El teniente Pablo se quita el tricornio y se pone la sotana: "Dios me pidió un cambio de planes"
Pasó 10 años vinculado a la Guardia Civil y ahora da misa en la Iglesia de San Juan del Hospital (Valencia).
30 mayo, 2019 02:44Noticias relacionadas
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Pablo Lucena (Baena, Córdoba, 1968), de alguna manera, durante 10 años (entre academia y servicio), hizo lo que quería: ser Guardia Civil. Había ‘mamado’ la profesión y la llevaba por dentro. Pero, llegados los 30, cambió el tricornio por la sotana. “Recibí la llamada del Señor”, explica en conversación con EL ESPAÑOL. Lo hizo en 2003. Y, durante estos años, pocos conocían sus pasado. Hasta que, ahora, lo ha hecho público. No le importa. Dios le pidió “cambiar de planes”; él aceptó y no se arrepiente. No hay motivos para lo contrario.
Las razones de su ‘transformación’ no acuden a lo lógico, sino a lo divino. Pero, eso sí, están sustentadas en una base que lo explica todo. Pablo Lucena, de abuelo militar y padre Guardia Civil, se pasó su infancia y juventud cambiando de ciudades y de casas cuarteles. “Era divertido. Una vez, en Valladolid, nos regalaron hasta una oveja”, bromea. Creció, por tanto, aprendiendo la profesión y cultivando su vocación. No lo sabía, pero en su interior iba germinando un Guardia Civil criado como el sexto de diez hermanos –aunque uno, Javier, murió al poco de nacer–. Sin ser el más ‘bueno’, pero cumpliendo con lo deseado.
Su primer trabajo, el de Guardia Civil, le costó: tuvo que opositar y, después, pasar por la academia militar. Dos años en Zaragoza y otros tres en Aranjuez. En todos, formándose para, ya con 25, pasar a formar parte del Cuerpo. “Salí en el año 1993. Entonces, nuestros destinos eran el País Vasco y Navarra. Yo acabé en Álava como teniente”, recuerda. Allí, estuvo hasta que le pidieron el traslado. Nada nuevo. “Después, me destinaron a Algeciras y estuve otros tres años como teniente jefe a cargo de las oficinas de prensa y el servicio de información”, prosigue.
Hasta que cumplió los 30 años y se marchó a Roma. Entonces, cambió de planes. O, mejor dicho, recibió la llamada divina para hacerlo. Y aceptó. ¿Por qué? ¿Fue de un momento para otro? Tampoco. Tiene, como su vocación por la Guardia Civil, una explicación lógica. Hay que echar, eso sí, la vista atrás y volver a su juventud antes de contar su vida como sacerdote.
Pablo también tenía vocación para servir a una orden religiosa. “A los 15 años, recuerdo que un amigo me planteó hacerme de la orden religiosa. ‘Estaría bien que hablaras con Jesús delante del sagrario y le preguntaras’, me dijo. Lo hice y me pareció bastante probable”. Por eso, a los 18, pasó ser miembro de esa orden. O lo que es lo mismo: numerario. “Simplemente, tu función es la de dedicarte a cultivar y a transmitir los valores y dar formación”, explica.
A los 30, esa llamada la volvió a sentir. Le ofrecieron irse a Roma para estar en el seminario y hacer la carrera de teología. Entonces, guardó el tricornio dentro del armario, colgó el traje en una percha y cerró el armario. Pidió una excedencia en el Cuerpo, hizo la maleta y se trasladó a la capital italiana. ¿Por qué? Hay muchas razones, pero fundamentalmente “la llamada del Señor”, apostilla.
Aunque, eso sí, con sus particularidades. “Humanamente, no tenía un tirón para ser sacerdote...”. Pero, a los tres años en Roma, decidió que ese era su camino. “Le dije al monseñor Javier Echevarría, prelado de esa orden religiosa en ese momento, que mi entrega a Dios quería ser total, incluso por delante de mi vocación profesional. Y, tras sopesarlo con calma, finalmente fui ordenado sacerdote el 1 de septiembre de 2002 en Torreciudad (Huesca)”, recuerda.
Desde entonces, no ha pensado en volver al Cuerpo. A sus compañeros en la Guardia Civil no les sorprende. Todo lo contrario. Lo sabían y le dieron la “enhorabuena”. Pero el cambio fue radical. “Tú fíjate, una vez que eres Guardia Civil tienes un trabajo, un sueldo… Dejarlo, pues sorprende. No es fácil. Creo que soy el segundo que lo ha hecho en toda la historia de la institución”, apuntilla.
Aun así, su experiencia, de momento, es satisfactoria –a pesar de las múltiples cosas que ha hecho desde aquel lejano 2002–. Estuvo en Torreciudad, en Albacete (durante seis años) y durante mucho tiempo en la zona del Levante con gente joven. Hasta que, en septiembre, se trasladó a la Iglesia de San Juan del Hospital. “Ahora, también por la edad, tengo más tiempo para leer, estudiar...”. Incluso para atender a los medios –sorprendidos, obviamente, por su ‘transformación’–. No es para menos.