Pasa demasiadas veces. Todos miramos ojipláticos y con la boca hecha agua cómo se iba apagando la llama de Amy Winehouse y ¡Qué bien había estado Heath Ledger interpretando al Joker!, parecía que estaba loco de verdad. A Víctor Valdés le aplaudían las paradas fáciles y a Robert Enke los técnicos le reprochaban no haber sido tan importante como iba a ser, hasta que un día le dijo a su mujer que volvería tarde, aparcó su coche en las vías del tren, y nadie le volvió a reprochar más nada.
Asistimos continuamente al fascinante espectáculo de cómo se van diluyendo los ídolos. Eso de la terribilitá tiene su aquel y, sobre todo, vende. Y pasa en todos aquellos ámbitos en los que, como apuntala Almodóvar, hay gloria, primero, y dolor, después. La muerte de Blanca Fernández Ochoa, fallecida a los 56 años, ha vuelto a poner el deporte encima de esta mesa de picnic que se monta de vez en cuando. Independientemente de lo que venga a confirmar la autopsia, si decidió quitarse la vida o no, es inamovible que ella era una de esas deportistas que vivieron en unos años lo que el resto ni en una vida, y luego pagaron las facturas.
Entre el maremágnum que se ha formado en torno a la vida, desaparición y muerte de la medallista olímpica, hay un nombre que no ha cesado de aparecer: el de Arantxa Sánchez Vicario (47 años). Al analizar la biografía y circunstancias de la una -que no el final, por supuesto- siempre aparecía el nombre de la otra. No sólo se parecen físicamente sino que ambas comparten contexto, el significado que tienen y lo duro que ha sido su vida después del deporte. Hasta su nombre, con un primer apellido común que hace pronunciarlo todo completo, se parece.
Pero a Blanca esto le pasaba ya en vida. “A Blanca le daba mucha rabia que la comparasen con Vicario”, cuenta una amiga cercana de la esquiadora. “Me acuerdo que incluso le pasaba físicamente, la veían por la calle, veían que era una cara medio conocida, y la llamaban Arantxa. ‘Ya me lo han hecho otra vez’, me decía”, comenta la amiga.
“Mi opinión personal es que sí que se parecen en cuanto a que cuando están en el deporte tienen unas vidas muy dirigidas y luego les cuesta adaptarse a la realidad”, añade. “A mí, Blanca me decía que ella lo único que sabía hacer era subir una montaña y tirarse esquiando y que no sabía hacer nada más. Porque, hasta entonces, se lo habían hecho todo”, asegura.
Dos deportistas de élite
Ambas nacieron en el seno de una familia que les inculcó la pasión por el deporte y tienen hermanos mayores que les abrieron la veda. Arantxa tuvo a Emilio y Javier y Blanca tenía a su querido Paquito, el primer y único español en lograr una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Invierno, hasta que llegó ella. Ambas tuvieron dos maridos, divorciándose del segundo de una forma especialmente tortuosa para ellas, y les preceden dos hijos.
Pero es en lo deportivo donde ambas han alcanzado la cúspide. Está en la memoria colectiva, ya es de todos, ver a Arantxa lanzando la raqueta por los aires y tirándose en la tierra batida en el Roland Garros de 1989 y Blanca recortando ese eslalon que tuvo en vilo a un país que miraba a la suya en Albertville, en 1992. Fueron las mujeres de una generación y se disputaban las portadas deportivas.
“Son precursoras, desde luego”, reconoce el veterano periodista deportivo de Televisión Española Jesús Álvarez. “Arantxa lo fue cuando no no teníamos ninguna referencia femenina en ese deporte y en ese Roland Garros demostró que los españoles también podían estar a la altura”, comenta.“En el caso de Blanca pasó un poco lo mismo. La única referencia que teníamos era la de su hermano Paco y en el país tampoco tenemos excesivos esquiadores”, añade. “Ella ya lo había demostrado antes, en la Copa del Mundo, pero una medalla olímpica… hasta entonces no lo había ganado ninguna deportista. Ella fue una auténtica precursora”, apunta Álvarez.
Y hay un factor que ahora luce cada vez menos, aunque lo sigue haciendo, pero que antes tenía un significado muy potente. Es que eran mujeres. “Pertenecen a una época en la que hay una eclosión del deporte en general, con los Juegos Olímpicos de Barcelona en el 92, y ahí empiezan a aflorar referencias, también mujeres”, dice Álvarez. “A ellas, los medios no le dedicaban demasiado espacio, aunque nosotros en Televisión Española siempre fuimos polideportivos, pero lo que más abundaba era el deporte masculino, el fútbol y el ciclismo”, añade.
Eran grandes, y punto. Pero cuando se apagaron los focos, ambas se sumergieron en las sombras. Aunque Arantxa mantiene buena relación con sus hermanos, el tormento le vino por parte de los padres y de su marido Josep Santacana. A ellos tres les responsabiliza de haber pasado de su fortuna de 24 millones de euros a la ruina en solo 15 años. Blanca también tuvo problemas con la economía, y tuvo que vender su casa en Las Rozas e irse a vivir con su hermana Lola y su cuñado, Adrián, que ejerció de portavoz durante el dispositivo de su desaparición.
El ocaso de los ídolos
“La familia de Blanca es una familia muy unida”, sigue su amiga cercana, que ha pedido no ser identificada para no tener un ápice de protagonismo, para dejárselo todo a ella, a su Blanca. “Todos en la familia son muy fuertes. Y cuando conoces a la madre sabes por qué ellos son así. Una cena de navidad en su casa eran ellos y todos los amigos que no tuvieran dónde cenar aquel día”, añade. “Todo lo que puede haber salido mal con Blanca no es por la familia, sino porque ha tenido muy mala suerte”, dice.
Arantxa también tiene a sus hermanos de su lado pero, a pesar de ello, hay cosas que pesan demasiado, por eso son tan parecidas. Vivieron en una burbuja que un día, de repente, se pincha y ves que ya no es lo que eres, cuando todavía ni has llegado a los 40. Eres un Ícaro, con las alas derretidas por acercarte al sol, o un Jano brifonte, con una cara mirando a cada lado. La mitología siempre tiene la respuesta.
Al otro lado del teléfono está Paloma del Río, la histórica comentarista de Televisión Española para los Juegos Olímpicos de Invierno. No sólo comparte con Blanca Fernández Ochoa una relación profesional, sino personal. “De 33 años que llevo trabajando, sólo tengo dos fotos de deportistas en casa, y una es de ella”, dice Del Río.
“Estos deportistas se han criado en una dinámica en la que se dedicaban a entrenar y a seguir las instrucciones de su entrenador. No tenían libertad para hacer nada que no les dictaran”, contextualiza. “Su foco estaba puesto en el resultado deportivo. Pero esa carrera tiene límite y después tienes que dejar lo que haces y meterte en la vida civil. Y ahí es con tus propios medios y con tu formación, y muchos son unos ignorantes de los ritmos de la vida normal”, añade. Eso es lo que le ha pasado a ambas y por eso han venido después tantos problemas.
Del Río relata que cuando Blanca se retiró empezó a participar en las tiendas de esquí que tenía la familia. Llegaron a tener tres y vendían materiales para practicar el deporte, todo antes de la crisis económica, que se cebó con ellos. También, en la parte de atrás de la tienda familiar de la calle Pintor Rosales de Madrid había equipamiento de golf y ella le cogió afición. También organizaba actividades grupales con empresas, “aprovechaba todas las oportunidades”.
“Cuando acabó su carrera, para ella la cuadrilla de los Fernández Ochoa era fundamental, puso el colchón cuando se retiró y le pasó lo mismo a sus hermanos Luis y Lola”, añade Del Río. Pero no fue suficiente. “Hay aspectos en la vida en los que no tienes suerte. Por muchas ganas, fuerza y alegría que le pongas, hay cosas en los que la vida te puede”. Y repite lo mismo que la amiga de Blanca: “Hay veces que uno no encuentra el sitio, o sólo lo encuentra a ratos y en personas determinadas… pero a ella no le han salido bien las cosas”.
La psicología de cada uno
Esto no sólo les ha sucedido a ellas. Las historias de éxito están plagadas de juguetes rotos. En el deporte patrio están Yago Lamela, Jesús Rollán, Pedro García Aguado, el arriba citado Robert Enke… cada uno bajo sus circunstancias y consecuencias particulares, con un resultado u otro.
“Es que la vida deportiva de cualquier atleta se concentra en torno a los 10 o 15 años del total de su experiencia vital”, explica Carlos Rey, psicólogo y cofundador de UPAD Psicología y Coaching, que trabaja con numerosos deportistas en cómo adaptarse a la vida real. Al tener que depender del desarrollo físico “el deportista se enfrenta al difícil reto de asimilar, para lo bueno y para lo malo, su propia trayectoria de una forma vertiginosa, temporalmente hablando. Y luego se enfrentan a ese segundo plano, fuera de los focos y de la fama, en un tiempo tan corto que dificulta su digestión”, dice Rey.
Y pone el ejemplo de una persona jubilada. Seguramente, si alguien ha dedicado su vida a su trabajo, sea conductor de ferrocarriles o juez, al tener que dejarlo puede verse en un vacío. “Pero en el caso de los deportistas sucede siendo mucho más jóvenes, es un desafío idéntico pero sin la madurez personal que se tiene en los otros casos”.
-¿Y afecta a todos por igual?
-Depende de cada persona y de esa capacidad para digerir la efimeridad de sus cualidades. Hay gente con un alto nivel de madurez personal y lo entienden, que la vida deportiva es así, y son capaces de gestionar las etapas. Hay gente que, en cambio, no saben aceptar el paso del tiempo. Pero estos son los menos. Lo importante es remarcar que no es el deporte lo que provoca esto.
“En la montaña que ha amado”
Aunque lo intentó, dicen los que la rodeaban que hasta el final, Blanca Fernández Ochoa no logró salir de los picos y valles anímicos y psicológicos a los que se tuvo que enfrentar al retirarse del deporte. Independientemente de si realmente se suicidó o no, algo que es posible que no se llegue a saber si la familia decide guardarse para sí el informe de la autopsia, todos sabían que algo iba mal.
El pasado 24 de agosto Blanca se adentró en la sierra de Cercedilla en la que había crecido y el 4 de septiembre encontraban su cuerpo a los pies del pico de La Peñota."Está en la montaña que ha amado”, dijo Adrián Federighi, el portavoz de la familia durante la que fue una búsqueda sin precedentes en el país.
“Me gustaría que todos recordasemos el lado deportivo de Blanca, lo que consiguió y nos hizo disfrutar”, dice Jesús Álvarez. “Es una señora que en 1988 consiguió paralizar el Parlamento y en el 92 consiguió la medalla. Un respeto deportivo hay que dárselo. En los libros de historia aparece Blanca Fernández Ochoa”, firma Paloma del Río.