En un país que se vacía de chupetes, con la mitad de nacimientos que a mediados de los años 70, hay algo de lo que Esther Vivas siente que estamos llenos a rebosar. La periodista y escritora cree que hay mucho sentimiento de culpa, por parte de las mujeres, en torno a ser o no ser madres. Un reconcomio que para ella parte de un solo lugar: “Del cuento que se nos ha vendido a las mujeres desde el principio de la Historia, el de ser madres a costa de todo.
"El problema es que nos han educado en un ideal de maternidad en el que precisamente se invisibiliza esta experiencia. Es el ideal de la madre perfecta donde no nos podemos equivocar y cuando lo hacemos, el grado de culpabilidad y la estigmatización es tal que todo lo que no concuerde con esta perfección se sale de la normalidad y nos daña”, explica a EL ESPAÑOL.
Esta reconocida feminista recalca en su libro Mamá Desobediente (Capitán Swing) que o abrimos puertas para ventilarnos de esta maternidad tóxica o el plato roto lo pagarán las mismas de siempre: las mujeres. “La maternidad es un proceso que debe importarnos a todos, no solo a nosotras. Hay que romper todos los mitos y silencios que se han dado hasta el momento porque se nos va la vida en ello”, comenta.
Según su visión, esa ruptura pasa por un solo lugar, el de la mirada feminista. “No hay una maternidad única, pero sí modelos impuestos que supeditan la experiencia materna a los dictados impuestos por el patriarcado. Ser madre no debería significar criar en solitario, quedarse encerrada en casa o renunciar a otros ámbitos de nuestra vida. Y ser feminista no tendría que conllevar un menosprecio o una indiferencia respecto al hecho de ser mamá. ¿Por qué tenemos que escoger entre una maternidad patriarcal sacrificada o una maternidad neoliberal subordinada al mercado?”.
La respuesta a su pregunta es clara y cristalina: “Se trata de pensar en una maternidad feminista, apelando a una maternidad desobediente a la establecida por el sistema. Se trata de valorar y visibilizar la importancia del embarazo, el parto, la lactancia y la crianza en la reproducción humana y social, y reivindicar la maternidad como responsabilidad colectiva en el marco de un proyecto emancipador. No se trata ni de idealizarla ni de esencializarla, sino de reconocer su contribución histórica, social, económica y política. Una vez las mujeres hemos acabado con la maternidad como destino, toca poder elegir cómo queremos vivir esta experiencia”.
¿Para llegar a esa maternidad libre se necesita haber cambiado como sociedad?
Así es. El problema es que la maternidad se enfoca desde lo individual. Cuando nuestras decisiones vienen determinadas por el contexto en el que ejercemos la maternidad y ese contexto es socioeconómico, ambiental y hostil a la vida y la fertilidad sucede que como madres no hacemos tanto lo que queremos sino que hacemos lo que podemos. Este es un marco que dificulta ejercer la crianza y el cuidado y lo convierte todo en difícil a más no poder. El romanticismo con el que se nos ha vendido desde siempre la maternidad hace que la misma se viva de forma extenuante y contradictoria. La sociedad está organizada alrededor de la hipocresía y la culpa y nos plantea un ideal materno imposible de asumir. El problema no es nuestro, es del ideal con el que nos carga a las madres.
Nos venden el cuento de la maternidad edulcorada y perfecta cuando en realidad se trata de ser libres e imperfectas sin complejo alguno… Ser madres o ser libres. El reto es difícil... ¿pero posible?
Lo tiene que ser porque sin criaturas no tenemos futuro. La tasa de natalidad disminuye cada año. En España la media de las mujeres de la primera maternidad es a los 32 años, lo que dificulta un segundo embarazo. Hay un gran decalaje entre el número de hijos que se quiere tener, que es entre dos o más, pero en realidad acaba siendo de uno. La maternidad debería de ser una cuestión política. Si no se apoya la maternidad y la crianza el problema no lo tenemos las madres. El problema lo tenemos todos. Ser madres es un derecho, no un privilegio o una quimera. La respuesta no está en promover la maternidad si no en cambiar los condicionantes sociales. Esto implica acabar con las desigualdades, trabajo digno, conciliación, poder pagar la vivienda…
La maternidad en todas sus formas está menospreciada y sin embargo se recurre a ella como la salvadora de la sociedad. Las mujeres son madres en las diferentes formas (natural, adoptiva y madrastra), siempre dándolo todo… y gratis.
La maternidad se tiene que nombrar en plural. Hay tantas experiencias como madres y en función de cada hijo y de su momento vital. Además, es importante señalar que ser madre va más allá de la biología. Hay que hablar de las “madres afines”, porque estas son formas de ejercer la maternidad. Hay que dejar de hablar de una única maternidad. Cada vivencia depende del contexto social, las capacidades económicas, la mochila personal. Todo esto influye de un modo u otro en cómo vivimos la maternidad. No hay modelos universales.
¿Es el equilibrio mental, entre la tensión interna y las contradicciones, el mayor enemigo a batir, independientemente del tipo de madre que se sea?
Nos han vendido arquetipos de maternidad en los que hay que encajar. Desde el ángel del hogar a la superwoman. Y eso solo es útil para quien lo ha generado: el patriarcado que menosprecia la experiencia materna. No nos preguntan cómo queremos vivir dicha etapa. Por eso es importante desobedecer, porque de no ser así solo genera culpa y malestar.
El problema de reducir la feminidad a la maternidad
La autora de Mamá desobediente ha escrito su texto mojándose, enfrentándose a su propio yo y siendo virtuosa. “Sería imposible escribir un libro honesto sobre la maternidad sin ser madre”, defiende. Vivas tuvo su primer hijo, Martí, a los 39 años. “Una edad también estigmatizada”, dice. Tras cinco años de intentos varios y cuando ya casi no se lo esperaba, la vida le dijo sí y logro quedarse embarazada. “Yo tuve suerte y al final pude conseguirlo. Recién cumplidos los 34, mi pareja y yo pensamos que por qué no tener una criatura y fuimos en su búsqueda”, relata la escritora.
Fue un camino que la periodista describe como “nada fácil”. La travesía le duró un lustro de tratamientos que acabaron en una fecundación in vitro que, además del desembolso económico, le supuso sentir miedo y dolor. “Someterse a estos tratamientos no es fácil. En mi caso se sumaba el ser reacia a los métodos farmacológicos, al dolor, el malestar emocional, el sentimiento de fracaso, la incertidumbre. Por no mencionar la pérdida de control sobre el propio cuerpo y la hipermedicación de estas técnicas, así como la contradicción de ser partícipe del negocio de la infertilidad. Hablar de ello nos ayudaría a destaparlos, a romper con el estigma y a no sentirnos solas”, reconoce la periodista.
Pingüe negocio, el de la infertilidad, que se nutre de causas tan sencillas como la de postergar la maternidad por las nulas políticas de apoyo a la misma y a la no corresponsabilidad. Tanto es así que, si en 1985 la edad media para ser madre era de 26 años, ahora la cifra llega a los 32 años. Y es más, se calcula que solo un 2% de las mujeres no pueden tener hijos por motivos biológicos o que solo un 5% no quiere ser madre y mantiene esa decisión a lo largo de su vida. “Somos uno de los países de la Unión Europea con la mayor distancia entre el número de hijos e hijas que se tienen y el que se desea. De hecho, un 47% de las mujeres, con datos de 2017, querría tener al menos dos criaturas y un 26% tres o más, cuando la media se sitúa en 1,31”, señala la escritora.
Y cuando se habla de infertilidad, la cosa no afecta solo a las mujeres. Vivas también apela a destapar otro tabú. “Hay una alta tasa de infertilidad masculina y eso en una sociedad occidental y patriarcal como la nuestra se esconde. Muchos hombres que la padecen se niegan a reconocerlo incluso en la misma consulta médica. Tanto es así que los especialistas empiezan tratando a la mujer cuando en realidad el problema lo tienen ellos”, recalca.
La soledad de las madres de bebés que no nacen
Pero Vivas no solo mete el dedo en este ojo. También reclama hablar de otro tabú de dos palabras que unidas derivan en lágrimas y que a ella y a su pareja les vaciaron por dentro con su segundo embarazo. Se trata de la pérdida gestacional. O lo que es lo mismo, el drama de los bebés que mueren antes de nacer. Según diversas fuentes, en España esta cifra llega a ser de 4,4 muertes perinatales por cada 1.000 partos. “Tuve un aborto debido a una malformación de la criatura incompatible con la vida. Y este es otro gran tabú, el de sufrir una pérdida. Porque formalmente significa el fracaso de la maternidad. Y, además, como nadie salvo tú lo ha sentido, lo ha conocido, es como si esa criatura no hubiese existido, como si no tuvieras derecho a llorarlo, como si el duelo no fuese posible”, recuerda.
Por eso mismo esta catalana reclama que se empiecen a reconocer a estos no natos y que las madres sean tratadas como lo que son: madres. “Que puedan acceder al cuerpo de sus bebés si así lo desean, verlas, lo cual ayuda a enfrentar el duelo. A menudo se trata de un dolor que se inhibe, se prohíbe, se niega debido a las jerarquías mismas de la pérdida y unas reglas del duelo que establecen qué duelos son aceptables y cuales no. La vida que puede ser llorada y la que no, dándose una privación de derechos en los casos de las madres y padres de bebes no nacidos”.
¿Cuáles son las señas de la maternidad en un mundo patriarcal y capitalista?
A lo largo de la historia se ha identificado la feminidad con la maternidad. O eres madre o no eres nada. El sistema patriarcal y capitalista ha venido relegando a las mujeres como madres a lo privado, a las casas. Nos ha dejado en la tarea invisible del hogar. Ha infravalorado nuestro trabajo y consolidado las desigualdades de género. Como mujeres no teníamos otra opción que parir porque así lo dictaban la biología, el deber social y la religión. Hay un argumento, el del destino biológico, que ha servido para ocultar la ingente cantidad de trabajo reproductivo que llevamos a cabo las mujeres. El patriarcado redujo la feminidad a la maternidad y a la mujer a la condición de madre. Este determinismo se ha acabado gracias al activismo feminista de los años 60 y 70, con el que se luchó porque la maternidad fuese una elección libre y no una obligación.
Un cambio que también provoca la resocialización de la crianza y la maternidad junto a la implicación de los padres…
Así es. Ambos conceptos tienen que ser resocializadas. No pueden seguir siendo tratados desde el ámbito de lo particular y lo familiar. Si se continúa con esa educación todo seguirá quedando en nuestras manos. Hay que naturalizar la maternidad y explicar que no es una responsabilidad exclusiva de las madres sino también de los padres y de toda la sociedad. Mientras no valoremos el cuidado se seguirán planteando dificultades a la hora de compartir y socializar este cuidado. Se tienen que llevar a cabo medidas que permitan esta corresponsabilidad y señalar que la maternidad es responsabilidad de todos y todas.
¿Lo del instinto maternal ha sido otra de las estrategias para tenernos bien atadas?
Cuando hablamos de instinto nos olvidamos que es una construcción cultural. No es algo que tengamos por naturaleza. El patriarcado se encargó de dejar bien claro aquello de que la mujer es cuidadora por naturaleza y que llevamos en él nuestro deseo de ser madres. Por suerte, las feministas hemos desmentido el engaño. Las mujeres podemos escoger si queremos ser madres o no. Reproducirse es un imperativo de la especie, no del individuo. Del mismo modo que es reduccionista acotar feminidad a maternidad, lo es también lo contrario. Ser mujer y ser madre no tienen porqué coincidir, pero tampoco son disociables. El ejercicio de la maternidad significa la articulación de un cuerpo en una cultura. Ni es puramente natural ni solamente cultural, sino que compromete lo uno con lo otro.
También habla del hecho de ver el parto como trámite y no como etapa importante en el embarazo. Es el gran ausente.
Esto se explica con el tabú de la sexualidad que implica que las mujeres menstruamos. Todo se esconde. Parece que el parto es un simple trámite cuando parir es un momento muy crucial tanto en nuestras vidas como en la de nuestras criaturas. Un momento que se nos ha robado y ha sido medicamentalizado. Tenemos que dejar de ver este momento desde el punto de vista médico y social, que es tratado casi como una enfermedad, para ser conscientes de lo que es y donde haya capacidad de decisión. Las madres en estos momentos no contamos porque lo que cuenta es el riesgo del bebé. Se nos hace creer que no estamos preparadas para dar a luz, que no podemos o no sabemos. Es la actitud paternalista que en muchos casos nos inhibe como parturientas, y donde la estrategia del miedo hace mella. Un miedo que una vez más sirve de estrategia y de control al patriarcado.
Y esa violencia obstetricia en la que las madres aparecemos como espectadoras y sufridoras hace que no demos a luz, sino que “nos den a luz”.
Al secuestrarnos el parto nos quitan de golpe la capacidad de decidir. En los centros hospitalarios somos consideradas objetos pasivos, se nos infantiliza y no se nos informa. Es ahí cuando se da la violencia obstétrica: cesáreas, partos inducidos sin necesidad… y en ese momento el miedo te paraliza. Y cuando nos paraliza otros son dueños de nosotras y por tanto son los que toman la decisión de llevar a cabo la manera de dar a luz. Los datos dicen que un 58% de las mujeres embarazadas en España tienen miedo a parir. El temor nos inmoviliza en un contexto de gran vulnerabilidad y nos lleva a aceptar protocolos médicos que a pesar del dolor y el sufrimiento que nos generan, son percibidas como lo normal y lo deseable.
¿Con todo lo que ahora sabe y siente volvería a repetir la misma maternidad que ha vivido?
Mi experiencia me ha reafirmado en el feminismo y me ha hecho ver que las madres lo tenemos todo en contra. Si ahora volviese a serlo estoy segura que sería diferente a las otras veces. Lo que sí tengo claro es que hay que desobedecer a la maternidad patriarcal por encima de todo y plantear una mirada cítrica a la misma. Hay que sacar la maternidad del armario porque es la mejor manera de tener un hijo o una hija.
¿Y lo del dicho de que un tener una criatura te cambia la vida?
Ser madre te hace pasar por unas experiencias que, sin duda, como cualquier otra experiencia, te cambia por dentro. Vaya por delante que ser mujer no ha de ser sinónimo de madre. Pero respondiendo a tu pregunta te digo que para mí es una experiencia fundamental porque no solo ha condicionado mi presente sino también y más importante mi futuro porque implica cuidar y sostener a alguien y en este sentido esto esta claro que te cambia la vida para siempre.