“Majestad, querido Felipe”, arrancaba en una misiva el Rey Emérito Juan Carlos I a finales del pasado mayo para comunicarle a su hijo que ya había tenido suficiente, que lo dejaba. “A lo largo de estos últimos años, desde mi abdicación de la Corona de España el 2 de junio de 2014, he venido desarrollando actividades institucionales con el mismo afán de servicio a España y a la Corona que inspiró mi reinado”, seguía. “Ahora, cuando han transcurrido casi cinco años desde aquella fecha, creo que ha llegado el momento de pasar una nueva página en mi vida y de completar mi retirada de la vida política”, añadía. Se terminaba de cerrar un capítulo.
Lejos de la tranquilidad que se podría esperar tras su abdicación, esos cinco años a los que hace referencia Juan Carlos I no han estado exentos de polémica ni han apaciguado su personal transición hacia la jubilación. Si su abdicación se sembró con el inicio del Caso Nóos y germinó con ese viaje a Botswana -el de “lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”-, durante el purgatorio del último lustro se ha continuado deteriorando su imagen hasta que su figura se ha derretido, se ha convertido en un rey que se da por amortizado.
El golpe más fuerte, y comparable al resto de escándalos que ha protagonizado el monarca emérito, le llegó el pasado verano de 2018 con filtración de las grabaciones de Corinna. De ahí, la Casa Real optó por dejar que su figura se diluyera, que cada vez apareciera menos en público, justo en un momento en el que estaba remontando su participación en la vida pública. La figura idílica de la Transición a la democracia se seguía tornando demasiado terrenal, como los personajes de Eurípides: héroes, sí, pero demasiado humanos.
El caso de las grabaciones demostró que su figura ‘contaminada’ no había quedado atada solo en el pasado y empezó a contagiar lo demás. No le dejaron ir a su querida Copa del Rey de Vela, le quitaron de ser la representación española en las celebraciones iberoamericanas, le obviaron en el 40 aniversario de la Democracia e incluso le humillaron en el 80 cumpleaños de la reina Sofía.
Las grabaciones de Corinna
Fue durante el verano pasado cuando vieron la luz, tras su publicación por EL ESPAÑOL, una serie de grabaciones que la Policía había incautado y que pertenecían al comisario Villarejo. En ellas, el ex agente aparecía hablando con Corinna Sayn-Wittgenstein en Londres, en 2015. Y el contenido no podía ser peor para el monarca emérito: decían que tenía cuentas en Suiza, que había recibido del rey de Marruecos un terreno en Marrakech para el que había usado testaferros y que había cobrado comisiones por la construcción del AVE a La Meca.
“Tras el Caso Nóos, el golpe fue terrible”, reconocía a este diario una fuente de Casa Real. “Nos recuperamos, pero esto [el caso de Corinna y sus revelaciones] es más difícil de remontar porque él está implicado en el tema directamente. Es mejor dejarlo una temporada tranquilo, veremos cuándo es el momento de volver al partido”. Al final, nunca llegó a volver al partido y se fue convirtiendo en un rey 'en débito'.
Y como una premonición, ahí se quedó Juan Carlos I, en el banquillo. En pleno escándalo por la revelación, la Casa Real anunciaba que no acudiría su querida Copa del Rey de Vela en Mallorca. El motivo oficial, como otras tantas veces, aludió a la salud del monarca emérito, dijeron que tenía un problema en la muñeca. Lo cierto es que se intentaba evitar a toda costa la fotografía con Felipe VI, con el que no coincidía ahí desde 2009.
Cuando le dejaron caer que quizás lo mejor era que no fuera, “salió de su despacho con un cabreo de los gordos”, reconocía una fuente a EL ESPAÑOL. “Dejó claro, a todo el que se encontró por el camino, que él iba a competir en Palma de Mallorca y que si su hijo no quería que le vieran con él, que no fuera”, añadía. Al final, qué cosas, la muñeca no le dejo ir. Era el comienzo de un rey que ya no se encontraba en el cargo que ostentaba, como si estuviera en un sinsentido.
Sin representación en los nombramientos iberoamericanos
Pero la anécdota de la Copa del Rey no fue la única. Si ahí se evitaba la fotografía junto a Felipe VI, el monarca emérito cada vez participaba en menos actos oficiales. Esto es una tónica que se ha vivido desde entonces. Si en 2017 apareció en 29 actos, en 2018 fueron 24 y este año, sólo ha estado en 6. El monarca cada vez estaba más apartado.
Una de las labores que le habían tocado llevar a cabo desde su abdicación era la representación de España en acontecimientos internacionales como en la proclamación de los presidentes iberoamericanos. Estas responsabilidades las había creado él mismo para que el todavía Príncipe de Asturias Felipe empezara a coger rodaje en las labores institucionales y que se fuera conociendo su figura fuera de las fronteras. Cuando abdicó, los papeles se cambiaron.
Pero poco duró. Primero se perdió la proclamación de Ivan Duque como presidente de Colombia. Luego, la de Armando López Obrador, en México, a la que decidió acudir Felipe VI. Por último, tampoco fue a la de Jair Bolsonaro en Brasil. En cambio, acudieron Ana Pastor, el secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica y el embajador de España en Brasil. Ni rastro del monarca.
“¡A tomar por culo la bicicleta!”, llegó a exclamar el monarca cuando se enteró que no iba a ir a Brasil. “Va viendo como su presencia institucional es cada vez menor, como lo van difuminando de la foto pública”, contaba otra fuente a este diario en esa época de coincidencias fatales para Juan Carlos I.
Sin sitio en el 40 aniversario de la democracia
Sin duda, lo que más dolió al Rey Emérito de ese ostracismo no fue la Copa de Vela ni que ya no lo quisieran en Iberoamérica, sino cuando no le dejaron participar en los actos que tuvieron lugar en el Congreso de los Diputados con motivo del 40 aniversario de la llegada de la democracia. Él había sido un actor clave en cerrar la etapa de la dictadura y ahora era ninguneado.
No sabían bien qué hacer con él. No sabían dónde ubicarlo en el Congreso, ya que él había decidido no ir a la coronación de Felipe VI y no existía ningún antecedente en el protocolo. Pero tampoco se puso demasiado énfasis en buscar una forma de que encajara. No le interesaba ni a Zarzuela ni al Gobierno. Lo único que se les ocurrió fue ponerlo en la tribuna de visitantes y su respuesta fue: “A mí en el gallinero no me ponen”. De nuevo, la marginación parecía recordarle a Juan Carlos I que su cargo ya no tenía sentido.
Él había sido el piloto que condujo “el camión de la Transición”, pero se escudaron en el protocolo y en que se trataba de un acto de carácter parlamentario. El ejercicio fue un puro ‘matar al padre’, el rey ahora era otro. Al no verlo, un amigo suyo le llamó y Juan Carlos I le trasladó que sí, que estaba “dolido” y además le dejó el recado de que esa conversación trascendiera, que se supiera.
La humillante fotografía en el cumpleaños de Sofía
Pero el ostracismo que ha estado viviendo Juan Carlos I no ha estado legado únicamente a la parte institucional. En su familia también ha tenido que ver cómo cada vez es más apartado e, incluso, humillado. El caso más flagrante fue durante el 80 cumpleaños de la Reina Sofía, que se celebró en noviembre de 2018, y en la que se publicó una fotografía en la que Juan Carlos I salía tullido, con su pierna doblada en un ángulo que no es natural.
En abril de 2018 había sido sometido a una operación quirúrgica y desde entonces había tenido grandes dificultades para caminar. Necesitaba bastón o silla de ruedas, pero él no quería aparecer con ninguno de los dos en la fotografía familiar. Se hizo un esfuerzo como se pudo para que el monarca apareciera de pie, pero su pierna salió peor imposible.
En una sesión de fotos de la Casa Real, esa instantánea no habría visto la luz. Se habría repetido y asunto zanjado. Pero la Reina Letizia es la encargada de aprobar qué imágenes salen a la luz y cuáles se quedan en el cajón, y ahí tuvo su venganza particular.
"Aunque él se empeñara y no quisiera aparecer con el bastón, la foto es una mala jugada para El Jefe. Se ve claramente que le ocurre algo en la pierna. Al final, la que decide qué foto se manda a los medios es ella -la Reina Letizia- y podría parecer que lo hace aposta para que todo el mundo vea cómo se encuentra su suegro", contaba a EL ESPAÑOL una fuente muy cercana a don Juan Carlos. "Se cumple así una pequeña venganza de la Reina Letizia sobre su familia política porque lo cierto es que los únicos que salen bien en la foto son los Borbón Ortiz y la Reina Sofía. Todos los demás salen francamente mal, hasta el punto de que Pablo Nicolás, el segundo hijo de la Infanta Cristina, sale con los ojos cerrados”, añadía.
La gota que colma: el Día de las Fuerzas Armadas en Sevilla
A pesar de haber tenido que sufrir estas situaciones a lo largo del lustro que ha seguido a su abdicación, la puntilla le llegó a Juan Carlos I el pasado mes de mayo. Si bien es algo que ya llevaba rondando la cabeza del monarca desde hacía tiempo, que no le dejaran asistir al Día de las Fuerzas Armadas que se celebró el pasado 1 de junio en Sevilla aceleró su decisión.
Fue dos semanas antes de comunicar que dejaba las actividades institucionales cuando Juan Carlos I pidió acudir a Sevilla con su hijo, Felipe VI. Pero, simple y llanamente, el equipo de Felipe VI le dijo que no. Otro portazo que recibía el Rey Emérito. Ya no aguantaba más, había acumulado demasiados y se había cansado de ser el apestado, mientras veía que la Reina Sofía sí que asumía otras tareas más relevantes.
Le habían menoscabado tanto que decidió renunciar a todo. Y su carta a su hijo cerraba el círculo: “Ahora, cuando han transcurrido casi cinco años desde aquella fecha, creo que ha llegado el momento de pasar una nueva página en mi vida y de completar mi retirada de la vida política”.