María Hernando era una especie de fantasma. Ni sus vecinos más próximos la conocían. El más afortunado la había visto dos o tres veces en los 5 años que llevaba viviendo en Salitja, un pequeño pueblo que pertenece a Vilobí d’Onyar (Girona). María no tenía redes sociales, no había fotos suyas, no se relacionaba con sus conciudadanos. Apenas salía de casa. Una actitud ermitaña que extendió a la educación de M. y J., sus dos hijas de 5 y 6 años. María, maestra y psicóloga licenciada, optó por no escolarizarlas. Les daba clase en su casa. Las educaba en su casa. También las mató en su casa.
Sucedió el viernes 13 de diciembre. Como cada mediodía, su marido Josep Juanola recorría los 15 kilómetros que separaban el concesionario Mercedes de Girona en el que trabajaba, de su casa, ubicada en Salitja. Allí le esperaban cada día su esposa María y sus dos hijas pequeñas con la mesa puesta. La mayor iba a celebrar su cumpleaños al día siguiente. No imaginaba Josep encontrar el dantesco escenario que le sorprendió el viernes. Sólo quedaba vivo el perro. Sus hijas habían sido brutalmente asesinadas a golpes de azada.
De María no había ni rastro. La mujer, de 38 años, no estaba en el domicilio ni contestaba a las llamadas desesperadas de su marido. La encontraron poco después en el asfalto de la autopista A-7, agonizante. Se había lanzado por un puente justo cuando pasaba un camión. Sabía lo que se hacía: si no la mataba el golpe, moriría atropellada. María falleció esa misma tarde en el Hospital Josep Trueta de Girona.
Un pueblo tranquilo
Vuelan bajo los aviones en el cielo gris de Salitja. Es una estampa habitual. El aeropuerto de Girona se encuentra dentro del municipio de Vilobí d’Onyar, al que pertenecen administrativamente. El ruido de los motores despegando o aterrizando es lo único que perturba la paz de este pequeño pueblo de poco más de 300 habitantes. Hay campos, vacas y casas bajas. Un idílico paraje en el que se afincó en 2014 el matrimonio Juanola Hernando. Llegaron desde Figueres, buscando un entorno tranquilo donde educar a las pequeñas M. y J. Ahora las dos están muertas.
A Josep sí que lo conocían en el pueblo. Vendedor de vehículos de ocasión en un concesionario Mercedes de Girona, siempre fue un apasionado de las bicis. Especialmente de las de montaña. Practica BTT a buen nivel e incluso ha participado en varias competiciones. Él era el sostén económico de la casa, el que se dejaba ver por la calle y el que paseaba a las niñas por el pueblo. “A mi casa venían de vez en cuando las niñas, muy dicharacheras, para que les diéramos caramelos. Siempre salían a la calle con el padre, con el perro y con las bicicletas”, cuenta, sentado en un banco, un octogenario vecino de Salitja. Uno de los pocos que no tuerce el gesto o contesta mal al ser preguntado por periodistas.
Lo de su esposa María era otra historia. Apenas salía a la calle, según cuentan los vecinos de la zona: “Yo la vi una tarde y tuve que preguntar quién era, porque en este pueblo nos conocemos todos y no me sonaba”, cuenta la cuidadora del octogenario. Recuerda esta mujer que a María “se le veía enferma, o esa sensación me dio. Iba desarreglada, mirando al suelo, con la vista un poco perdida”, asegura la mujer a EL ESPAÑOL, justo antes de que pase otro vecino por nuestro lado y le recrimine que esté hablando con periodistas: “Calleu, collons!” (¡Callad, cojones!), les ordena. El anciano y la cuidadora se cohíben de inmediato. Hay una especie de conjura entre muchos vecinos del pueblo para no hablar del tema.
Cuentan en su entorno que María arrastraba una depresión, provocada por problemas conyugales. Que no hacía ni tres meses que Josep le había pedido el divorcio. María no estaba bien y su estado de salud se agravó durante las últimas semanas. Se quejaba de una especie de afonía. Si antes ya salía poco, a partir de esa misteriosa ronquera dejó de hacerlo por completo. No encajó bien que su marido quisiera acabar con aquello. Se desmoronaba su pequeño mundo, su casa, las clases a sus hijas, su vida…
Psicóloga y maestra
“Ella tenía dos carreras: era licenciada en Psicología y en Magisterio. Una mujer muy inteligente”, cuenta la camarera de un bar de Vilobí d’Onyar que sí que la trató. “Una p**a loca”, replica un cliente, como un resorte. La camarera se enfada porque “no me gusta que la llamen así. Lo que ha hecho es horrible, pero éramos amigas y conmigo siempre se portó bien”. Sí que reconoce esta camarera, no obstante, que María tenía un carácter extraño que se le había agravado con el tiempo.
Aunque no ejercía, ni como profesora ni como psicóloga, fue su formación universitaria la que le llevó a considerar que podía educar a sus hijas en su propio domicilio, lejos del colegio: “Las enseñaba en su casa. Allí les daba clase. No las tenía escolarizadas porque decía que no estaba dispuesta a que esta sociedad las arrastrase”, recuerda. “Pues mira dónde las ha arrastrado ella”, vuelve a atacar el mismo cliente apurando un café. Porque la gente del pueblo, tanto del núcleo pequeño de Salitja como de Vilobí, siguen consternados por la tragedia.
Era María una persona formada, con una buena posición económica, una familia que la quería, un buen coche y una casa grande, en cuyo amplio patio todavía permanecen el tobogán, la pelota y el resto de juguetes de las pequeñas M. y J. A pesar de que arrastraba problemas conyugales, María nunca dio señales de poder acabar haciendo algo tan atroz. “Yo te juro que no le ha puesto la mano encima a las niñas en la vida”; jura la camarera del bar de Vilobí.
No escolarizadas
“Nadie se imaginaba nada”, prosigue. “Las quería mucho. Lo de no llevarlas al cole era precisamente para protegerlas. Quiero decir, que era su idea de protegerlas. La ley se lo permitía, porque no es obligatorio escolarizar a los niños hasta los 6 años”, concluye. Esta aseveración es verdadera… sólo de forma parcial. Es cierto, en efecto, que la edad de escolarización obligatoria en España es de 6 años. Pero es que la hija mayor de María estaba a punto de cumplir 7. De hecho, su madre la mató en la víspera de su cumpleaños, mientras organizaba los preparativos de la fiesta.
Significa ello, por tanto, que tal vez el año pasado María pudo hacer la trampa: cuando empezó el curso escolar en septiembre de 2018, su hija mayor todavía tenía 5 años. Es decir, María todavía no tenía la obligación de escolarizar a su hija. Desconocen en su entorno cómo trampeó el resto del curso. Pero lo que sí está claro es que al empezar este curso 2019-20, la niña ya tenía que estar en un colegio. Pero María prefirió seguir educando a sus dos hijas en casa, para preservarlas de los peligros de una sociedad que las iba a acabar arrastrando, tal y como les advertía a sus más allegados. Un escolarización obligatoria que no se estaba cumpliendo y que se le escapó a los Servicios Sociales y al Ayuntamiento. EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con ellos, pero no ha habido respuesta.
El viernes le puso broche a su locura. Mató a las niñas con una azada y se marchó hasta el puente de la autopista, en Salt, para suicidarse. Se subió a la valla y se dejó caer al vacío. Cuentan testigos presenciales que ya iba ensangrentada antes de que la atropellase el camión que la dejó agonizante. Falleció horas después en el Hospital Josep Trueta.
Las que fallecieron en el acto fueron sus hijas, asesinadas por María. EL ESPAÑOL ha podido saber, por fuentes próximas a la investigación, que al menos dos de los agentes que acudieron al domicilio tuvieron que pedir asistencia psicológica después: “Lo más duro de esta profesión es ver niños muertos. Pero no es lo mismo ver a un niño que se ha ahogado, que lo que se encontraron allí los agentes”, cuentan estas mismas fuentes.
El debate
Y de fondo, el debate: aunque hay escuela pública desde los 3 años, la obligación de escolarizar a una persona en España empieza en 6. Esos tres años (o alguno más, como ha sido el caso de estas dos niñas asesinadas) son absolutamente opacos para la administración. Allí, en la intimidad del hogar, no se sabe qué hacen lo progenitores con sus vástagos. En los últimos meses se han revelado algunos casos polémicos, como los de la asociación Infancia Libre, cuyas miembras se han tenido que sentar en el banquillo por presunta sustracción de menores. O el Crimen de Godella, donde un matrimonio que tampoco tenía a sus hijos escolarizados los acabó matando.
En la zona no se habla de otra cosa que del crimen de las dos niñas a las que su madre no llevaba al cole. Ni en el pequeño núcleo de Salitja, ni en Vilobí d’Onyar. Se comenta todo en petit comité, soto voce, rehuyendo de los forasteros. “El viento, la Tramontana, que nos deja a todos tocados en esta zona”, es lo único que acierta a decir uno de los vecinos que conocía al matrimonio, pero que no quiere hablar con la prensa. El viento, el cielo gris de la Cataluña más profunda. Vuelan bajo los aviones por Vilobí d’Onyar y las banderas ondean a media asta por M. y por J., las niñas que fueron asesinadas por su madre en la víspera de su fiesta de cumpleaños.