en la oscuridad de la noche. Lluvia intensa. Tres grados en el norte de la ciudad. O sea, hace un frío de perros.
El dueño, un hombre de más de sesenta años, ha escogido el lugar propicio para poder controlar a todo hijo de vecina que accede al punto de encuentro. Si son altos, bajos, rubios, morenos, él lo verá antes que nadie sentado tranquilamente con su cigarrillo en la mano. Es el único vehículo que hay a nuestra llegada. El individuo aguarda, paciente, apoyado en el lateral de su automóvil. No tiene prisa. La fiesta solo acaba de comenzar.
El lugar se encuentra saliendo del pueblo, en dirección a Fuencarral. Se trata de un amplio descampado, rodeado de verdes encinas. Una zona apacible, por cierto, colindante con Zarzuela. En todo caso, está lo suficientemente lejos como para que la corona no escuche los aullidos y el resto de los melódicos sonidos que surgen en este lugar.
No hay mejor definición de lo que ocurre en el picadero público más concurrido y mejor valorado de toda España que la que se ofrece, precisamente, en la web de Mis Picaderos:
- "A la caída de las tardes de verano, la zona se empieza a animar. Es muy común encontrarse en ese lugar parejas que hacen el amor en los coches, ávidas de ser observadas, y que suelen invitar a los jóvenes que andan en las cercanías ataviados solo con una camiseta y unos slip o tanga en las tardes y noches de verano. Si es entre chicos, la diversión está en el monte cercano donde es fácil encontrar paseantes desnudos que buscan o desean ser encontrados dispuestos a jugar y a lo que surja”.
Apenas hay dos vehículos en todo el perímetro del parque a nuestra llegada. Un camino embarrado, algo pedregoso y, por supuesto, sin asfaltar, permite acceder y encontrar el mejor lugar para comenzar la acción. Los cobertizos en los que guarecerse están a la derecha, según se acceder al lugar.
La lluvia y el frío, supusimos, disuadirán a esta gente y harán mella en la moral de los adeptos. Conforme pasan las horas, empezamos a comprobar no les suponen para nada un inconveniente. Entre los focos de los coches que empiezan a acceder, uno tras otro, al lugar, se hacen visibles dos sombras que conversan bajo la lluvia a pocos metros de la entrada. Ahí comienza el baile.
-¿Se está acercando no?
-Ves, ve una luz y da la vuelta hacia ella.
-¿Y ese chico?
-Se ha bajado y está fumando con el otro.
Hay una primera señal en medio de la oscuridad que percibimos como si se tratase de la llamada de la selva. A eso de las ocho de la tarde, una furgoneta da la vuelta al parque, nos ve, y aparca justo delante, apuntándonos con el morro. Luego enciende las largas con el objetivo de deslumbrarnos, sea esto lo que sea. Echa así unos quince segundos. Al ver que no estamos haciendo nada, que no respondemos a su invitación, da una vuelta y aparca un poco más allá, en busca de nuevas aventuras.
En ese momento ocurren muchas cosas a la vez. Entre los coches que llegan sucesivamente al lugar y los cuatro o cinco individuos que deambulan a su aire por el fangoso terreno del párking se producen distintos contactos. Uno se fuma un cigarrillo. Dos se acercan y se quedan hablando y luego se van juntos. Otros esperan al fondo.
Ahí es cuando cometemos un error de cálculo.
Observados por todos
-Están yendo al coche del que está fumando un cigarrillo.
Esperamos los acontecimientos sentados, con las luces apagadas. En algunos de los vehículos ya se intuye un cierto movimiento, un cierto vaivén, un incipiente cancaneo (así lo definen en su argot quienes lo practican) que comienza a ser visceralmente palpable, incómodamente cercano, debido al pequeño grupete de voyeurs que pegan sus narices este o a aquel vehículo, ávidos de excitación y de jugueteo.
La diversión -o algo muy parecido a ella llamado desconcierto- comienza al cometer un simple error de cálculo. Desde el interior del vehículo se puede atisbar cómo, bajo la lluvia, algunos de los que han acudido a la llamada intercambian ya sus primeras palabras. Se producen los primeros contactos.
Entretanto, los cristales del coche se empañan debido a la calefacción. Decidimos abrir un instante la ventana. Para ello encendemos el coche. Ahí viene el despiste. Un fallo que propicia un baile de miradas a nuestro alrededor.
-Mierda, mierda… ¿Vienen? Le he dado sin querer. Parece que se están acercando.
Dos tipos con gorra, uno de ellos con sombrero, caminan al instante hacia nuestro coche, bajo un intenso diluvio. Reposados, van directos a observar si hay o no hay fiesta. Dos de ellos aparentan tener más de sesenta años. Uno de ellos pega su cara contra el cristal del copiloto. Lleva un sombrero de cuero para no mojarse. Otro luce una boina de color gris. Al poco se acerca un tercero, este algo más joven, vestido con un chándal cómodo y unas deportivas.
Sus cabezas se apretujan en las ventanillas del coche para acceder con su mirada al interior. Es la llamada de la luz. Acuden a ella como las luciérnagas a una bombilla incandescente. Como las cabras al silbido del pastor. Al parecer, las luces encendidas, en el argot implícito del cruising, son la representación de un semáforo en verde. Cruce, que no hay peligro. Barra libre para la mirada furtiva.
Se trata de una de las reglas que rigen de forma tácita este tipo de encuentros sexuales. Una regla, hasta el momento, desconocida para nosotros
Y claro, este micro asalto por parte de los voyeurs atrae otros curiosos. Pronto el vehículo está rodeado. Nos analizan por delante, por detrás, por la izquierda y por la derecha. Entretanto, permanecemos rígidos en nuestros asientos como dos témpanos de hielo. Más allá hay actividad, pero de momento solo les interesamos nosotros; les da absolutamente igual el diluvio que está cayendo: quieren saber qué se cuece en el interior el coche.
Era evidente que, tarde o temprano, nos acabarían dejando a nuestro aire. Quince minutos tardaron en alejarse buscando otras aventuras que, desde luego, para qué engañar, no les faltaron. Las sombras de estos hombres caminan 20 metros hacia delante en dirección a un nuevo objetivo, este de grandes dimensiones, aparcado desde hace diez minutos. Allí, y en otros coches que permanecen a oscuras, la cosa parece calentarse.
- Ves, donde ve que hay gente, se acerca a la ventanilla.
-Ese es uno de los que vino aquí hace un rato. Ahí parece que hay fiestecilla.
-Por lo menos, se ve movimiento.
En la distancia, se pueden observar varios cuerpos desnudos y un ligero vaivén dentro del automóvil. Todas sus luces permanecen encendidas. El pequeño rebaño de voyeurs que hace un rato se había acercado a interesarse por nosotros está ahora junto a las puertas de este vehículo. Dentro pasan cosas. Dentro hay un ligero bamboleo, en plan mecedora. No hay una sola farola, una sola luz más allá de las que proceden de la carretera por la que hemos venido, que queda a nuestras espaldas. La magia siempre se sucede en la oscuridad.
"Todos tenemos derecho a excitarnos como queramos"
Tiempo después, alejándonos ya del campo de batalla, reflexionamos sobre la materia, y ambos nos percatamos de que acabamos de exponernos a una especie de choque, en parte al presenciar situaciones que nos eran insólitas hasta el momento.
“Incluso los señores de 70 años tienen derecho a excitarse como ellos quieran”. Celia Blanco es periodista, escritora y presentadora del programa Contigo Dentro de la Cadena SER. “Aspiro a que hablemos de sexo que no juzguemos a nadie. Yo no voy a hacer cruising porque no entra en mis movidas, pero entiendo totalmente a quien le exciten estas cosas. Piensa que vosotros vais a un sitio donde hay unas reglas y donde no conocéis las circunstancias personales de los que están allí”.
Los extraños allí éramos nosotros. Acudimos a un sitio que se rige por sus propios pactos, en el que hay unos códigos, una idiosincrasia. En el que las cosa funcionan de una determinada manera. Lo que es cierto es que, en toda la tarde, no advertimos en los Techados del Pardo a una sola mujer. "Es una pena", dice Celia. "Es una pena que no vieseis a ninguna, porque estoy segura de que hay señoras también de esa edad a la que les excitan esas cosas. El deseo se acrecienta con la edad. Y eso es bueno”.
Quienes acuden a lugares como los Techados del Pardo manifiestan tres actitudes diferenciadas: quienes van a tener sexo solos y les excita que les vean, quienes acuden a practicar sexo en grupo con desconocidos y quienes se excitan simplemente viendo a otros teniendo sexo. O sea, los voyeurs.
Ignasi Puig Rodas es psicólogo y sexólogo especializado en sexualidades no convencionales. “Se presupone que todos los que acuden al lugar conocen las normas que hay. Luego, hay mucha gente que estos encuentros sexuales son los únicos a los que ellos pueden acceder, el único modo del que pueden disfrutar. Por eso, hay que intentar juzgar esa realidad desde dentro, comprendiendo a cada uno de ellos".
“El cruising, durante muchísimos años, ha sido la única posibilidad de homosexuales para tener sexo”, explica Blanco. “En los años 50, en los alrededores de la zona de Ventas, los homosexuales que no podían tener sexo iban allí, principalmente porque no tenían intención de que les pillasen”.
Héctor Galván Flores, es Director Clínico del Instituto Madrid de Sexología. Galván cree que hay muchas razones por las que el cruising le puede resultar atractivo a mucha gente. “Si es así es porque implica un proceso de seducción y atracción hacia otra persona que no conocemos, a quien no tenemos afecto, ni apego y a quien muy probablemente no volvamos a ver. Unido por otro lado, con el morbo y la excitación de que dicho encuentro se realice en lugar público, expuestos al hecho de poder ser observados”.
Al filo de las nueve y media, arrancamos el automóvil y desaparecemos de allí, perdiéndonos en la oscuridad de la noche. La fiesta continuaba a nuestras espaldas. El guateque seguía allí afuera.
Al día siguiente, comprobamos que alguien ha colgado un nuevo mensaje en la página:
-"Aquí hay mucho anormal que se hace pasar por pareja. A todos ellos les mando una patada en los cojones".
La próxima vez (lo juro) seremos algo más discretos.