A simple vista, apenas tenía un solo rasguño. El cuerpo de Sergio Mármol Hernando parecía, a priori, intacto e inmaculado, pero aquella noche del año 2015 tenía 21 años y la cabeza reventada por cinco sitios diferentes ya para siempre. Su cráneo resultaba muy similar a la cabeza de un bebé: desprotegida, blandísima y extremadamente vulnerable. Tras el primer golpe se desplomó al suelo inerte. Y ellos siguieron acribillándole a patadas.
Todos los golpes recibidos habían ido a parar (a conciencia) al mismo sitio: su cabeza fue el punching ball de dos jóvenes que se cebaron con él cuando estaba indefenso, tirado en el asfalto, a las puertas de la discoteca de un pueblo costero de Barcelona. Le dejaron prácticamente inválido para el resto de su vida.
El ataque le destruyó física y psicológicamente. Tras cuatro años de calvario judicial, la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona, a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, condena ahora a dos jóvenes a cinco años de cárcel por un delito de homicidio en grado de tentativa al apalear a Sergio hasta dejarle al borde de la muerte. Un tercero es culpable de un delito de lesiones y no pasará por prisión.
Los dos primeros tendrán que indemnizar al joven y a su familia con 1,263.956 euros. Aquí llega el problema: los agresores se han declarado ya insolventes y no podrán afrontar las consecuencias de sus delitos. La madre de Sergio reclama, en conversación con este diario, que el dinero le resulta indispensable. Que solo obtiene una pensión de 128 euros que recibe de la ley de dependencia.
La mujer no tiene cómo seguir pagando los tratamientos del joven, y por eso el momento resulta crucial. No le da para llegar a fin de mes y cuidar 24 horas al día siete días a la semana a su hijo. Ella sola se tiene que encargar de todo. Sabe que desde lo ocurrido su labor es cuidar a su hijo, estar pendiente de él día y noche.
Eva Hernando, la madre, tiene 48 años. Necesita de una tercera persona que le ayude a cuidar a su hijo, que no es capaz de realizar ninguna actividad cotidiana de manera autónoma. Dice a este periódico que ha tenido que desmontar toda la casa y readaptarla a la dramática situación de su hijo, a los nuevos hábitos, sujetos todos ellos a las exigencias de la silla de ruedas. “Ahora mismo estamos los dos solos. Ellos ya se han declarado insolventes. Lo tendrá que pagar alguien, el estado, no sé, alguien, pero el problema no es que se pague, sino cuándo nos lo van a pagar”.
El finde del Madrid-Barça
Aquel era un fin de semana especial. Había Clásico, y Sergio, culé acérrimo hasta la médula, no se perdía ni uno. Conservaba la camiseta del centenario del Barcelona en el año 1999. Vio el partido, como otras veces, y el Barcelona aniquiló al Madrid de Rafa Benítez con un 0-4. Luego saldrían de fiesta. Al día siguiente no tenía que trabajar. Todo pintaba bien.
Él y sus amigos se marcharon Malgrat de Mar, a la discoteca Tropicana, una de las más famosas de la región del Maresme. A la mañana siguiente, la del día 22, su madre, que vive en Montcada y Reixac, a 60 kilómetros en coche del lugar de los hechos, comenzó a preocuparse. Sergio no contestaba a los mensajes ni le cogía el teléfono. Se inquietó; algo había pasado. "Le mandé por lo menos 40.000. No me enteré de nada hasta el mediodía del día siguiente. Me llamaron sus amigos".
-Eva, que es que ayer hubo una pelea y le tiraron por la escalera. Está grave, en el hospital.
El grupo de amigos de Sergio abandonó la discoteca en torno a las cinco y media de la mañana. Un poco más rezagado, cuando salió al exterior advirtió una pelea entre sus amigos y varios jóvenes con los que se habían encarado dentro de la discoteca a lo largo de la noche. Al principio, la típica trifulca de empujones. Al principio, claro: luego empezaron los puñetazos.
Sergio venía detrás. Diao Balde, uno de los jóvenes inmersos en la pelea con sus amigos, se abalanzó sobre él. De un puñetazo en cara tumbó a Sergio y su cabeza se golpeó contra el suelo por la inercia.
Subidos a un coche, aparecieron de repente los otros dos compinches que dejarían a Sergio para siempre en una silla de ruedas. Dice la sentencia que Miguel Piqué y Ramón Serra, amigos de Diao, ya habían mantenido algún intercambio de impresiones con el joven a lo largo de la noche. No habían llegado a las manos. Al verle tirado, tras el golpe de su amigo, bajaron del vehículo y se fueron lanzados hacia Sergio. Él seguía inconsciente.
- Le patearon la cabeza hasta hartarse. Y él no pudo hacer nada. Le fracturaron el cráneo desde la base hasta la nunca. Nunca se levantó, explica, afligida, la madre.
A simple vista, no tuvo secuelas en el cuerpo. No le quedaron moratones por ninguna parte. “Cuando se lo llevaron al hospital, era como si no lo hubieran tocado”, dice la madre del joven. Al acabar, desaparecieron del lugar.
Cuando la avisaron, a su hijo ya le habían inducido el coma. " No me dejaron verle. Entró clínicamente muerto -recuerda Eva-. Decidieron operarle, querían intentar salvarle y lo consiguieron, menos mal que actuaron rápido".
Tuvieron que retirarle las partes dañadas de la estructura del cráneo, o sea, casi todas. El informe de la neuróloga detallaba que aquella paliza podía corresponderse con las secuelas de haber sido apaleado con un bate de béisbol o algún objeto de hierro. Durante casi 365 días, el joven permaneció ingresado en el hospital Germans Trias i Pujol, también conocido como Can Ruti.
Lesiones de por vida
Desempeñó durante muchos años el oficio de carnicera, pero actualmente se encuentra en el paro. No trabaja y tampoco puede trabajar. Pasa las 24 horas del día cuidando de su hijo. A causa de las lesiones de la paliza, articular cualquier palabra resulta extremadamente complicado para Sergio. Su lenguaje se encuentra en un grave estado de deterioro y padece un grave defecto en el habla, ralentizada y grave, compleja ahora de entender.
Vive aquejado de diversas dolencias que ya le van a quedar para siempre, como la tetraspaspasia espática. No le queda más remedio que alimentarse por una sonda. El joven tiene ahora tiene afectadas de por vida las funciones cerebrales necesarias para las actividades cotidianas más básicas. Cualquier gesto o movimiento tarda un mundo en llevarlo a cabo.
"Como no coordina bien le cuesta mucho". Sergio apenas se levanta de la silla, pero cuando lo hace, lo hace aferrándose a la esquina de la ventana. Se apoya en ella y camina agarrado, pero como las piernas no están ya coordinadas con lo que le dice la cabeza, pues se cae una vez más. Su madre le viste por las mañanas, lo lleva al baño, a veces incluso le da de comer; también lo acuesta.
"Tiene que hacer logopedia, terapia ocupacional. Hace dos días de rehabilitación y uno de piscina". Sergio acude a rehabilitación tres veces a la semana, a razón de 600 euros al mes. "Lo que están trabajando allí ahora es que pueda levantarse y valerse por sí solo". Vive con su madre y su hermano pequeño en un piso de protección oficial. Su madre pidió el año pasado un crédito de 10.000 euros que ya comienza a agotarse.
El coraje de la madre
Acude cada día a la clínica de una a dos. Hay días que Eva decide llevárselo en taxi, pero sale a un ojo de la cara: 40 euros en cada ocasión. Si van en autobús, como hacen en los últimos tiempos, no vuelven a casa hasta casi las cuatro de la tarde.
Eva es una guerrera que ha afrontado en la vida todo lo que le han ido echando. Empezó de charcutera a los 15 y trabajó como tal hasta los 23. Ahí fue madre por primera vez. Logró seguir como tal gracias a la ayuda familiar.
"No puedo pagar ni un recibo más de la luz", dice, temblando. La posibilidad de no recibir la indemnización es lo que en estas últimas la mantiene preocupada. También a Sergio, que había trabajado de pulidor alguna que otra vez después de terminar los estudios académicos. El pelo es rubio y la voz, filtrada por la madurez que le otorgan los años. Ese tono ronco de la experiencia. A Eva nunca le ha venido grande todos los retos que le han ido echando.
Es posible que su hijo se quede para siempre en una silla de ruedas y que los agresores abandonen la cárcel antes de lo previsto. “¿Es que con quién dejó a mi hijo? Tengo que cuidarlo, no me puedo poner a trabajar". Esta lucha, para la que reclama justicia y el pago de la deuda, tampoco.