Joselito tiene su voto preparado desde hace días. Guarda los sobres con las papeletas en una cajonera de la cómoda sobre la que está el televisor, de los cada vez más escasos de tubo y culo. El miércoles, cuatro días antes de que se abran los colegios electorales, Joselito recorrió la distancia el suyo y su piso para conocer el camino, calcular el tiempo que tardaría y hablar con alguien que pudiera explicarle cómo acceder al recinto el 10N. Es cierto que Joselito es desconfiado, fruto de toda una vida en viviendo en la calle, y le gusta anticiparse a los posibles problemas, pero hay algo que lo tiene emocionado de cara a este domingo electoral: votará por primera vez a sus 43 años. Y no por decisión propia.
“¿Cómo iba a votar, si no tenía el DNI?”, razona Joselito, un cordobés nacido en San Fernando (Cádiz) que ha obtenido su primer documento nacional de identidad a los 43 años. “Expedido el 27 de marzo de 2019”, lee. Antes de esa fecha no existía para la Administración. Ni en el Registro Civil ni en ninguna partida bautismal. Nada.
Para explicarlo, Joselito se remonta a su niñez. A una chabola en la que se crió con su abuela María a los pies del puente Zuazo, que une su San Fernando natal con Puerto Real. De un lado, la venta de Vargas, cuna de Camarón de la Isla; del otro, un asentamiento de infraviviendas en el que Joselito nació.
En su recién estrenado DNI se lee: “Hijo de José Antonio y Balbina”. Aunque a ninguno conoció. Su madre murió “de un ataque de epilepsia”; su padre, “de un tiro por la espalda”. “Yo no lo supe hasta que fui mayor, porque ¿quién iba a decirle eso a un niño? Cuando me enteré lloré mucho y quise olvidarlo pronto”, recuerda Joselito, un hombre enjuto, de baja estatura, la cara horadada por las arrugas, moreno y con la voz aflautada.
Joselito realmente no se llama Joselito. Su verdadero nombre es Luis Jiménez Gabarre, aunque pocos lo llaman así. Debe su apodo al niño cantante, el de la voz de oro, el pequeño ruiseñor, con el que guarda un extraordinario parecido. Al Joselito adulto, no al niño. “Un día empezaron a llamarme así, y se me quedó”.
—¿Y cree que se parece a Joselito?
—No, él canta y yo no.
La imagen que Luis recuerda del verdadero Joselito es la del niño cantando en blanco y negro. Veía sus películas en los televisores de los bares en los que le dejaban estar. Por no haber, en la chabola de su abuela María no había ni luz eléctrica. Ella tampoco tuvo DNI. Allí estuvo hasta que ella falleció. Él tenía 14 años y se vio solo en el mundo. “Aguanté un año más viviendo solo en la chabola, pero no me gustó el ambiente —narra con la mirada baja Luis—; yo era un niño y los vecinos se pusieron muy revoltosos, tenía mucho miedo y decidí irme para alejarme de la mala vida”.
De la chabola a dormir en la calle con 14 años
Pidiendo en los alrededores de la estación de San Fernando consiguió reunir unas monedillas con las que pudo pagarse un billete a Córdoba. Le pareció que, por lo que veía en la televisión, podría tener fortuna en esa ciudad. Aunque su primera noche en la ciudad califal la durmió al raso. La segunda, en un banco; y así fue sumando cajeros, portales y un largo etcétera de cobijos a los que fue acostumbrándose para refugiarse de la intemperie y la violencia de la calle.
Joselito es un hombre desconfiado, por más que le pese. En la calle ha visto y padecido de todo. Rehuía de la compañía de otros y variaba de ciudad cada vez que algo le contrariaba. Aunque siempre regresaba a Córdoba, una ciudad más amable, según su experiencia. Allí le trataron de prender fuego mientras dormía. Afortunadamente, el perro con el que dormía oyó los pasos de un hombre cargado de gasolina y se le abalanzó, dándole a Luis la posibilidad de huir y llamar a la policía.
Cuenta Luis con orgullo que gracias a esa llamada los agentes pudieron detener a un hombre con numerosos antecedentes. “Me dijeron que le gustaba meterle mano a los niños, cosas de esas de abuso y violaciones”, recuerda. El perro que le salvó la vida, Chimba, murió de viejo; ahora tiene otro, también se llama Chimba, aunque la situación es otra: Joselito ya no vive en la calle.
Desde enero de 2017, Luis es uno de los beneficiarios del programa Hábitat, de Hogar Sí, una fundación que trabaja para acabar con el sinhogarismo. Actualmente hay 21 viviendas en Córdoba destinada a sacar a personas de la calle y Luis fue uno de los primeros que quiso aprovechar esa oportunidad. Cocina, limpia y sociabiliza con los vecinos.
Joselito recibe a los periodistas de EL ESPAÑOL en su hogar, un piso con un amplio salón, cocina, baño, dos dormitorios y todas las comodidades que jamás pensó que podría tener. Junto a la estufa va contando sus peripecias en la calle. Es parco en palabras, aunque quienes lo conocieron en la calle aseguran que ahora es mucho más hábil en las conversaciones. “Antes solo hablaba por interés, para conseguir algo; ahora habla por el placer de hablar”, explica Maite Luque, técnica de intervención de Hábitat, la persona que visita a Luis al menos una vez por semana.
—Joselito, ¿la calle es dura?
—Sí, he vivido toda mi vida y me ha cambiado el carácter. Nací y me crie en la calle. Sé cómo es. Es dura por sí sola.
—¿Alguien le ayudó?
—No, la única persona a la que le tengo cariño es a Maite. Nadie antes de ella me ayudó.
A Maite, y a Hogar Sí, debe Luis la obtención de su DNI, algo nada baladí para su día a día. No solo le brinda la posibilidad de votar, le da acceso a prestaciones sociales o al “privilegio de ir al médico”, apunta Joselito. “No he ido nunca al médico, por no tener que explicar, iba a la farmacia cuando me encontraba mal; ahora sé que puedo ir”.
Una identidad por orden judicial
El lunes, después de estrenarse ante las urnas, iniciará su escolarización, 40 años más tarde. “Necesito aprender a escribir y leer, porque sé que es la única forma para valerme solo”, argumenta. “O para escribir el currículum”, le apunta Maite, presente en la conversación con los periodistas. Porque Luis no trabaja, algo que espera cambiar con la llegada del DNI, un requisito obligado para formalizar un contrato. “Antes recogía chatarra, tú sabes”.
En su periplo de gestiones y papeleo, Luis se ha topado con una Administración incapaz de demostrar que Joselito era Joselito. La única posibilidad: hacer una inscripción fuera de plazo en el registro civil, aunque sin partida de nacimiento ni ningún papel en el que se dejase constancia de su identidad. Meses después de idas y venidas, un juzgado instó a la Policía Científica y a un médico forense determinar que las huellas del interesado no correspondían con las de ningún otro registrado. Por el camino ha habido de todo, desde quien aseguraba haber visto un inexistente DNI a quienes dudaban que Luis fuese quien decía ser.
“He sido el hombre sin identidad, menos mal que he recuperado la vida, aunque sea tarde”, confiesa Luis.
—¿Y tiene ganas de ir a votar?
—Sí, porque es un derecho que tengo. Quiero ir y echar el sobrecito, aunque ojalá me lo echaran a mí, pero con billeticos. [Ríe].
Gracias a sus nuevas amistades, Luis ha podido aprender mínimamente algunos conceptos de la política española antes de depositar su voto en las urnas. Asegura que la política nunca le ha interesado y no se ruboriza al reconocer que no sabe quien es quien entre los políticos.
—¿Sabe quién es Felipe González?
—Sí, un presidente que había antes.
—¿José María Aznar?
—Sí, el del bigote. Luego estaba Zapatero.
—¿Susana Díaz?
— [Silencio y duda]. No, la verdad. No, no sé de política.
Desde 1994, año en el que alcanzó la mayoría de edad, Joselito se ha perdido ocho elecciones generales. Cinco las ganó el Partido Popular y tres el PSOE. Sin contar las elecciones autonómicas, municipales o europeas. O referendos: el de la ratificación de la Constitución Europea, o el de reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía. Y en ninguno de los casos ha seguido con tanto ahínco la campaña electoral como en la actual.
Un voto nulo para quienes nunca se ocuparon de él
Joselito vio de cabo a rabo el debate que mantuvieron los cinco candidatos de los principales partidos políticos que compiten en las elecciones de este domingo. Aunque a ninguno les ponga nombre y apellidos. También tiene abiertos los sobres con la propaganda electoral, aunque no sabe leerla.
—¿Y sabe qué va a votar?
—Sí, en nulo. Me gusta más a la izquierda, porque me fío más de ellos, ayudan más a los ciudadanos, pero me voy a estrenar poniendo una equis en la papeleta porque no estoy de acuerdo con ninguno. Soy sincero. No se han preocupado de mí en 43 años y ¿ahora vienen a pedirme el voto? Que se coman el tarro, que se quiebren ellos la cabeza. Eso sí, yo iré a votar porque es mi derecho y me ha costado mucho trabajo conseguirlo.
Como en las últimas elecciones, Hogar Sí ha analizado el programa presentado por todos los partidos que se presentan para revisar qué presencia tiene el sinhogarismo en la agenda política. Solo tres de ellos, PSOE, Unidas Podemos y Más País hacen una referencia explícita en sus folletos. Del resto, solo en el PP se atisba alguna medida de vivienda que podría afectar a las personas sin hogar. “Poco más”, asegura Maribel Ramos, subdirectora general de Hogar Sí.
“No es un tema que salga en las entrevistas porque afecta a un número reducido de personas”, asegura la portavoz de esta organización que calcula que 31.000 personas viven en la calle en España. En muchos casos, con reconocimiento de su derecho al voto, pero con muchas barreras para ejercerlo.
“Hay que estar empadronado y tener la nacionalidad española —sigue la subdirectora—; el sinhogarismo afecta en un alto porcentaje a personas inmigrantes, por lo que la capacidad de representación es limitada; por otra parte, el empadronamiento supone otra barrera, porque muchos no lo están pese a que es una obligación de la Administración y cada día ponen más ahínco en empadronar a las personas en esta situación”.
Más allá de estas limitaciones, existen otras menos burocráticas. “La política no les motiva especialmente porque supone depositar su confianza en un sistema que les ha fallado, y porque en la propia agenda política no existe su problema”, insiste Ramos, que pide al próximo gobierno que se ocupe del sinhogarismo. “La solución solo pasa por la vivienda, crear más plazas de albergue es solo una respuesta de emergencia”, zanja.
Joselito nunca pudo beneficiarse de los albergues porque le pedían el DNI. Ahora, gracias a Hogar Sí, vive en una casa con su perro Chimba, al que rescató literalmente de la muerte. Él es el único ser vivo en el que confía plenamente. Al futuro le pide un trabajo. No quiere formar una familia. Le prometió a su abuela que viviría solo. “Y solo estaré”, zanja. “Quiero vivir contento y orgulloso”, suspira Luis, el hombre que ha vivido 43 años sin identidad.