Hay historias que duran toda una vida, días de San Valentín que no se acaban, amores que no se rompen. Con regalos (o sin ellos), con discusiones (o sin ellas), con hijos (o sin ellos). De una u otra forma, perduran. Es, por ejemplo, el caso de José Antonio y Mercedes, que llevan 52 años juntos; o el de Engracia y Ángel, que acumulan 51 casados. Dos parejas que no se han cansado de verse. “Para qué”, pensarán. Con lo bonito que es el amor… si no se cansa. Porque, a veces, es efímero. Desaparece. Dice adiós. Sale por la puerta de casa y no regresa. Qué se le va a hacer. “Ocurre”, lamenta Jesús, que tan solo aguantó un mes tras dar el sí quiero… La flecha de cupido no aguantó los avatares del tiempo.
Jesús y J. Medeiros, un mes casados
Ay, San Valentín. ¡Cuántos celebró Jesús! Él vivió, durante mucho tiempo, una historia “a lo Pretty Woman” con Medeiros. Conoció a la que fue su mujer –aunque tan solo un mes– en Brasil. Viajó con cinco amigos de vacaciones. Y, un buen día, en la playa, conoció a una chica y se enamoró. “Te gusta, la invitas a comer, a beber… y el resto va surgiendo”, cuenta a EL ESPAÑOL. Pasó con ella siete días y, al regresar, le pidió que se volviera con él a España. “Ella, entonces, me dijo que yo tenía que pedirle permiso a sus padres para venir (…) Volví un mes después y lo hice”. Acababan de empezar la relación. Todo era maravilloso…
En junio, Jesús pasó 15 días con ella en Brasil. Un mes después, los dos estaban en Almería conociendo su tierra. “Aquello era idílico. Que si viajes para acá, que si viajes para allá… y, en septiembre, se quedó embarazada”. Eran felices, todavía novios, pero tuvieron su primer hijo en marzo de 2008. Y, prácticamente un año después, en abril de 2009, nació el otro. Pero, llegado a ese punto, todo comenzó a ir peor. Realmente, mucho. Buena parte de la familia de Jesús trabajaba en la construcción. Y él no era una excepción. “Llego la crisis y todo empezó a escasear… y se acabó el amor”, lamenta. A partir de entonces, sus problemas se multiplicaron.
“Ella decide que lo mejor es que yo le pase una pensión y me vaya del piso, mío en propiedad”. Todavía no se habían casado, pero ya afrontaron su primer juicio. ¿El motivo? La custodia compartida. “Yo argumenté que a ella le había cumplido el visado, que no tenía documentación legal para estar aquí. Me dieron la razón. Me quedé al cuidado de los niños”, cuenta. Ella, entonces, se fue de España. Pero su relación no había acabado. Al contrario, no había hecho sino entrar en una segunda parte tanto o más tormentosa que la primera.
Él volvió a Brasil. Un amigo le ofreció trabajar allí en un hotel y él aceptó. Al llegar, le dio una oportunidad a su relación. Jesús se reencontró con J. Medeiros y le pidió volver. Y ella aceptó. Pero, eso sí, le pidió que se casaran. Dicho y hecho. Fueron al registro civil y oficializaron su relación. “Un mes después me pidió el divorcio”, recuerda. ¿Y qué hace ella? Llevarlo a juicio para conseguir la custodia de sus hijos. “Daba igual la sentencia española. Se la conceden a ella”. Era octubre de 2013. “Todavía no había llegado lo fuerte...”.
12 días después, la juez llama a Jesús. “Me dice que ella renuncia a la custodia de los niños. ¡Lo nunca visto! ¡La custodia más rápida del mundo! ¡Una madre!”, comenta, indignado. “Me expulsan de Brasil, porque al habernos separado no me iban a dar los papeles, y vuelvo a España”. Su historia podría haber acabado en ese momento. Pero no lo hizo. Todavía quedaba una tercera parte por escribirse.
Ella volvió a España en 2014 y él la acogió en su casa. “La ayudé durante dos años viviendo en mi casa, pero ya no hacíamos vida de pareja: no dormíamos juntos, no salíamos de casa juntos...”. Y, en septiembre de 2016, ella interpuso una denuncia contra él por malos tratos. “No llegó a ningún sitio”, reconoce. ¿Y qué hizo ella? “Estuvo durante 276 días con los niños desaparecidos”.
Ahora, él la ha llevado a juicio. “La Fiscalía pide dos años y seis meses de cárcel para J. Medeiros. Yo la acuso de haber retenido a los niños. Este miércoles, ha pedido que aplacen el juicio porque necesita presentar un psicólogo forense que acredite que lo hizo por miedo”. Mientras se soluciona, Jesús seguirá disfrutando de sus hijos. ¿Y San Valentín? Ya llegarán tiempos mejores…
60 años de diversión
En otras ocasiones, el amor -y el matrimonio- sí perdura y se sostiene a base de cariño, confianza, diversión y sobre todo de pequeños detalles. Así es como definen el éxito de su historia Mercedes y José Antonio, dos bilbilitanos que intercambiaron su mirada por primera vez trabajando en un vivero en 1959. Hoy, sesenta años después, ambos confirman que aquel año tomaron la mejor decisión de su vida: estar juntos.
Antonio (Calatayud, 1942) siempre andaba colocando fardos en los árboles, cuando Mercedes (Calatayud, 1943) pasaba por delante de él para ir al laboratorio a analizar semillas. "¡Hola, buenos días!", le decía al que sería su marido. Entonces, él tenía 17 años y ella 16. Ese saludo rutinario se convirtió al poco en flirteo, después en noviazgo y casi sin casi darse cuenta, ocho años después, el 18 de marzo de 1967, estaban frente al altar para darse el sí quiero.
"Un día le oí que decía: 'Esta chica me gusta'. Después se acercó, hablamos, nos enamoramos y empezamos a salir", rememora Merche en conversación con EL ESPAÑOL. No hubo más complicación, estaban decididos a estar siempre el uno junto al otro. Tal era su convicción que ella no dudó en dejarlo todo para acompañar a Antonio en su andadura profesional como jefe de extensión agraria. Dejaron Calatayud (Aragón) -y a sus familias-, y estuvieron varios meses viviendo en Madrid, Valladolid, Tauste y finalmente en Caspe, donde vivieron durante 38 años:"La etapa más feliz de nuestra vida", cuentan ambos a este diario.
Allí vivieron sus sanvalentines más especiales y fue también donde recibieron una de las noticias más felices de su vida: la llegada de su hija Natalia. Mercedes recuerda, sobre todo, un San Valentín en el que se enfadó muchísimo, al principio, claro. Cuando ya tenía mil planes hechos en la cabeza para hacer con su marido, Antonio le dijo que se tenía que marchar a un pueblo cercano a trabajar durante todo el día. Pero no era cierto, horas más tarde llegó y le dijo: "Solo me he ido un poco más lejos para poder comprarte esto". Cuando Merche abrió el regalo, que contenía un anillo y un juego de pendientes que nunca antes había visto, se pensó dos veces haberse enfadado tanto.
Siempre le sorprendía y le sigue sorprendiendo. Aunque no era Antonio el único que lo hacía. Mercedes siempre ha mantenido el espíritu joven intacto y cuando vivían en Caspe siempre le convencía para salir todos los viernes y sábados a bailar a la discotecas, incluso cuando ya se fueron haciendo mayores. Llevaban el ritmo en el cuerpo. Cuando entraban en la discoteca con otros amigos, los jóvenes que andaban por allí les miraban como si fueran "'bichos raros'" y les decían, recuerda riendo Mercedes:"¡Ya vienen los viejos a bailar!". "Si lo hiciésemos ahora, no nos dirían nada", dice esta bilbilitana. Lo cierto es que bailaban bastante bien.
No desaprovechaban ni un minuto de su tiempo allí. Cuando no estaban trabajando, estaban de viaje, y si no lo hacían, dedicaban su tiempo a bailar, o hacer competiciones de gimnasia con todos sus amigos, pero "con toda la torpeza", recuerda con una sonrisa Merche.
Cuando ambos se jubilaron, en 2006, decidieron volver a sus raíces y regresar a Calatayud. Allí seguía toda su familia y también su hija, después de haber estudiado. "Era mi sueño estar con mis hermanas", cuenta Merche. Desde entonces, su vida ha cambiado y ya no siguen compartiendo aquellos momentos de diversión, pero la realidad es que entre ellos nada ha cambiado. "¿Se siguen queriendo?", les pregunta este periodista. "Nos seguimos queriendo, claro, pero es distinto. Por ejemplo, me muero si le pasa algo a mi marido, yo siempre estoy pendiente de él, y él de mí. El fuego se apaga, pero queda el cariño de una pareja que ha estado -y lo que le queda- 60 años juntos.
Una historia sencilla
"Me has hecho muy feliz en estos cincuenta años". Esas fueron las palabras que Ángel (Calatayud, 1943) le dedicó a su mujer, Engracia (Calatayud, 1945) cuando celebraron sus bodas de oro. Esta pareja, también bilbilitana, comparte algo más que lazos familiares con Antonio y Mercedes (hermana mayor de Engracia), también el hecho de que ambos matrimonios han hecho longeva su historia de amor.
La historia de esta pareja se antoja más sencilla que la de sus cuñados, aunque no por ello menos especial. Fue en el tradicional baile que se celebraba en las ferias de Calatayud cuando Ángel le propuso bailar y ella aceptó. Sin más complicaciones, siguieron conociéndose y finalmente se casaron el 6 de octubre de 1968.
"Mi padre creía que ya no me iba a casar porque tenía 23 años y siempre me decía que no tenía novio. Cuando se lo conté, casi no se lo creía", cuenta riendo Engracia en conversación con este periódico. Lo cierto es que a partir de ese momento todo fue sobre ruedas. Y nunca mejor dicho. Ángel tenía su propio taller de coches y, después de casarse, Engracia se dedicó a cuidar de los hijos que fueron llegando en 1971, 1973 y 1975: Miguel Ángel, Sonia y Fidel.
Lo cierto es que debido a su trabajo, él siempre tenía que estar pendiente del teléfono y no pudieron compartir muchos momentos fuera de la ciudad aragonesa. Aunque sí aseguran que solo con el hecho de estar juntos hasta ahora han tenido suficiente. Sus tres hijos y ahora, sus seis nietos, que han llegado en los últimos diez años, completan todo lo que les faltaba por tener en la vida. Hoy celebrarán su mejor San Valentín.