Un día, sin saber muy bien por qué, llegaron, masivamente, los restaurantes italianos; otro día, sin explicación racional, aparecieron los mejicanos y los kebab; y al día siguiente, los chinos y los japoneses. En algún momento, todos esos locales pasaron por ser ‘exóticos’. Hoy, ya no. No es raro ni cenar sushi ni pedir unos tacos ni ir a por una pizza –es, realmente, más común que comerse un cocido o unas lentejas, qué se le va a hacer. El cambio en los hábitos alimentarios es inevitable y, posiblemente, también imparable. Sólo así se explica la proliferación de locales de empanadas argentinas –producto ‘nuevo’ camino de hacerse viejo– en Madrid y Barcelona y, sobre todo, su consumo: más de tres millones en el último año (a más de dos euros la unidad). Nada, absolutamente nada, comparado con lo que está por llegar.
Basta, simplemente, con escribir ‘empanadas argentinas’ en Google Maps para darse cuenta de que el boom no es una invención interesada. Automáticamente, sólo en la Comunidad de Madrid, el buscador ofrece 43 posibles resultados; y en Barcelona, otros 104. ¿Por qué de esta ‘fiebre’? Por un lado, porque su consumo se ajusta a los cánones alimenticios del siglo XXI: las empanadas son rápidas de comer, se sirven calientes y son sanas. Pueden, incluso, utilizarse como aperitivo o como sustitutivo de la pizza en días de eventos deportivos y televisivos. Y, por otro lado, su expansión se debe a la existencia de dos cadenas que no paran de crecer: Malvón y La Muns.
Ambas copan, en buena medida, el mercado de las empanadas argentinas en España. Son, por decirlo de alguna manera –y salvando las distancias–, los McDonald's y Burger King de este producto/negocio. Malvón, que actualmente tiene 15 establecimientos abiertos, acabará el año con 45; y La Muns, con otros 15 locales, también prevé extenderse –aunque más moderadamente (y sin dar datos concretos a este periódico).
Malvón, crecer rápido
“Queremos copar el mercado europeo”. Es la pretensión de David Alvado, Claudia Briandi y Alejandro Polo, los copropietarios de la marca. Y, a día de hoy, van por el camino. Su primera tienda la abrieron en 2017, en pleno barrio de Chamberí, y tras cerrar una pastelería-panadería. “No nos iba bien y pensamos en cambiar de negocio. Abrimos un local para vender empanadas argentinas y vimos que empezaba a funcionar. Entonces, decidimos montar un obrador con otro pequeño establecimiento en Las Rozas. Y, de nuevo, nos fue muy bien”, explican en conversación con EL ESPAÑOL.
En 2018, mantuvieron esas dos tiendas y sentaron las bases de su futura expansión; en 2019, abrieron 15 establecimientos –la mayoría, en la Comunidad de Madrid (10)–; y en 2020, su pretensión es llegar a los 45 locales (el 50%, a día de hoy, franquiciados). “Ya estamos en Portugal y queremos dar el salto a Francia. En España, nuestra intención es llegar a todas las capitales de provincia. Además, hemos llegado a acuerdos con El Corte Inglés para estar en muchas tiendas y con el aeropuerto de Barcelona, donde también tendremos un espacio próximamente”, cuentan.
Su plan, en principio, es ganador. Claudia Briandi, la única argentina de entre los copropietarios, es la que pone las recetas. En total, ha elaborado 22 empanadas de diferentes sabores que se venden a 2,20 euros cada una si son clásicas y a 3,20 si son gourmet. Y ellos, Alejandro y David, empresarios de cuna, son los se han encargado de la parte de negocio –actualmente, con 65 trabajadores en nómina. Y, de momento, todo funciona conforme a lo esperado. Mensualmente, en cada una de sus tiendas, venden 13.000 empanadas. Es decir, en un año, en sus 15 tiendas, se pueden llegar a consumir más de dos millones. Una barbaridad.
— En una año vais a pasar de 15 a 45 locales. ¿No es demasiado arriesgado?
— Nos está aconsejando gente de otras empresas, consultores, gente de éxito, personas que vienen de otros negocios… Se ha interesado mucha gente y están invirtiendo. Las cosas van bien.
— Los lectores, leyendo esto, pensarán que os estáis haciendo de oro con las empanadas. ¿Es así?
— La idea es ser la empresa más grande de empanadas argentinas en Europa. Queremos estar en todas partes. Si tenemos, por ejemplo, 300 tiendas, es difícil que alguien más meta mano en el mercado. Queremos crecer rápido, que es lo que han hecho otras compañías antes que nosotros. Pero de momento no se puede decir que ganemos dinero. Amazon tampoco lo hacía al principio, pero luego… Queremos copar el mercado y ya llegará la rentabilidad poco a poco. Quien tenga un negocio lo entenderá.
La Muns, poco a poco
Su principal competidor, por volumen, es La Muns, fundada en 2013. Mariano, psicólogo de profesión, y Diego, abogado, se juntaron para abrir en Barcelona una tienda de empanadas. Ambos son argentinos y sabían cómo hacerlas. Sólo necesitaban, por tanto, un establecimiento. Lo encontraron en Poblenou. Allí, abrieron el primero. Después, llegaron muchos más. En total, a día de hoy, 12 en Barcelona y otros dos en Madrid. “Aunque la idea es ir sumando algunos más en Madrid. Próximamente, tendremos uno en Parquesur y estamos mirando para montar algunos otros, pero todo dependerá de que encontremos el local adecuado. También tenemos idea de tener cinco o seis en otras partes de España”, reconocen desde la compañía en conversación con EL ESPAÑOL.
¿Su particularidad? Sus 17 variedades de empanadas argentinas son de colores y llevan el nombre impreso; son algo más caras que las anteriores (depende del sabor, entre 2,50 y 3 euros); y tienen 80 trabajadores en nómina. Pero, de momento, ningún franquiciado. Todas sus tiendas son propias –al contrario que Malvón. Su ventaja, eso sí, es que tienen más establecimientos abiertos en Barcelona que su principal competidor.
Y, de momento, les va bien. “Sabíamos que las tiendas monoproducto funcionaban y nosotros decidimos dedicarnos a las empanadas”, reconocen desde la compañía, que ya vende 100.000 empanadas al mes.
Chamberí, el barrio
Chamberí, de alguna manera, ejemplifica el boom de los locales de empanadas argentinas. Hasta hace poco, en menos de un kilómetro, uno se podía encontrar cuatro: Malvón, Chipa, Cielo al revés y Graciana (dentro del mercado de Vallehermoso), a la que no se puede obviar a la hora de hablar de este producto. Ahora, esta última se ha trasladado a Noviciado, pero los otros tres establecimientos siguen abiertos.
Malvón, que montó en Chamberí su primer establecimiento, y Chipa son las dos cadenas del barrio. Esta última, con locales también en Estrecho, Alcalá, Sol y Bravo Murillo. Cielo al revés, en cambio, todavía mantiene el halo de la tienda única. Sus empanadas no se pueden comprar en otro lugar. “No descartamos abrir algún que otro local en un tiempo, pero lo queremos hacer con mucho cuidado para mantener la calidad y el proceso”, explica Matías, copropietario del negocio.
El local lo montó junto a su mujer, Soraya. Ambos, hace dos años, al llegar a España, decidieron abrir un local de empanadas. “La receta es de mi abuela, que la aprendió en un convento. Ella fue la que empezó con todo. Ahora, toda la familia estamos dedicados a la hostelería, de una u otra forma, en distintas partes del mundo”, explica. Y él no iba a ser menos.
El nombre, Cielo al revés, Matías se lo ‘robó’ a una canción versionada –entre muchos otros– por Mercedes Sosa. En concreto, Vuelvo al sur. A partir de ahí, se tuvo que ir adaptando. “Comenzamos con un tamaño que nosotros llamamos copetín, más pequeñas que las que vendemos ahora, pero el subidón no lo pegamos hasta que hicimos empanadas con el tamaño actual”, cuenta. En concreto, ocho sabores a 2,30 euros la unidad.
Con su receta y el mimo que le ponen, ahora mismo, en pleno boom, están viendo cómo su negocio crece en un 200% en muchos meses con respecto al año anterior. Con la idea de ampliarlo. “La idea es que en poco tiempo podamos servir también pizzas argentinas y choripanes”, reconoce. Y no es para menos. Si algo va bien, para qué cambiar…
Graciana, la primera de la zona
Eso mismo es lo que pensaron las hermanas Micaela y Agustina, ambas nacidas en Buenos Aires. Ellas, hace cinco años, empezaron a vender empanadas argentinas en food trucks y, viendo la acogida que tenía el producto, decidieron abrir un local en el mercado de Vallehermoso. “Éramos las únicas de la zona. Ya había otros que las hacían, como El Cambalache o la Pizzería El Trebol. Pero nosotras empezamos a hacerlas y hoy en día tenemos más de 30 sabores en el local de Noviciado, donde estamos desde noviembre. Eso no lo puede ofrecer nadie”, cuentan.
De las dos hermanas, Micaela, la cocinera, la que elabora todas las recetas, fue la primera en llegar a Madrid. Lo hizo 20 años atrás y abrió el restaurante La Dominga, en Malasaña. Una década después, llegó Agustina, su hermana, arquitecta. “Pero la vida es así. Yo no encontraba trabajo de lo mío y me puse a trabajar con ella. Primero fui camarera en el restaurante y luego empezamos con las empanadas”, explica.
Cerrado el local de Vallehermoso, Agustina no tiene tregua el día que este periódico visita el local. A las 12:30 horas, el goteo de clientes es continuo. Primero, unos turistas chinos; después, un vecino; más tarde, un obrero de la construcción… Personas de todo tipo que ven la luz al pasar por la tienda. “Se hacen rápido, se las llevan calientes y son sanas. Además, tienen muchas variedades para elegir”, prosigue Agustina, argumentando su éxito.
Cada mes, Graciana –nombre de la madre, la abuela y la bisabuela de Micaela y Agustina– “hornea” 6.000 empanadas (a 2,50 la unidad). Al año, 72.000. ¿Con intención de ampliar en negocio próximamente? Ahora mismo, no. Somos tres trabajando en la tienda y otros cinco o seis en el obrador de Villalba, donde hacen las empanadas. Y nos va bien así”, sentencia.
No son ‘nuevas’
Todos estos locales son los últimos en tomar el testigo de los restaurantes argentinos que llevan haciendo empanadas desde hace mucho tiempo en Madrid. Lo ‘nuevo’, por tanto, son los locales monoproducto, pero no el propio producto. Yamila Fisbein (Buenos Aires, 1975), por ejemplo, lleva haciéndolas en su restaurante Buenas y Santas de Legazpi casi 11 años. “En su momento, dejamos de hacer todo lo que estábamos haciendo y montamos el restaurante. Yo era diseñadora y mis dos socios trabajaban en hoteles”, explica a EL ESPAÑOL.
Ellos decidieron apostar por un restaurante en la zona de Legazpi sin saber muy bien qué éxito iban a tener. “Tenemos de todo: hamburguesas, entrepanes… Pero nos ha sorprendido mucho la evolución de las empanadas. El barrio se ha puesto de moda y cada vez más gente viene a comer al restaurante. Empezamos haciendo unas pocas y, ahora mismo, hacemos tres veces por semana y tenemos los congeladores y las neveras llenas”, reconoce. En concreto, de cuatro sabores: carne de ternera, pollo, verduras y queso con cebolla caramelizada.
Cada semana venden unas 1.200 empanadas, no sólo para comer en el restaurante, sino también para llevárselas a casa. “Lo notamos mucho cuando hay fútbol, o para los Goya… Esos días nos piden muchísimas”, celebra. Fueron de los primeros en hacerlas en Madrid, pero se alegra de que su predicción (“esto va a gustar”) se haya cumplido.