La primera vez que Juan Carlos de Borbón escuchó el Padre Nuestro tenía exactamente 21 días. Sucedió en la capilla de los Caballeros de la Real Cruz de Malta, en Roma, la ciudad donde nació el 5 de enero de 1938. El oficiante de la ceremonia haría historia, y no por haber bautizado al futuro rey de España. Ya en ese momento, el cardenal Pacelli era uno de los príncipes de la Iglesia Católica. Un año después, se convertiría en el famoso Pío XII.
“Pater noster qui es in caelis…”. Padre nuestro que estás en los cielos… 82 años después de que Juanito fuera cristianado en latín por el futuro Papa, es el Rey jubilado de España –jubilado de júbilo, odia que le llamen emérito- quien en una de sus muñecas lleva discretamente una pulsera con el Padre Nuestro grabado en la lengua clásica.
Dos fuentes diferentes se la han visto en los últimos meses, y lo confirman a EL ESPAÑOL. Una, en una regata; la otra, en un restaurante. ¡Quién se lo iba decir a él! ¡Juan Carlos con una pulsera religiosa! Con la fama de calavera que en estos últimos años se ha ganado al trascender aspectos de su vida en parte disipada.
Su imagen histórica como artífice de la transición de la dictadura a la democracia desapareció por el sumidero de periódicos, revistas, televisiones y radios. Más creíble resultaría para el pueblo si la oración grabada en el abalorio religioso fuera otra oración católica, el “Yo, pecador”, y no el Padre Nuestro.
El cambio de Juan Carlos
Personas próximas al anterior Jefe del Estado coinciden en que en los últimos meses se ha producido un notable cambio en el comportamiento del padre de Felipe VI. Esta pequeña metamorfosis anímica, con su acercamiento a la religión, tiene mucho que ver con los dos años horribilis que ha vivido.
Severos castigos en sus relaciones familiares, con el distanciamiento de su esposa Sofía y de su hijo Felipe, la destrucción de su buena imagen popular debido a las filtraciones de negocios e infidelidades, el bloqueo de sus relaciones internacionales al dejar de representar a la Casa Real… De tantas contrariedades, Juan Carlos I pasó de ser el rey del reino de España al emérito del reino de la soledad.
Cuando uno tiene fe no está nunca sólo. Lo decía Thomas Carlyle. La fe como contrapeso de otras pérdidas. Es lo que ha debido sucederle a Juan Carlos tras estos dos años de golpes continuos, que han brotado como los prunos en febrero.
El año 2018 fue especialmente erosionante para el rey jubilado, según la enumeración de una persona que le conoce bien: 1. El 7 de abril de 2018, la escenita de la catedral de Palma, con Letizia y sus hijas en la afrenta a la reina Sofía, que le dolió especialmente a Juan Carlos. Se sintió en gran medida responsable. Ya ni era el pater ni el patrón, como siempre le llamaron en familia. 2. También en julio de ese año, se conoció la cinta de Corinna, grabada por el ex el comisario Villarejo, en la que la ex amante echa pestes de Juan Carlos, a quien acusa de tener dinero en Suiza y de haberla utilizado de testaferro. El golpe para Juan Carlos es doble: además de contra su imagen ante los españoles, porque su esposa Sofía se sintió inmensamente humillada, tanto que rompe definitivamente con él. 3. La burla que sufrió en la madrugada del 22 de noviembre de 2018, en Vigo, cuando al salir de un restaurante unos beodos le llaman Juanca, “Eh, Juanca”, “eh, campechano” y le preguntan que “qué tal el centollo” y le despiden con un “Viva la República". De rey a bufón para una cuadrilla de borrachines bromistas.
"Quiero rezar"
Pero hubo más golpes el año siguiente, como los recordatorios de sus supuestas paternidades biológicas (la belga Ingrid Sartiau o del catalán Albert Sola); luego vino su despedida de la vida pública el 2 de junio de 2019 en la plaza de toros de Aranjuez; la operación de corazón, a vida o muerte, el 25 de agosto de 2019; hasta llegar, ya este año, el 8 de enero de 2020, al fallecimiento de su hermana mayor, su querida Pilar.
Seguramente fue durante el funeral de Pilar cuando Juan Carlos confesó que ahora le apetecía rezar, pero no se sabía ni el Padre Nuestro actual. “Quiero rezar el Padre Nuestro, pero yo me sé el de ´perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores´, y no el otro”, ha dicho a algún amigo íntimo en los últimos meses. Se refiere el jubilado real a que no es capaz de memorizar la letra del Padre Nuestro actual: “…perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden….”.
Este fin de semana, Juan Carlos tenía previsto pasarlo en Sanxenxo, donde ha instalado su corte juancarlista. En marzo se celebrará la primera prueba de la Copa de España M6, la categoría a la que pertenece el Bribón, la embarcación que patronea el rey jubilado. “Estamos seguros de que va a poder participar. Le vemos con ganas, está triste, sí, pero fuerte físicamente y también mucho mejor anímicamente que en otros tiempos recientes”, decía a este periódico uno de sus amigos íntimos en la ciudad gallega.
Hace unas semanas, la reina Sofía, con la que ha hecho las paces –no hace mucho viajó a Sanxenxo, y no se descarta que vuelva a visitar la localidad- declaró tajante: “Está muy bien. Quiere volver a navegar y lo conseguirá, nadie le gana en insistente”.
Las cacerías de elefantes quedan para las memorias de África de Corinna. Los negocios con testaferros como su primo Álvaro de Orleans y Borbón, con cuentas secretas en Suiza, para investigaciones periodísticas que algún día saldrán a la luz, quizás años después de la muerte de Juan Carlos, como sucedió con el dinero suizo del testamento de su padre, Juan de Borbón.
Juan Carlos, el octogenario, ya no es de ese mundo. Seguramente más que por haber recobrado la fe en el más allá, por los golpes de la vida y de los años. El recogimiento que no consiguieron preceptores religiosos como Federico Suárez Verdaguer, sacerdote del Opus Dei, o el dominico Bartolomé Vicens (más conocido por Tomeu), se lo ha impuesto el tiempo.
Con una pulsera en la muñeca con el Padre Nuestro grabado en latín, con la oración aprendida en su nueva versión, solo falta la foto en misa de 12 en el templo de San Ginés de Padriñán, la iglesia moderna de Sanxenxo de cubierta hexagonal. Con Sofía, creyente constante más que beata, a un lado y Pedro Campos, su gran escudero en la corte pontevederesa del rey jubilado, al otro.