La diversidad está empezando a ser rentable. Lo saben bien las firmas de moda, catalizadoras y al mismo tiempo espejo de la presión social de la estética. En las marquesinas del autobús, en el metro, en la televisión… cada vez es más común ver modelos curvy, con hiyab, de todos los tamaños y colores, con rasgos raciales marcados, rostros albinos o con enfermedades como el vitíligo, que provoca la despigmentación por partes de la piel. Todo ello en aras de lograr una mayor rentabilidad al representar de manera más amplia a las mujeres. Pero, ¿y dónde están las mujeres calvas? Las hay, y son muchas.
Se estima que en España el 40% de las mujeres tienen algún tipo de alopecia, y la cifra va aumentando. Esto lo están empezando a notar las clínicas que se dedican a los injertos capilares. Si bien la mayoría de los clientes que acuden a ellas siguen siendo hombres, las mujeres ya representan un 30%, según Svenson, Sanitas y las cifras estimadas que manejan las propias clínicas. Sin embargo, lo llevan distinto: estigmatización, vergüenza, falta de autoestima… No en vano, ya sin las modelos por delante, las pocas referencias de mujeres calvas que se pueden ver son Britney Spears en el éxtasis de su locura, Demi Moore rapándose la cabeza de manera traumática en La teniente O’Neil o esas terroríficas mujeres de Las brujas de Roald Dahl. Poco más y nada mejor.
“Yo lo pasaba realmente mal. Me miraba al espejo y pensaba ‘bendito sea Dios’. Como hubiera un poco de viento ni siquiera salía a la calle”, explica Juana -que ha pedido un nombre ficticio para preservar su identidad-. A sus 70 años, esta mujer de Canarias se sometió el pasado enero a una operación de injertos capilares el pasado enero. Daba igual que estuviera mayor, no quería alargar los complejos. “Me sentía muy mal, me daba tristeza. Además, me lo notaban. Yo veía como me miraban y me preguntaban que por qué me pasaba eso”, comenta.
-¿Se habría sometido a esa misma operación de injertos si fuera hombre?
-A ver, estoy muy feliz con el resultado. Es posible que si fuera joven sí que lo hubiera hecho, aunque ahora veo que se rapan y están tan contentos. Lo que sí es que, a mis 70 años, siendo hombre no me lo habría hecho. Los hombres están mucho más tranquilos con su calvicie, como todos los de mi familia, no tienen ese complejo.
Los motivos que conducen a que las mujeres tengan alopecia son diversos. Están los desequilibrios hormonales de la menopausia o posteriores al parto, el uso abusivo de productos para el pelo o un simple factor hereditario. También afecta a ello, y aquí está la causa del aumento gradual de este fenómeno, el estrés, la mala alimentación o la contaminación medioambiental.
Entre 2.000 y 6.000 euros
Por eso cada vez se ven más mujeres que acuden a las clínicas de microinjertos. “Noté que empecé a perder pelo como a los 45 años”, sigue Juana. “Ahí, empecé con los tratamientos, recorriéndome todos los dermatólogos de Canarias pero no funcionaban, siempre me mandaban lo mismo. Entonces, alguien me recomendó lo de los injertos y me pareció muy bien”, añade.
A Juana todavía no se le notan los resultados. Estos pueden llegar a tardar en verse hasta un año y medio después de la operación y ella, como ha comentado, se la hizo en enero de este año. El tiempo de espera es mucho mayor que el de los hombres, que antes de cumplir un año ya pueden ver cómo les ha quedado. “A ver, yo creo que alguno está creciendo y algo me está saliendo. Si no me sale nada, pues ya será culpa de mi cuerpo, me lo advirtieron, estoy mayor. Pero el mero hecho de habérmelo hecho ya me reconforta, casi que me da igual si sale bien o no. Ya estoy muchísimo más tranquila”, dice.
La alopecia que sufre Juana es la llamada androgenética, la más común entre las mujeres. “En estos casos siempre hay que poner un tratamiento médico antes”, explica el doctor David Saceda, dermatólogo y tricólogo del grupo Pedro Jaén. “Puede ser tomar comprimidos o realizar microinyecciones, con eso suele ser suficiente para mantener el cabello”, añade. “Podemos usar también lociones, aunque en el caso de las mujeres es algo más limitado porque es más incómodo, al lavarlo menos y tenerlo más largo que los hombres, les da una estética diferente”, comenta.
-¿Y están aumentando tanto los implantes de pelo entre ellas?
-Desde luego que esa sensación existe. En nuestra clínica, hace cinco o seis años, ellas sólo eran el 10% y ahora son el 30%. Habría que ver si ese crecimiento es proporcional al aumento de la alopecia entre las mujeres o en realidad es que están aumentando las preocupaciones estéticas.
A la hora de hablar del precio, el de las mujeres es algo más caro que en el caso de los hombres. La implantación de 1.000 folículos -de donde nacen dos o tres pelos- puede valer entre 2.000 y 3.500 euros en los casos más baratos y entre 5.000 y 6.000 en los casos de más calidad. En esto, como en casi todo, se recomienda no escatimar. Pero, en cambio, se trata de una intervención estéticamente menos invasiva que en el caso de los hombres.
“Con ellas es una solución estética para una zona determinada. Sus alopecias son más difusas. Los hombres se ve que está centrado en zonas como la coronilla o las entradas, pero en ellas son en localizaciones más concretas”, prosigue Saceda. “A muchas les vemos, por ejemplo, que se produce un ensanchamiento de la raya del pelo. Es muy molesto para ellas porque se tienen que andar tapando con el peinado. Pero lo hacemos de forma selectiva y no hay que raparlo todo”, añade.
Las dos técnicas que más se utilizan para realizar estos implantes son la FUSS y la FUE. La primera consiste en extraer una fina banda de piel con cabello de la zona donante, normalmente la parte de atrás. La FUE, en cambio, consiste en extraer uno a uno el folículo y volver a implantarlo ahí donde haga falta.
La obsesión de la alopecia
María, a sus 34 años, es una de las pacientes que se ha operado en la clínica del doctor Saceda. Lo hizo hace tres años, cuando tenía 31, aunque llevaba perdiendo pelo desde que empezó a estudiar, alrededor de los 21. Estuvo llevando a cabo tratamientos tópicos pero ninguno lo servía, hasta que su dermatólogo se lo recomendó y fue a por ello.
“Yo nunca me hubiera planteado operarme por cuestiones de estética, la verdad, pero el pelo te afecta mucho”, cuenta María, quien también ha pedido ser identificada con otro nombre para preservar su intimidad. No lo saben ni sus amigas más cercanas. “El complejo no llegaba hasta tal punto de impedirme hacer mi actividad habitual pero cuando me miraba al espejo, es en lo único que me fijaba. Nadie me llegó a decir nada nunca pero sí que notaba que me lo miraban. Curiosamente, no eran los hombres los que me miraban, eran las mujeres”, añade.
-¿Cree que la presión social le ha afectado, en parte, por el hecho de ser mujer?
-Tengo clarísimo que si hubiera sido un hombre me habría rapado y punto. A lo mejor dentro de 10 años vemos a todas las influencers rapadas y cambia algo. Pero ahora yo solo las veo con pelazos.
“Un hombre rapado no te llama la atención. En cambio, cuando a una mujer le falta pelo piensas que está enferma”, sigue María. “A mí me ha mejorado la autoestima gracias a ello. Aunque sí que sigue estando más despoblada, ya no tengo esa obsesión”, añade. Pero puntualiza que el estigma es tal que sólo se atrevió a decírselo a una compañera de trabajo. A las demás, nada, ni a sus amigas. Saben que va al dermatólogo para tratarse el pelo pero no que se ha sometido a una operación de injertos. “Ni a las más cercanas se lo he dicho. No es una cosa que sea fácil”, apuntala.
Sin embargo, al contar su caso, María subraya que ella tomó esa decisión porque se lo recomendó su dermatólogo. “Yo creo que hay que ir con pies de plomo. Porque se está convirtiendo en un negocio y hacen la barbaridad esa de irse a Turquía”, dice.
La “trampa” de Turquía
Sobre los viajes a Turquía también advierte el doctor Luis Daniel Medina, del Centro Europeo Médico Estético, asociado al Hospital Fuensanta. “Vemos a muchas que van a Turquía y luego vuelven calvas por detrás”, comenta Medina. “Se va a Turquía porque es como la Meca. Les das el mismo precio y siguen yendo porque se van de vacaciones, en hoteles de cinco estrellas… y es que la mano de obra es más barata ahí y el Gobierno les subvenciona”, añade.
“En Turquía hay sitios en los que lo hacen muy bien, pero hay otros en los que no. Además hay un poco de trampa, te dicen que te van a poner 4.000 pelos cuando te están poniendo 1.000 folículos”, asegura. “Pero lo más importante son los controles previos y que te lo hagan todo bien”, añade.
“No todas las mujeres son candidatas y no se lo puedes hacer a todo el mundo. Hay que hacer estudios previos para ver que la alopecia no está causada por tener ovarios poliquísticos o por las tiroides”, comenta. “Aunque parece una cirugía menor, nada en medicina es menor”, añade.
La técnica que utiliza el doctor Medina es la FUE. Consiste en hacer una “ventana” en la parte de atrás, por encima de la nuca, rasurar mínimamente, extraer los folículos e injertarlos en la zona que hace falta. “No se nota nada porque, al quitar de atrás, cae el pelo”, cuenta. “A los 10 o 15 días ya se han caído las costras que puede haber y listo. Aunque hay que ser consciente de que en los primeros meses no se va a notar. Puedes ver algo como al cuarto mes pero el resultado final va a tardar hasta más de un año”, añade.
El agravante de ser mujer
El pasado mes de mayo, EL ESPAÑOL realizó un reportaje sobre los implantes capilares en hombres. En él se contaba cómo algunas clínicas de Madrid estaban tirando los precios, a expensas de la calidad, para poder ofrecer los mismos precios que en Estambul. Para la elaboración del texto se pudo contar con el testimonio de varios hombres. No tenían problema para hablar, para poner su nombre, para que sus fotos se publicaran en el artículo. Incluso contaban, entre risas, cómo les había servido para ligar, como, en Tinder, la misma mujer que les rechazó antes de los implantes sí que quería tener citas después de ellos.
Sin embargo, al abordar el fenómeno entre las mujeres, las reacciones han sido distintas. Vergüenza, estigmatización, un cúmulo de sensaciones son las que abordan al género femenino a la hora de hablar de la alopecia. Y todas ellas piden que se oculten sus nombres reales, que no salgan fotografías de ellas, que su círculo no pueda identificar que se han sometido a esos implantes.
“La pérdida de pelo, para las mujeres, tiene implicaciones sociales y psicológicas”, explica el psicólogo Eduardo Torres, del centro Psicólogos Pozuelo. “Sólo hay que mirar a los Beatles o a los judíos ortodoxos. El pelo tiene un valor de estructura social y para el hombre, llevarlo corto era masculinidad y llevarlo largo era rebeldía. En el caso de la mujer, el pelo representa la feminidad. Perderlo, para ellas, consiste en desarrollar estigmas”, comenta, esgrimiendo las características sociales. “En lo psicológico, el pelo desarrolla un papel muy importante a nivel identitario. Con él te constituyes y, cuando lo pierdes, tienes que afrontar tu identidad de nuevo”, asegura.
Y ahí también entran los hombres. Pero cuando a Torres se le pregunta que por qué a las mujeres les cuesta compartir lo que le pasa más que a los hombres, él apunta a que entre los hombres está más aceptada la calvicie que entre las mujeres. “En ellas provoca el miedo al rechazo. Nosotros, cuando pertenecemos a un grupo o sistema social, tenemos que cumplir con sus normativas. Y esto se sale. Es similar a lo que se ha visto históricamente con la homosexualidad, no se comenta tanto por ese mismo miedo al rechazo”.
-¿Y la proliferación de los implantes cree que se debe a que se está desestigmatizando o que, en cambio, cada vez preocupa más?
-Se junta, por un lado, que ha habido un aumento de la oferta y por otro que estamos viviendo un momento en el que se mandan mensajes muy perversos sobre la mujer. Me da la sensación de que en muchos casos se está capitalizando la salud. No se está promoviendo tanto que se sientan mejor. Todos estamos sometidos a presiones estéticas. El problema no es el implante en sí, quizás ese no es el problema sino simplemente es el escenario donde está teniendo lugar.
-Lo que sí es cierto es que la diversidad está siendo rentable. Por lo menos, con ello, se ve más variedad en la representación de la figura de la mujer.
-Desde luego que es capitalizar. Pero por lo menos con eso sí que se revierten, normalizan y visualizan ciertas tendencias. Hay algo de transgresión detrás de eso. Antes de que Nike sacara maniquíes obesos, ¿quién iba a ser el valiente que lo iba a hacer? Por lo menos se promueven valores de integración. Por eso, aunque los implantes capilares crezcan, creo que la tendencia es que vamos a mejor siempre.