Juan Ignacio Hernández se volvió a su tierra a morir. Pucelano de nacimiento, en esa ciudad desarrolló gran parte de su carrera profesional. Fue, entre otras cosas, fiscal de menores en su Valladolid natal. Pero empezó trabajando en Badajoz y después estuvo destinado en lugares tan dispares como Ávila, Toledo, Palencia o Alicante, que fue la provincia en la que trabajó y residió sus últimos días. Fue fiscal de menores, de violencia de género y antidrogas. Corrió por toda España, pero volvió a su tierra a morir.
El cuerpo sin vida de Juan Ignacio Hernández, exfiscal de menores de Valladolid, fue hallado el sábado en torno a las 9:40 de la mañana, flotando en el río Pisuerga. El cadáver había quedado frenado en una boya, lo que hizo que testigos que pasaban en ese momento por un puente próximo lo advirtiesen y llamasen a la policía. Su cuerpo inerte fue rescatado pasadas las 10 de la mañana. Tenía 55 años.
Sus hijos gemelos, Jorge y Santiago, atendieron a EL ESPAÑOL en el Tanatorio El Salvador, a las afueras de la capital vallisoletana, pocas horas antes del sepelio de su padre. Ellos confirmaron que el motivo del fallecimiento había sido un suicidio. “Eso creemos. La verdad es que la forense no nos ha dado más datos. Solamente que el cuerpo no tenía signos de violencia. Estamos seguros de que se quitó la vida”, explicaron a este periódico.
Su padre, Juan Ignacio, vivía solo en la provincia de Alicante. Fue su último destino. En San José y en Benidorm, donde se estuvo ocupando del área de estupefacientes. Hace 5 años que trabajaba en el sur del Levante español. Su familia seguía viviendo en Valladolid. Él se había separado y no tenía pareja estable cuando acontecieron los hechos.
“Sabíamos que se encontraba en un momento emocional muy complicado, que no estaba bien”, reconocen sus hijos, sin entrar en más detalles acerca de sus problemas. Fue por eso, fundamentalmente, por lo que decidió pedir una excedencia en su trabajo y largarse de la provincia de Alicante. Comentó en su entorno que se volvía a su Valladolid natal para estar más cerca de sus hijos. Sin embargo, lo que tenía en mente no era retomar la relación con sus vástagos; era quitarse del medio.
En la quinta sala del Tanatorio El Salvador estuvo entrando gente a darle su último adiós durante toda la mañana del domingo. “Aquí tenía muchos amigos, lo conocía mucha gente, especialmente de la profesión. Tenía muy buena reputación”, explican sus hijos. Ellos nacieron en Ávila, durante la etapa en la que el funcionario hizo allí de fiscal. Tras el nacimiento de los gemelos, pasó a trabajar en Palencia y luego a Valladolid. Allí desarrolló gran parte de su carrera y allí participó en el proceso más famoso de cuantos tuvo: el juicio celebrado en 2011 por la muerte de un niño de 2 años en una piscina de titularidad del Ayuntamiento de Valladolid, tres años antes. Allí acusó a las tres monitoras por no haber adoptado las medidas de seguridad suficientes para realizar dicha actividad, según informó El Norte de Castilla.
Ese mismo año fue elegido presidente de una cofradía local. Cristiano devoto, la Semana Santa de Valladolid está reconocida como fiesta de interés internacional y él no se la solía perder. Así, en 2011 alcanzó la presidencia de la Cofradía del Discípulo Amado y Jesús de Medinaceli, que es conocida como la Hermandad de los Periodistas.
En 2012 fue adscrito a la Fiscalía de Menores, siendo uno de los primeros fiscales en advertir de las nuevas formas de ciberacoso contra los niños. Esa faceta le llevó a participar en debates, mesas y reuniones para explicar a los profesores y padres de alumnos acerca de cómo las nuevas tecnologías podría convertirse en armas de coacción, intimidación y engaño. Incidió especialmente en las nuevas formas de acoso y violencia contra los menores en la era digital.
Sin embargo, en su vida personal las cosas no fueron bien en los últimos años. Vivía solo, separado y lejos de su familia, que se había quedado a residir en Pucela. En los últimos tiempos, cuentan sus hijos, su estado emocional había empeorado y atravesaba un muy mal momento. Decidió plantarse. Dejó el trabajo, al menos de forma temporal (o eso apuntaba la excedencia que había solicitado) y le dijo a todo el mundo en Alicante que se volvía a su tierra para estar más cerca de sus hijos.
Sin embargo, esto no sucedió. Juan Ignacio emprendió un rumbo errático por la ciudad durante el último mes y medio de vida. Fuentes próximas a su entorno confirmaron el estado depresivo que atravesaba en los últimos tiempos. No recurrió a sus hijos, tal y como había prometido. Siguió viviendo solo. Y la mañana del sábado, en torno a las seis de la madrugada, decidió lanzarse al gélido río Pisuerga. Allí lo localizaron los transeuntes tras haberse quedado enganchado su cuerpo a una boya del río. Su cuerpo fue rescatado por la Policía Nacional y se le dio sepultura en el cementerio de Valladolid el domingo por la tarde.