Abril de 2019, poco menos de tres meses antes del tiroteo. Celestina Fernández, Cele, como la conocen sus cercanos, llega a Yepes, en Toledo. A sus 35 años, ha roto las reglas, está huyendo. La mujer ha abandonado su Aranjuez natal, donde ha pasado toda su vida y están los suyos y ha cambiado los aires de ciudad a las afueras de Madrid por el paisaje manchego. Pero no está sola. A su lado está Miguel, Miguelín, como le llaman algunos, El Perrito, le dicen otros.
Juntos están consumando un amor que no podía ser pero, qué cosas, fue. Por eso huye. Ambos son gitanos y están casados, pero con otras personas. Cele está casada con Juan Mendoza, alias Juanín, y Miguel está casado con Eli Mendoza, la hermana de Juan. Cele y Miguel son cuñados y amantes, según han confirmado a este diario numerosos familiares de Cele. Han traicionado a sus familias pero no había otra, llevaban tiempo queriendo hacerlo y lo hicieron.
En Yepes ambos intentan llevar una vida lo más normal que les sale. Ocupan de manera ilegal una vivienda en las afueras del pueblo, un chalé recién construido en una urbanización a la que la mayoría de los vecinos todavía no ha llegado. Según han trasladado fuentes policiales a EL ESPAÑOL, fueron a la Seguridad Social e incluso intentaron escolarizar a una de las hijas de Cele. Pero como están viviendo ahí de manera irregular no pueden hacerlo, ni siquiera tienen luz, y a finales del mes de mayo, igual que vinieron, se van. Muy pocos saben a dónde y, los que sí, no lo dicen por miedo.
De manera paralela, cuando Cele se va con Miguel, su esposo Juanín, de 38 años, deja la vivienda que había ocupado con Cele, frente al polideportivo de Aranjuez, y se vuelve a vivir con sus padres, en un bloque de pisos en la calle Victoria Kamhi de la misma localidad. Está herido y se ha ido al peor sitio posible: justo enfrente de la vivienda de sus progenitores viven los padres de Cele, Baldomero y Consuelo, y por ahí pasan a menudo las hermanas de su mujer, Montse y Liset. Dicen que desde el salón de unos se puede ver la televisión de los otros.
Poco a poco, a Juanín se le va agrietando el carácter. Cuentan sus vecinos que ya casi no tocaba la guitarra, con la que por lo visto era un habilidoso, y que cada vez se le ve más serio, más en su mundo, fumando porros todo el día, y culpa a su familia política de lo que le ha pasado. Es una persona peligrosa, ya le detuvieron por tráfico de drogas y tenencia ilícita de armas y está en busca y captura. Muchos no lo saben, o sí y no hacen nada, pero se está mascando la tragedia.
Y todo estalló el pasado domingo 9 de junio. Incapaz de soportar lo que estaba viviendo y con el ánimo de venganza, Juanín cogió una escopeta de caza que tenía en su casa y desde la ventana empezó a disparar contra Liset, de 35 años, Montse, de sólo 23, y Consuelo, de 50, que estaban en el patio interior tomando el aire. Liset moriría en el acto, Montse dos días más tarde y Consuelo, por suerte, se salvó aunque le quedarán secuelas para siempre en la pierna izquierda.
Lunes 10 de junio de 2019, el lunes pasado, un día después del tiroteo. Cele ha perdido a su hermana Liset en la trifulca. Su otra hermana, Montse, todavía está en el coma que más tarde acabaría con su fallecimiento y su madre está herida, ambas en el Hospital 12 de Octubre. Va al centro sanitario a visitarlas, a ver cómo están, a trasladarles apoyo. Pero los Fernández la largan. No quieren saber nada de ella, creen que es la responsable de toda la desgracia que ha caído sobre la familia y no la quieren ni ver, según cuenta su primo hermano Jesús.
En Aranjuez ya no queda nadie de la familia de los Mendoza. Los cercanos a Cele dicen que los padres lo sabían y que por eso abandonaron la vivienda horas antes del tiroteo. Esa misma noche se formó una caravana de 30 coches de familiares de Mendoza que abandonaron la localidad con lo puesto, como un éxodo involuntario que busca ocultarse en la geografía española. Ahora todos son culpables y tienen miedo de que los maten. Los Fernández han jurado venganza y, por la ley gitana, que lo van a cumplir. “Muerto por muerto”, explica a este periodista un niño que rondará los 12 años y aprovecha para pedir “un cigarro, socio”.
Un ‘chivato’ en la cárcel
Juanín y Cele se conocieron de pequeños, del barrio, y se casaron en 1998, cuando él tenía 17 años y ella 14. Lo hicieron como lo tenían que hacer, siguiendo los preceptos gitanos. Desde entonces, vivieron haciendo un poco de todo, empalmando trabajos. Él, por ejemplo, cuentan que trabajó de guardia de seguridad en una obra de la localidad y que cuando le tocaba vigilar a él nadie robaba. Y tuvieron cinco hijos de los que ahora tienen, además, dos nietos.
En 2013 tuvieron su primer encontronazo con la justicia. Una operación policial contra un grupo que traficaba con droga acabó con la detención de Juanín, al que se le imputó un delito de tráfico de estupefacientes y otro de tenencia ilícita de armas. Según comentaron las autoridades en su momento, Juanín alardeaba de que ser quería cargar a un madero y que en su casa había alambres tensados en las puertas para rebanarle el cuello al que fuera a detenerle. Cele también cayó, al estar con él, y se le imputó un delito contra la salud pública.
“Después de esa detención, Juanín ingresó en la cárcel, creo que fue la de Aranjuez y ahí lo hizo todo mal”, comenta un joven que asegura ser familia de las fallecidas mientras mira a los lados para que nadie le vea hablar con el payo. Está en el parque que hay al lado del bloque donde se produjo el tiroteo. Han pasado días pero el ánimo sigue muy tenso y un ramo de flores descansa en el lugar donde recibió el tiro Liset. “Ahí, en la cárcel, empezó a chivarse de otros presos, entre ellos de mi padre, dijo que vendía droga a América Latina. Y también delataba a otros gitanos de fuera de Aranjuez. Por eso, un día cuando estaba dentro le cayó una paliza tremenda”, añade.
-¿Y cuando salió de la cárcel, nadie intentó vengarse por chivato?
-Mire usted, es que a mi padre al final no lo pillaron. Cuando se enteró que le iban a registrar le dio la mercancía a otro y le dijo “mitad pa mí, mitad pa tí” y ahí se libró. Cuando salió, mi padre ya no le quería hacer nada que lo volviera a meter. Yo creo que hablaron y las cosas se dejaron pasar, que es lo mejor.
Sin embargo, entre la comunidad gitana de Aranjuez todavía queda un reminiscente de cuando Juanín colaboró con la Policía. El pasado miércoles, cuando Juanín pasó a disposición judicial, había una turba que le esperaba a las puertas de los juzgados para increparle. Y muchos aprovecharon para recordarle ese pasado. Entre las amenazas de muerte a él, a su familia e incluso a los que ya están muertos, se oía un grito más amable pero delatador: “chivato”. Más tarde, varios de los asistentes confirmarían a EL ESPAÑOL que había personas que acudieron a los juzgados armados por si tenían oportunidad de desquitarse con Juanín.
La tragedia de los Fernández
Tras su paso por la cárcel, en la que estuvo dos años, Juanín volvió a reencontrarse con su querida Cele. Juntos, se fueron a ocupar una vivienda frente al polideportivo Las Olivas de Aranjuez, a escasos metros de donde se produjo el tiroteo. Ahí estuvieron viviendo cinco años. Él vivía una vida de prófugo. Estuvo tan poco en prisión porque no se presentó de vuelta en un permiso que le concedieron y desde entonces estaba en busca y captura. Pero todos dicen que no se ocultaba, que daba vueltas por ahí con su bicicleta y que, como mucho, se escondía un poco si pasaba alguna patrulla pero que luego bajaba y seguía con su guitarra.
A pesar de que todos sabían que estaba en busca y captura, nadie dijo nada. Si alguien hubiera informado a las autoridades, Juanín habría vuelto a entrar en prisión y se habría evitado lo que se desató después. Pero, de haberlo delatado, esa persona se habría convertido en un chivato también y podrían haber tomado represalias contra él o ella. La suya es una ley que no se ve, pero pesa.
Según cuentan sus conocidos, durante ese tiempo Juanín siguió traficando con droga y la relación con Cele se iba agrietando cada vez más. Las discusiones eran constantes. Y en esas apareció Miguelín, El Perrito. Un familiar suyo asegura que se conocieron en una pedida de mano, hace tiempo, y que iniciaron su relación hace aproximadamente un año, aunque no llegaron a irse juntos hasta hace tres meses, cuando llegaron a Yepes.
Cuando ambos se escaparon a Juanín le llegó la puntilla. No podía soportarlo. En su Facebook publicaba mensajes premonitorios. “El pecado se paga con la muerte”, llegó a escribir. “El pecado es una lepra satánica y estando en manos de Satanás consigues lo que él te inculca en tu mente”, añadía. La bestia estaba herida.
Dos meses después fue el tiroteo. Ese domingo sangriento, Liset y Montse estaban visitando a su madre Consuelo, en el bloque de pisos al que había llegado Juanín. Ahí pasaron la tarde “a la fresca”, jugando con los niños. Hasta que llegó Juanín y discutieron. Él culpaba a su familia política de que Cele le hubiera abandonado y algunos testigos dicen que Montse y Liset le llamaron cornudo. Entonces, poco antes de las 22:00 de la noche, él subió a su casa y, desde el balcón pegó un tiro al aire. Sería el primero.
Liset le recriminó que qué estaba haciendo y que se dejara de tonterías, que si no veía que había niños. Y a ella fue el segundo disparo. En el cuello. Y el tercero. En el pecho. Su hermana Montse intentó ayudarla y arrastrarla para ponerla a cubierto y recibió otro en el abdomen que le afectó al hígado y al bazo. El cuarto. La madre de ambas, Consuelo, también recibió un disparo en la pierna izquierda, el quinto.
Liset murió en el acto y no se pudo hacer nada a pesar de que los servicios de Emergencias estuvieron intentado reanimarla durante 40 minutos. Montse, en cambio, entró en un coma inducido que se resolvió dos días después con su fallecimiento. La joven tenía dos hijos, el último menor de un año. La madre Consuelo sigue en el Hospital 12 de Octubre. Se encuentra fuera de peligro pero no pudo asistir al funeral de sus dos hijas, que se celebraron el pasado martes y jueves. Juanín fue ingresado en prisión comunicada y sin fianza por dos delitos de asesinato consumado, otro de tentativa de asesinato y otro más por tenencia ilícita de armas.
¿De quién es la culpa?
-¿Alguien sabe donde está Cele?
-No, y mejor no saberlo.
-¿Por qué?
-Porque la muerta debería ser ella. Por haberse traído a su cuñado.
-¿Es usted familiar de Cele?
-Sí, soy su tía, soy hermana de Consuelo.
Es miércoles en las puertas del juzgado de Aravaca. Un día antes los familiares han enterrado a Liset y ya les han comunicado de que su hermana Montse no ha podido superar el coma y se ha quedado a medio camino. Los ánimos son terribles y la jura de la venganza es una constante. Durante esos días se ha escuchado de todo.
El odio se ha apoderado por absoluto de la familia Fernández. Aunque hay algún llamamiento a la cordura, el ambiente es absolutamente visceral. Quieren matar a todos los Mendoza, a todos los miembros de la familia, e incluso a aquellos que los acojan en sus casas. El odio que se ha visto esta semana en Aranjuez ha llegado hasta lo más profundo. Aunque está vivo, Juanín está condenado a muerte y Cele, por haberse liado con su cuñado, está condenada al ostracismo más absoluto por parte de los suyos.
A Juanín se le ha dicho que da igual a dónde vaya, que hasta en la cárcel tienen gente y que, sea como sea, lo van a matar. Además, lo consideran “poco hombre” porque no fue a matar a Miguel sino a las mujeres de los Fernández. Ese mismo miércoles Juanín ingresó en la prisión de Valdemoro, porque la titular del juzgado consideró que hacerlo en Aravaca podría costarle la vida. Y ahí, se encuentra bajo un protocolo de seguridad excepcional, en el módulo de ingreso, acompañado siempre por un preso de confianza y no puede relacionarse con más internos ni salir al patio. Además, se está vigilando de cerca a alrededor de 30 presos de ese centro que podrían tener relación con los Fernández.
Pero el peligro no lo corre sólo él. En el rango de culpabilidades, muchos de los miembros colocan a Samuel Mendoza, hermano de Juanín, como el segundo en la escala de responsabilidad. Según aseguran, él fue el que le propició la escopeta de caza con la que cometió el crimen porque sí tenía permiso de armas. Los siguientes en la lista son los padres de Juanín, que según dicen los Fernández, sabían lo que iba a pasar y no hicieron nada para evitarlo. Todo lo contrario, escaparon antes del tiroteo para evitar las represalias.
Sin embargo, aunque hay prioridades, nadie se libra de las amenazas de muerte. “En cierta forma, está bien que estén aquí las televisiones, así los Mendoza se enteran de que vamos a por ellos”, cuenta un Fernández. Y van a por todos. Incluso se ha convertido en un objetivo un bebé que acaban de tener los Mendoza y que todavía está en periodo de lactancia. Hasta tres personas diferentes, familiares de los Fernández, han hecho alusión al bebé en ocasiones distintas, lo que evidencia que es algo que ya han hablado entre ellos. “Van a ir a donde más les duele”, dice otro.
El jueves los ánimos están más calmados en Aranjuez. El entierro de Montse, aunque con muestras de dolor intensas, transcurre con más calma que el de Liset. “Lo que la familia tiene ahora es más rabia que dolor, están cansados y lo llevan por dentro”, cuenta un joven a las afueras del Tanatorio. Alrededor de 200 personas abandonan el centro a las 11:45 para dirigirse en silencio al cementerio, al mismo tiempo que lo hace el coche fúnebre con Montse en él.
Se oye algún grito de amenaza, pero escaso. Se oye algún improperio contra la prensa, de gente ya cansada de que desde el lunes las cámaras les hayan acompañado en la muerte de las familias. Tras una hora de funeral, todos se despiden en silencio y se van. La Policía considera que ya puede levantar el fuerte dispositivo que habían montado por si acaso y parece que se cierra el telón. Lo malo es que ese “Descanse en paz” que seguramente se pronunció en el camposanto podría ser solo el principio de la guerra.