Imaginen la escena. Una mujer nace, crece sorteando los obstáculos con los que se encuentra por el hecho de serlo, estudia, se especializa y consigue una entrevista para un trabajo en el que podría destacar y ser de utilidad a los demás usando los conocimientos que ha ido acumulando a lo largo del tiempo. Pero cuando la ven en persona tiene una pega: su raza no es la adecuada. Esto no es la antesala de racismo social del Chicago de William Hale Thompson en 1919, sino que es lo que le ha pasado a Alba González Sanz este miércoles al tener que renunciar a su cargo por ser blanca. Porque parece ser que, tomando prestado de Orwell, todas las personas son iguales pero unas son más iguales que otras.
Concejala de Unidas Podemos en el Ayuntamiento de Gijón, Alba González Sanz (Oviedo, 1986) fue uno de los nombres que la nueva ministra de Igualdad, Irene Montero, propuso el pasado lunes para los cargos que habrá bajo el paraguas de su cartera. A González le había correspondido asumir la dirección general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-racial. La ministra pensó en ella porque es experta en políticas públicas de igualdad y este es uno de los gruesos que tendrá que abordar la dirección general. Pero su perfil no era el adecuado por ser blanca, por no ser una persona racializada, y este miércoles ha rechazado el nombramiento en favor de Rita Bosaho (Guinea Ecuatorial, 1965), que hizo historia al ser la primera diputada negra en entrar en el Congreso, en 2015.
Las dos tienen un perfil más o menos apto para el puesto que implica la dirección general. Nadie critica eso. González, escritora, investigadora feminista y política de profesión, es una experta en asuntos de igualdad, que ha ido desarrollando a lo largo de su trayectoria política a la par que tiene experiencia práctica en cuestiones como la redistribución económica o la paridad. Bosaho, por su parte, tiene más de 20 años a sus espaldas trabajando en la sanidad pública y es especialista en cuestiones raciales y de la mujer. El problema, esta vez, ha ido en dos tiempos; primero, no haber anticipado que no poner a una persona racializada iba a generar controversia; segundo, que una vez nombrada una persona ha tenido que dejar su puesto porque su color de piel -y las experiencias que derivan de ello- no es el adecuado, a pesar de estar en el Ministerio de Igualdad, lo que lo convierte en un gesto para salvar las apariencias.
Después de que se conociera el nombramiento de González el pasado lunes -a la par que también se conoció la designación de Beatriz Gimeno y Boti García, históricas activistas lesbianas- empezó a crecer la presión por parte de diferentes colectivos antirracistas. Criticaban que se había elegido a una persona blanca para el puesto, alguien que no pertenece a ninguna minoría afectada por la discriminación racial. González finalmente claudicaba y renunciaba a su cargo: “Si algo sabemos en el feminismo es que la representación y lo simbólico importan. Hemos reorganizado el equipo de este Ministerio para que haya una presencia visible de mujeres pertenecientes a colectivos racializados”, publicaba la propia González en Twitter para comunicar su renuncia. Con ello también renuncia a un buena retribución, ya que el sueldo puede oscilar entre los 44.000 y 100.000 euros anuales.
Experta poco racializada
Nacida en la ciudad asturiana hace 34 años, Alba González Sanz se licenció en 2009 en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo. Con ello cubría una de sus grandes pasiones, las letras. Después, en 2010, cursó el Máster en Igualdad de Género, Ciencias Humanas, Jurídicas y Sociales por el CSIC y, en 2011, el Máster en Género y Diversidad por la Universidad de Oviedo.
Con tres poemarios en la recámara, ha pasado su vida mezclando literatura y política. En lo primero, ha colaborado con numerosas publicaciones como Ctxt o la revista cuasi contracultural Quimera, así como participando en diversas obras colectivas. También ha comisariado exposiciones, ha participado impulsando ciclos y festivales literarios y ha recibido premios como el Gloria Fuertes de poesía joven, en 2010. En el plano de la investigación feminista, ha estudiado cómo las mujeres han participado en distintos procesos sociales.
Entró en la política asesorando a la diputada en el Congreso Sofía Castañón, de Unidas Podemos, en materia de políticas de igualdad y en las elecciones municipales de 2019 dio el salto al ámbito municipal como concejala de Gijón por la formación morada. Irene Montero se fijó en ella para el cargo de directora general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-racial por su experiencia en políticas públicas de igualdad.
Ella misma lo decía este miércoles en sus tuits de despedida: “Sus funciones y contenido (los de la dirección general) eran más amplios de lo que se ha interpretado, teniendo que ver con la redistribución económica, la paridad y otros aspectos en los que he venido trabajando, motivo por el que acepté el puesto, con el empeño de trabajar por la igualdad”. Una pena, no pudo ser, y ha acabado dejándolo por las presiones el mismo día en el que había renunciado ya a su acta de concejal en Gijón.
Su renuncia recuerda a aquella escena de la película Green book en la que el protagonista negro, interpretado por Mahershala Ali, se baja del coche que conduce Viggo Mortensen ya hastiado. Dice, llorando, que no es lo suficientemente negro, por no compartir cultura y gustos con ‘los suyos; ni lo suficientemente blanco, para los racistas del sur estadounidense; ni lo suficientemente hombre, por homosexual. Algo así le ha pasado a González. Sí que es suficientemente mujer para entrar en el Ministerio de Montero pero no lo suficientemente negra para esa dirección general. Para eso está Rita Bosaho, quien sí cumple los estándares de racialización.
El tío franquista
Bosaho nació en Guinea Ecuatorial en 1965, cuando el país africano era todavía una provincia de la España colonialista. Ha trabajado durante más de dos décadas como auxiliar de enfermería y se sacó la licenciatura de Historia por la Universidad de Alicante, donde reside y con cuya circunscripción concurrió por Unidas Podemos, como cabeza de lista, a las elecciones de 2015. Ahí hizo historia, con 50 años, y se convirtió en la primera mujer negra en acceder al Congreso de los Diputados.
Pero, aunque pionera en muchos aspectos, no es la primera de su saga familiar en dedicarse a la política. Sobre su figura planea la de su tío Enrique Gori. Nacido en Guinea Ecuatorial en 1923, fue (en 1964) presidente de la Diputación provincial en Guinea Ecuatorial y, después, presidente de la Asamblea General del Gobierno Autónomo de Guinea Ecuatorial y procurador en las Cortes españolas de Francisco Franco, del que era afín.
A la par que era un luchador por los derechos de la etnia bubí, según publica el suplemento ‘Crónica’, llegó a reunirse en una ocasión con Franco en El Pardo y recibió la Orden de África en categoría de Comendador. Más tarde se convirtió en una figura clave de la independencia de Guinea Ecuatorial y fue condenado arbitrariamente a 25 años de prisión.
Pero la senda de Bosaho circula por una trayectoria distinta. Además de licenciada en Historia y auxiliar de enfermería, ha ido curtiendo un perfil más activista que su contraparte, Alba González Sanz. Tiene un máster en Identidades e Integración en la Europa Contemporánea y está desarrollando su tesis doctoral sobre el impacto de la colonización europea en África. Sigue participando de manera regular en diversas organizaciones sociales y siempre está de parte de las personas discriminadas, ya sea por su sexo o raza.
Ella siempre ha denunciado la discriminación e invisibilización del colectivo afrodescendiente en España y, ahora, consigue una victoria que ha sido aplaudida por distintos colectivos antirracistas. Pero, en esencia, la idoneidad de ambas candidatas para ocupar la dirección general implica que su nombramiento es un gesto de cara a la galería. Y no deja de ser llamativo que para el Ministerio de Igualdad el color es algo a tener en cuenta, es algo que diferencia, y es lo que hace que una tenga un trabajo y otra no.