Sí, que el barrio de La Mina está cada vez más cabrón. Que ha subido el número de delitos en un 12% desde el año pasado. Que ha repuntado el consumo de heroína como no se veía desde los 80. Que hay cada vez más peleas, más pisos ocupados y más conflictividad. Todo eso es cierto. Pero los gitanos del barrio lo tienen claro cuando les preguntan si se están marchando en masa del barrio: “¿Dónde vamos a ir? Si esta es nuestra casa”.

“Se quedan”, que diría Gerard Piqué. Los gitanos de La Mina no tienen ninguna intención de abandonar su barrio más emblemático. O, al menos, no tienen muchas posibilidades de hacerlo. “Son unos pisos de 50 o 60 mil euros. ¿Quién lo va a querer comprar y dónde vamos a ir? Ya me gustaría irme, pero no puedo. Y como yo, la mayoría” comenta José, un gitano de unos 50 años que toma café en una improvisada terraza de la calle Marte, una calle peatonal convertida en el centro neurálgico del barrio. “Eso, ustedes los payos que tienen muchos jurdeles y se pueden cambiar cuando quieran”, ríe una gitana mientras compra bollería en la panadería de al lado.

Salen los gitanos al paso de las informaciones aparecidas esta semana en medios locales. Afirmaban que las familias gitanas de La Mina se están marchando en masa del barrio. Que el motivo es que han llegado mafias de Marruecos y del Este de Europa que se han apoderado de la zona y les están forzando a largarse. Pero en EL ESPAÑOL hemos querido comprobarlo y nos hemos dado un paseo por el corazón de este emblemático (y difícil) barrio de Sant Adrià de Besòs (Barcelona). Las convenientes charlas con los vecinos lo ponen en duda.

Una calle peatonal es un lugar tan buen como otro para arreglar la furgoneta DLF

Y es que un simple vistazo a los ejes principales del barrio (calle Venus, calle Marte, calle Saturno) dibuja, a priori, un escenario distinto al presunto apocalipsis calé que se relata en dichas informaciones. No huele a diáspora. No huyen de noche las familias. "Si se ha ido alguno, yo no lo conozco", responden en petit comité. Los gitanos de La Mina siguen sobreviviendo en el barrio y siguen sacando sus sillas a la puerta, ‘a la fresca’, para intentar combatir el terrible calor estival. Un calor agravado por la humedad que se sufre al vivir al lado del mar. Los más pequeños van sin camiseta y algún vecino saca una manguera a la calle para refrescarlos.

La solución a las chabolas

La Mina, el barrio gitano de Barcelona por antonomasia. La patria chica de El Vaquilla, la capital del cine kinki. Ahora cumple medio siglo. Desde su fundación, en 1969, siempre ha arrastrado la fama de ser el barrio chungo de Barcelona. Y con razón. Fue la solución urbanística para reubicar a los habitantes de los poblados chabolistas de Barcelona: el Campo de la Bota, La Perona, el Somorrostro. Nació con voluntad de gueto y en gueto se convirtió. Los habitantes, familias gitanas y emigrantes del sur, eran los que menos poder adquisitivo tenían de toda Barcelona. Es el barrio de El Vaquilla, el delincuente más famosos de España junto con El Lute. Juan José Moreno Cuenca, el niño que llegó del Campo de la Bota y tenía que ponerse cojines en el asiento cuando robaba los coches porque no llegaba a los pedales. 

La puerta de la narcosala, clave según los vecinos en el repunte del consumo de caballo DLF

Y así se ha mantenido hasta nuestros días. La Mina, con su característica arquitectura, de bloques de pisos extraordinariamente anchos y viviendas apelotonadas, ha sido siempre uno de los principales supermercados de la droga de Barcelona. La pobreza llama a la pobreza y la mala coyuntura a los delitos. “Siempre ha habido traficantes; la heroína ha sido uno de los grandes males del barrio. Pero eso no es de ahora, y son una minoría”, apunta Jesús, uno de los gitanos más veteranos de la zona.

La estampa de coches quemados por las esquinas, drogodependientes pinchándose en cualquier descampado y jeringuillas sembradas en el suelo, han sido escenas clásicas de este lugar, olvidado por la administración desde sus inicios. Los vecinos que nada tienen que ver con los estupefacientes, que son muchos, se han acostumbrado a vivir en su jungla de asfalto. "Lo que no hay es trabajo para los gitanos de aquí. Han abierto un supermercado grande aquí mismo. Fue todo el barrio a echar el currículum y no han cogido a ningún gitano", se quejan. Cerca del barrio hay una incineradora "y allí tampoco nos quieren trabajando". 

Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla

Narcosala, responsable

Con sus subidas y bajadas, La Mina siempre ha sido ese barrio en el que la policía entra poco, aunque bien debería mantener a agentes fijos siempre en sus calles. Uno de esos barrios en los que vale la pena vigilar por qué rincones se mete uno. Porque la delincuencia siempre ha estado presente.

Entonces, ¿qué ha sucedido ahora, para que se dé la voz de alarma sobre la situación? Que, si no se ponen empeño y recursos desde arriba, las cosas siempre pueden ir a peor. Varios factores han contribuido para que en la zona hayan repuntado los delitos y el consumo de heroína: “Lo del caballo lo trajo la narcosala”, coinciden varios vecinos. La construcción de una sala de venopunción, unos 5 años atrás, fue vendida como la solución para sacar a los toxicómanos de las calles. Un espacio con 8 salas donde pincharse en privado y duchas. El sitio que iba a conseguir que los heroinómanos abandonasen los parques y eliminar así las jeringuillas por el suelo.

Jeringuillas en el descampado de la parte trasera del barrio DLF

La medida no hizo más que atraer a todos los drogadictos del área metropolitana de Barcelona. Entre el Raval, San Roque y La Mina se reparten ahora a todos los heroinómanos de la provincia. Especialmente extranjeros: "el yonki nacional, payo o gitano, ya apenas existe en La Mina. Son georgianos, italianos que hay muchos y rumanos", especifica a unos metros de la narcosala un vecino gitano de la calle del Mar.

Eso, unido a que ha aumentado la oferta de esta sustancia, ha incrementado el número de drogadictos por las calles. La sala de venopunción tiene la capacidad que tiene, insuficiente para cubrir toda la demanda. “Eso lo que hace es que ves al yonki por la calle todo el rato, aunque sea en la puerta de la narcosala. A veces tienen el mono y atracan a la gente. Eso ha hecho que suban los delitos por robos y tirones. Otras veces no aguantan a llegar a la sala y se pinchan en la calle, como siempre han hecho”. Una solución, por tanto, discutible. Y todo ello cerca de un colegio .

Los nuevos vecinos

La transformación de la fisonomía social del barrio también ha influido. Han llegado muchos ciudadanos del Este de Europa, especialmente de Georgia. “Muchos eran militares en su país. Aquí no tienen nada. Delinquen, porque saben hacerlo. Son los que roban en las casas y en los chalets, principalmente dinero y joyas. Y se vienen aquí porque hay gimnasios de lucha que son gratis”, cuenta un vecino que lleva 30 años en La Mina, que añade que “son violentos y están siempre de peleas. Entre ellos, que a los gitanos nos respetan. Pero entre ellos tienen unas peleas muy grandes, con cuchillos y machetes en plena calle”.

Mucha suciedad por las calles de La Mina, donde denuncian abandono institucional

Así, repunte del caballo por un lado y nuevos vecinos conflictivos por el otro. ¿Hay algún factor más? Por supuesto: uno del que se habla poco, aunque tal vez sea el más importante: la gentrificación de La Mina como objetivo político y empresarial. Transformar un gueto en un sitio chic para turistas. La Mina es un barrio deprimido, pero su ubicación es estratégica en la Barcelona actual. Se construyó a finales de los 60 al lado del mar, por proximidad con los poblados chabolistas de los que se nutrieron sus casas. Un mar al que Barcelona no le sacó partido hasta 1992. Los Juegos Olímpicos comportaron una transformación urbanística profunda. La costa, un lugar que históricamente sólo había servido para albergar a pescadores y chabolistas, pasó a ser el gran valor de la ciudad.

Gentrificación

Ahora, la playa de Barcelona acoge a turistas llegados de todas las partes del mundo. La vida del visitante se vertebra en torno al mar: desde el puerto mercante de Can Tunis (antaño también un barrio gitano) hasta el Fórum, que es el recinto en el que se celebran los eventos más importantes de la ciudad (como el festival de verano Primavera Sound). El mismo Forum que se encuentra a escasos 500 metros de La Mina.

La Mina tiene playa, pero está sucia y dejada. Sin socorrista. Pero el suelo del barrio es mucho más apetecible que antaño. Se han ido construyendo nuevos pisos en las zonas aledañas al barrio. Bloques modernos, destinados a albergar apartamentos turísticos u hoteles. El objetivo final, dicen, es arrinconar lo que hay hasta cargarse La Mina, realojar a sus vecinos en otras partes de Cataluña y hacer de la zona el nuevo paraíso hípster, como está sucediendo en otros barrios de otras ciudades de moda en todo el mundo.

“Eso tampoco es de ahora. Desde 2004 llevan diciendo que van a tirar La Mina y que nos van a realojar en Font de la Pólvora, que está en Girona. Quién va a querer irse de Barcelona para meterse en un barrio de Girona. De aquí de La Mina, nadie que yo conozca”, remata Jesús, uno de los gitanos que se presta a hablar “pero no a que me hagas fotos”. Como todos con los que hablamos.

Uno de los descampados donde se pinchan los drogodependientes DLF

Ahora vuelve a haber runrún en La Mina. Desde el Ayuntamiento de Sant Adrià han anunciado un contingente policial que se va a establecer de forma fija en el barrio, especialmente los fines de semana. “¿Tú ves policía por la calle? ¿Verdad que no? Pues como siempre. Es lo que tendrían que hacer y siempre lo dicen, pero nunca lo hacen”, sentencia una vecina gitana, corroborando que, en efecto, la policía sigue sin entrar en La Mina más que cuando es estrictamente necesario. “No nos vamos. No por falta de ganas, que así no se puede vivir dignamente. Es que no tenemos dinero. Pero ni tenemos dinero, ni tampoco miedo a gente que venga de fuera. Eso son patrañas. Peor estábamos en los 80 y nadie se fue”. Creen que no es más que un globo sonda. Tanto lo del refuerzo policial como lo de la presunta fuga de vecinos. "Es lo que quieren, La Mina vacía".

Abandonados

Ni hay más policía, ni el consumo de heroína es nuevo en el barrio, ni hay por ello una ola de pánico entre los vecinos de toda la vida. Mucho menos van a abandonar su barrio porque hayan entrado clanes nuevos que manden ahora. Pero una cosa es que no abandonen su barrio, y otra que no se sientan abandonados por la administración: "El Ayuntamiento pasa de nosotros. Somos el culo de Sant Adrià. Al otro lado del río es donde lo hacen todo. Y los pisos nuevos que construyen, ni uno para la gente de La Mina", lamentan por la calle Marte. Pero advierten: “Los de La Mina estaremos aquí hasta que la echen al suelo. Mientras, lo que tendrían que hacer los que mandan es fomentar el empleo, ayudar a los chavales jóvenes, que de eso depende que se pongan a trabajar o se metan en la droga”. Piden ayuda para mejorar la situación. Pero no, a los gitanos no los están echando del barrio en el que se crió el Vaquilla e hizo sus trompos más célebres. No al menos la droga ni las nuevas bandas de delincuentes.

A los vecinos de La Mina los echará en el futuro la especulación y los nuevos proyectos urbanísticos. Eso es inevitable. El desmantelamiento del barrio empezará cuando tiren abajo el Edificio Venus, el más emblemático del barrio y también el mayor foco de menudeo de heroína en la actualidad. Lo tendrían que haber derruido hace 10 años y los vecinos viven casi todos con la luz pinchada. Es cierto que no se puede vivir así en La Mina. Sólo sobrevivir. Pero, mientras siga existiendo el barrio, allí seguirán sus vecinos de toda la vida, sobreviviendo. Y nadie vendrá de fuera a echarlos.