Esta historia lleva escribiéndose durante los últimos 25 años, pero todavía no se le ha podido poner el punto final.
La primera frase explica la muerte, el lunes 23 de octubre de 1995, de Marta Couceiro, una joven vasca de 17 años menuda y delgada. Medía un metro y 46 centímetros. Pesaba 35 kilos. Hija de los dueños de una tienda de comestibles y de un bar en un cámping, su cadáver apareció en la casa de verano que sus padres tenían en Gorliz (Vizcaya).
La segunda frase de esta historia señala que los forenses dijeron que fue una muerte natural. Su familia la veló y la enterró con dolor.
La tercera frase afirma que, tras abrirse una investigación policial y practicarse un segundo estudio forense al cadáver, que tuvo que ser exhumado, alguien había asfixiado a Marta.
La cuarta frase es la más reveladora: su asesino era David Villafañe, su novio, un chico dos años mayor que ella hijo de un taxista y de una limpiadora. Villafañe se había inventado una vida de lujo en la exclusiva urbanización madrileña de La Moraleja bajo el falso nombre de Jorge. Antes de quitarle la vida, abrió varias pólizas de seguros de muerte a nombre de Marta en las que él aparecía como único beneficiario.
Según la sentencia del caso, que data de 1998 y que llevó a Villafañe a pasar 19 años entre rejas, el condenado trazó un plan casi perfecto. Primero enamoró perdidamente a una joven, después la engañó para abrir los seguros, y por último la asesinó para cobrar 50 millones de pesetas (300.000 euros).
Hoy, un cuarto de siglo después, a David Villafañe le sigue faltando un último giro de guión -inesperado, improbable, casi imposible-: que alguien crea en su inocencia, la misma que ha defendido desde que se le detuvo.
La sentencia dice lo contrario. Los hechos probados, también: “David intentó cobrar el dinero de las pólizas (...) No logró su objetivo porque la intervención policial se lo impidió (...) Se trata de una muerte querida, buscada y proyectada de manera y forma segura, sin sobresaltos ni obstáculos, sin riesgos y producida con el fatalismo que impone lo seguro".
Él, en cambio, se agarra a la ciencia médica. Villafañe se aferra a los informes de dos forenses, los reputados doctores Luis Frontela y Vicente Herrero, para sostener su inocencia. En ambos se dice que Marta Couceiro, en efecto, habría fallecido de muerte natural. Frontela recoge este caso en su libro Lo que cuentan los muertos (Marbán).
Por el momento, Villafañe ya ha recurrido su sentencia al Tribunal Supremo, que le negó la revisión del caso, y al Constitucional, del que está pendiente de respuesta tras argumentar vulneración de derechos fundamentales.
“Iré adonde haga falta. Si tengo que acudir al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, lo haré”, dice por teléfono la noche de este pasado miércoles desde la casa de su madre, con la que convive desde que salió de prisión en enero de 2017.
Entre rejas no recibió ningún permiso penitenciario porque siempre se negó a aceptar la autoría de sus delitos. El padre de Villafañe murió al poco de que condenaran a su hijo. David trabaja ahora entregando paquetes a clientes de Amazon y como repartidor de comida con Glovo.
“Soy inocente, lo juro”.
[Cuando escucho esas cuatro palabras ni siquiera me pregunto si será verdad o no. Las transcribo y sigo. Me niego a ponerme de su lado por un solo segundo. Ni siquiera me planteo si puede ser verdad lo que dice. Me recuerdo que he de contar su historia porque es real. La verdad, si existe, se queda en manos de otros].
Un nombre y una vida falsos
David Villafañe nació en 1976 en Bilbao. En junio de 1995, con 19 años, conoció a Marta Couceiro, con la que pronto comenzó a salir. El día que se vieron por primera vez David se presentó ante Marta y sus amigas, que estaban en plena calle, como Jorge. También lo hizo después ante los padres de Marta. Aquel falso Jorge dijo que era de Madrid, que pertenecía a una familia adinerada con casa en La Moraleja y que residía temporalmente en Bilbao para cursar estudios de Económicas.
Por aquel tiempo, David Villafañe usaba un Renault 21 con el que pasó varios días con la música a todo volumen por delante del grupo de amigas en el que estaba Marta. Les mostró un fajo de billetes y contó que el vehículo era suyo. Pero en realidad era propiedad de su padre, un taxista de Bilbao casado con una mujer que se dedicaba a limpiar portales.
Con aquel coche, el chico iba casi a diario a ver a Marta hasta la localidad de Gorliz, donde los padres de la adolescente regentaban el bar y el supermercado de un cámping en los que trabajaban durante el verano todos los miembros de la familia.
Sólo dos meses después de conocer a Marta, David Villafañe convenció a los padres de su novia para que permitieran que su hija se emancipara. El falso Jorge les dijo que era el requisito imprescindible para que ella pudiera ser contratada por una empresa de su padre que disponía de oficinas en Bilbao. Según se constató después, aquella empresa no existía.
El propósito real de Villafañe, según recoge la sentencia, era lograr que Marta “firmase como tomadora diversas pólizas de seguro de vida en las que él figurase como único beneficiario en caso de muerte de la joven”.
Cuando Marta dejó la casa de sus padres, éste la llevó inmediatamente a varias aseguradoras, entre ellas Seguros Bilbao, Winterthur o Mapfre. En aquellas visitas la voz cantante siempre era la de Villafañe.
Marta se mantenía en un segundo plano. Su novio decía el tipo de seguro que pretendía contratar Marta, la cuantía, la modalidad. Siempre explicaba que no había contratado otras pólizas y ofreció como teléfono de contacto y como domicilio de Marta los de un amigo suyo.
En todos los casos el seguro solicitado conllevaba una indemnización por muerte de veinte millones de pesetas. El 18 de septiembre de 1995 David acompañó a Marta a unas oficinas del antiguo Banco Central Hispano en Bilbao para que abriera una cuenta en la que domiciliar los recibos de los seguros. David se quedó con la tarjeta 4B que le entregaron a Marta, la cual disponía de un crédito diario de 5.000 pesetas.
Finalmente, las aseguradoras ITT Ercos y Lagun Aro aceptaron en octubre de ese año la formalización del seguro por veinte millones de pesetas. Mapfre lo hizo por diez millones.
Aunque de manera ocasional, Marta seguía viéndose con su grupo de amigas. En ocasiones llegaba con los ojos ensangrentados. Ella, con pudor y timidez, les contaba que a David le gustaba “jugar” a que él le apretaba el cuello hasta dejarla casi inconsciente.
A veces Marta también aparecía con hematomas en el cuerpo, algo que alarmó a su familia. Los padres de la joven empezaron a plantearle a David preguntas incómodas. ¿Quién eres en realidad? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu número de teléfono? David respondió con más mentiras: “Mi padre es un importante empresario madrileño amenazado por ETA. No puedo dar más datos”.
La despedida
Siguiendo el relato de la sentencia, Marta se despidió de sus amigas entre el viernes 20 de octubre de 1995 y el domingo 22. Les dijo que el lunes siguiente se marchaba a Madrid junto a David para vivir con él. Les contó que sus padres no lo sabían, pero que se lo diría al llegar a la capital de España.
Aquel lunes de hace 25 años Marta salió de su casa a primera hora con una mochila y volvió sin ella de inmediato. Más tarde, tras recibir una llamada, se marchó de nuevo. Le dijo a su madre que había quedado con una empleada de la empresa del padre de David. En la calle, en realidad, la estaba esperando su novio. Antes de fugarse con él, David la dejó cerca de las oficinas de su padre, donde Marta entró y le pidió dinero.
Luego, la pareja se marchó a la casa que su familia tenía en Gorliz como residencia de verano y para pasar los fines de semana. Una vez allí, David, de un metro ochenta de altura, le “obturó completamente los orificios respiratorios hasta provocarle la muerte por asfixia”. Hacia la una de la madrugada, volvió a la casa y movió el cadáver, que fue encontrado al día siguiente, durante la mañana del martes 24 de octubre de 1995.
En la habitación en la que se encontraba el cuerpo de Marta estaba la mochila que se llevó de su casa. Dentro había un neceser con artículos de aseo, ropa y un oso de peluche.
El entierro y la investigación posterior
David llamó a la casa de Marta el miércoles 25 de octubre. Dijo que estaba en Madrid y que no podía ir al entierro de su novia. Dos días después, el viernes 27, quedó en la Basílica de Begoña, en Bilbao, con el padre de Marta. David apareció con muletas y aparentó que se había lesionado en la capital de España "tras el impacto emocional por la muerte” de su chica.
Pero durante los días siguientes cometió un gran error: obtuvo del Registro Civil de Gorliz tres certificados de defunción de Marta y comenzó las gestiones para cobrar las pólizas. No lo consiguió porque la investigación policial había comenzado y todas las sospechas ya se centraban sobre él.
Tras esa primera autopsia en la que se dijo que Marta había muerto de manera natural, el juzgado ordenó que se exhumara el cadáver de la joven para practicar una segunda. Los forenses que lo analizaron dijeron que se trataba “de una muerte de origen asfítico y consecutiva a una maniobra de sofocación”.
Los médicos añadieron unas palabras clave: “A la luz de los resultados analíticos debe considerarse de etiología homicida", que venía acreditada por varios datos característicos: la putrefacción más avanzada en la zona de la nariz y la boca, la aparición de una marca en la zona interna del labio superior, una movilidad anormal de los dos incisivos medios superiores y una coloración en los dientes sonrosada.
Aquel informe forense provocó que se detuviera a David Villafañe y se le procesara por el presunto asesinato de su novia. Durante el juicio, celebrado con tribunal profesional en la Audiencia de Vizcaya, declararon, entre otros testigos, cinco amigas de Marta.
Todas ellas dijeron no haber conocido el nombre verdadero de David hasta después de la muerte de Marta. Las cinco jóvenes coincidieron a la hora de contar una confidencia que les hizo la joven muerta: dominada por su pareja, quien la trataba de manera “humillante”, David “apretaba el cuello [de Marta] hasta perder el sentido y a ella eso no le gustaba”.
“La dejaba medio inconsciente”, dijo una. “No había visto nunca a Marta ni con los ojos rojos ni con moratones”, aseguró otra en sede judicial.
Sigue luchando 25 años después
A principios de 2017, David Villafañe volvió a la casa de su madre en Bilbao. Había entrado en prisión con 19 años. Durante el tiempo que estuvo preso llevó a cabo varias huelgas de hambre por defender su inocencia. Una de ellas duró 60 días. Tuvieron que reanimarlo en la UCI de un hospital tras sufrir un paro cardíaco.
Pese a que pidió salir de permiso en varias ocasiones, la junta de tratamiento que atendió sus requerimientos siempre le pedía que asumiera su culpabilidad. Villafañe se negó una y otra vez, por lo que cumplió hasta el último día de su condena.
La vida fuera de la cárcel se le hizo extraña tras pasar casi media vida en una celda de 14 metros cuadrados. Sobre todo, al principio. “La primera noche apenas pude dormir. Todo me parecía surrealista. La cama, los espacios de la habitación de la casa de mi madre, los ruidos de las puertas, las voces del vecindario. ¿Que por qué sigo tratando de demostrar que soy inocente? Porque lejos de olvidar voy a seguir luchando por mi verdad. Es lo único que me queda”, cuenta a EL ESPAÑOL.
David trata de salir adelante junto a su madre. “La mujer que nunca me ha fallado”, dice. Este condenado por asesinato le resta importancia a la dureza de la sentencia. Dice que al ser considerado culpable por el tribunal, éste da por probados hechos que coinciden con los postulados de la acusación particular y la fiscalía. “Pero yo sé que soy inocente. Pude equivocarme en muchas cosas con Marta, pero yo no la maté. En mi caso se han pisoteado mis derechos”.
Este periódico se puso en contacto la semana pasada con Luis Frontela, catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Sevilla. El forense, tras un primer informe pericial de su colega Vicente Herrero, realizó otro acerca de la causa de la muerte de Marta Couceiro en base a la autopsia que se incluyó en el sumario.
En él señalaba la miocarditis, un debilitamiento severo del corazón, como detonante del óbito. "El informe de la autopsia número 794/95, del 29 de noviembre de 1995, contiene tantos errores, por afirmaciones que son contrarias al estado de la ciencia médico-legal, que invalidan que sean ciertas las conclusiones a las que llegaron los forenses".
“Estoy absolutamente convencido de que nadie asfixió a esa cría”, explica Frontela a EL ESPAÑOL. “Es tan sencillo como analizar los restos del corazón que se mantienen guardados, otra cosa es que se quiera. Marta murió por causas naturales. Nadie la mató”.
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