Llueve a cántaros en la Plaza de Colón de Madrid. Hace pocos minutos que las luces navideñas iluminan el centro de la capital, es el pistoletazo de salida para que los 20 autobuses de Naviluz empiecen a circular. Ni la lluvia ni el frío ha frenado a los pasajeros de estos enormes vehículos de dos pisos que durante algo más de una hora pasearán por las calles más iluminadas de Madrid. El piso superior, habitualmente descubierto, este jueves lleva la capota echada.
El servicio de Naviluz comenzó a funcionar en 2006. La flota de autobuses recorre las calles Serrano, Alcalá, Gran Vía, Velázquez y José Ortega y Gasset, es decir, las vías que visten sus mejores galas lumínicas estas navidades. Sin embargo, este año la polémica ha rodeado a este recorrido por la decisión del alcalde José Luis Martínez-Almeida de privatizar el servicio. Esta temporada es ALSA y no la Empresa Municipal de Transportes (EMT) quien ofrece y gestiona Naviluz. Los ingresos de la empresa superarán los 300.000 euros.
Apenas ha habido que hacer cola debido a la lluvia, una estampa muy diferente a la que se da los fines de semana, cuando los viajeros forman largos regueros en la acera de esta plaza. El autobús parte puntual a las 18:10 y enfila la calle Serrano hacia la Plaza de la Independencia. Los pasajeros más despistados ocupan su asiento sin reparar en que están ligeramente encharcados. Más de uno hará el recorrido con las posaderas mojadas. Se empiezan a perfilar las primeras caras de decepción.
La puerta de Alcalá luce un tradicional belén dibujado con luces. Están todos: el Niño, la Virgen, San José, la mula y el buey. El espectáculo es notable en el pequeño tramo de la calle Alcalá que lleva hasta Cibeles. Los pocos niños que van a bordo quedan prendados del alumbrado que hay sobre sus cabezas.
La esquina de Gran Vía con Alcalá acoge uno de los grandes atractivos del tour: una gran bola lumínica de 12 metros de diámetro y 43.000 luces, y protagonista de innumerables selfies. La esfera marca el inicio de los problemas en el recorrido. Es hora punta y la Gran Vía está completamente embotellada. Ni una sirena de policía permite sortear el tráfico. El autobús tarda más de media hora en recorrer una calle que se hace en menos de 20 minutos a pie.
La flota de Naviluz la componen 20 autobuses modelo Euro VI conducidos por 24 conductores en turnos rotativos. El personal lo completan 12 personas de calle ataviados con chalecos fluorescentes que gestionan los pases de los pasajeros y cualquier problema que pueda surgir. El trayecto cuesta cuatro euros para un adulto y dos euros para mayores de 65 años y personas con movilidad reducida. El viaje es gratis para niños de hasta 7 años.
La web colapsada
Los billetes de Naviluz se agotaron el pasado 25 de noviembre, el mismo día que salieron. La web de ALSA estuvo colapsada varias horas cuando salieron a la venta los cerca de 160.000 pases que han vendido. Esto propició que no tardaran en aparecer las ofertas de reventa en portales como Vibbo (antes llamado Segunda Mano). Muchos usuarios usaban la triquiñuela de “vendo boli y regalo billetes para Naviluz”.
El autobús da la vuelta en la Plaza de España y vuelve a enfilar la Gran Vía, esta vez, por un carril mucho más descongestionado. Es el momento de preguntar a los pasajeros: ¿qué les parece el autobús Naviluz? “Estaría mejor sin lluvia”, afirma una señora de avanzada edad. “Hombre, podría ir por otro sitio [en vez de ir dos veces por Gran Vía]. Yo pensaba que iba a ir por Princesa o algo”, cuenta un padre de familia. Su mujer se muestra mucho más profusa en la crítica: “Es una mierda. Estoy helada y hemos estado parados mucho rato”. Otros pasajeros, en cambio, se muestran más benévolos: “No está mal, yo lo recomendaría. Por cuatro euros tampoco puedes pedir más”.
Esos cuatro euros por viajero iban a las arcas de la EMT hasta este año, que el alcalde José Luis Martínez-Almeida ha decidido que el servicio pase a manos privadas, concretamente, a las de la empresa ALSA, que también gestiona los autobuses turísticos City Tour. La noticia sentó tremendamente mal a los trabajadores de la EMT y fue objeto de recriminación por parte del PSOE. "Si usted pudiera privatizaría hasta la Navidad”, espetó Alfredo González, concejal socialista del área de Medioambiente, a Almeida. También Rita Maestre, la portavoz de Más Madrid, calificó la medida de “absolutamente incomprensible”.
La razón esgrimida por Almeida fue que la flota de autobuses de la EMT está compuesta por autobuses Euro III, matriculados entre el 2001 y el 2005, y que son muy contaminantes. Según el Consistorio, un autobús de esas características contamina lo mismo que cien coches sin distintivo ambiental. Los usados por ALSA son más modernos y contaminan mucho menos.
Estos argumentos no convencen a la sección sindical de Comisiones Obreras en la EMT, que califican de “excusa” las razones de Almeida. “No nos lo dan por falta de personal”, afirma una fuente del sindicato. Precisamente, la falta de conductores es la razón que ha propiciado la huelga de autobuses del pasado viernes 13 de diciembre, en plena celebración de la Cumbre del Clima.
El alcalde anunció 90 nuevas contrataciones de conductores que deberán incorporarse a la plantilla en las próximas semanas. Ahora que las negociaciones se encauzan, los sindicatos prefieren no azuzar el fuego de la privatización de Naviluz, pese a que les sentó “como una patada en el estómago”.
600.000 euros por coche
La anterior alcaldesa, Manuela Carmena, estudió durante su mandato la posibilidad de renovar la flota de autobuses de dos pisos de la EMT. Finalmente la idea fue descartada al costar 600.000 euros cada vehículo que, además, solo se usa durante unos días al año. Sin embargo los sindicatos sí se muestran partidarios de la renovación de dicha flota, alegando en que se podría amortizar la inversión en los primeros años de funcionamiento.
Los autobuses de Naviluz tienen capacidad para 61 personas (algunos para 53). Pese a que los billetes están agotados, se pueden ver plazas libres. Ninguno de los pasajeros preguntados por este medio ha comprado las entradas por reventa, ni se ha planteado revenderlas.
El autobús hace su último giro en la esquina de José Ortega y Gasset con Serrano y se dirige a su punto de partida. En este momento ya hay viajeros que bajan al piso inferior, hartos de mojarse y pasar frío. No es lo único que baja. Las escaleras que unen los dos pisos se han convertido en un reguero de agua que poco a poco va encharcando el piso inferior. Serrano con Hermosilla. Fin de trayecto.