"Ha dejado una nota". Los agentes de la Policía Nacional y de la Policía Municipal lograron acceder a la casa 20 segundos tarde. Esos segundos preciosos se les escaparon comprobando que la puerta estaba cerrada con llave e intentando entrar por la casa de la vecina a través de la ventana. Ya en el interior, apenas lograron a ver los pies de D. precipitarse al vacío. Abajo había mucha gente pero no pudieron frenarlo. Acababa de tirarse por la ventana. Ya dentro se encontraron el televisor encendido y un papel. También había un mensaje con las últimas palabras que el joven de 16 años iba a dirigir a los suyos. "Mamá, me voy, me robaban, me hacen la vida imposible".
Sucedió el pasado lunes en el número 23 de la calle Nicolás Godoy, en Usera, al sur de Madrid, algo después de las doce y media de la mañana. El suyo es el único edificio de la corta y humilde calle de este barrio que alcanza las seis alturas. Empezaba la semana y el joven D. llevaba sin ir al instituto, el IES Ciudad de Jaén, desde el marte de la semana anterior.
Había faltado el miércoles, el jueves y el viernes. No obstante, nada parecía, en principio, que estuviera yendo mal. El último día de la semana anterior su madre tuvo una reunión de tutoría en el instituto y le dijeron que, en principio, todo iba bien. Este jueves, cuatro días después de la tragedia, a veinte minutos andando de allí, los agentes de la Policía Nacional detenían a uno de sus compañeros de clase. Le acusan de haber pasado meses acosándole en el colegio.
Los testigos de los hechos, que viven en la misma calle, explican a este diario que D. se lo pensó varias veces antes de saltar al vacío. Veinte minutos antes se encontraba en el cuarto de estar, viendo la tele, tirado en el sofá. Su hermano y su madre se habían marchado horas antes a trabajar. Estaba solo en casa.
A eso de las doce y media de la mañana abrió la ventana que da a la calle, descolgó una pierna al vacío pero vaciló y volvió a meterse para dentro. Así varias veces, hasta que en una de las intentonas, casi la definitiva, el vecino del edificio de enfrente le observó por la ventana.
"¡Que te metas, que te metas!"
El joven, de origen ecuatoriano, vestía chándal blanco de andar por casa, camiseta y calcetines de idéntico color. El vecino del edificio de enfrente, lleno de pavor, comenzó a gritarle y a hacer toda clase de aspavientos para que desistiera de sus propósitos. Cuenta uno de los testigos principales de los hechos a EL ESPAÑOL que, desde el otro lado de la calle, ese mismo vecino, que justo entonces llamó y puso en alerta a la Policía, comenzó a gritarle desesperado: "¡Que te metas, que te metas!". Quería evitar la tragedia a toda costa.
Llegaron los agentes y afuera el chico seguía encaramado a la ventana, con medio cuerpo fuera. Media calle observaba desde abajo. Subieron por el ascensor hasta la sexta planta. Entraron en la casa de la vecina y unos segundos antes de asomarse al exterior para acceder al piso de al lado oyeron el golpe sordo.
Una especie de patio de corrala, los característicos toldos verdes que abundan en la periferia madrileña, viviendas con ventanas hacia afuera y hacia adentro. El edificio desde el que se tiró por la ventana era, desde hacía poco tiempo, su nuevo hogar. Un lugar sencillo "Se habían mudado hace un mes", explica el portero del edificio. El núcleo familiar estaba formado por tres personas: él, su madre, y su hermano mayor. Cada mañana, ambos se iban a trabajar, y él se marchaba al colegio. Allí, al parecer, comenzaba el infierno.
El IES Ciudad de Jaén es un instituto que lleva años instalado en la polémica. Encasillado entre el Hospital 12 de Octubre y el barrio de Orcasitas, el centro está preparado para acoger, según denunció la federación regional de asociaciones vecinales de Madrid hace cinco años, a cerca de 800 alumnos. En realidad atendían a más de 1.100. En ese entonces, este colectivo denunció que en el centro no había "suficientes profesores dedicados a programas de integración y compensación educativa, ni técnicos de control, ni personal de servicio".
La principal crítica que sostenían, aparte de que la muchedumbre del alumnado se encontraba "hacinada", era que el centro contaba tan solo con una orientadora y una trabajadora social para atender al millar largo de chavales matriculados. Poco después llegó la tragedia de Arancha.
El triste precedente de Arancha
"Aquí viene la policía casi todos los días. Las peleas son constantes". Un joven alumno de 1º de la ESO accede de nuevo al recinto escolar para jugar un partido de fútbol con algunos amigos. "La gente se pasa mucho aquí. A este chico le pegaban, se metían con él...". Aunque era pequeño, todavía recuerda el caso de Arancha, que se quitó la vida en el año 2015 ante el acoso y el hostigamiento de un compañero de pupitre. Por eso lleva toda la semana reviviendo, como otros compañeros, aquellos hechos. "La veía mucho en el parque. Por eso nos está afectando tanto esto".
El caso de Arancha fue especialmente sangrante: tenía una discapacidad motora e intelectual. Un compañero de colegio pasó tres meses seguidos acosándola, con golpes, insultos y toda clase de extorsiones. Llegaba incluso a pedirle dinero. Golpes, mensajes con la palabra "puta". También ella tenía 16 años. También ella saltó por la ventana. Había terminado 3º de la ESO.
El joven D. era un chico de estadura media tirando a alta, 1,75, voluminoso, rechoncho. Era su primer año en este nuevo centro escolar. Llevaba meses teniendo problemas en el instituto, concretamente con un compañero de clase, el ahora detenido.
Sin embargo, las causas del suceso todavía no han sido del todo clarificadas. Otros escolares apuntan a una situación a la deriva del joven, que llevaba arrastrando desde hacía tiempo problemas depresivos. Varios alumnos apuntan a una relación que se rompió tiempo atrás, aunque el joven, según informa la agencia Efe, ya había intentado suicidarse en el año 2016. También está sobre la mesa el divorcio de sus padres. Madre e hijos habían llegado a Madrid procedentes de Galicia.
La marca en el asfalto
Por el momento, la Comunidad de Madrid mantiene abierta una investigación en un centro que hace ya un lustro tuvieron en el punto de mira. No había en el colegio ningún protocolo por bullying activado.
Durante la reunión de su madre con profesores del centro, el viernes pasado, la tutora le explicó que era un buen chico, con "buenas notas, sociable y que no tiene problemas en el centro". El joven contaba con numerosos antecedentes relacionados con autolesiones. Los investigadores creen que, en efecto, el acoso en el aula influyó sobremanera en lo que ocurrió al final.
En la casa de D., todas las persianas y las ventanas de la cara interior del piso estaban cerradas. "En lo que la vecina tardó en abrir, ya se había tirado", explica el portero. Encontraron la carta al acceder al interior. Cuando llegó su madre ya no se podía hacer nada por él.
La madre de D. y su hermano ya han avisado esta misma semana que no permanecerán mucho tiempo más en el edificio. Apenas habían comenzado a establecer contacto con los vecinos del edificio. Lo hacen para tratar de sofocar el recuerdo. Ni había dado tiempo a colocar sus nombres en el buzón.
Afuera, la mancha en el el suelo de la calle todavía resulta perceptible. Una marca que tiñe claramente el asfalto de una tonalidad diferente cuatro días después de la tragedia.