Pablo Podadera falleció tratando de mediar en una pelea en la puerta de la sala Theatro (Málaga). Su muerte, sin embargo, no es un asesinato. Así lo ha determinado el jurado popular. Los acusados, esgrimen, no tuvieron la intención de acabar con su vida. Eso es lo que concluyen y lo que argumentan. Alberto y Alejandro son culpables de un delito de lesiones en concurso ideal con otro de homicidio por imprudencia. Por eso, la condena –si así lo estima la magistrada en la sentencia– será de tres años de cárcel. Eso, no obstante, se dilucidará en las próximas semanas. Los otros dos jóvenes que se sentaron en el banquillo, acusados de encubrimiento, han sido absueltos.
El veredicto es tan polémico como sorprendente para la defensa de Pablo Podadera, que pedía entre 18 y 20 años para los procesados. ¿La razón? Cómo ocurrieron las circunstancias. El malagueño salió a celebrar su cumpleaños con unos amigos. Primero, estuvo cenando con ellos y después se marchó a pasárselo bien a una discoteca. Bailó, rió y bebió. Lo normal en un chico de su edad, con todo por delante. Sin embargo, todo se torció a las cuatro de la mañana.
Entonces, él salió con sus amigos a fumarse un cigarro. No regresó. Pero no porque se fuera a su casa, sino porque en unos segundos, delante suya, se lió. Entre un lanzamiento de botellas y hielos, Pablo trató de apaciguar los ánimos. Y, de forma sorpresiva, recibió puñetazos en la sien por parte de Alejandro (practicante de boxeo) y de Alberto. Y, una vez en el suelo, continuaron asestándole patadas en la cabeza.
Una tercera persona, Nicolás, trató de levantarlo y sujetó a Pablo, pero este se resbaló y acabó golpeándose contra la pared y el suelo del local. Fue atendido por los servicios de urgencia y llevado hasta el Hospital Clínico de Málaga en estado de muerte cerebral. ¿La causa? Los golpes recibidos por tratar de detener la pelea.
Finalmente, certificaron su muerte cerebral y se activó el protocolo de donación de órganos. Se fue, como lo había hecho su hermano a causa de leucemia. Pablo se marchó sin hacer ruido. Era un joven pacífico, deportista, buen estudiante (estaba en la universidad) y buena gente, según contaban sus amigos. Murió.
Ahora, le toca a la magistrada confirmar la sentencia. Después, la defensa recurrirá por considerar que Pablo fue asesinado, que aquello no fue fortuito. De momento, no obstante, toca quedarse por lo dicho por el jurado popular, que los exime de culpabilidad a pesar de los golpes.
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