Siempre es el mismo ritual. Suena el timbre, se abre la puerta y, ahí, en el rellano, está su bolsa. No se trata de ningún pedido a Amazon o al supermercado, no. Lo que Ana -nombre ficticio para salvaguardar su identidad- recibe cada mañana en la puerta de su casa es la comida básica para que sus cinco hijos almuercen.
Porque Ana, de origen rumano pero que lleva viviendo 12 años en el municipio madrileño de Valdilecha, es la cabeza de una de esas familias desfavorecidas de la Comunidad de Madrid que reciben la Renta Mínima de Inserción. Por lo que sus hijos, desde que cerraron el colegio, se alimentan a base del menú que proporcionan Telepizza, Rodilla o, en su caso, Viena Capellanes.
Es eso o nada. Para sus cinco retoños y para más de 11.500 menores, según datos oficiales, es la única opción: vivir nutriéndote, durante un mes, de los menús que el Gobierno regional hace llegar a través de estas tres empresas. “Los niños están bien y suelen comer, yo con eso estoy contenta. Mejor esto que nada”, arguye, en conversación con EL ESPAÑOL.
Reparto diario
Ana solía trabajar de ayudante de cocina de un conocido restaurante de su localidad, un pequeño pueblo de 1.800 habitantes cercano a la frontera con Castilla-La Mancha. Pero, con el confinamiento, se quedó sin trabajo, explica. La mujer, madre soltera, no habla demasiado bien el idioma, pero la charla continúa con naturalidad.
A pesar de su juventud -tan sólo tiene 32 años-, cuenta con una gran trupe a su cargo. Sus críos tienen de 15 a 5 años. No tenía mayor plan cuando cerraron los colegios a los que acuden sus hijos. Tampoco sabía que podía beneficiarse de esta solución, ideada por el equipo de Isabel Díaz Ayuso y que tanta polvareda había levantado.
“Llamó el chico que la reparte, David, y me dijo ‘Tienes la beca de comedor y todas las mañanas te lo llevan a casa’. Yo no lo sabía. Cuando me llamó y me lo dijo estaba contenta”, relata.
Hay cierta variedad en los platos: este miércoles tocaba ensalada de pasta y sándwich de calabacín. Pero no siempre es así. “Un día me traen paella, otro día tortilla con arroz. Puré de verduras, sopa. Fruta. Zumo, yogures”.
Los menús se idean por semanas, y suelen ser diferentes en función de qué empresa se haga cargo del cátering. Los principales socios son Rodilla y Telepizza, que tienen locales a lo largo y ancho de la comunidad autónoma. Pero, en aquellos en los que no, los distribuye Viena Capellanes, como es el caso de Valdilecha.
Rodilla entrega, tal y como detallan ellos mismos, ensaladas, focaccias, sándwiches y croquetas. Telepizza, por su parte, ofrece hamburguesas, pizzas, trocitos de pollo empanado y pasta.
Otra beneficiaria de esta medida, Paula -nombre ficticio-, una emigrante latinoamericana recién aterrizada, como quien dice, en Madrid -apenas lleva seis meses- recibe otros alimentos. “Es comida preparada, pero no es comida para que coma un niño porque hay cosas picantes. Pero nosotros todo lo comemos”, cuenta. A ella le suelen llegar platos como “patatas con chorizo, pescado empanado, legumbre, puré”.
Comida saludable… o no
Lo cierto es que el plan del Gobierno madrileño trajo mucha polémica. Lo anunció la presidenta Ayuso el 16 de marzo. Primero tuvo un pequeño rifirrafe con el Ministerio de Sanidad: lo rechazó y, día y medio más tarde, le dio luz verde. Asociaciones de consumidores como FACUA, grupos políticos como Más Madrid o el PSOE y sindicatos le reprocharon a la líder del Ejecutivo madrileño que su propuesta fuera de la mano de empresas de comida rápida. Aducían, en el fondo, que no eran alimentos saludables para niños. Y menos, de diario.
Para Paula, cualquier ayuda en esta situación es buena. “Ahorita no es para ponernos exquisitos”, indica. “lo que nos están dando es un regalo, a caballo regalado no le miren el diente. El primer mes nos hemos apañado con lo que hemos podido. En medio de todo, lo hemos recibido bien”.
El formato, eso sí, es compartido para todas las familias con Rentas Mínimas de Inserción. Tápers metálicos, listos para calentar en los microondas. “Es sana. Es lo que comerían en el comedor del colegio”, considera Ana.
Paula, que reside en un populoso distrito de Madrid capital, es más escéptica. “Sería mejor comida casera, pero esto es lo que tenemos. En medio de todo esto, nosotros lo recibimos bien”. Ante la pregunta de si cree que es saludable lo que están comiendo los menores a su cargo, prefiere no contestar. “Mejor así”, deja caer, después de unos largos segundos en silencio. “Si no fuera esto, no sé qué podría ser. Que coman algo”.