Sólo tenía 14 años, pero ya ocupaba páginas de periódicos deportivos de todo el mundo. Su nombre es Ariel Huguetti, pero todos lo conocían ya como el “Maradona de Billinghurst”, el barrio obrero de Buenos Aires en el que vivía. Corría el año 2000 y su portentosa pierna izquierda hizo que Real Madrid y Barça se pegasen por el que iba a ser el primer crack mundial del milenio.
EL ESPAÑOL ha localizado a al chico. “Su trabajo es controlador de fincas”, nos explica su padre Adolfo esta misma semana. Ariel Huguetti reside en Madrid, está casado y tiene un niño de 6 años que también le pega con la zurda, como hacía él. Ariel Huguetti vive feliz en la capital de España, pero nunca llegó a ganarse la vida con el fútbol. Es el caso más paradigmático de la necesidad que tiene el negocio del fútbol moderno de crear ídolos, cada vez más jóvenes.
El Maradona de Billinghurst
Ariel Huguetti (Buenos Aires, 1986), es de la misma quinta que Messi, para muchos, el mejor jugador de todos los tiempos. Pero a principios de este siglo, el que apuntaba a ese trono era Ariel, un zurdito porteño del suburbio bonaerense de Billinghurst. Su padre jugó de lateral derecho a buen nivel durante su juventud, pero una lesión le truncó la trayectoria. Acabó conduciendo ‘colectivos’ (autobuses).
Ariel sólo tenía 4 años cuando su padre se percató de la delicadeza con la que el niño trataba una pelotita de lana que tenían en casa. Le compró un balón y le enseñó un par de trucos. El resto vino solo. Con 6 años fue convocado para un torneo con chicos mayores y maravilló a la concurrencia. Con el dinero que ganaban en su humilde hogar, le compraban al niño vídeos de fútbol para que aprendiese. Especialmente de Maradona, su ídolo, su espejo, el gigante al que estaba llamado a suceder.
"El Diego y Ariel, uno solo. Suerte 10"
El fenómeno Huguetti se disparó. Lo ponían de volante izquierdo y la rompía. Lo apuntaron a un torneo de habilidades futbolísticas que organizó Unicef y ganó, dándole más de 600 toques a un balón. En el barrio lo adoraban, tal y como ilustraba una pintada que decía: “El Diego y Ariel, uno solo. Suerte 10”.
Entró a jugar en la cantera de Ferro Carril Oeste, un equipo de renombre en Argentina. Cuando sólo tenía 12 años, se desató la Huguettimanía. El diario La Nación le dedicó una pieza en la que lo bautizaba como “Pichón de crack”. Su nombre también apareció en El Gráfico, la revista futbolística más conocida de Argentina. En portada, Maradona. En las páginas interiores, Huguetti. Para entonces ya se hablaba del niño como el sucesor del Pelusa.
Ahí entró en escena un empresario que quería comprar sus derechos. No se dedicaba al fútbol, sino a la industria plástica, pero vio en el niño un filón con el que podría acabar sacando un montón de dinero. Lo que ocurre es que los padres de Huguetti decidieron ser prudentes y no comerciar con el futuro de un niño en edad escolar.
El ruido de Huguetti llegó hasta Europa. En el año 2000, Mundo Deportivo le dedicaba una página entera al nuevo “Babycrack para el Barça”, tal y como titulaban en el reportaje. “Aseguran que es el nuevo Maradona”, añadían. El club catalán estaba dispuesto a dar 815.000 dólares por el diamante.
El Madrid y el Barça se pelean por él
Ahí entró en escena el Real Madrid. El Maradona original había jugado en el Barça, pero el del sigo XXI no se le iba a escapar al equipo blanco. El diario Marca explicaba que iban a subir la oferta para que Huguetti se olvidase de La Masía y optase por La Fábrica. Ambos clubes habían enviado emisarios a Argentina para atar al jugador. El caso apuntaba al clásico conflicto Madrid-Barça por un fichaje, igual que pasó con Karembeu, los De Boer o más recientemente Neymar. Mientras, en Italia, origen de la familia Huguetti, seguían con expectación el curso de la historia.
Ni medios ni clubes eran conscientes del terremoto que estaba causando todo este asunto en casa de los Huguetti. Adolfo y su mujer, Norma, intentaban que todo el revuelo no desestabilizase a Ariel. En su casa no tenían una situación económica desahogada, pero que tampoco querían vender a su hijo al mejor postor como si fuese mercancía. Que estudiase, que fuese buena persona, eran las prioridades de unos padres que intentaban mantener a sus otras cuatro hijas al margen de la historia cuando ellas les preguntaban, extrañadas, qué estaba pasando.
Sus abuelas lo pasaban mal
Adolfo confesaba al diario La Nación la situación de angustia que estaba generando este tema en casa, especialmente entre las abuelas del niño: “Mi mamá y mi suegra están sufriendo mucho. Cuando escuchan lo que pasa me piden que tenga cuidado con lo que voy a hacer. Tienen mucho miedo. Todos estamos nerviosos”. No era para menos. En un humilde hogar con el timbre roto de un suburbio de Buenos Aires, estaba depositada toda la confianza de una nación, que veía en él al nuevo lama del balón, el que les iba a devolver el Mundial. Venían empresarios a ofrecer dinero, medios a pedir entrevistas y clubes ricos a llevárselo a Europa. El padre, con cierta sensación de agobio, confesaba que, si no tuviesen esa situación económica, ni siquiera estaría escuchando ofertas por el chico.
A partir de ahí, misteriosamente, se pierde la pista de Ariel Huguetti. Ni Barça ni Real Madrid llegaron a cerrar el fichaje. Ariel fichó en 2001 por Boca Juniors, el equipo de sus amores, para jugar en las categorías inferiores. Tal vez por la presión previa, tal vez por las personas que fue encontrando por el camino, tal vez por mil factores, Ariel no despuntó con el equipo xeneize. De ahí el salto a Europa. Fue reclamado por el Wolfsburgo alemán, donde tampoco consiguió reivindicarse como el crack mundial que apuntaba. El resto de su carrera se pierde, difuminada, lejos de los equipos que lo pretendían en su adolescencia.
Paralelamente, a 300 kilómetros de allí, en Rosario, un chico de su quinta forjaba su carrera como crack. Con problemas de salud, pero sin la presión mediática de ser el futuro Maradona. Se llamaba Lionel Messi y, finalmente, siguió la trayectoria fulgurante (del Barça a la selección argentina y de ahí a mejor jugador de la historia) que estaba reservada para Ariel.
Son muchos los medios y foros que, posteriormente, se han preguntado qué pasó con Huguetti. Numerosas leyendas se ciernen en torno a su figura. “La única noticia más o menos creíble dice que estuvo en Barcelona pero lo rajaron”, cita el blog En una baldosa, en una nota fechada hace 13 años.
Ariel Huguetti, hoy
Su padre lo niega. “Pasaron muchas cosas”, sentencia escuetamente Adolfo ahora. Lo único claro es que Ariel ya no se dedica más al fútbol. Se quedó en Europa y se vino a vivir a Madrid, donde se casó y tuvo un hijo. Se hizo hincha del Real Madrid, el mismo equipo que iba a empezar a una guerra con el Barça por su fichaje. Se rumoreaba que trabajaba como albañil. Su padre también lo desmiente: “Es gestor y controlador de fincas”, resume. Muy lejos, en cualquier caso, de los campos de fútbol, que hoy día sólo pisa para jugar algunos torneos con los amigos.
Ariel está estos días lejos de Madrid por cuestiones laborales, pero se compromete a hablar con EL ESPAÑOL en los próximos días, para explicar qué sucedió para que aquel niño al que asediaron medios de comunicación y clubes millonarios, aquel chaval por el que se pegaban Barça y Real Madrid, acabase lejos de los estadios.
“Lo importante es que es feliz. Está casado con una española, tiene un hijo de 6 años que ya la toca bien, tiene trabajo, una vida sana y muchos proyectos. Al final, eso es lo importante”, apunta su padre Adolfo, que recuerda que “hay quien sí que llegó a crack y su vida fue desgraciada. Por la gente de la que se rodea, por el entorno, por no saber gestionar el éxito... Ariel, en cambio, siempre tuvo la cabeza muy bien amueblada y un entorno en el que siempre preferimos que tuviese los pies en el suelo. Por eso ahora vive feliz”. No miran al pasado con pena. Ariel tiene proyectos relacionados con el fútbol, se plantea ser entrenador y, quién sabe...
Porque, como dice Adolfo. “El fútbol siempre te da la revancha”.