Sheila Barrero trabajaba por aquel entonces en una agencia de viajes y tenía 22 años. Los fines de semana hacía su turno de camarera en un bar de Villablino, donde se sacaba un dinero extra. Era la menor de cuatro hermanos. Aquel fin de semana hacía frío porque era invierno, y la niebla inundaba esa noche la comarca de Laciana (León). Era el 25 de enero del año 2004 y su hermano Elías la estaba esperando a su vuelta del pub. Como no acababa de llegar, inquieto, salió a por ella, y se encontró el coche en la carretera, a medio camino entre Villablino y Degaña, una localidad cercana pero ya perteneciente a Asturias. El cuerpo de Sheila estaba dentro.
Su hermana Mónica hacía en ese momento su turno de camarera en una vinatería local cuando recibió una llamada de su tía quien, al otro lado del teléfono, le anunciaba que volviese a casa que Sheila había tenido un accidente. Se pensó al principio que había sido un golpe, pero la joven había recibido un disparo en la cabeza. Nadie la había violado, ni tampoco había señales de robo. Solo una bala atravesándole el cráneo. Y esta había dibujado su trayectoria siendo disparada desde dentro del vehículo.
Nunca llegó a haber juicio. 15 años después, la familia de Sheila continúa atrapada en ese vehículo sin solución, aunque con el mismo sospechoso que el primer día en la cabeza. Los nuevos estudios realizados por la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que reabrió el caso, parecen desandar los pasos de entonces y apuntar de nuevo al nombre al que se llegó en la primera ocasión: Borja Vidal, un joven que había mantenido una breve y esporádica relación con la víctima y que estuvo durante cuatro años en el punto de vista de los investigadores. Incluso llegaron a encarcelarle. Apenas contaba 19 años en ese entonces.
Nunca se le llegó a juzgar, sin embargo siempre ha sido el principal sospechoso. Nunca abandonó la localidad donde tuvieron lugar los hechos; incluso rehízo su vida allí. Continúa manteniendo su residencia en esa comarca, región típica de la minería, donde reside apaciblemente con una nueva pareja y ya con 34 años a sus espaldas.
Ahora, la familia de Sheila ve en la exhaustiva y analítica investigación de la Guardia Civil su última baza. El caso se cerró hace más de una década y eso puede cambiar ahora porque el juez ha admitido el documento y la Fiscalía lo está investigando. La joven, según esta investigación, habría muerto a manos de su ex pareja, la misma que ya estuvo imputada por el crimen.
La UCO no tiene duda: ese sospechoso número uno es el que cometió el crimen. Todos los indicios apuntan hacia él. Lo que han hecho en esta ocasión ha sido indagar en las pruebas que ya tenían con una tecnología más avanzada que la que había hace tres lustros.
Electricista, nueva pareja, dos hijos
La familia de Sheila ha hecho lo indecible para que el caso siguiese en boca de todos durante estos años. "Ahora estamos ilusionados y animados -dice su hermana a EL ESPAÑOL- pero con miedo porque no sabes cómo va a acabar esto. Muchas más oportunidades no se van a poder tener. Y eso genera un poco de ansiedad".
Todos los focos se centran ahora en un hombre que lleva 15 años haciendo vida normal en Villablino. Los cuatro primeros años estuvo imputado, eso sí, aunque en libertad provisional. Cuando se archivó el caso y se le desimputó por falta de pruebas, este hombre continuó con su vida como si nada.
Borja, el sospechoso número uno, siguió viviendo en el pueblo. Estuvo trabajando en distintos empleos, entre ellos uno de electromecánica. También en una empresa de electricidad. Ahora tiene su propio negocio como electricista. Todavía vive en Villablino, donde apareció el cuerpo sin vida de Sheila.
El presunto asesino, y a quien la UCO ve como el hombre que perpetró este crimen, mantuvo con la joven una breve relación. Tras su muerte, años después, se ha construido una casa, vive con su actual pareja y ha sido padre de dos hijos. "Sigue saliendo por ahí cuando quiere". Tienen la casa en Villager de Laciana, un pequeño rincón del valle perteneciente a Villablino y en donde apenas residen unas 500 personas. Una vida normal, incluso hasta apacible.
Con él la Guardia Civil se propuso trabajar desde cero para reconstruirlo todo y ver a dónde les llevaban sus análisis. La ventaja es que ahora contaban con una tecnología mucho más potente que en aquel entonces. En la mano derecha de Borja se había encontrado una partícula de plomo, estaño y bario que coincidía con la muestra localizada en el casquillo de bala que mató a la joven. Los residuos de los disparos encontrados en el casquillo y lo hallado en la carne del joven eran idénticos.
Borja decía tener una coartada, y se defendió argumentando que tales residuos debían haberse efectuado días antes. Le gustaba salir de caza, y dijo que era eso lo que había hecho en jornadas anteriores.
Ahora los agentes han hallado coincidencias entre una chaqueta suya y una fibra hallada después en una bufanda que había aparecido en el coche de la víctima.
Rueda de reconocimiento
Ese día Sheila no tenía su Peugeot 206 porque lo había dejado en un taller cercano para una revisión rutinaria. Por ello, fueron unos amigos quienes le acercaron a su puesto de trabajo en un pub de Villablino, donde también vivía uno de sus hermanos. Durante su jornada laboral, se encontró con varios amigos, con los que cenó una hamburguesa y se tomó una coca-cola. Ya de noche, el hijo del dueño del taller le acercó su vehículo coche -ya reparado- al bar de copas, para que pudiera volver a su casa sin complicaciones.
Pasadas las siete de la mañana -con el cansancio propio de esas horas- Sheila decidió subirse a su vehículo y dirigirse a su casa tras la larga jornada. Parte del camino, que ella conocía al dedillo, fue acompañada por sus amigos. Los dos vehículos se separaron en el alto de La Collada, a diez minutos del cruce de Caboalles. Sheila conocía ese tramo a la perfección: lo recorría cada sábado. Un tramo que Sheila conocía perfectamente. Esas horas después fue cuando tuvo lugar el asesinato.
La investigación reveló que la joven había fallecido debido a un disparo en la nuca a 'cañón tocante' y desde el asiento de atrás. No había huellas en el coche ni le habían quitado nada. Por tanto, el robo quedaba totalmente descartado. Sheila tenía la cartera y el móvil junto a ella. Lo único llamativo que encontraron los agentes fue una bufanda negra con un escudo bordado que aún nadie ha reconocido como suya.
Nadie en la familia conocía a Borja Vidal en aquel entonces. Para ellos aquel nombre no significaba nada. "Nos enteramos de que podía estar implicado con las pruebas de las primeras semanas", dice Mónica.
La prueba clave fue una rueda de reconocimiento montada al día siguiente del crimen. El 26 de enero, Sheila ya había sido asesinada, y los asgentes citaron a seis jóvenes de la localidad de Villablino para buscar restos de pólvora en sus manos. Naturalmente, no le dijeron que era exactamente para eso. Todos tenían alguna relación con Sheila. Entre esas seis personas estaba Borja. Días antes del crimen había mantenido una breve relación sentimental con Sheila. Tres de esas seis personas presentaban restos de pólvora en las manos, y Borja era una de ellas. Eso quería decir que al menos esos tres sospechosos habían disparado en las horas o los días previos al crimen.
Los hechos ocurrieron en una región donde la caza es habitual. Se sale al monte a por jabalíes y toda suerte de especies similares. Es hasta cierto punto habitual que los jóvenes tuvieran licencia de armas por aquel entonces. El primer informe de la Guardia Civil dijo: "Nos encontramos con seguridad ante residuos procedentes de la detonación del fulminante”. Los agentes también hallaron en la bufanda de la víctima restos de lana azul similares a la de la chaqueta del entonces imputado. El círculo se cierra 15 años después en la misma persona que lo abrió.