El sueño de Myriam -Mimi- Martínez ,48 años, siempre fue vivir en contacto con la naturaleza. Natural de Barcelona, esta psicóloga trabajaba como responsable de Recursos Humanos Internacional en Inditex cuando sustituyó momentáneamente su maletín de ejecutiva por una mochila llena de ganas de conocer mundo. El destino quiso que terminase en la inexplorada isla de Boipeba, en el litoral del estado brasileño de Bahía. Su naturaleza virgen, sus playas casi desiertas, sus cocoteros, sus atardeceres, su gastronomía y la alegría de un bahiano llamado Nilton Lucas d’ Araujo fueron razones suficientes para que en 2009 Mimi dejase su ajetreada vida en España para empezar una nueva en Boipeba.
Cumplió su sueño abriendo Casa Bobo, un hotel ecológico que, diez años después, tiene el honor de ser una de las mejores pousadas de Brasil. Desde sus bungalows de adobe se ve el azul verdoso del mar. Es casi transparente.
Sin embargo, desde hace tres meses aquella agua se ha transformado en una marea negra que ha hecho tambalear la tranquilidad de Boipeba. Más de 3.000 kilómetros de costa del Nordeste y Sudeste de Brasil han sido víctimas del chapapote. “Es un crimen ambiental sin precedentes”, cuenta Mimi a través de una conversación telefónica con EL ESPAÑOL.
'Prestige' brasileño
Este verano el fuego arrasó gran parte de la selva tropical más grande del planeta. Solamente en agosto se perdió un total de 1698 km2 de cobertura vegetal en la amazonia brasileña, un 222% más que en agosto del año pasado. El humo fue desapareciendo poco a poco, mostrando con más claridad las devastadoras consecuencias en la selva.
A finales de agosto, cuando parecía que Brasil se recuperaba de aquel desastre ambiental, unas pequeñas manchas negras se registraron en tres playas del estado de Paraíba. El Nordeste es la región con la renta per cápita más baja y tiene los peores niveles de pobreza en Brasil. Aun así, es uno de los destinos con más turismo de todo el país. Millones de familias nordestinas dependen de la belleza de sus recursos naturales. Y sin turistas, no hay dinero.
El petróleo fue tiñendo paulatinamente las aguas cristalinas, afectando a la economía local y gran parte de la fauna y flora. Lo que parecía ser una nueva catástrofe ambiental estaba pasando prácticamente desapercibida para el Gobierno y los medios internacionales. Hasta que se viralizó la foto en la que aparecía Everton Miguel Dos Anjos. La imagen dio la vuelta al mundo: con un gesto de impotencia, el niño de 13 años salía de un hermoso arenal del estado de Pernambuco con los ojos cerrados, los brazos abiertos y el cuerpo embadurnado basura y del negro y viscoso fuel.
“Cuando ocurrió el desastre del Prestige en 2002 se activó un plan de emergencia desde el primer momento. Las autoridades se desplazaron a galicia desde el minuto uno, si bien no se aclararon sobre qué hacer con aquel enorme petrolero cargado como una bomba explosiva de material dañino contra el ecosistema de las rías gallegas. Aquí ni siquiera ha venido Bolsonaro, el presidente de Brasil, ni para hacerse la foto",dice la catalana.
Pasaron 60 días hasta que se empezaron a buscar soluciones ante la gravedad del problema. Dos meses enteros. "Estamos olvidados -sentencia Mimi-. Han sido las propias comunidades las que se han tenido que movilizar. A través de nuestro comité llamado ‘Boipeba Limpa’ nos hemos encargado de limpiar las playas. Hemos tenido que hacer comités y pedir donaciones con el fin de comprar botas, guantes y máscaras. El petróleo es muy tóxico (Se pueden realizar donaciones a través de este link)". Varios de los voluntarios han sido hospitalizados con síntomas derivados del contacto directo con el petróleo ya que no todos tenían el equipamiento necesario.
Cambio de vida radical
La catalana siempre le dio importancia al tema del reciclaje, pero fue durante un año sabático cuando se percató de la importancia de preservar la naturaleza. “Cuando tenía 26 años dejé un buen trabajo en General Óptica para darme la vuelta al mundo sola. La gente me decía que estaba loca”. En ese viaje Mimi tuvo una iluminación. “Me di cuenta de que quería vivir en la naturaleza y de que tenía que cuidarla”, añade. Pero aquel sueño de vivir en armonía con la fauna y flora tuvo que esperar.
Volvió a la Barcelona donde empezó a trabajar como responsable de Recursos Humanos Internacional de Inditex. Aun así, era difícil verla en la ciudad condal. “Vivía en un avión. Con la vida que llevaba era imposible tener novio y veía muy poco a mi familia y amigas. Un día me despertaba en Filipinas y al día siguiente me acostaba en Rusia. Tenía muchas personas a mi cargo porque gestionaba 55 países”.
Mimi tenía muy buen sueldo y un piso espectacular en el centro de Barcelona. No le faltaba de nada y tenía todo tipo de comodidades. “Pero eso no me hacía feliz". Los años pasaron y la vida rápida le fue agobiando cada vez más. “En Inditex sabían que yo ya estaba muy quemada. Me ofrecieron un proyecto en la ciudad, pero sentía que mi etapa en la empresa había acabado. Me di cuenta de que estaba inmersa en un mundo donde reinaba el plástico, la moda rápida y el consumismo. No me faltaba de nada pero no estaba cómoda”.
En medio de aquella crisis existencial la catalana organizó un viaje con sus amigas a Brasil. En Río de Janeiro llovía tanto que decidieron cambiar su hoja de ruta, y se dirigieron a Boipeba. Allí conoció a Nilton, natural de Salvador de Bahía, y en menos de 24 horas se enamoró de él.
Dejó su corazón en la isla paradisíaca y volvió a Barcelona para seguir con su rutina diaria en Inditex. Nilton se ofreció a mudarse allí. Pero aquel viaje tan revelador por Brasil fue la excusa perfecta para cambiar su vida por completo. Dejó el trabajo y se mudó a Boipeba con el bahiano para hacer realidad su sueño: montar una posada ecológica.
“En la playa nos ardía el petróleo en las manos”
Ha pasado una década y el día a día de Mimi se ha transformado por completo. Ahora vive en medio de la selva, en una de las islas más preservadas del planeta donde el único medio de transporte que hay es el tractor y el burro. Se levanta todos los días con Nilton a las 4:45 am para hacer el desayuno a sus huéspedes mientras comienza a asomarse el sol.
“Cuando te vienes a vivir a un lugar en medio de la naturaleza, donde los recursos son mínimos, eres mucho más consciente de lo importante que es ser cuidar el medio ambiente”, explica. Por esta razón, cuando aparecieron las primeras manchas de petróleo en septiembre ni se lo planteó. Tuvo que recordar sus habilidades gestionando a personas en Inditex para hacerlo en Boipeba.
A través de Whatsapp, Mimi fue informando a las organizaciones medioambientales y medios internacionales sobre la situación del petróleo. Nilton quedó a cargo de la elaboración de las comidas para los voluntarios. “Tenía que sacar horas donde no las había. Todos queríamos ayudar, pero también teníamos que trabajar. No nos daba tiempo de comer. Apenas podíamos dormir más de 3 horas. Hubo días muy intensos, con mucho sol y mucho calor. A veces nos ardía el petróleo en las manos cuando lo recogíamos en la playa”, dice Mimi.
En un mes sacaron 80 toneladas de petróleo de la arena. Los restos se guardan ahora en una casa abandonada. Luego tendrán que llevarlos en balsas a la costa.
3.000 kilómetros de playa afectados
Tres meses después del primer registro de marea negra, la catástrofe ha afectado a las aguas de once estados: Alagoas, Bahía, Ceará, Maranhão, Paraíba, Pernambuco, Piauí, Rio Grande do Norte, Sergipe, Espírito Santo y Rio de Janeiro. Aproximadamente unos 3.000 kilómetros de costa bañados por más de 4.000 toneladas de petróleo crudo, según el último informe de la Marina brasileña y la empresa petrolera Petrobras.
Mimi, y la mayoría de los vecinos de Boipeba están desesperados. No entienden la actitud pasiva de las autoridades. “¿Por qué no están ayudando? ¿Por qué nadie está hablando?”, se pregunta. “La idea era que el Gobierno parase el petróleo en alta mar antes de llegar a la costa con la ayuda de Petrobras, que tiene la tecnología adecuada para estas situaciones. Se hubiese evitado la catástrofe”, añade.
Han sido los propios vecinos quienes se han organizado a través de grupos de Whatsapp para limpiar las playas y los manglares. Por el momento los restos se guardan en una casa abandonada y son los órganos medioambientales de IBAMA e INEMA quienes se encargan de llevarlo al continente en balsas.
El pasado 18 de octubre, la Fiscalía acusó al Gobierno de Bolsonaro de estar siendo “ineficiente e ineficaz” ante “uno de los mayores desastres ambientales en el litoral brasileño”. Obligó al presidente a activar un plan de emergencia en menos de 24 horas y le amenazó con una multa diaria de un millón de reales.
El Gobierno destinó a la zona afectada 3.000 marines, 26 barcos, siete aeronaves y seis helicópteros con el fin de a ayudar a limpiar las costas del Nordeste. “A Boipeba vinieron 12 militares como 20 días más tarde de las primeras manchas. No tenían información de nada. Les formamos, estuvieron trabajando un día y se fueron. Además, les tuvimos que pagar el alojamiento y la comida”, cuenta Mimi.
Pescado tóxico en la mesa
“El pez es un animal inteligente. Cuando ve una mancha de petróleo, capitán, huye, tiene miedo. Así que, obviamente, pueden consumir su pescado sin ningún problema. Langostas, gamas... todo perfectamente sano”. El secretario de Acuicultura y pesca del Gobierno brasileño, Jorge Seif Júnior, intentó calmar a los ciudadanos diciendo en un vídeo junto a Bolsonaro que era seguro comer peces procedentes de las costas nordestinas. No obstante, Isabella Guilhem, bióloga marina formada en Río de Janeiro, no opina lo mismo.
Aun no existe cifra exacta sobre cuántas especies marinas han muerto. Se han encontrado tortugas y cachalotes en la costa y la bióloga asegura que “los cadáveres de las playas son una fracción muy pequeña de todos los animales que viven mar adentro y están sufriendo las consecuencias directas del derrame”.
Las sustancias químicas del petróleo contaminan todos los organismos del mar, lo que afecta en la cadena alimentaria. “Por ejemplo, un pez pequeño puede comer algo que esté contaminado o simplemente respirar y que las partículas tóxicas entren a través de las branquias. Esto entra en la cadena alimentaria y se puede convertir en el pescado que consumimos”, añade Guilhem.
Las especies más afectadas son los corales marinos, todos los animales que viven entre sus arrecifes, y las ballenas. “Las manchas más grandes suelen estar en el litoral de la bahía, que son rutas de emigración de estos cetáceos”, explica la bióloga y añade que es muy difícil determinar cuándo estará el mar limpio. “Que las partículas grandes desaparezcan no quiere decir que el mar no esté contaminado. El petróleo se diluye, dejando fragmentos químicos en el agua. La cantidad que llega a las costas es mínima en comparación con la que hay mar adentro”, advierte.
Origen misterioso
Su origen aún no está claro. “El petróleo navegó por debajo de la superficie del agua y es muy difícil determinar la fecha del derrame, su extensión y su cantidad”, cuenta la bióloga. Petrobras asegura que el vertido es de origen venezolano y la Policía Federal de Brasil identificó como principal sospechoso del crudo a un buque de bandera griega conocido como Bouboulina, de la empresa Delta Talkers.
Supuestamente, la embarcación partió de Venezuela rumbo a Malasia, pero vertió el petróleo en aguas internacionales, a unos 700 kilómetros de la costa brasileña. No obstante, Delta Talkers ha asegurado que ninguna autoridad brasileña se ha puesto en contacto con la compañía ni con el barco en concreto y que la ‘Bouboulina’ llegó a puerto sin ningún problema.
Ricardo Salles, ministro de Medio Ambiente en Brasil, sugirió a través de un tweet que el vertido podría ser resultado de un sabotaje a manos de la organización ecologista Greenpeace: “Hay unas coincidencias en la vida, ¿no? Parece que la embarcación de Greenpeace estaba justamente navegando en aguas internacionales, en frente del litoral brasileño, justo en la época del derrame del petróleo venezolano”, compartió Salles en la red social. Ante tal acusación sin pruebas, la organización aseguró que el navío forma parte de una campaña que se encarga de limpiar los océanos.
“El parar de hablar es lo que nos está matando”
Las aguas de Boipeba están volviendo a la normalidad. Hace días que el mar vuelve a tener su color azul turquesa. “La gente puede venir y disfrutar de la isla. Aún quedan restos diminutos, pero necesitamos soluciones. No queremos que vuelva a pasar. Hay que saber de dónde sale todo ese petróleo, hay que dar subvenciones a toda esta gente que no ha podido pescar ni vender. La gente se está olvidando y el parar de hablar es lo que nos está matando”, explica Mimi e insiste que es muy importante que vayan voluntarios a la isla.
Una de esas llamadas de socorro llegó a oídos de Ángel Hernández, un madrileño que, como Mimi, dejó en mayo su trabajo como ingeniero en California para recorrerse Sudamérica con su novia Maresi Engelmayer, de origen austríaco. La pareja estaba viajando por Brasil y decidió desplazarse hasta Boipeba para colaborar. “Se están portando genial con nosotros. Los locales nos han ofrecido comida y alojamiento. Nosotros nos encargamos de ir por las playas con una bolsa recogiendo los restos de petróleo y basura que veamos. Nos damos un paseo y vamos limpiando”, explica Ángel.
La pareja se ha enamorado de la isla. De su escasa e intermitente conexión a internet, de que no haya coches, de su gente y de sus playas. “Vinimos para dos días y llevamos dos semanas”, cuenta Ángel, que tiene que dejar la isla porque Maresi ha conseguido un trabajo en la televisión austríaca. El exhaustivo trabajo de todos los voluntarios y vecinos ha hecho que quede muy poco petróleo. Ha desaparecido casi por completo. “Quedan algunos restos que son difíciles de sacar en los manglares”, añade.
El problema es que, al no tener un origen claro del derrame, este puede volver en cualquier momento. “Se necesita un monitoreo más estricto por parte del Gobierno. Existe a nivel local, pero con muy pocos medios. Bahía es un sitio desfavorecido y si hubiese una mayor coordinación con otros países se podría reducir el desastre ambiental”, cuenta el ingeniero. “Si esto no se limpia hoy, el turismo no vendrá mañana”.
Todo ha vuelto a la normalidad en Boipeba, pero Mimi sigue muy asustada. La isla está sintiendo las consecuencias del cambio climático. “Cada año llega más plástico a la costa y las playas son más pequeñas porque la marea está subiendo debido a los deshielos”.
Las autoridades tienen un nuevo proyecto entre manos que también le está quitando el sueño a la catalana: la construcción de varios resorts de lujo y un aeropuerto en una de las playas más vírgenes de la isla. La catalana lleva tres años luchando para parar el plan, recogiendo firmas (se puede firmar la petición aquí) y concienciando a la gente, pero ve más movimiento desde que llegó Bolsonaro al poder a comienzos de 2019.
“Si sale este proyecto se acabó Boipeba”. Mimi pudo cumplir su sueño, pero no tiene claro que las futuras generaciones puedan hacer algo igual. “Vivir en la naturaleza te hace ser mucho más consciente y entender que ya no hay marcha atrás. No quiero ser pesimista, pero no veo mucha solución”.