-¿Cómo es tu chico ideal? No te cortes. Tú pide lo que quieras. Quién sabe, quizás tengas suerte.
Sentía que el genio de la lámpara me estaba hablando desde el otro lado del teléfono. La frase “pide lo que quieras” retumbaba en mi cabeza.
-Moreno, alto, con barba, bronceado, hiperactivo, aventurero, viajero, ambicioso, preocupado por el medio ambiente, abierto de mente...
Vamos, el chico perfecto. Las probabilidades de que ese hombre existiera eran prácticamente nulas, pero por una vez le eché cara y me dejé llevar, porque… ¿y si... sí? Una semana después recibí una llamada:
- Le hemos encontrado. ¡Enhorabuena! Te esperamos en el estudio donde grabamos First Dates.
Y llegó el día. Allí estaba yo. Recién maquillada, peinada y con un micrófono en el escote que iba a grabar cada una de las palabras que saliesen de mi boca. El contrato ya estaba firmado. Los derechos de imagen ya no me pertenecían. La prueba estaba en mi cartera en forma de billetes. En concreto, tenía guardados 90 euros.
Empujé el portón y me adentré en una sala que parecía sacada del imaginario mundo de George Orwell. Incontables cámaras de vídeo apuntaban hacia mí. Todos y cada uno de mis movimientos eran grabados.
Mis ojos estaban fijos en él, o mas bien en su espalda. Mi cita estaba frente a la barra del bar saboreando un mojito. Alto, camisa blanca y pantalones chinos azules. Más tarde supe que se trataba de Carlos, de 29 años y natural de Teruel. Un joven muy tradicional, tranquilo, casero, taurino hasta la médula y con demasiadas ganas de casarse. Cogí aire, saqué pecho y sonreí. Y así fue como una reportera de EL ESPAÑOL se infiltró en First Dates para ver cómo funciona un reality que el pasado 2018 facturó más de 26 millones de euros y, quizás, salir del programa bien acompañada.
Velada matutina
El primer paso para salir en First Dates es rellenar un formulario infinito en la web en el que te hacen todo tipo de preguntas. Desde “Cuéntanos algo sobre ti que no sepa nadie” hasta “Define tu look” , que puede ser desde andrógino hasta cani. Después, adjuntar un vídeo y cinco fotos tuyas. Dos días después de rellenar el formulario me llama una redactora del casting de First Dates para convencerme para salir en el programa.
-¿Y qué hay de mi reputación?
-Tranquila, la gente se olvida de quién eres. Lo importante: no digas nada que no quieras decir.
Cuando das absolutamente toda tu información personal al equipo de First Dates te imaginas que tendrás muchas cosas en común con tu cita. Durante la búsqueda de mi hombre, la redactora me hizo una entrevista de media hora por teléfono.
Insistió mucho en saber más sobre mi interés por viajar, si me gustaban o no los latinos, mi elección de ser vegetariana y mi opinión sobre la tauromaquia. Cuando, días más tarde, me llamó diciéndome que habían encontrado a mi media naranja supuse que cumpliría alguno de estos requisitos.
Aquel martes estaba citada en Atocha a las 9 de la mañana. Lo que pensaba que iba a ser una romántica velada era en realidad un desayuno. En efecto, gran parte de las citas de First Dates ocurren por la mañana.
Diazepam para los nervios
Otras tres chicas habían sido citadas a las 9 en la estación de Atocha. Todas coincidieron en que no habían tenido una buena experiencia amorosa y que iban a First Dates a encontrar su media naranja. Ninguna había pegado ojo.
Jessi, una treintañera de Valencia, se acababa de tomar un diazepam porque tenía los nervios a flor de piel. Esta valenciana era cajera en un supermercado y amante de las concentraciones de coches. “Tengo miedo de que el chico después me haga daño”, añadió la valenciana en una conversación durante el trayecto a los estudios de Warner Bros, donde se graba el programa y que está ubicado en el municipio madrileño de San Sebastián de los Reyes. También confesó que uno de los requisitos que tenía que cumplir su cita era que le pagase la cena.
Paula, natural de República Dominicana, estaba convencida de que su cita iba a ser un joven negro con un hijo y María José, madrileña de unos 40 años, había decidido venir al programa en secreto. “Soy evangélica y pretendo encontrar en First Dates un hombre que quiera llegar virgen al matrimonio”, confesó la mujer.
Fue poner un pie en los estudios del reality show y ya todo eran prisas. “Lucía, tú eres una de las primeras. Sales en una hora”, me dijo una trabajadora del área de producción y me explicó que cada día vienen más de 10 parejas a cenar. Algunas personas se lo piensan dos veces y deciden no aparecer.
Teníamos un cuarto reservado para nosotras. Allí nos cambiamos, firmamos los contratos y nos maquillaron. No podíamos movernos con total libertad por el edificio porque en otras de las habitaciones estaban nuestras citas.
“Aquí tenéis vuestros 90 euros por salir en el programa. La cena son 15 euros y la tendréis que pagar con vuestro dinero, pero después se os devolverá”, explicó una de las trabajadoras. “Pero si queréis invitar a vuestra pareja lo haréis de verdad”, añadió.
La elección del vestuario no era totalmente nuestra. Los días previos a la cita nos pidieron que llevásemos dos conjuntos de ropa y luego ellos nos dirían cuál sería el ideal para salir en pantalla. La religiosa María José iba embutida en un vestido con estampado de leopardo cuando de repente se le rompió la cremallera. Por suerte, la madrileña tenía otro conjunto. “No me veo bien. Ahora estoy mucho más nerviosa”, dijo.
15 minutos antes de mi cita llegó un joven de gafas y se presentó diciendo que era mi guionista. Su misión era recordarme los puntos que él consideraba más fuertes de mi personalidad. “Intenta que la cita no sea aburrida. Cuenta cosas divertidas y recuerda que eres vegetariana, hiperactiva, que no te gustan mucho los toros, aventurera y muy abierta ¿vale?”, dijo el joven mientras repasaba el guion que tenía preparado.
Antes de conocer a mi cita, mi guionista, al igual que los de mis compañeras, tenía una idea premeditada de cómo iba a transcurrir la cita por la personalidad de los concursantes. Una vez terminase el encuentro los encargados de la posproducción del programa editarían los vídeos siguiendo un preguion para que así el episodio emitido fuese aún más entretenido.
Presa en la cárcel de Panamá
Cerca de las 12 de la mañana entré en el plató de First Dates. Después de que el presentador Carlos Sobera me diese la bienvenida al restaurante conocí a quien se suponía iba a ser mi media naranja.
Los dos estábamos muy nerviosos y lo único que hacíamos era hacer preguntas básicas y beber mojitos a toda velocidad. Lo mismo hice con las cuatro copas de vino que me pedí durante la “cena”.
En la mesa contigua estaba Paula, la joven de República Dominicana. Probablemente estaba un poco desilusionada porque sentado frente a ella no había ningún hombre negro. A medida que la cita fue transcurriendo me daba cuenta de que teníamos pocas cosas en común y empecé a sentirme como la dominicana.
Carlos -o como le acabé apodando, Charlie- y yo hablamos sobre sexo, porno, matrimonio, tauromaquia y un sinfín de temas más. Pronto entendí que las intenciones de mi guionista eran crear algo de conflicto. Con tal de no salirme del supuesto guion, comencé a hacer preguntas un tanto extrañas:
-¿Por mi serías vegano una vez a la semana, Carlos?
-Sin ningún problema.
Cuando el aragonés dijo que “quería encontrar a alguien ya” y que no le importaría casarse conmigo, entendí que él y el conflicto no se llevaban muy bien. Era educado, simpático y muy dulce, pero seguí intentando que la cita fuese divertida creando de mí misma un personaje algo desequilibrado:
-¿Qué es lo más arriesgado que has hecho en tu vida?
-Cuando era pequeño y me iba a casa de alguna novia y me tenía que ir corriendo porque venían sus padres. Más allá de eso de momento no he hecho nada. ¿Y tú?
-Estuve en la cárcel de Panamá cuatro meses por tráfico de drogas.
La cena tenía que durar una hora como máximo, y las camareras gemelas fueron las encargadas de decirnos que había que pagar. Charlie insistió en invitarme, pero yo me negué.
Tras terminar la cena, mi cita y yo tuvimos que ir corriendo a una sala donde nuestro guionista nos hizo 30 preguntas sobre el transcurso de la cena de forma individual y que teníamos que responder mirando a cámara.
El requisito importante era reformular la pregunta para que así pareciese que estaba respondiendo de forma natural. Sabía las intenciones de mi guionista, por lo que le di las respuestas que quería:
-Si te dijesen que Carlos es virgen, ¿te lo creerías?
-Me ha parecido un poco recatado. Si me dicen que es virgen me lo creo.
La decisión final
La cita estaba llegando a su fin. Estaba sentada a cinco centímetros de él y los nervios se notaban en la habitación. Ambos teníamos que decidir si queríamos tener una segunda cita o no. El guionista conocía al 100% nuestra respuesta y él decidió quién respondería primero.
-Carlos, ¿a ti te gustaría tener una segunda cita con Lucía?
-A mi me gustaría tener una segunda cita con Lucía. Es una chica que se amolda a mis gustos.
Había sentido algo de afinidad con el guionista y me sentí bastante traicionada. Aún tenía un minuto para decidir, y pensé en darle la respuesta que no se imaginaba para así evitar el mal trago al pobre Charlie.
-Y a ti, Lucía, ¿una segunda cita con Carlos?
-Es que yo no he visto feeling de primeras… así que creo que no.
Al final decidí ser sincera y dejar a un lado el espectáculo. Casi no pude ni mirarle a los ojos. Intenté ser delicada con mi respuesta, pero mi negativa fue bastante evidente. Nos dimos dos besos frente a la cámara y se fue por la puerta, casi sin despedirse. Nos habíamos caído bien, pero el reality show nos había dejado un regustillo amargo. Al final, los dos nos habíamos convertido en dos marionetas de First Dates.