Paradójicamente, fue un martes día 13 cuando a Zaitu le cambió la suerte. Para bien. La suya es una de esas historias que al principio parecen que no pero que luego son que sí. En su Uganda natal, esta mujer de 38 años llevaba arrastrando una enfermedad en los ojos que la había terminado de dejar ciega del todo. Fue hace tres años, su marido la abandonó y pasó a depender de sus cinco hijos.
Pero el pasado martes 13 de agosto conoció a la oftalmóloga Paloma Martínez De Carneros y fue como en el Génezsis: “¡Hágase la luz!”. “Estuvimos en Uganda una semana e hicimos alrededor de 500 visitas y operamos a 180 personas, más o menos”, dice De Carneros, ya lejos del territorio, en su consulta de la calle Velázquez de Madrid. “El suyo fue el caso que más nos sobrecogió. Hay casos que te motivan, porque son casi milagrosos”, añade la doctora.
Pero arranquemos por el principio. La doctora De Carneros lleva años usando sus vacaciones para ir a otros sitios del mundo a hacer este tipo de cirugías. Estas prácticas son bastante habituales entre los profesionales de la medicina. Basta con hacer una búsqueda rápida en Google para encontrar consejos para los profesionales, varias ONG que piden médicos e infinitas ofertas de voluntariado. El motivo es simple, hay demasiada demanda, hacen falta.
En este caso, De Carneros llegó ahí a través de la Fundación Elena Barraquer, en Barcelona, y en colaboración con la fundación Petits Detalls, que promueve proyectos de ayuda humanitaria en Uganda. El proyecto de Petits Detalls fue fundado en 2014 por Quico Germain, un barcelonés que fue una semana a un voluntariado y ya no volvió. De Carneros sí que volvió aunque en esa semana, que duró del 10 al 17 de agosto en la ciudad ugandesa de Iganga, pasaron por sus manos alrededor de 180 personas.
“Los oftalmólogos tenemos una profesión que, cuando vamos a los sitios con menos recursos, como pueden ser algunas regiones de África o Sudamérica, podemos ayudar de una manera muy efectiva”, explica la doctora. “Hay otras especialidades que desarrollan otros médicos y ahí simplemente no tienen los medios. Imagínate un cirujano general, con una apendicitis… necesita seguir un tratamiento que no tienes los medios. Pero nosotros somos capaces de operar a un paciente, verle al día siguiente y saber que no se va a complicar”, añade.
Pero no todo es tan bonito: “Cuando vamos a hacer cirugías ahí, aunque una persona tenga los dos ojos mal, por lo general sólo operamos uno de los ojos. Porque si operamos 180 ojos, uno a cada uno, hacemos que 180 personas sean útiles. Si, en cambio, operamos los dos, estaríamos ayudando sólo a 90 personas”, dice la doctora.
Zaitu, la excepción
Pero con Zaitu se saltaron la regla que suelen tener. Consideraron que era demasiado joven, 38 años…, y a ella le operaron los dos, le queda demasiada vida por delante. “Cuando vamos a esas zonas, solemos emitir publicidad por distintos medios para que la gente sepa que estamos ahí y que si quieren vengan”, explica De Carneros.
Zaitu se enteró por la radio. Cogió el petate desde una aldea en la zona rural y estuvo viajando durante un día para llegar a Iganga, donde estaba el equipo de la doctora. Padecía varias enfermedades que le habían ido robando la visión desde que nació. Tenía aniridia, caracterizada por no tener iris, y glaucoma. Entre ambas, le habían formado unas cataratas que desde hacía tres años la habían dejado completamente fuera de juego.
“Ella vivía en muy malas condiciones, sola y no podía llevar a cabo actividades básicas como comer o ducharse, nada”, explica la doctora. “Nuestra especialidad no es de vida o muerte, pero entre ver y no ver, te cambia todo. Al principio ni sonreía ni interactuaba con nosotros, movía el ojo sin sentido porque no era capaz de enfocar”, añade.
Primero, ese martes 13 de buena suerte, Zaitu llegó a Inganga y, en el mismo día, la diagnosticaron y la operaron. Fue solo de un ojo y al dormir se dejó la luz encendida. Todavía lo tenía vendado, así que no sabía qué le venía. Se recuperó al día siguiente y el 15 la operaron del otro. De nuevo, un día de recuperación y el 17 vio la luz. Estaba bien y, esa noche, cuando se fue a dormir, pidió que apagaran la luz. “Decía que era como un milagro”, cuenta la doctora.
Y al equipo les dijo lo siguiente: “Siento que llevo mucho tiempo pidiendo y dependiendo de la gente. Ahora voy a dejar de hacerlo, no sería justo”.
Abrir una tienda de zapatos
Ahora, la única carga que le quedará a Zaitu es que siempre tendrá que llevar gafas de sol, porque sigue sin tener iris. Una nimiedad al lado de que ahora ve perfectamente, después de haber vivido cómo iba perdiendo la visión poco a poco. En esta nueva vida, quiere abrir una pequeña zapatería al lado de su casa y desde Petits Detalls le van a dar un microcrédito para que pueda llevarlo a cabo.
-¿Por qué lo hace, doctora?
-Porque me llena mucho y voy ahí y disfruto haciéndolo. Empecé la residencia de oftalmología con 24 años y con 27 ya fue mi primera expedición. Cuando vas y ves que no tienen nada y que les puedes ayudar… lo más duro es cuando tú te vas, porque hay gente a la que le tienes que decir que no. También voy un poco por obligación moral. ¿Qué son una o dos semanas al año? Nada. Y tu trabajo produce un cambio.