Juan Antonio Portillo, un sevillano corpulento adicto a la cocaína y a los porros, entró en la habitación de su hermana Rosa pasada la una de la madrugada del 12 de diciembre de 2016. El hombre, de 34 años, quería robarle la cartera a Rosa, un año mayor que él. Juan Antonio buscaba dinero para gastarse en drogas, a las que estaba enganchado desde que era un chaval. Los dos hermanos vivían junto a su madre, Encarnación Brenes, divorciada y con cinco hijos, en Arahal, un pueblo de 20.000 habitantes situado a 46 kilómetros al este de la capital andaluza. La vivienda de los Portillo Brenes, una familia muy conocida en la localidad, estaba en el número 24 de la calle Pedrera, en el barrio de El Altillo. Aquella noche iba a convertise en el escenario de un doble crimen con protagonistas unidos por lazos de sangre.
Acostumbrado a que en su familia le negaran dinero cuando lo pedía, Juan Antonio llevaba en la mano dos cuchillos con una hoja de más de 13 centímetros de longitud. Cuando entró en la habitación de su hermana, Rosa dormía en bragas, desnuda de cintura para arriba y tumbada boca abajo. Tras acceder al cuarto, Juan Antonio le asestó 96 puñaladas. Varias de ellas afectaron a la arteria subclavia izquierda de Rosa, a los pulmones y también al hígado. Rosa murió a causa de una hemorragia aguda.
Juan Antonio se ensañó con su hermana. Llenó de cortes y puñaladas el cuerpo de Rosa. Las heridas más profundas se las provocó en la cara lateral izquierda del cuello y del tórax. Pero muchas de las lesiones que le hizo eran de poca profundidad y no afectaron a órganos vitales. El agresor sabía que era una forma de someter a “un sufrimiento inhumano” a su hermana. Cuando finalmente la mató, dejó que Rosa se desangrara en la cama donde minutos antes dormía con placidez. A la mañana siguiente, su jefe la echaría en falta en la ferretería en la que trabajaba desde hacía años.
Pero aquella trágica madrugada de un verano de hace ahora tres años, Juan Antonio estaba sediento de sangre. La convivencia con él no era sencilla por su adicción a las drogas. A la mañana siguiente, con el cadáver de su hermana en una habitación de su casa, vio llegar del trabajo a su madre, Encarnación, que acaba de salir de su turno de noche. Sin que la señora se quitara siquiera el abrigo, su hijo salió de una habitación en la que estaba escondido. Cuando la mujer, de 57 años, llegó a la altura del pasillo de la casa, su hijo comenzó a asestarle puñaladas con los dos cuchillos con los que horas antes había asesinado a Rosa.
“He matado a mamá y a Rosa”
Juan Antonio le propinó 43 puñaladas a la mujer que lo trajo al mundo: en cuello, aorta, corazón, pulmones, hígado… Encarnación también murió desangrada. Su hijo había conseguido su objetivo: quitarle la cartera, como había hecho con su hermana muerta. Aquella noche de furia necesitó 139 puñaladas para conseguirlo.
La misma mañana que Encarnación murió, el jefe de Rosa llamó a su empleada. Se sorprendió que no fuese a trabajar ya que era una mujer responsable y puntual. Rosa no contestó al teléfono. Fue entonces cuando su jefe, extrañado, llamó a Eduardo, otro hermano de la mujer. Eduardo telefoneó a Rosa, también sin éxito, por lo que decidió pasarse por la casa de su familia.
Nadie abrió cuando Eduardo tocó al timbre y golpeó la puerta con los nudillos. El hombre tuvo que acceder a la casa de su madre desde la azotea de un vecino porque estaba echado por dentro el pestillo del portón principal. Cuando consiguió entrar, se encontró con una escena dantesca: su madre y su hermana estaban muertas, y Juan Antonio, que se encontraba en su habitación con cortes que él mismo se había causado, le dijo: “He matado a mamá y a Rosa. Matadme”.
"Dame la pistola"
Tras una llamada de alerta del hermano del asesino, dos agentes de la Policía Local de Arahal se personaron en el lugar del doble crimen. También lo hizo una pareja de guardias civiles. Los locales se encontraron a Juan Antonio echado en la cama, boca abajo y con una navaja en la mano. A uno de ellos le dijo que había pasado “lo que tenía que pasar”. Al otro le pidió que le prestara su arma reglamentaria para quitarse la vida: “Mira lo que he hecho, dame la pistola, que me voy a matar”.
Ese mismo día la Guardia Civil detuvo a Juan Antonio. Horas más tarde ingresó en prisión. Durante el juicio oral, el acusado dijo que no recordaba con exactitud lo sucedido, aunque nunca negó los hechos. Sin embargo, no reconstruyó al detalle qué ocurrió. “He recopilado datos y habré sido yo, pero no lo recuerdo cien por cien”, contó el hombre. Explicó que sólo recordaba imágenes borrosas en las que se mezclaban gritos, llantos y voces.
Un jurado popular ha declarado culpable a Juan Antonio Portillo Brenes. La Sección Cuarta de la Audiencia Provincial de Sevilla lo condenó a 45 años de prisión el miércoles 26 de junio de 2019. La resolución judicial estima que es culpable de dos delitos de asesinato con el agravante de parentesco. El fallo también lo destierra de Arahal, donde no podrá acercarse a menos de un radio de cinco kilómetros. Todo por el dinero de un par de carteras para drogarse.