Cuando Naruhito viajó a La Mancha: el emperador de Japón comió gachas a 40 grados entre molinos
El nipón visitó en 2008 varios municipios manchegos, en los que tuvo la oportunidad de acariciar al asno de Sancho Panza
27 octubre, 2019 16:22Noticias relacionadas
Japón vivía este martes una jornada histórica con la entronización de su 126º emperador, Naruhito. Una ceremonia con un estricto protocolo y llena de ritos milenarios, a la que asistieron más de 2.000 invitados de 174 países. La imponente imagen del nuevo emperador ataviado con el voluminoso sokutai naranja (la túnica que lucía en el momento de la entronización y bajo la que vestía otros elaborados kimonos), cetro en mano y tocado con su kanmuri, poco tiene que ver con aquel príncipe heredero que pidió expresamente visitar La Mancha, y lo hizo con sombrero de paja, manga corta y cámara de fotos bajo el brazo.
Como muchos de sus compatriotas, el ya emperador parece ser un enamorado de la tierra de Don Quijote (y según cuentan algunos de los presentes en aquella jornada de 2008, también de su gastronomía). Atendiendo a los últimos datos del INE, el año pasado visitaron nuestro país unos 550.000 japoneses, un 24% más que en 2017. Naruhito lo hizo mucho antes. Ya en 1985, coincidiendo con su estancia como estudiante en Oxford, el entonces heredero de la casa real más antigua del mundo había visitado Toledo.
Volvió en 2008, aprovechando una visita oficial a la Expo de Zaragoza, la Expo del Agua. Y es que, el emperador ha mostrado siempre su preocupación, conocimiento e interés por la cuestión del agua a nivel mundial. No en vano, entre 2007 y 2015 fue presidente de honor de la Junta Asesora de Naciones Unidas sobre Agua y Saneamiento. Por eso no resulta extraño que Naruhito se interesara por conocer más sobre el artifició que Juanelo Turriano diseñó en el siglo XVI para subir agua desde el río Tajo hasta el Alcázar de Toledo, salvando un desnivel de más de 100 metros.
“En Japón resulta que este invento era bastante conocido por las estampas que llevaron allí los Jesuitas”, explica el expresidente castellano-manchego José María Barreda, quien hizo de Cicerone del emperador en aquella jornada. “Resultó ser una persona muy culta, que conocía mucho sobre el tema porque había estado involucrado en cuestiones sobre agua en organismos internacionales, y escuchó verdaderamente atento las explicaciones sobre el artificio y su funcionamiento que le dieron los técnicos; con interés”, recuerda. Un día después contemplaría ya en Zaragoza la maqueta del invento que se había realizado con motivo de la Expo en el pabellón de Castilla-La Mancha.
Jornada maratoniana
Hasta aquí el punto original, porque el resto del día el entonces príncipe cumplió con todos los tópicos que los españoles tenemos del turismo nipón: una maratoniana jornada en la que recorrió cientos de kilómetros para ver los puntos más emblemáticos (Toledo, Consuegra, Campo de Criptana y Alcázar de San Juan), con una eterna sonrisa dibujada en su rostro y aprovechando para disparar fotografías. “Traía su propia cámara y estuvo haciendo varias fotos: la panorámica del Tajo, a los molinos desde fuera y también en el interior…”, recuerda Julio García Ortiz, vecino de Consuegra que cubrió el acto entre los periodistas.
Para meterle en situación, Toledo recibió al heredero con una ola de calor de las que dejan claro cómo son estas tierras. Pleno mes de julio, más de 38 ºC y ni una brizna de aire (y el poco viento que sopló por despiste, quemaba). La situación meteorológica brindó, sin embargo, un detalle impagable que es poder ver a Naruhito luciendo un típico sombrero de paja que la Junta de Comunidades había hecho ex profeso para la visita. Un souvenir en toda regla que 11 años después todavía conservan algunos de los asistentes.
Con el mercurio desbordado, el emperador no tardó en sacar su lado más pulcro. “Se cambió como 4 o 5 veces de camisa, no sé si cuando entraba en el coche o cómo, pero cuando hacíamos una parada ya se había cambiado”, comenta Barreda.
El expresidente castellano-manchego, haciendo gala de su tierra, le fue explicando distintas curiosidades y anécdotas de los puntos en los que recalaron. La primera parada fue Consuegra. Allí visitaron el molino Rucio, donde el emperador mostró su curiosidad por el mecanismo e incluso echó un puñado de grano a la molienda. A la salida, el mismísimo Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza le esperaban. No dudó en hacerse una foto con ellos y acariciar al asno que les acompañaba.
“Era bastante simpático, sonriente y realmente mostraba interés cuando le ibas explicando. […] En el Cerro Calderico (monte en el que se sitúan los molinos de viento de Consuegra, Toledo) le conté aquella anécdota de cuando Jean Cocteau desde ese mismo lugar, al divisar el inmenso espacio que se abría ante sus ojos, dijo: ‘¡Por fin he visto el planeta!’. A él le gustó bastante, lo celebró”, explica el político manchego. La misma imagen cercana percibió Nani Ramírez, periodista entonces de un medio local. “En ningún momento hablamos con él o se acercó a nosotros, pero se mostró amable, sonriente… Nos miraba y nos sonreía todo el rato”, recuerda.
Demasiada cercanía
Quizás esa actitud relajada fue la que jugó una mala pasada con el protocolo al entonces alcalde de Consuegra. Tras la visita a los molinos, Naruhito posó con todas las autoridades presentes en una foto oficial, y el primer edil consaburense “le trató con cercanía, e incluso se podría decir que demasiada, porque le dio una palmadita en la espalda. Ya se sabe el tratamiento que exige el protocolo para un monarca y más en el caso de la cultura oriental…”, recuerda divertido Barreda rememorando algunas anécdotas de aquel día.
Una circunstancia que contrasta con el respeto y solemnidad con la que le saludó horas más tarde el pintor japonés Takuma -quien desde hace cuatro décadas pasa todos los veranos en Campo de Criptana- y a quien invitaron a acercarse gracias a la intercesión del periodista Miguel Ángel Mellado, director de Información de EL ESPAÑOL, nacido en Campo de Criptana.“Le saludó de forma muy protocolaria, inclinándose ante él a una distancia de casi 6 metros”, explica José María Barreda. No hay que olvidar que el imperial turista era ni más ni menos que el futuro soberano de Japón. La comitiva daba fe de su jerarquía y cuantos veían pasar a semejante reata de coches oficiales, fuerzas de seguridad y autobuses repletos de periodistas (uno con medios españoles y un segundo autocar con periodistas nipones), sabían a las claras que se trataba de “un pez gordo”.
“Toda la visita estaba milimétricamente preparada. Había que ajustarse a una rigidez de horarios e itinerarios propios de disciplina castrense, ya que por motivos de seguridad todo estaba estudiado y planificado por el servicio de la Embajada de Japón desde hacía semanas. Había Guardia Civil, Policía Nacional, Local y voluntarios de Protección Civil por todo el recorrido”, narra García Ortiz.
40 grados a la sombra
Siguiente parada, Alcázar de San Juan. Era tiempo de otra de las enseñas de La Mancha: el vino. Durante la visita de la comitiva a unas bodegas locales no faltó el vino, el jamón y el queso con los que ir abriendo boca para el almuerzo. El emperador pidió expresamente que fuera comida de la tierra, así que con “40 grados a la sombra” los comensales disfrutaron de una selección de platos típicos en los que no faltó el pisto manchego, berenjenas de Almagro y gachas, todo al parecer muy del gusto del soberano. “Como se suele decir en mi tierra, diría que comió bastante bien para lo poco que abulta”, bromea el expresidente regional, quien compartió con él mesa y mantel.
El príncipe resultó ser un excelente conversador, demostrando muchos conocimientos sobre Castilla-La Mancha. Aunque estuvo acompañado de traductor durante casi toda la visita, Naruhito utilizó el inglés para expresarse (idioma que domina a la perfección) y dio muestras de tener ciertos conocimientos del castellano. “Entendía un poco, ni mucho menos fluido, pero sí entendía algo y se notaba que había tomado lecciones”, recuerda José María Barreda. El responsable de sus conocimientos en el idioma de Cervantes es Florentino Rodao, quien dio clase al monarca en 1992, meses antes de viajar a nuestro país con motivo de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Tras la comida, una muestra de folclore de la tierra que observó atentamente. Incluso se interesó y tuvo la posibilidad de ponerse una castañuela que amablemente le enseñó a colocarse una joven del grupo de coros y danzas que hizo los honores. Nada que ver con los instrumentos de cuerda con los que está familiarizado, ya que el emperador toca el violín y la viola.
Naciente y Poniente
La tournée se cerró visitando los molinos de Campo de Criptana, de los que quedó subyugado por su monumentalidad, inspiradores de la batalla desigual citada en el capítulo VIII de Don Quijote de la Mancha. Los tonos rojizos inundaron el horizonte con una espléndida puesta de sol que le sirvió a Barreda para hacer un juego de palabras con “el Sol Poniente” y “el Imperio del Sol naciente”, una ocurrencia divirtió al príncipe Naruhito.
Y como si un final de película se tratara, con el sol cayendo desde el Cerro de La Paz terminó el idilio del hoy emperador con La Mancha. Días después él mismo envió a través de la embajada de Japón una nota manuscrita en la que agradecía las atenciones y amabilidad recibidas durante la jornada turística. Su visita sirvió para arrastrar a sus conciudadanos a determinados lugares manchegos que habitualmente no están en el foco del mapa, pero que el emperador con su estancia se encargó de escribir con letras doradas.