Cuando Pedro Sánchez se levanta por las mañanas y se enfunda en las pantuflas del poder, debe de pensar que no es fácil ser presidente del Gobierno. Demasiados frentes. Le vendrá a la cabeza Esquerra, la Abogacía del Estado, que va a supeditar la subida del SMI y las pensiones a revalidar su sillón; si es que lo revalida… porque los cimientos de la política presentan serias humedades. Mientras piensa en ello, enciende una luz que no funciona bien, se lava los dientes en un grifo cuya agua sale sin presión y pasa calor, mucho, aunque las ventanas por lo menos están viejas y por ahí se cuela el frío. Y es que el lugar en el que vive el presidente del Gobierno también presenta sus propias humedades.
Como una metáfora del poder en la más alta esfera del Estado, que se se toca en los extremos, en un círculo perfecto, el palacio de La Moncloa es un edificio vistoso de cara a la galería pero deshecho por dentro. Está viejo, gastado, casi para tirar y hacerlo de nuevo. Pero nadie se atreve, ningún presidente de la democracia ha querido asumir el coste de la imagen de reformarse la casa. Así, se ha ido colocando parche tras parche y a Pedro Sánchez, por antigüedad a la inversa, le ha tocado la peor parte.
Varias personalidades que han pasado antes y ahora por el sitio que concentra más poder de toda España, las 20 hectáreas que conforman el complejo de La Moncloa, confirman a EL ESPAÑOL que la infraestructura se caía y se sigue cayendo a trozos. Casi literalmente. En la actualidad, con Pedro Sánchez como único inquilino de uno de los sitios más seguros del país, la parte que más deteriorada está es el palacio, donde reside el jefe del Ejecutivo, según confirman fuentes que trabajan actualmente mano a mano con el presidente.
Así, el sistema eléctrico del palacio de La Moncloa está decrépito. “Es un desastre”, reconoce a este diario alguien que ha pasado ahí varios años, que ha entrado en la vivienda del presidente en numerosas ocasiones, y que prefiere mantenerse en el anonimato. Los interruptores son antiguos, de los que se levantan con el dedo, y algunos de los enchufes de las habitaciones todavía necesitan adaptador, porque son como los británicos, con toma de tierra. Las cañerías también están viejas y el agua sale sin presión.
“Lo que sí que es un horror es la calefacción”, explica la fuente. Es central y muy antigua. El calor que hace en la vivienda resulta brutal. Gracias a Dios las ventanas son de madera y se escapa un poco. Menos mal, porque si fueran herméticas sería increíble”, añade. Pero en esa misma ventaja nace otro desperfecto: “A la casa habría que cambiarle todas las ventanas porque la madera está muy vieja”, comenta. Además, es todo muy húmedo y el suelo cruje. Todo es antiguo y hace mucho ruido. A nadie se le escapa cuando Pedro Sánchez se levanta, en la planta superior, porque se oye en la de abajo, donde están los que trabajan en el palacio.
-¿Y, si hace tanta falta, por qué nadie lo cambia?
-Por la imagen pública que hay que asumir si se reforma la casa. Sánchez no es santo de mi devoción, pero ¿cómo sois vosotros, la prensa? ¿qué titular pondríais vosotros si veis que Sánchez se ha gastado no sé cuánto dinero en reformar el palacio. Además hay otra razón. Porque para hacer la reforma que necesita La Moncloa, habría que cerrarla durante más de un verano, que es cuando están fuera. ¿Y donde viviría la familia? Porque esa reforma no te la hacen en un agosto, habría que cambiar todo desde dentro.
La remodelación de Begoña Gómez
El 1 de junio de 2018, Pedro Sánchez se veía presidente del Gobierno por fin. Era viernes y se consumaba por primera vez una moción de censura, contra Mariano Rajoy. A Sánchez le entraron las prisas por entrar, cuanto antes, en La Moncloa. Esa noche se celebró en los jardines del recinto una fiesta de despedida para Rajoy y cuando la mayoría, también Rajoy, ya se habían retirado del lugar su jefe de gabinete, José Luis Ayllón, recibió una llamada.
Al otro lado de la línea estaba un alto cargo del gabinete de Sánchez. Éste le preguntó a Ayllón si Rajoy podía salir ese mismo fin de semana de La Moncloa para que entrara Sánchez, según han trasladado a EL ESPAÑOL conocedores de esa conversación. Había prisa. Mucha. Y la mudanza se hizo en 48 horas. Quizás lo que Sánchez no se esperaba, como el resto de ciudadanos que tienen en el imaginario colectivo los lujos del palacio, era que su nueva residencia no estaba tan bien.
Lo primero que hizo Sánchez nada más llegar a La Moncloa, dice con sorna en su libro de memorias, fue cambiar el colchón en el que había dormido Rajoy y pedir que dejaran de mandar el diario Marca y empezaran a remitir la prensa internacional. Y el asunto del colchón trajo tanta cola que cuando Rajoy sacó su libro le respondió en El Hormiguero diciéndole que ya podía haber dejado el colchón ahí, que igual se le pegaba alguna buena idea. Pero poco más ha tocado Sánchez su residencia.
En octubre de ese mismo 2018 se hizo viral un bulo que decía que Begoña Gómez, la mujer de Sánchez, se había gastado cerca de 500.000 euros de dinero público en reformar su casa en La Moncloa. No era cierto. Según desveló el portal Maldita.es en realidad fue un gasto de 1.388 euros en mobiliario. Pero el hecho de que se formara tal revuelo da cuenta de lo sensible que es para el público que una autoridad de tal calibre reforme su casa: al expresidente uruguayo José Mujica una de las cosas que más le dignificaba era que seguía viviendo en su casa de agricultor de clase media, lejos del palacio, con su perra a la que le faltaba una pata y a la que llamaba “el miembro más fiel del gabinete”.
Más allá del pequeño cambio de mobiliario, la última reforma que se ha acometido en el complejo de La Moncloa, que no el palacio, se firmó el pasado mes de junio y consistió en reubicar el sistema operativo sanitario y acondicionar la fachada oeste del edificio de servicios. Basta leer la justificación para ver en qué situación se encuentran algunas instalaciones.
“Las carpinterías, el falso techo, el pavimento y los acabados, en general, se encuentran muy deteriorados, por lo que es aconsejable su sustitución”, se puede leer en la memoria de la Plataforma de Contratación del sector Público. “Asimismo, la instalación de climatización es también antigua y deficiente (...). Finalmente, dada la escasa luz y ventilación natural que actualmente llega a dichos espacios, se plantea la ampliación de los únicos tres huecos que tiene la fachada para mejorar su habitabilidad en el interior”, añade. Y poco más se ha hecho que sea significativo, ya que para dedicar cualquier dinero a ello habría que incluirlo en los presupuestos destinados al Ministerio de Presidencia.
“El palacio es lo más deteriorado”
Aunque su historia se remonta al siglo XVII, el actual palacio de La Moncloa nace más o menos como se conoce hoy después de la remodelación del arquitecto Diego Méndez, en la década de los 50. En 1977, Adolfo Suárez decidió convertirlo en la sede del Gobierno y, mientras el piso de arriba se quedaba como de uso residencial, en el de abajo tenían lugar los consejos de ministros. No fue hasta 1989, con Felipe González, que el palacio quedó reservado para uso exclusivamente residencial y se construyó el edificio Consejo de Ministros, donde actualmente funciona una parte importante del engranaje del poder. Con tantos años a sus espaldas, los desperfectos y el desfase no se concentran exclusivamente en la residencia de Sánchez, sino que se calan a otros espacios.
“La cocina es muy antigua y los baños también”, cuenta una fuente cercana a Mariano Rajoy, que ha trabajado con él los siete años que ha estado en La Moncloa y que ha pedido permanecer en el anonimato. “También la fachada está en muy mal estado, muy deteriorada. Esa balconada de mármol que se ve está vieja y se llegó a plantear quitarla, pero no se hizo porque es de Patrimonio Nacional y no es fácil”, añade.
Además, el palacio está vallado dentro del propio complejo de La Moncloa y la garita del guardia civil que vigila por la seguridad del presidente corre la misma suerte. “No te puedes imaginar cómo está el baño del pobre guardia civil. Es del año catapún. Se debería reformar la garita por completo”, añade. Y también los jardines: “Los árboles se pudren con facilidad y se caen. Como tienen riego, no hacen una raíz muy profunda y en la época de Rajoy se cayeron muchos con el viento”, comenta. “Como antiguamente La Moncloa era sólo lo que es hoy el palacio, es el que está más deteriorado. Se le han hecho pequeñas reformitas pero, ahí, para hacer la gran reforma que necesita hay que cerrarlo y la familia no podría residir ahí”, añade.
También, como anécdota, hay un búnker que une los distintos edificios de La Moncloa que se construyó tras el 23-F y, cuentan los que lo han visto, que parece arrancado del tiempo, como de una película de Austin Powers. Asimismo, también el parque móvil está deteriorado. Por lo menos Pedro Sánchez usa un coche Audi A8 especialmente blindado que compró Mariano Rajoy, porque los que dejó José Luis Rodríguez Zapatero tenían muchos kilómetros, aunque ahí siguen algunos.
Este último, Zapatero, ha sido el presidente que más se ha atrevido a reformar La Moncloa. Aunque la mayoría de trabajos que hizo fueron estéticos para corregir el absoluto barroquismo en el que Ana Botella, mujer de José María Aznar, había sumido la residencia del presidente. Sánchez, por su parte, apenas ha metido mano: “En el edificio del Consejo había una sala que se llamaba la sala de los tapices, es la más grande de Moncloa, donde se hacen los grandes eventos. Sánchez ha quitado todos los tapices y ha puesto cuadros, pero poco más”, añade la fuente.
Cucarachas en la cocina
“Siempre se ha comentado que era mucho más fácil tirar el palacio y hacerlo de nuevo que reformarlo”. La que habla con tal claridad es María Ángeles López de Celis, que fue secretaria en La Moncloa desde 1979 hasta 2010. Por sus recuerdos han pasado la mayoría de los presidentes del Gobierno de la democracia y confirma la tesis de que el palacio está hecho un desastre. Todos aquellos a los que EL ESPAÑOL ha preguntado han confirmado este extremo.
“El edificio tiene problemas de luz, de estanqueidad… había telas en las paredes pero se tuvieron que sustituir porque había humedades. Se han hecho obras de mantenimiento, arreglando lo que había que arreglar porque no había más remedio, pero no se ha hecho la gran reforma que necesita. Es un edificio que hace aguas por muchos sitios”, explica López de Celis. Muchas veces se habla del síndrome de La Moncloa porque cuentan que, cuando uno llega ahí, le cambia la personalidad y se aleja de la realidad. Todos los presidentes que han pasado por ahí, sin embargo, han vivido una especie de síndrome de desastre de La Moncloa. Lo que le está tocando a Pedro Sánchez no es nuevo.
Adolfo Suárez, por ejemplo, no podía trabajar en el despacho del presidente que tenía en el palacio. “Era imposible. Subían todos los olores de la cocina. Suárez no podía recibir ahí a nadie en sus audiencias porque no guardaba unos mínimos”, explica López de Celis. A su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, le tocó sufrir la cocina del palacio. “Una vez vino de viaje muy tarde y ya no había personal de cocina. Bajaron él y su mujer, Pilar, para que ella le hiciera una pasta. Las cocinas estaban en el sótano y mientras bajaban empezaron a escuchar ruidos extraños. Cuando encendieron la luz había una invasión de cucarachas”, cuenta.
Su sucesor, Felipe González, montó un búnker que ahora está desfasado y un invernadero de naranjos y bonsáis que actualmente se utiliza como almacén de los jardineros, totalmente descuidado. De José María Aznar contaban sus trabajadores que prefería trabajar en el edificio de Consejo de Ministros en vez de su despacho de palacio por lo inhabitable de la estancia, por el calor y los olores. Con José Luis Rodríguez Zapatero hubo que pavimentar la entrada y cuando Mariano Rajoy se levantaba a hacer ejercicio, todos los días, la luz que había debajo del piso donde estaba él tintineaba.
Y esto afectaba también a la seguridad: “Cuando se hizo el traslado de Presidencia de la Castellana a La Moncloa, en 1977, se hizo una red informática interna por la que se comunicaban los ordenadores y se comprobaba todo”, explica un policía nacional que trabajó en el complejo durante el final de la primera y el principio de la segunda legislatura de Aznar. “Pues cuando yo entré a trabajar ahí todavía se usaba la misma red. No se cambió hasta el año 2000. Cuando la entrada de mercancías era por el control de la carretera de El Pardo, la más lejana al servicio principal, había que llamar por teléfono porque los ordenadores se colgaban”, añade.
“Todos los presidentes se han quejado”, explica López de Celis de nuevo, “de la poca independencia que tiene la parte privada de la parte oficial. Porque sólo una escalera lo separa. Se escuchan conversaciones y no hay privacidad. “A mí me gustaría, sencillamente, que la gente entendiera que vivir en la Presidencia tiene algunas ventajas y muchísimos inconvenientes. Porque realmente viven familias y no es como ir a un hotel. Ahí se pasan años y hay niños y una vida familiar que… en fin, no es el sitio adecuado. La vida en La Moncloa no es nada fácil”, añade. Por eso, cuando Pedro Sánchez se levanta por las mañanas y se enfunda en las pantuflas del poder, debe de pensar que no es fácil ser presidente del Gobierno, por la política y por su casa, que es una metáfora de todo ello.