- ¡Ahhhhh! ¡Me han dado! ¡Me han dado!”.
Un grito de dolor se eleva por encima de todos los disparos del campo de tiro militar en Agost (Alicante). Son las 6 de la tarde del 25 de marzo y un hombre cae al suelo. “Me han dado”. Es la alerta desesperada del caballero legionario Alejandro Jiménez Cruz al ser alcanzado por una bala en el pecho mientras hace maniobras. “Me han dado”, dice, antes de desplomarse. Tal vez fueron sus últimas palabras. Su quejido sordo retumba, sobre el polvo, durante el entrenamiento con fuego real que ese día acabó con su vida. Tenía solo 22 años y llevaba 5 meses en la Legión.
Sucedió durante un ejercicio de tiro del III tercio D. Juan de Austria de la Legión. Un trágico accidente, decían: una bala, procedente quizás del otro pelotón que estaba haciendo el mismo ejercicio unos metros más allá. Mala suerte. Un proyectil perdido que habría rebotado en una piedra para colarse por la axila del chico, el único lugar que el chaleco antifragmentos no protegía. Un cúmulo de desgracias sin más explicación posible. Nada que investigar. No hay nada más que ver por aquí, circulen. Esa fue, al menos, la versión oficial. La que sostuvieron los legionarios testigos, los oficiales, los altos mandos y hasta la ministra de Defensa Margarita Robles. Una gran mentira.
Ahora, EL ESPAÑOL ha tenido acceso al sumario del caso. Más de 1.500 páginas en las que los investigadores de la Guardia Civil desmontan, punto por punto, el gran engaño que aquellos militares pretendieron consolidar. Ni fue una bala rebotada, ni le entró por la axila, ni procedía de otro pelotón. A Alejandro Jiménez Cruz, el “legionario Cruz”, lo mató una bala que le entró por el pecho, nunca por la axila. Tampoco hubo rebote en ninguna piedra: el disparo vino directo, según confirmaron en balística. Y lo que es más grave: el proyectil no procedía de ningún otro batallón: la Guardia Civil ha concluido que a Alejandro lo mató su propio sargento, S.A.G.P, que se encontraba solamente unos metros detrás de él.
“Donde reina la alegría”
“La 6ª compañía, donde reina la alegría”, es el lema de la 6º compañía del III Tercio D. Juan de Austria de la Legión. Sus hombres se habían desplazado desde Viator (Almería) hasta Agost (Alicante) para llevar a cabo un ejercicio de tiro con fuego real. Una práctica habitual para los soldados. De hecho, el presunto homicida declaró que él había llevado a cabo miles de veces desde que formaba parte de la legión.
La primera irregularidad se encuentra en la indumentaria. A los participantes del ejercicio se les dotó de un chaleco protegido por placas metálicas… con la particularidad de que las placas se las habían dejado guardadas en un cajón. Siempre se hacía así, reconocieron después soldados y mandos. A pesar de los riesgos implícitos de una operación de tal riesgo, las placas reposaban en un armario y solamente se utilizaban cuando los soldados hacían guardia.
Sobre las 4 de la tarde, los militares fueron divididos en dos pelotones de 7 personas cada uno y debidamente separados. Ambos grupos realizarían el ejercicio de forma simultánea, alejados entre sí para evitar que una bala de fuego amigo acabase provocando una tragedia. De este modo, los hombres fueron dispersados en dos grupos a lo largo de una llanura que acababa en un merlón; esto es, una especie de montículo de tierra. Una cresta. Una pequeña elevación en la que se ubicaron los blancos a atacar a tiros.
Cada legionario disponía de su propio fusil de asalto y obedecía las órdenes de su sargento que, desde una posición más retrasada, daba la orden de abrir fuego, de cesarlo, de cambiar de objetivo o de finalizar el ejercicio, clavar rodilla en tierra y descargar el arma. Así estaba Alejandro Jiménez Cruz cuando lo mataron: desarmado y con una rodilla en tierra.
Rodilla en tierra
El pelotón obedecía las órdenes del sargento S.A.G.P, que era el que ordenaba disparar. Pero cuando parecía que había concluido la práctica de tiro, el sargento S.A.G.P se inventó un enemigo de última hora. Uno que no estaba previsto en el plan inicial. Otro objetivo al que disparar que hizo que la alineación inicial de los soldados en forma de W se modificase. En esa W, Alejandro ocupaba uno de los vértices superiores, el flanco izquierdo. En el derecho se encontraba F.J.P., el mejor amigo de Alejandro en la Legión. Su compañero de piso y de vivencias desde que ambos ingresaron en el tercio. El militar al que le han destrozado la vida algunos de sus propios compañeros a posteriori.
Todo sucedió muy rápido. Después de improvisar este último objetivo a disparar, los soldados recibieron órdenes de su sargento de clavar rodilla a tierra y descargar el arma. El ejercicio, parecía, había concluido, mientras en el otro pelotón seguían disparando a sus dianas. Fue entonces, cuando parecía que la situación ya no comportaba ningún tipo de riesgo, cuando se escuchó el estremecedor aullido de Alejandro.
El sargento S.A.G.P es un almeriense (pero nacido en Bilbao) de 32 años que estaba al cargo de la coordinación del ejercicio. Él fue, según los testigos presenciales, el primero en ir a socorrer a Alejandro. A pesar de que se encontraba en una posición más retrasada y que debería haber sido el que más problemas tuviese para identificar lo que había sucedido, salió como una exhalación a ayudar al soldado herido. Mientras gritaba “¡Alto el fuego!” y el teniente advertía por radio de que había habido un accidente al grito de “Real, real, real”, Alejandro perdía la conciencia. Tanto el sargento como otro legionario con conocimientos sanitarios fueron los primeros en aplicarle los primeros auxilios. Ellos, por tanto, taponaron la herida con sus propias manos. Ellos, por tanto, vieron que el chico había recibido el tiro en el pecho y no en la axila.
Cinco minutos tardó en llegar la ambulancia, según los testigos. Pero la gravedad de la herida motivó que el soldado fuese trasladado a un helicóptero sanitario, que lo llevó hasta el hospital. No se pudo hacer nada por su vida. No serían ni las ocho de la tarde cuando se certificó la defunción del legionario Cruz.
Miente el capitán
Si el caso empezó con irregularidades, siguió con mentiras. Al frente de la compañía estaba A.C.R., un joven capitán tinerfeño, de 32 años, que en el momento del accidente no se encontraba con el resto de los militares presente durante en el ejercicio. Estaba en otra base, recogiendo munición. Uno de los tenientes que vio caer a Alejandro fue el que le comunicó por walkie que se había producido un accidente. Acudió raudo el capitán al lugar de los hechos. No era obligatorio que el capitán estuviese presente durante el ejercicio, pero él sostuvo, desde el primer momento, que sí que se encontraba allí cuando Alejandro recibió el tiro. Mintió desde el primer momento.
Lo sostuvo en su testimonio ante la Guardia Civil de Novelda (Alicante) cuyos agentes se desplazaron hasta el lugar de los hechos para iniciar una investigación). En todo momento, el capitán A.C.R. se mostró esquivo y poco colaborador con los investigadores. Su rango militar, superior al de los agentes que le interrogaban, hizo que les contestase con impertinencias. Y en su cabeza (y en sus declaraciones), una única teoría: la bala había llegado rebotada por el disparo de algún soldado del otro pelotón: “No hace falta ser un lince para saberlo”, les contestaba con altivez, al tiempo que apremiaba para que el cuerpo de Alejandro fuese “incinerado para poder recibir un funeral”. Los agentes le dijeron que eso no iba a suceder mientras hubiese una investigación en curso. El capitán se ponía nervioso por momentos y repetía que lo que había pasado estaba claro. Que fue un rebote y que él había visto eso miles de veces. Parecía misteriosamente interesado en que el cadáver del legionario fuese quemado cuanto antes.
Pero, dentro de la tragedia para Alejandro y su familia, una circunstancia permitió que la investigación siguiese adelante. En condiciones normales, una bala de este calibre hubiese atravesado el cuerpo del legionario. Sin embargo, el proyectil quedó alojado dentro de su cuerpo. Eso iba a permitir que se identificase la bala que lo había matado. Cada arma es una huella dactilar. El iris de un ojo. No hay dos iguales. Un estudio pormenorizado de balística acabaría determinando quién fue el militar que disparó.
“Me va a caer un puro”
Con la investigación en marcha, el capitán convocó el día 27 a los militares que habían estado presentes durante el suceso, para afinar las declaraciones. Les hizo formar un corro. Silencio sepulcral. Mientras, él, en el centro, les ordenó mentir:
- “A mí me va a caer un puro muy grande. Yo sé que dentro de tres meses me voy a ir de la compañía. Me mandarán a alguna oficina. Vosotros no sois culpables de esto. Ha sido un accidente y no voy a permitir que nadie os inculpe y os destroce la vida. Decid absolutamente la verdad. Pero no le digáis a la Guardia Civil que consolidásteis a vuestro pelotón arriba. Decid que estábais unos cuatro o cinco metros más abajo”.
Durante esa conversación, a los militares ya los estaban llamando los agentes de la Benemérita para interrogarles. Precisamente durante el speech del capitán A.C.R., sonó un teléfono. Era el del legionario F.J.P., el mejor amigo de Alejandro, que no veía nada claras las directrices que les estaba dando su capitán. Él sabía lo que había pasado y dónde. Estaba dispuesto a decir toda la verdad. Estaba dispuesto a atender a esos guardia civiles que le estaban reclamando por teléfono. Por eso interrumpió el discurso de su capitán. Le mostró el teléfono para que viese que en ese preciso instante le estaban llamando los investigadores. Eso empezó a condenarle. Uno de sus compañeros le afeó la conducta, le requisó el teléfono y le recriminó:
- “¡Pero qué haces! Pareces gilipollas. Eso ahora no importa, que te está hablando tu capitán”.
Dicho esto, el legionario le quitó a F.J.P el móvil de las manos y lo lanzó fuera de su alcance. A los pocos segundos, fue el propio capitán el que recibió la llamada de un teniente de la Guardia Civil. Fue entonces cuando, con sorna, se dirigió a F.J.P y le dijo, en tono de burla:
-“¡Uy! Me está llamando el teniente de la Guardia Civil. ¡Qué miedo! ¿Qué hago, F.J.P? ¿Lo cojo o no?”. Dicho esto, lanzó su propio teléfono al suelo, demostrando que ahí mandaba él.
En los días posteriores, el juez togado de Almería, que fue el encargado de la instrucción del caso, decidió que había indicios más que suficientes como para paralizar la incineración del legionario Jiménez Cruz, muy a pesar de lo que pretendía el capitán A.C.R. El padre del legionario fallecido, antiguo militar, había conseguido su primera victoria: la justicia iba a investigar qué le había sucedido en realidad a su hijo.
El legionario honesto
Los legionarios presentes en el suceso prestaron su primer declaración, teniendo entre ellos numerosas discrepancias. Tras las consignas del capitán, prácticamente todos los testimonios empezaron a concordar. Todos declararon con frases cortas, breves, concisas. Todos negaron que el capitán le hubiese hablado a F.J.P en tono de burla, y sí con ánimo de relajar el ambiente y tranquilizarlo. Pocos recordaban que el capitán les hubiese mandado mentir respecto a su posición. Todos creían en la teoría del rebote de la bala. Todos… menos F.J.P., que fue con la verdad por delante hasta las últimas consecuencias.
La honestidad de F.J.P. fue su condena. Algunos compañeros, conscientes de que estaba contraviniendo las órdenes del capitán, comenzaron a acosarle. No fue solamente hacerle el vacío, que también: le retiraron la palabra, le llamaron maricón y traidor, le eliminaron de todos los grupos de Whatsapp, le abrieron la taquilla y le intentaron introducir munición, a sabiendas de que alojar este tipo de material comporta una falta muy grave.
Los testimonios ante los agentes de la Guardia Civil dieron paso a las declaraciones en sede judicial. Allí, el propio capitán A.C.R. reconoció haberse saltado el precinto que habían colocado la Guardia Civil en el campo de tiro en el que murió Alejandro. Él mismo aseguró haber entrado para limpiar el terreno. Algo que, tal y como había sucedido con su primera indicación de mentir sobre la posición, podría tener como objetivo despistar y entorpecer la investigación.
No hubo sanciones cautelares. Tanto el sargento S.A.G.P como el capitán A.C.R. se mantuvieron en sus puestos. Los dos únicos que se vieron fuera del tercio fueron F.J.P, que acabó solicitando una baja por depresión dado el acoso al que estaba siendo sometido, y Alejandro, al que habían matado.
Miente el sargento
El secreto sumarial se levantó parcialmente en junio, y de forma total al mes siguiente. Fue entonces cuando la familia de Alejandro pudo conocer la verdad. Los análisis de balística de la Guardia Civil no dejaban lugar a dudas: la bala que mató al legionario había salido del fusil del sargento S.A.G.P. Un militar que, durante las primeras declaraciones, sostuvo en todo momento que él no había disparado. De hecho, no tenía por qué hacerlo. Él se encargaba de coordinar el ejercicio. De decidir cuándo y dónde se disparaba, como avanzaba el pelotón y cuando concluía el entrenamiento. Sin embargo, balística no miente: fue una bala de su fusil la que se alojó en en el interior del cuerpo del legionario Cruz.
Del mismo modo, quedó puesto de manifiesto que las circunstancia de su disparo fueron realmente turbias e inexplicables: Alejandro recibió el tiro cuando la práctica supuestamente había terminado. Estaban todos los participantes rodilla en tierra y descargando su munición. Ya solamente quedaba el otro pelotón, separado por el montículo, pegando tiros. El sargento, además, tuvo que girar casi 90 grados desde la posición en la que se encontraba para poder alcanzar a Alejandro con su disparo. Un movimiento anti natural, al que todavía no le han encontrado explicación. Esencialmente porque el sargento ha decidido no colaborar. Del mismo modo, fue el propio sargento el primero que se percató de que su legionario había sido herido, el primero en gritar “Alto el fuego” y el primero en salir corriendo hacia el legionario moribundo.
“Que yo no fui”
A pesar de las pormenorizadas investigaciones de balística, el sargento S.A.G.P. siguió (y sigue) manteniendo que él no fue el autor del disparo. De hecho, en declaraciones en sede judicial, utilizó hasta en seis ocasiones la expresión “Que yo no fui” ante las preguntas del magistrado.
- ¿Cómo disparó a Alejandro?
- Que yo no fui.
- ¿Dónde estaba usted cuando le disparó?
- Que yo no fui.
- Cuando usted le disparó, ¿el resto de compañeros hacían fuego?
- Que yo no fui.
- ¿Por qué lo hizo?
- Que yo no fui.
- ¿Le refirió a algún mando que había sido usted el autor del disparo?
- Que yo no fui
- ¿Por qué no se lo dijo?
- Que yo no fui.
Disparó el sargento
El sargento ultima su declaración asegurando que no entendía el resultado del examen de balística, porque él no había sido. Que no había disparado a su subordinado Alejandro Jiménez Cruz. Sin embargo, los resultados son concluyentes: el proyectil que mató al legionario mallorquín salió del fusil de su sargento, que se encontraba a unos 15 metros detrás de él.
Tal y como le habían explicado los agentes de la Guardia Civil al padre del legionario muerto desde el principio de la investigación: “En este caso, alguien está mintiendo desde el principio”. Los esfuerzos del capitán para que incinerasen cuanto antes el cadáver del legionario Cruz se toparon con un magistrado que no vio claras las explicaciones de los legionarios, y con un cuerpo de la Guardia Civil que no cedió ante las presiones de los militares.
La investigación salió adelante y el sumario ya no es secreto. La bala salió del fusil del sargento S.A.G.P, el capitán A.C.R. mintió y contaminó el escenario de la muerte. Y el único legionario que fue adelante con la verdad, F.J.P., sigue de baja médica por depresión, tras haber sufrido el acoso de todos los que antes fueron sus compañeros. Un turbio caso que sacude las estructuras del ejército, pero que será juzgado el próximo año para esclarecer quién mató a Alejandro Jiménez Cruz mientras estaba desarmado y rodilla en tierra.