Hace tres años ya que Gabriel Rufián se encaramó a la tribuna del hemiciclo para da una de sus primeras lecciones de retórica parlamentaria. Aquel día, una de las jornadas de la sesión de investidura fallida de Mariano Rajoy, el hoy el portavoz de Esquerra Republicana saludaba entonces a sus señorías con la educación que se le presupone al recién llegado. "Presidenta, señorías, señor Rajoy, señor Rivera, señor candidato, señor Ibex”.
Luego mezcló en la coctelera citas y alusiones a Franco, a Smithers -el célebre personaje de los Simpsons, al "frente nacional naranja" (Ciudadanos), al episodio con el "Candy Crush" de la popular Celia Villalobos. La ristra de chascarrillos vino aderezada con ese tono arrastrado y lúgubre, el estilo pausado y ceremonioso que tantas tardes de gloria (él lo cree así) le dio ante sus señorías. Aquel día no salió Joan Tardà, el número uno del grupo en el Congreso de los Diputados, ni falta que hizo, porque Rufián siempre se ha crecido a su modo en la tribuna.
Era una de sus primeras intervenciones, en la que descubrió ese estilo de 'poli malo' con el que ha venido soltando mandobles a diestro y siniestro (a diestro, sobre todo) a lo largo de los últimos años. El rostro imperturbable de aquella jornada era el mismo que esbozaría meses después cuando entró para dentro del hemiciclo acunando una impresora para defender el referéndum ilegal, o con sus intervenciones en la Comisión de las Cortes que investiga la financiación ilegal del Partido Popular. Rufián ha venido ejerciendo estos años la política del instante, de lo viral, el minutito y medio de cada jornada que bien vale un Potosí.
Le ha surtido efecto. Rufián llegó aquel año al Congreso, apadrinado por los grandes nombres dentro de ERC, sobre todo Tardà, elegido como parlamentario tras las elecciones de diciembre del año 2015. A su llegada, declaró que en el año anterior había percibido rentas por valor de 7.159 euros que procedían del Fondo de Garantía Social. Le salió rentable.
Ahora, según queda reflejado en su declaración de bienes (que se puede consultar en la web del Congreso), es el diputado independentista que más cobra. Su salario asciende incluso por encima del de Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno. Algo más de 85.000 euros al año.
El cambio de tono y de roll
La elevada cifra del sueldo del parlamentario es producto de varios factores. Primero el sueldo mensual base como diputado, que es de 2.981 euros. Después, el incremento correspondiente por su condición como portavoz de ERC. También están los complementos que el diputado obtiene por participar en numerosas comisiones. También por el hecho de mantener su residencia en Cataluña como diputado de circunscripción. El régimen económico y ayudas del Congreso explica que este tipo de congresistas poseen el derecho a una indemnización mensual de 1.921 euros. Son gastos libres de tributación. Sin impuestos, tal y como establece el Congreso.
Tras las elecciones del 28 de abril comienza una nueva etapa en la vida política de Gabriel Rufián. Los tres anteriores han venido marcados por su tándem parlamentario con Tardà. Esa extraña pareja. El poli bueno y el poli malo. El más veterano era el dialogante en los pasillos del Congreso, el más retórico, engolado incluso. El de las largas y elaboradas intervenciones desde el púlpito de la tribuna de oradores. Pausado y calmado casi siempre. En cambio, Rufián ha venido ejerciendo de agitador político a través del ruido y las performance. El chiste fácil
Ahora Rufián ocupa el relevo del histórico parlamentario de Esquerra y ya se le va viendo en las formas. Ha tenido que moderar ostensiblemente su discurso. También el tono. Sobre todo a la hora de las intervenciones públicas. El nuevo cargo como cara visible del partido en sede parlamentaria, lo que viene siendo la portavocía, no solo ha influido en el sueldo: también en su modo de estar en la sede de la democracia española, en la carrera de los Jerónimos.
Atrás quedan, por tanto, los exabruptos, las salidas de tono en la tribuna, la camiseta de Harry Potter, los ataques furibundos para dar paso a una transformación progresiva, en una adaptación al cargo que ahora le toca y para el cual le han designado los suyos, para emular, de algún modo, al que fuera su padrino en el partido que le acogió por primera vez.
Nieto de andaluces
En octubre de 2016, durante la segunda votación en la que se invistió a Rajoy como presidente del Gobierno, Rufián elevó el tono para cargar como nadie contra el PSOE. Pocos se atrevieron a atacar al partido socialista de ese modo. “Soy hijo y nieto de andaluces que llegaron a Cataluña hace 55 años desde Jaén y Granada, soy lo que llaman un charnego y soy independentista. He aquí su derrota y he aquí nuestra victoria”. Se refirió a un partido roto en aquel entonces como el "PSOE Iscariote".
Juan Gabriel Rufián nació en 1982 en Santa Coloma de Gramanet, Barcelona. Es hijo y nieto de andaluces por parte de padre. Ese lado de la familia procede del pueblo de la Bobadilla, en Jaén. Su abuelo era republicano y socialista. Quién se lo hubiera dicho. Por el lado materno, la familia de Rufián proviene de Turón, Granada. Ambas historias convergen en los años 60, cuando las dos partes de la familia emigraron a Cataluña.
De pequeño estudió en el colegio Virgen de las Nieves de en Santa Coloma. Después pasó a un centro concertado, el Cultural de Badalona, con mayor nivel adquisitivo.
En su declaración de bienes, que Rufián no tenía actualizada hasta hace apenas unos días, se observa el modo en que sus ahorros han ido aumentando en los últimos años. En 2016 afirmó tener 4.220 euros en una cuenta de Banco Sabadell. Poseía 60 euros más en otra cuenta de ING, según datos del Congreso. En la actualización se aprecian 16.834 euros en la Caixa d'Enginyers, la única entidad bancaria ligada al independentismo. También declara 100 euros en Banco Sabadell.
Su estatus ha cambiado, y eso queda reflejado también en su nivel de vida. En 2018 se compró una casa. Declaró de ella la mitad. Solicitó un crédito de 200.000 euros para hacerle frente.
El único momento en el que aquel día Rajoy frunció el ceño -era su gesto característico: con él se sabía que Mariano le estaba prestando a uno atención- fue cuando Rufián se amarró a la tribuna como si fuera el risco de un acantilado y se puso a vociferar hacia la tribuna toda clase de elogios. El gallego solo esbozó ese gesto, y fue bastante, pero sus colegas de bancada estallaron en reproches y miradas furibundas desde sus asientos. Ana Pastor, entonces presidenta del Congreso, tuvo que acallar a sus señorías ante la algarabía que aquel joven había provocado. No pudo evitar rematar la faena con una frase que él debió de imaginar como una estocada triunfal a su intervención. “Solo espero que después de esta intervención la caverna no me compare con todos los dictadores de la historia contemporánea europea. Con todos menos con Franco, de ese siempre se olvidan”. El cuento ahora es otro.