-Jajaja. Pues mañana, sobre guijarros del río.
En sus últimos meses con vida, Naiara Valentina Abi Briones Benítez no estaba sacando buenas notas. Había bajado su rendimiento en la escuela, y por eso su madre y el padrastro de la niña de ocho años de edad decidieron que pasaría una temporada en casa de la abuela, en Sabiñánigo (Huesca) para que así estudiase durante los meses de verano. En sus últimos días con vida, sus rodillas estuvieron apoyadas durante horas sobre gravilla porque así lo quiso su tío político. El hombre tomó toda clase de medidas: la excusa era que estaba 'ayudando' a su sobrina a que mejorase su método de aprendizaje y su rendimiento en la escuela. Dijo que solo quería que hiciese los deberes. Y para ello empleó toda clase de torturas, llevando a la niña al límite, y finalmente matándola.
La pequeña, de tez morena y ojos rasgados, falleció algunas horas después en el hospital. Los médicos trataron de rescatar su pequeña anatomía de la somanta que había recibido. Dejó de responder horas después, repleto de magulladuras, el labio roto, moratones por doquier. Y las rodillas en carne viva.
Había sacado peores notas que otros años, pero había logrado aprobarlas todas. Era tan solo una niña que acababa de finalizar tercero de Primaria. El 6 de julio de 2017 Naiara desayunó a las siete de la mañana con su abuela. Apenas había dormido la noche anterior. La madre de su padrastro e Iván, su tío político, la habían obligado a pasar dos días y dos noches sin dormir, forzándola a "estudiar". Entretanto, sus primas de 12 y 14 años la vigilaban. Todos funcionaron coordinados ante una única misión: impedir que la niña tomase aliento en ni un solo instante.
Casi dos años después de aquel asesinato, EL ESPAÑOL accede en exclusiva a las conversaciones que el asesino confeso y otros miembros de la familia mantuvieron durante esos días que duró el martirio de la niña. Los audios y las conversaciones a través del whatsapp revelan el límite extremo al que llevaron a Naiara. Las vejaciones fueron continuas, igual que los ataques físicos.
Mordazas, grilletes y descargas eléctricas
Iván Pardo Pena es el único acusado en estos meses previos al juicio que determinará la condena por el asesinato de Naiara. La fiscalía exige para él la pena de prisión permanente revisable, debido al grado extremo de ensañamiento que ejerció sobre la pequeña y dada la situación de desprotección inherente a su condición de menor. El asesinato a menores, además, es uno de los supuestos recogidos en esta pena máxima.
En vísperas de la apertura del juicio oral, el abogado del padre de la niña, Marcos García Montes, trata de argumentar al juez que es preciso imputar a la abuelastra de Naiara. Era consciente de todo cuanto estaba ocurriendo. Del castigo y ensañamiento que estaba recibiendo la niña.
El mal suele abrirse sin avisar por caminos insospechados y se desata del modo que uno nunca espera. Aquel fue uno de esos días. Los hechos que serán narrados a continuación resultan de extrema gravedad, en uno de los sumarios más duros de los últimos años.
En aquel pequeño apartamento de un pueblo situado a los pies del Pirineo. Durante más de doce horas, Iván Pardo Peña sometió a su sobrina a toda suerte de maltratos. La atacó con descargas eléctricas. La amordazó. La esposó con unos grilletes. Le arrancó parte del pelo. La obligó a pasar horas y horas postrada con las rodillas desnudas, como detalla el sumario del caso, sobre un material similar a la sal o al arroz. Se jactó de ello, riéndose con sus familiares a través de los chats grupales que tenían. La golpeó en la cabeza hasta la muerte.
La organización líder en defensa de los derechos de niños y niñas, Save The Children, lanzó el pasado mes de febrero un informe titulado "No a la Guerra contra la infancia", donde revela datos reales del maltrato y asesinato infantil y alerta del aumento de estas cifras cada año. Con ese motivo, crearon la campaña #NoaLaGuerraContraLaInfancia; con ella pretenden, entre otras cosas, evidenciar que la violencia física y sexual contra niños y niñas sigue existiendo. Uno de esos casos denunciados por esta ONG es el de Naiara.
"Hasta cenar se va a quedar así"
6 de julio de 2017. Iván Pardo llega a la casa a las ocho y cuarto de la mañana, una hora y quince minutos después de que Naiara se despierte y desayune. Nada más entrar se dispone a tomar la lección de la chiquilla. Naiara debió de sentir pavor al ver regresar a Iván, pues la noche anterior le había obligado a pasarla de rodillas y despierta.
La tarea impuesta: copiar 20 hojas de la lección que se tenía que aprender. Naiara, ojos rasgados, piel morena, sonrisa dulce e inocente, cara de niña de tercero de primaria, le dice que no lo tiene hecho. Iván, 33 años, se pone muy nervioso con ella, se enfada y empieza a golpearla con los nudillos en la cabeza. Sale un momento de la estancia y se quita la camiseta. “Yo voy a sudar, pero tú lo vas a pasar muy mal, te voy a dar durante diez horas”.
A partir de ahí comenzó la tortura: primero, empezó a producirle descargas con una raqueta eléctrica. Luego cogió dos esposas; con unas le ató los brazos a la espalda, con la otra los pies. No quería que se moviera de nuevo. Luego con un calcetín, que le introdujo en la boca. Después se sacó el cinturón y se lo ató alrededor de la cabeza, para que no expulsase el calcetín. Mientras sucedía todo esto, la niña tenía que soportar puñetazos en la cara, en la boca y en la nariz.
No era la primera vez que la niña sufría de ese modo. Diez días antes del asesinato, Iván envía a su hermano, el padrastro de la niña, un fragmento de vídeo en el que Naiara permanece de rodillas sobre ese material que parece arroz, o incluso gravilla.
-"Bueno, ya se lo dije a mamá, que es masoca", dice el padrastro.
-Iván Pardo: "Jajaja. Pues mañana guijarros del río".
Pasan unos minutos hasta que Iván vuelve a escribir.
-"Anda que no te lo pierdas, se apoyaba en la mesa para que no le hiciese efecto, y yo la veo y mamá (la abuelastra) no se daba cuenta, y la puse recta y le digo, no, no, así no te tienes que poner. Y ahora se queja y ahora llora de que le duele, de que tiene las rodillas… (se ríe Iván) que le duelen. Pues de momento ahora, hasta cenar se va a quedar así".
"Trae ortigas para la tigresa"
Naiara nació el uno de octubre de 2008, en la provincia argentina de Misiones. A 9.000 kilómetros de distancia del que era su actual hogar. Concretamente, en la localidad de Posadas. Allí la concibieron Manuel Adolfo Briones Sanz y su madre, Mariela Alejandra Benítez. Lo dejaron cuando la niña apenas había cumplido los tres años, y Mariela decidió salir de Argentina y poner rumbo a España. Dejó atrás su vida y ya aquí conoció a Carlos, su pareja, el hermano de Iván.
Hasta que su madre se lo explicó, Naiara no sabía que su verdadero progenitor estaba viviendo en Chile, a donde se mudó desde el país vecino para ganarse el pan. Manuel Adolfo nunca volvió a ver a Naiara. Se enteró de su muerte por internet. Fue de ese modo como conoció el modo en que aquel miembro de su familia política se había ensañado con la niña.
Manuel estaba recuperando el contacto con la pequeña y con la madre. Pero la familia de la nueva pareja de Mariela parecía obcecada en flagelar a la chiquilla hasta límites insospechados. Le insultaban. Le decían que no era de la familia, que no era como sus primas, dos chiquillas algo mayores, adolescentes, de 13 y 14 años de edad en aquel entonces. También ellas sufrían malos tratos en casa. No les impidió colaborar, como queda reflejado en los chats, a potenciar el suplicio de la pequeña de la casa. Como ejemplo, los chats que mantenía la familiar. El 2 de julio de 2017, cuatro días antes de la paliza definitiva, una de las sobrinas envía una fotografía descorazonadora: Naiara arrodillada con unas orejas de burro en la cabeza, en una pose terriblemente humilllante. A la abuela Nieves, la madre de Iván, se la aprecia justo detrás.
La noche del 6 de julio, de madrugada, la misma prima le escribe a Iván, quien siete horas después aparecerá por la casa para emprenderla a golpes con la pequeña. En su declaración argumentó que era "para ver si cambiaba de comportamiento en los estudios y empezaba a obedecer a los mayores y a tener respeto".
-Sobrina: "Si puedes, antes de venir a casa trae más piedras y ortigas para la tigresa. Que las ha tirado todas por ahí".
El castigo físico no se detuvo la mañana siguiente. Hubo un instante en el que Naiara, el labio roto, la boca ensangrentada, consiguió zafarse de Iván para esconderse debajo de la mesa de la cocina. El asesino confeso la cogió y se la llevó al baño y ordenó a una de las primas que le limpiara la boca a la pequeña con alcohol y luego con enjuague bucal. Ahí continuó golpeándola. Más tarde la llevó a la sala de estar y la obligó a permanecer una hora y media con las rodillas sobre unas piedras. Siguieron las descargas, los zarandeos, los golpes. El impacto definitivo fue en la columna. "Son mis normas, a mi nadie me va a discutir". Luego la empujó contra el suelo y Naiara, inconsciente, no se volvió a mover. Era la una de la tarde.
"No sé qué voy a hacer sin vosotras"
La niña seguía sin moverse. Iván llevó su cuerpo al baño, lo colocó en la bañera y le introdujo la cabeza en el agua a ver si reaccionaba. No obtuvo respuesta. Comenzó entonces a limpiarle la sangre con amoníaco, aparentando que allí no hubiera sucedido nada. Más tarde llamaron a los servicios de emergencia y ordenó a las primas pequeñas que fuesen discretas y que dijeran que Naiara se había caído por las escaleras. Las dos menores, pese a su colaboración anterior, terminaron confesando días después, delatando los ataques perpetrados por su tío.
Mientras tanto, todos se marcharon hacia el hospital con los servicios sanitarios. En el trayecto, la abuela Nieves y una de las primas se escriben por whatsapp. El tono, como apuntan lasa diligencias policiales presentes en el sumario, es de despedida.
-Abuela: "Os quiero mis niñas. No sé que voy a hacer sin vosotras".
-Sobrina: "Tranquila, por favor, tranquilízate. Tienes que pensar detenidamente cómo va a salir todo esto".
El cuerpo de Naiara, un guiñapo, un trozo de carne prácticamente despedazado, fue trasladado a toda velocidad al hospital Miguel Servet de Zaragoza. Iván la había dejado como un vegetal. Los médicos advirtieron politraumatismo, traumatismo craneoencefálico, hematomas, cortes por todo el cuerpo y cardenales por distintas partes del cuerpo. La operaron pero resultó inútil. Exhausto y desmadejado, su organismo se rindió horas después. Aquello, supieron los especialistas, no era una simple caída por las escaleras.
En las jornadas posteriores a los hechos, con la noticia en todos los medios de comunicación, una de las primas recibe en su teléfono el mensaje de uno de sus amigos del colegio. Le manda el enlace a una noticia en la que ya se empieza a apuntar hacia un crimen.
-Amigo: ¿Es verdad eso? ¿Que no se cayó por la escaleras como me dijiste?
-Sobrina: No, pero es lo que tenía que decir, como te iba a decir todo eso. Por favor, perdóname.
-Amigo: No te preocupes. Yo me hubiera inventado algo también.
"Siempre recuerdo su sonrisa". Naiara tenía tres años la última vez que su padre la vio, en Argentina. Manuel Adolfo Briones la recuerda con tristeza, en gran parte por los recuerdos que nunca pudieron compartir. "Nunca llegué a conocer a mi hija cuando era grande", se lamenta a este diario. Solo volvió a España en una ocasión. Desde entonces deja todo en manos de sus abogados. No ha visto la tumba de su hija desde entonces.