Gabriel, el padre de los niños de cinco meses y cuatro años encontrados muertos y enterrados, hacía sus pinitos como cantante. En su propio canal de Youtube, exhibía y recitaba sus composiciones, guitarra en mano. “El no pecar te da la magia, el no pecar te da la gracia, el no pecar te da el café”, entonaba, en un vídeo publicado hace dos semanas en sus redes sociales. “Te amo”, le escribía su pareja, María, que este jueves conducía a la Guardia Civil al lugar donde los pequeños estaban muertos y enterrados. Ambos, presuntamente, estaban bajo los efectos de las drogas, según indican sus primeras declaraciones hechas a los agentes.
Fue un vecino el que puso sobre alerta a la Guardia Civil. Avisó de que había visto a un hombre semidesnudo corriendo detrás de una mujer ensangrentada y también semidesnuda. Se trataba de Gabriel, que, tras perseguir a su pareja, se había quedado en la casa okupa donde vivían ambos, confundido y escupiendo palabras inconexas. Cuando llegaron los agentes, anunció la tragedia: “No se preocupen. Están todos muertos”. Además, también les puso sobre la pista de María, diciéndoles que había ido a buscar una piscina para reencarnarse con los críos.
Tiempo después, la Guardia Civil dio con María. Se encontraba metida en un bidón, también confusa y alternando ideas inconexas. La mujer habló de bucear y de agua y por eso las labores de búsqueda se expandieron a los pozos de la zona, por si hubieran arrojado a los niños por alguno de ellos. En un primer momento, se negó a declarar. Sin embargo, según fueron pasando las horas, se arrepintió y condujo a los agentes al lugar donde se encontraban los pequeños.
A los dos menores los hallaron muertos y enterrados. Antes de que ocurriera todo eso, ya habían detenido a la madre. Tras dar con el paradero de los niños, también se llevaron esposada a la mujer, que no se encontraba bien. Todo apunta a que fue ella la que acabó con la vida de sus hijos y la que los escondió. Se desconoce el motivo del asesinato, aunque todo parece indicar a que las drogas habrían jugado un papel decisivo.
De hecho, los servicios sociales ya habían tratado con la pareja y la Policía había avisado tres días antes del crimen de cómo eran ambos. La pareja, muy conocida en la zona, no estaba bien psicológicamente y consumía estupefacientes y drogas a menudo. Tomaban setas alucinógenas y decían pertenecer a los iluminati. También, se reconocían antisistema –habían sido, incluso, causantes de disturbios durante alguna manifestación– y no eran unos buenos padres.
Los vecinos, a menudo, miraban con desdén a los críos. El carro donde iba el pequeño, confiesan, parecía sacado de una escombrera. Y el mayor, el de cuatro años, que acudía a un colegio de la zona, llevaba continuamente la ropa sucia. Por lo demás, se había integrado bien en el centro y no había tenido muchos problemas. Sin embargo, el mes pasado la madre dejó de llevarlo al colegio. ¿Los motivos? Según ella, su marido iba a cambiar de trabajo y los iban a cambiar de colegio, pero nunca llegaron a hacer los trámites para que eso ocurriera.
En parte, lo dicho por la madre era verdad. Gabriel había estado trabajando en un restaurante, pero lo habían echado por sus ausencias y su consumo de estupefacientes. Ambos vivían en una casa okupada, en mitad del campo, al lado de unas urbanizaciones. Él, al que los vecinos reconocían sus rarezas, cazaba animales muertos, había puesto una calavera en la casa para que no llegaran los malos espíritus y componía canciones.
“Los cuentos siempre acaban bien, pero la magia está en no pecar (…) Tienes que saber que mañana, cuando los kilómetros se acaben y me encuentre junto a ti, el aire que hoy me guardo en el pulmón, despoja en mi garganta su hollín. Volveré a ensayar frente al espejo lo que tenga que decir”, cantaba Gabriel, ahora detenido y a la espera de que se esclarezcan los motivos de la muerte de sus hijos.