Judit, la otra víctima que Ana Julia dejó en Burgos: “Mi madre nunca me dijo que me quería”
La joven ha intentado rehacer su vida después del shock del año pasado, cuando supo que su madre era la asesina de Gabriel.
8 septiembre, 2019 02:31Noticias relacionadas
La voz se le quiebra a la joven a la hora de responder. Pero el juez le ayuda, va conduciendo su tono entrecortado hasta que la joven logra explicar el primer mensaje que recibió de su madre después de que se produjese el crimen.
-Me llamó ella a las 12 en punto.
-¿Del mismo día en que desapareció Gabriel?, dice el juez.
- Del mismo día.
- Del día 27 de febrero, insiste el magistrado.
-La relación era corta, un whatsapp, o a lo mejor una llamada una vez al mes. Ella me llamó y me dijo eso y yo ya tenía angustia.
- ¿Qué es lo que le dijo?
-Me dijo, dice: "Nena, ha desaparecido Gabrielillo".
Judit tiene alrededor de 20 años y es una de las damnificadas por uno de los crímenes más execrables que se han cometido en España en los últimos tiempos. Sucedió el año pasado. Ella intenta seguir su vida después de aquellos primeros días al conocer la peor de las noticias: que su madre había sido detenida como responsable del asesinato del niño Gabriel Cruz. Que Ana Julia Quezada había asesinado al pequeño hijo de Ángel, su pareja. Y que la pillaron con su cuerpo en el maletero del coche cuando se encontraba trasladando el cadáver.
La joven vivió aquellos días como un auténtico tormento. El acoso incesante por las redes sociales multiplicó el nocivo efecto de saber que su madre había asesinado a un pobre niño indefenso. Se autoimpuso un período de reclusión, y no salió de su casa del barrio de Gamonal, en Burgos, donde vivía ya sola y donde había crecido años atrás junto a su madre. Judit, días después de conocerse la responsabilidad de Ana Julia en el crimen, tuvo que ser ingresada por un ataque de ansiedad.
Los vecinos del barrio le tendieron la mano y le ofrecieron su apoyo incondicional. La protegieron desde el primer momento, incluido el dueño del bar en el que la joven trabajaba en aquel momento.
El devenir de los acontecimientos se precipitó en pocos días y lo que era la desaparición de un pequeño niño cuando salía de camino a casa de los vecinos se convirtió en uno de los sucesos más impactantes de los últimos años. El niño Gabriel desapareció el día 27 de febrero del año 2018. Su cuerpo fue hallado 12 días después, en la parte trasera del vehículo de la asesina confesa.
Los agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil la tenían en el punto de mira desde algunos días atrás. Sospechaban irremediablemente de ella por su comportamiento, por sus declaraciones contradictorias y por su interés por mantenerse excesivamente informada de todos los detalles de la búsqueda del pequeño. Y, por supuesto, por haber sido ella, precisamente ella, la que 'encontrase' la camiseta durante una de las jornadas de búsqueda. Ese hecho les puso a todos en alerta máxima. Lo hacía, evidentemente, porque era ella la que más tenía que perder y también la que más tenía que ocultar. Ahí comenzaron a seguirla, y la persecución remató algo más de una semana después.
Este lunes comienza el juicio por el asesinato del pequeño en la Audiencia Provincial de Almería. Las acusaciones y la Fiscalía exigen la condena de prisión permanente revisable para Quezada. Su declaración ante los magistrados y el jurado popular se producirá el lunes. Y luego el proceso se alargará durante alrededor de dos semanas. 17 testigos y 25 peritos responderán a las preguntas de las partes para esclarecer los crímenes cometidos por Ana Julia.
Vergüenza y anonimato
La joven ya prestó declaración meses atrás ante el juez instructor. La transcripción de la misma, presente en el sumario consultado por EL ESPAÑOL, un documento mayúsculo que ocupa miles de folios, versa en torno a la relación de la joven con su madre y también acerca de las conversaciones que mantuvieron durante los días en los que el pequeño permanecía desaparecido. A la joven le cuesta un mundo enhebrar el relato y expresarse, pero con esfuerzo logra explicar al juez qué tipo de infancia tuvo y qué clase de madre era la suya:
-Yo, nunca... Yo he intentado tener el cariño de mi madre. Yo le decía a mi padre que no entendía por qué ella no me quería como una madre. Y mi padre me decía que yo entendería que a lo mejor que su forma de ser es diferente. Yo no lo entendía porque no era una relación buena entre madre e hija. Creo que nunca he escuchado un te quiero de su boca.
En aquel entonces, la joven ya suplicó al juez que le impidiera que su madre le llamase para nada, que no se pusiese en contacto con ella y que le dejase en paz para siempre. Que no le permitiera a la acusada llamarle ni una sola vez desde la prisión de El Acebuche.
Judit, como muchos otros damnificados, es una de las víctimas de esta triste historia perpetrada por Ana Julia Quezada. Ya por aquel entonces la relación que Judit mantenía con su madre resultaba más bien fría. Un contacto esporádico, escueto y falto de cariño desde hacía ya bastantes años. Por aquel momento la joven cursaba un ciclo para formarse como auxiliar de enfermería en la ciudad.
Entre todos los testigos que tendrán que pasar por delante de los jueces y de las partes está la hija de Ana Julia. A lo largo de este último año y medio se ha mantenido al margen de todo, sin acudir a la prisión de el Acebuche, donde su madre pasa los días desde que la detuvieron y la procesaron como principal sospechosa del crimen,
Una joven querida
Judit R.Q. es una joven querida. Por su familia, por sus amigos y por su barrio. El ambiente que se respira cuando ella es el tema de conversación muta, a bandazos, entre la bondad y la impotencia. Burgos es el punto de inicio de la historia de Ana Julia Quezada. Es donde dejó atrás a su hija, donde dejó atrás un divorcio y donde quedó un oscuro pasado relacionado con la muerte de su primer bebé. Sobre este fallecimiento sobrevuela la sospecha y la inquietud de que la propia presunta asesina tuviera algo que ver.
Era adoptada. La pequeña Ridelca Josefina tenía 4 añitos cuando se reunió con su madre. Miguel Ángel, su pareja de aquel entonces, acogió a la pequeña como una hija de su sangre. Quería adoptarla legalmente, pero no pudo llegar a hacerlo. En 1996, cuando Ridelca apenas llevaba cuatro meses en España, apareció a las 7:30 de la mañana muerta en el patio interior de la casa. Es el terrible suceso que ahora repasa la Policía Nacional. Judit, la hermana pequeña e hija biológica de Miguel Ángel y Ana Julia, sólo contaba con dos años en ese momento.
Según el atestado policial, Ridelca -que sumaba cuatro años- abrió una ventana de doble hoja antes de precipitarse. El caso se cerró como “accidental”. Ana Julia lo explicaba como un “episodio de sonambulismo”, según los amigos de la familia. “Decía que la pobre niña, que apenas llevaba cuatro meses en España, estaba acostumbrada a entrar y salir por la ventana de la chabola en la que vivía en República Dominicana”.
Ana Julia nació en la República Dominicana, donde todavía reside la mayor parte de su familia. Llegó en 1991. Una chica joven, alta, cogía en aquel tiempo un avión desde su Caribe natal. Su tía la convenció de que era lo mejor. Ganaría dinero y podría enviárselo a su joven hija. Solo tenía 16 años y apenas lleva nada en su maleta más que su pasaporte.
Empezó trabajando en un prostíbulo. Fue en el club de alterne Piccolo donde conoció a Miguel Ángel, un camionero de Burgos, residente en el barrio obrero de Gamonal. Se enamoró perdidamente de la dominicana. Era el año 1994. Ya enamorados, él logró sacarla de aquel lugar, y ella pudo traerse de su país a su pequeña Ridelca, nacida fruto de la relación con otro hombre en su país de origen. Luego vino Judit.
En la actualidad, Judit ya no reside en la fotografiada y televisada calle Casa de la Vega, en el aguerrido barrio de Gamonal, Burgos, donde hace seis años se produjo una oleada de protestas que lo cambió todo.
Ahora Judit ya no vive allí, en el barrio donde es querida. No ha acudido a ver a su madre a la cárcel en Almería, donde lleva encerrada desde hace más de un año. Se ha tenido que mudar, convertirse en un personaje anónimo de su propia rutina para que nadie sepa quién es y qué fue lo que hizo su madre.